lunes, 16 de agosto de 2010

Su Excelencia el Buey: Tragicomedia presidencial de un país


Hidalgo siempre fue un escritor prolífico: cultivó la poesía, el libelo, la narrativa, y en sus últimos años, también, la dramaturgia. Hombre cosmopolita, moderno. Vivió la mayor parte de su vida en Buenos Aires, y su obra siempre estuvo enfocada hacia la experimentación artística, junto con el ataque a figuras del ambiente cultural y político, no solo nacional, sino también internacional. Escritor despiadado y valiente al decir lo que pensaba. No se amedrentaba frente a la indiferencia y el rechazo. Ante la posibilidad de ser callado o ignorado, contestaba con el improperio más inteligente y punzante.

Aunque duro, agresivo, y cruel en sus críticas, muchas de ellas maceraban la nostalgia por un país integrado y honesto. Expresaba un amor complejo, frente a un país pluriculturalmente problemático, desunido, indiferente. Se diría que a través de su obra conflictiva, Hidalgo siempre se propuso descubrir el “espíritu” del pueblo.

Mientras su trabajo adquiriría un mayor interés social, su expresión no dejó de apelar a esa crítica mordaz que lo caracterizó desde joven, la misma que en muchos casos recaló en la injuria o la calumniosa diatriba. Era un dulce escorpión de convicciones propias y sin bandera permanente. Ocasionando el escándalo, era como si padeciera el deseo incontrolable por remover a cualquier precio la modorra, la eterna abulia e indiferencia. Esa hipocresía y falta de conciencia nacional que tanto cuestionaba. Cuando Hidalgo llega al teatro, llamaría al suyo “Teatro distinto”, con aquel egocentrismo peculiar con sabor rioplatense: “Tiro por la borda, más audazmente que Sartré, que Ionesco y que Brecht, las normas del estilo convencional”.

La pieza de teatro Su excelencia el Buey se caracteriza por el humor, la sátira. Convoca el agravio, el lenguaje atrevido, todo lo cual, también, mueve a sonrisa.

Está enmarcada en un contexto nacional peruano del año 1965, en donde se representa -a partir de un hecho de reconocida y escandalosa existencia- la historia de un Presidente que sufre la demanda de divorcio más bochornosa, y que es tratada de una manera jocosa y paródica.

La obra está dividida en tres actos. El primero ocupa una sala de audiencia, donde la esposa replica las causales de separación y acusa al Presidente -delante del Magistrado y los respectivos abogados- de tener un carácter en extremo parsimonioso, lindante con la más absoluta indolencia. Además de no cumplir con sus obligaciones maritales, sometiéndola a una completa abstinencia sexual e inaudita apatía amorosa, debido a una monumental incompetencia en el desempeño amatorio. Motivos que la impulsaron a la infidelidad, situación que él mismo consentía y que ella estaba dispuesta a desenmascarar mostrando, incluso, su propio cuerpo al desnudo, para probar sus atributos ignorados por aquel gélido consorte, quién ante la primera exposición de las turgencias femeninas, bajaba inmediatamente sus párpados. A continuación, un pequeño fragmento:
Dr. Ronderos: -¿Quiere decir que niega el adulterio? Cecilia: -Claro que lo niego. Adulterio viene de adulteración y adulteración es falsificación, falseamiento de una cosa dada, engaño. Mi marido nunca fue engañado. No solamente conoció siempre el estado arbóreo de su frente sino que él mismo se la regaba para que fuese frondosa.[1]
Los diálogos están cargados de una trabajada ironía, de cierta dosis de sensualidad, en donde se critica la falta de hombría de la figura masculina, a la cual se le acusa de infértil, cucufata e hipócrita.

El segundo acto gira en torno a la confesión que el Presidente hace a su hija Casito sobre los pormenores de la infidelidad de su madre. Son diálogos truculentamente cómicos, patéticos y pícaros, en donde el Presidente narra los detalles y las razones del engaño. Cómo, por ejemplo, la esposa logró hacerle creer acerca de una inseminación “natural”, no artificial. La diferencia radicaba en que la primera, en contraste con la segunda, significaba que el donante fertilizaba a la usanza tradicional.

Finalmente, en el último acto, el Presidente, frente a sus Ministros, busca la manera de ahuyentar a la prensa tratando de ocultar el escándalo con las estrategias más disparatadas, propias de un gobierno que como bien lo diría el mismo Hidalgo en su prólogo, formaba parte ya de la “fauna presidencial”.

