martes, 24 de agosto de 2010

En torno a una Teoría Literaria Latinoamericana


Arduo resulta avanzar en las posibilidades de estatuir una Teoría Literaria de "matices" latinoamericanos si no se deja en claro antes las distinciones entre Crítica, Interpretación y Teoría. Es necesario sentar esta cuestión previa pues es debido —entre otras razones— a la falta de una delimitación de esas tres ramas de los estudios literarios que, muchas de las propuestas nacidas en esta parte del mundo, han desbarrado propiciando múltiples deformaciones.

Afirmó Gianni Vattimo que siempre llamó su atención la ambigüedad existente, y la consiguiente confusión, de dos sentidos de la palabra crítica. No obstante, aseveró, resultaba claro que cuando nos ocupamos, por ejemplo, de la famosa Crítica de la razón pura de Kant, o estudiamos a la Escuela de Frankfurt, denominada también Teoría Crítica, difícilmente podíamos incurrir en el error de insertarlas en el sentido que tiene la palabra crítica cuando esta es usada para denotar el comentario y valoración de obras literarias y artísticas. Luego, para Vattimo, había un sentido "fuerte", es decir filosófico y teórico del término crítica, y otro aplicable al trabajo del censor literario o de arte.

Desde esa distinción, entonces, cabe resaltar como un rasgo sustancial de la Crítica Literaria su ostentoso tenor valorativo. Aquí el crítico tiene carta libre para emitir juicios que supongan consideraciones sobre la valía, la superioridad o no, o la mayor "belleza" de un determinado objeto artístico con relación a otros. Además, la Crítica Literaria —por su carácter radicalmente subjetivo— puede darse el lujo de ser aun impresionista, con lo que sus puertas, abiertas así de par en par, permiten el ingreso de aficionados, amateurs, o meros curiosos de la literatura. Dichos opinantes, si bien pueden ofrecer lecturas sugerentes acusan, también, la carencia de fundamentos teóricos en Literatura. Así, descolla en tales escritos de Crítica Literaria la copiosa intrusión de intuiciones y ejemplos en menoscabo de lo conceptual.

Por otro lado, Wolfgang Iser plantea que una de las tareas de los estudios literarios —tarea ubicable en el terreno de la Interpretación— no es la de explicar el texto en tanto objeto, sino examinar sus efectos sobre el lector, ya que en la misma naturaleza del texto está el permitir toda una gama de posibles lecturas (punto que ha desarrollado Culler en la "competencia" de los lectores). Por tanto, y siguiendo a Iser, puede señalarse que la Interpretación Literaria se ocupa de explicitar nexos —menos subjetivos que interdisciplinarios— en torno a la influencia (recibida o proyectada) de los objetos literarios. Aquí se tejen relaciones entre lo literario y las más diversas esferas, las que bien pueden ser, entre otras, de carácter lingüístico, histórico, psicológico, económico, de género, o sociológico (pudiendo enmendarse, de optarse por este última, la falta de una función social sustantiva de los estudios literarios, según una justa preocupación de Eagleton). El interpretante habrá de poner en marcha, entonces, un diálogo entre el discurso literario y otras áreas del saber, las cuales operarán sobre el discurso en cuestión, básicamente, como herramientas o instrumentos desenmascaradores. Es, pues, propiamente, en este campo de los estudios del hecho literario donde hará eclosión esa interdiscursividad preñada de tensiones ideológicas y axiológicas de la que hablaba Bajtin.

Gianni Vattimo
Otra rama de contornos sí bien definidos es la Teoría Literaria. Eventualmente, entre Crítica e Interpretación existen frecuentes entrecruzamientos, pero difícilmente entre aquellas y la Teoría. Esta última se encuentra al margen de los juicios de valoración, de subjetividades, e incluso de las lecturas más perspicaces. Busca, ante todo, perfilar un objeto de estudio bien delimitado, para describirlo y explicarlo a partir de una o más metodologías propias (o muy próximas a su área de estudio). Porque, en sentido lato, una teoría no es otra cosa que un repertorio de conceptos interactuando entre sí, y que facilita el conocimiento intrínseco de algún área del mundo "real" que nos interesa o preocupa. A partir de las aproximaciones teóricas revelamos, echando mano de conceptos y categorías, cómo y porqué nuestro objeto de estudio funciona como funciona.

