Por BERTHA HERNÁNDEZ
El muerto había sido un hombre grueso, corpulento. No estaba tan fácil cortarle la cabeza, pero los dos soldados del 40 regimiento de la caballería carrancista tenían que cumplir las órdenes de su jefe, el general Guadalupe Sánchez: en esta ocasión, no bastaba con matar al perro; había que volver con las pruebas. Así que aquellos hombres descendieron por la barranca de Chavaxtla, en Veracruz, para recuperar los despojos del hombre al que, antes de pronunciar su nombre, Aureliano Blanquet, ya se le anteponía el calificativo de “traidor”.
EL HURACAN DE LOS CUARTELAZOS
Rápido había corrido el tiempo para ese, que ya era cadáver, entre 1913 y 1919: desde joven había el trajín diario del militar; poco a poco había ganado ascensos, y cuando la revolución maderista mandó al exilio a don Porfirio, él, como tantos otros, había conservado su puesto, e incluso logró progresar, ascender.