Antes de señalar los que a mi juicio fueron los errores más llamativos de las propuestas de Fernández Retamar y Cornejo Polar —las voces más representativas en lo que toca al intento setentero de erigir una "Teoría Literaria Latinoamericana"—, empezaré por apuntar su más notorio acierto.

Es indudable la filiación ideológica de ambos intelectuales, ahora, más allá de que uno comulgue o no con su visión del mundo, es serio aceptar, examen de por medio, que fueron acertados y lúcidos sus cuestionamientos y diagnósticos acerca de la situación de la "crítica literaria" Latinoamérica. Así como el marxismo atinó en las interrogantes básicas que le planteó al kapitalism (el señalamiento aún vigente, por ejemplo, de las contradicciones al interior de aquel sistema), de igual manera Fernández Retamar y Cornejo Polar hicieron una atendible lectura del estado de "supeditación conceptual" en el que se encontraba (y encuentra) inmersa, en mayor o menor medida, la "crítica y la teoría literaria Latinoamericana".

Fernández Retamar habló, por ejemplo, de que "ya sabemos que a menudo los autores hispanoamericanos de trabajos teóricos, al absolutizar determinados modelos europeos, están convencidos de haber arribado a conclusiones 'generales', que en algunos casos pretenden ejemplificar con obras literarias hispanoamericanas: lo que, lejos de sancionar el carácter 'general' de su teoría, por lo común lo que hace es revelar su condición colonial". Sólo se puede estar de acuerdo con esta opinión porque en efecto, si de la interpretación de algunos fenómenos literarios se trata, la mayoría de "críticos literarios Latinoamericanos" simplemente se han dedicado a trasladar las motivaciones que rodearon a la génesis de tal o cual obra de ultramar a las producciones latinoamericanas. Lejos han estado de tomar en cuenta que las circunstancias son distintas o muy distintas para la consecución de las últimas, dejando así en evidencia su nula capacidad para reformular o adecuar, por lo menos, los instrumentos interpretativos europeos o norteamericanos a la "realidad" de esta parte del mundo.

No pocos lastres, sin embargo, arrastraron ambos estudiosos latinoamericanos en la fundamentación de una Crítica, Interpretación y, más aún, de una "Teoría Literaria Latinoamericana". En principio, no esclarecieron convenientemente las distinciones de estas ramas de los estudios literarios. Esto creó a lo largo de sus ensayos una confusión que deslució y despojó de rigor a sus argumentos. En segundo término de discusión tenemos su apuesta por una trasnochada metodología para arribar a la "verdad" de todas las implicancias literarias. Fernández Retamar dijo al ocuparse de la función de la literatura como elemento de comprensión cabal del "mundo todo" que tal "comprensión" sólo "puede obtenerse con el instrumento científico idóneo: el materialismo dialéctico e histórico". Por su parte, Antonio Cornejo Polar escribió: "no parece posible comprender la literatura al margen del proceso social del que emerge y sobre el cual revierte".

El problema se centra, en consecuencia, en el hecho de que dichos autores hablaban indistintamente de "interpretación", "crítica" y "teoría" literaria intentando aplicarles, en conjunto, semejante sistemática. Es obvio que nuestro desacuerdo principal viene por el lado de asignar a una "Teoría Literaria Latinoamericana" una metodología de interpretación marxista-historicista que poco o nada tiene de "científica", y por lo mismo, que en nada ayudaría a erigir una Teoría Literaria "autóctona", si es que ella es posible.

Antonio Cornejo Polar
Pero vayamos en orden en cuanto a los cuestionamientos (y más allá del error de considerar a la Literatura Latinoamericana como una y coherente, según reconoció el propio Cornejo Polar), en principio, es una grave contradicción el que por un lado hayan censurado el uso —por parte de nuestros críticos y teóricos latinoamericanos— de métodos, categorías y teorías "importadas" y "colonizadoras", y que por otra parte, o a reglón seguido, invocaran a una metodología como la del materialismo histórico que es tan foránea como las que los autores recusaban. Para ser consecuentes, deberían haber aconsejado que nuestros estudiosos de literatura postularan sus propias categorías, marcos conceptuales y teorías para el análisis de "nuestros" objetos literarios.

En segundo término, llama la atención que aconsejaran el uso del "materialismo histórico" como medio para llegar a la "verdad" y obtener así un estudio "verdaderamente científico". No está demás recordar aquí que "ciencia" es un término que se emplea para referirse al conocimiento sistematizado en cualquier campo, pero que suele destinarse básicamente a la organización de la experiencia sensorial objetivamente verificable. ¿Puede el materialismo histórico —en vistas a lograr una Teoría Literaria Latinoamericana— proporcionarnos un saber sistematizado, y, sobre todo, objetivamente verificable?

Como se sabe y en resumidas cuentas, el denominado "materialismo histórico" exige que los fenómenos se examinen no sólo desde el punto de vista de sus relaciones mutuas y de su recíproco condicionamiento, sino también desde el punto de vista de su movimiento, de sus cambios ("saltos revolucionarios", según la jerga paleomarxista) y de su desarrollo. Esto, evidentemente, supone el tomar a la historia económica y política como columna vertebral de tal concepción interpretativa.

Ahora bien, ¿puede tal historia convertirse en un asistente metodológico siempre "verificable objetivamente" tal y como lo exigen las disciplinas que aspiran a tener un rango de cientificidad? Todo indica que no, pues semejante historicismo se enfrenta a varios problemas, siendo el principal, la constatación de que la indetenible especialización y multiplicidad en la disciplina de la historia, han dejado a ésta en la misma situación de complejidad y de división en sus fines que identifica a la vida intelectual contemporánea. Así, la convicción inicial que aseguraba una recuperación inminente de la "verdad" pasada se ha sustituido por el reconocimiento de que el acopio de hechos no crea historia entendida como una estructura inteligible y, por lo mismo, ningún historiador —incluso los libres de prejuicios—, puede ser el notario imparcial e impersonal de una realidad objetiva. Esto dicho más allá de la crítica que Karl Popper hiciera al señalar que por encima de las aspiraciones del materialismo histórico por llegar a un determinismo y verdad objetiva, en el historicismo, al estar todo condicionado por la evolución histórica, no parece posible poderse defender una "verdad esencial" de tipo específico.

Sólo como una muestra de cómo una postura de impronta historicista aplicada a la literatura puede llevar a conclusiones maniqueas basta con recordar esta interpretación de Fernández Retamar: "sólo al precisar las relaciones entre literatura y clases sociales en nuestra América —tarea aún no realizada— será dable explicar de modo suficiente el hecho singular de que la novela hispanoamericana, que había sido la habitual parienta pobre (junto con la dramaturgia) en nuestras letras, haya alcanzado tal relieve en estos años recientes: años que han visto la aparición y el desarrollo de la primera revolución socialista en América". Es fácil de advertir la conexión que intentó instalar Fernández Retamar en el lector entre la llamada revolución cubana y la aparición de producciones literarias de "relieve". Ante esta apreciación cabría preguntar que si esa conexión fuese correcta y de carácter general, entonces, ¿cómo se explicaría la ausencia de obras "relevantes" durante la existencia de la Unión Soviética, y, por el contrario, la aparición de escritores como Pushkin, Gógol, Tolstói, Dostoievski y Chéjov en la Rusia zarista? Podría argüirse que la "inconformidad" sea uno de los impulsos más poderosos para la creación, y es por eso que en instancias de suma injusticia, como durante el zarismo, es que se diera la aparición de tantos escritores de alcance universal. Tal vez. Pero ese estado de "inconformidad" no tendría porqué pasar necesariamente por el lado político o ideológico, que es hacia donde apuntaban los reduccionismos interpretativos y generalizaciones apresuradas de Fernández Retamar y Cornejo Polar, y en los que incurrió también Antonio Cándido. Bajo tal óptica, además, no podría entenderse la producción de hombres de la corte y "clásicos" a la vez como Goethe, puritanos como Hawthorne, y nostálgicos aristócratas sureños como Poe, o los creadores que surgieron durante la época de mayor despliegue imperialista inglés (Lewis Carroll, Stevenson) con la adición de la moral victoriana que la regía.

Roberto Fernández Retamar
En suma, y para responder a una pregunta de Fernández Retamar sobre si tendría sentido lo que él llamó una "crítica valorativa", es claro para mí que no sólo tiene sentido si no también que es casi un imperativo moral abocarse desde esa rama de los estudios literarios (o mejor dicho, desde la Interpretación) a desentrañar los discursos —sean del color que fuesen— que bajo el ropaje de la ficción quisieran pasar fraudulentamente ciertas ideologías con el fin de instalar un complejo o un estado de conciencia pasiva en los lectores desprevenidos. Lo que a lo largo de este breve artículo se ha bosquejado es la imposibilidad de abordar ese tipo de valoraciones y/o lecturas en el ámbito de la Teoría Literaria. Considero que la Teoría que pudieran hacer los latinoamericanos debería tener como una tendencia básica (no estática), al igual que en las teorizaciones de otras esferas del conocimiento, un tenor "inmanentista", en el sentido del que hablaba Jakobson, es decir, como indagación acerca de la naturaleza particular de la literatura. De otro modo, la Teoría Literaria perdería los contornos del objeto que se supone es motivo de su estudio, y transmutaría hacia una especie de apéndice de las ciencias sociales, o en la lamentable condición de un mero cajón de sastre donde todo podría caber o cualquiera podría meter la mano.

Por lo demás, si aceptamos, en Latinoamérica, el cauce teórico para abordar lo literario, sería un error, cuando no una utopía, ingenuidad o demagogia postular parcelas y supuestas autonomías con relación a los teóricos de otros espacios. Los teóricos latinoamericanos deberían insertarse más bien en el discurrir de tales estudios, y así, aportar, discutir, reformular y en general asimilar en sus propios términos las orientaciones teóricas que la historia registra o las que puedan ir apareciendo sin detenerse en estériles escrúpulos sobre los lugares de su procedencia.

El historicismo positivista europeo del siglo XIX, entonces, y remozado por algunos intelectuales latinoamericanos de los sesenta, setenta y epígonos que aun hoy intentan reciclarlo salpicándolo con categorías prestadas de Bourdieu, puede actuar, según se ha planteado, al nivel de la Interpretación Literaria. Su base, que es la convicción de que la obra es "siempre" un reflejo de la "realidad", bien puede echar luces como una metodología más de aproximación.

Por último, y ampliando lo que toca al asunto de la Teoría Literaria, y parafraseando a Ricardo Senabre, resta decir que ella podría seguir indagando en la índole de los rasgos constantes y comunes a muchas obras, analizables como factores de lo que se ha llamado literariedad, sin que ello signifique un contrasentido con las proposiciones epistemológicas del norteamericano T. S. Kuhn, para quien toda ciencia se perfila a lo largo del tiempo con los aportes de la comunidad científica, la misma que contribuye no sólo con nuevos conocimientos acumulativos, sino también con cambios cualitativos, es decir, giros de perspectiva a partir de la creación de nuevos paradigmas para la ciencia (como el propuesto por José María Pozuelo con relación a la Poética), ciencia que pasaría a ser concebida, por tanto, como algo abierto y en evolución. No aceptar tales lineamientos supondría repensar entonces —lo que también podría ocurrir— si existe verdaderamente un objeto de estudio que le sea propio a los estudios literarios al punto que amerite y permita la construcción de una Teoría. Sea, pues, el norte que tomen los estudios teórico-literarios latinoamericanos ellos deberían ganarse la atención del mundo académico con aportes estimables que supongan avances y no retrocesos que linden con el más lamentable anacronismo.

Bibliografía General

Bajtin, Mijail: Estética de la creación verbal.
Barth, John: La literatura de la plenitud (la novela posmodernista).
Bueno, Gustavo: El materialismo dialéctico.
Cándido, Antonio: Literatura y subdesarrollo.
Cornejo Polar, Antonio: Sobre literatura y crítica latinoamericanas.
------------------ Para una Teoría Literaria Hispanoamericana: a veinte años de un debate decisivo.
Culler, Jonathan: La poética estructuralista (el estructuralismo, la lingüística y el estudio de la literatura).
Eagleton, Terry: La función de la crítica.
Fernández Retamar, Roberto: Algunos problemas de la literatura hispanoamericana.
Florez, Ramiro: La dialéctica de la historia en Hegel.
García Canclini, Néstor: Consumidores y ciudadanos (conflictos culturales de la globalización).
Iser, Wolfgang: Estética de la recepción.
Kirn, Paúl: Introducción a la ciencia de la historia.
Mignolo, Walter: Elementos para una teoría del texto literario.
Palermo, Zulma: Estudios culturales y epistemologías fronterizas en debate.
Pozuelo Yvancos, José María: Teoría del lenguaje literario.
Rama, Ángel: El "boom" en perspectiva.
Raman, Selden: Teoría literaria contemporánea.
Senabre, Ricardo: Filología y ciencia de la literatura.
Uitti, Karl D.: La crítica literaria y la ciencia de la literatura en América.
Vattimo, Gianni: El Estructuralismo y el destino de la crítica.


Álvaro Sarco