En el prólogo, Hidalgo expone que la tragedia está inspirada en la historia de un gobernante peruano contemporáneo, “al que durante su ejercicio del cargo su esposa le hubiera planteado una demanda de divorcio, sin piedad por sus cuernos ni miedo a su investidura. Yo he querido llenar este vacío animando una tragedia que es un dechado de realización por la alternancia de situaciones y el juego de matices psicológicos puestos en juego”.[2]

“El Presidente”, sería la cruel parodia del que fuera mandatario peruano por los años de 1965, líder del partido político Acción Popular e investido de una sólida moral católica. Acusado políticamente de ser extremadamente pasivo en sus resoluciones, debe recordarse, por ejemplo, que Belaúnde enfrentó, titubeante, intentos de expropiación a los latifundistas y a su vez la resistencia de los grandes terratenientes.

Para la opinión pública de aquellos tiempos, Belaúnde pecaba de irresoluto, sin la fuerza necesaria para romper con las viejas estructuras semifeudales del campo, y concentrándose en la construcción de obras públicas, lo que producía un gran descontento nacional. Belaúnde siempre fue un hombre cauto, de perfil bajo. Sumado a todo esto, hubo denuncias de que su gabinete estaba involucrado con el contrabando, todo lo cual, finalmente, produciría el golpe de estado del General Velasco, el problema de la “página 11”, y su necio enfoque petrolero. En medio de este contexto, Belaúnde enfrentó una demanda de divorcio, que ante el caos político, era el menor de sus problemas. La prensa especuló que los motivos fueron una infidelidad conyugal.

Ana Elena Costa Neyra
En la trama, los diálogos y el desenvolvimiento de los personajes poseen una intención peyorativa. Las paródicas acusaciones de Cecilia, personaje que encarna a la primera dama, se relacionan frecuentemente con el concepto de “cronotopo” desarrollado por Bajtín;[3] ya que al colocar un elemento grotesco dentro de un marco de espacio y tiempo -que nos resulta familiar y contemporáneo- es donde se produce un sentimiento burlesco. Así, Cecilia, cuenta al Juez que su esposo nunca la vio desnuda en veinte años de matrimonio, sino siempre cubierta por las sábanas nupciales. Entonces, la defensa la acusa de narcisista, a lo que el personaje responde:
Le diré doctor Ronderos, que viendo senos como los míos no hay ojos que no se sientan agasajados… Bien Doctor Ronderos juzgue por sí mismo (se desabrocha rápidamente la blusa y poniéndose de pie casi de un salto exhibe ante la grata estupefacción de los presentes las porcelanas de dos senos redondos, ni pequeños ni excesivos, de una blancura azulada y conmovedora, sobre los que resaltan los pezones color de durazno, apuntando como armas a los cinco sentidos de cuantos los contemplan).[4]
Por ser la parodia una categoría de naturaleza intertextual, el elemento referencial entra en diálogo con la liberalidad femenina de los años 60, que intenta imponer la visión de una mujer frenética, “desnuda”, sincera, contestataria, rebelde. Cuya voz de protesta se inicia a partir de su liberalidad sexual y la afirmación de su cuerpo. Siguiendo un postulado de Foucault: “Es el cuerpo en cierto modo el que da su ley al cuerpo”.

Los matices psicológicos -de los cuales hizo gala el autor-, son el reflejo de los caracteres oportunistas y seudo moralistas limeños. La conducta de los personajes cuestiona la tabla de valores de la época. La inmersión de Hidalgo en las costumbres sociales, lo lleva a cierto costumbrismo postmoderno que intenta encarnar la reflexión social a partir de la burla. Bajtín fue uno de los primeros en trascender al “yo individualista” e insertarlo en “yo social”. Decía que cada individuo es el reflejo de su ideología. La conducta de los políticos muestra el móvil del grupo minoritario ligado al poder. El típico egoísta, demagogo, que no piensa en conjunto, sino particularmente. El ser incoherente que predica una idea y realiza otra.

El género teatral tradicionalmente se ha caracterizado por no exigir demasiada cercanía de la obra con el lector. Algo que Hidalgo intenta transgredir. El tiempo y el espacio no reclaman un papel fundamental en la trama. El texto no daría pie a un espectáculo, sino como diría Hidalgo, “a una obra literaria, de donde resulta que el público debe ir a él para corregir sus gustos si no son altos, y no para sentirlos halagados, cuando son bajos”.[5]

Finalmente, diremos que el teatro de Hidalgo se planteó ambicioso, con deseos de experimentar. Lamentablemente, el dramaturgo surgió tardíamente en la existencia de un hombre de creatividad superlativa, prolífico, que hubiera necesitado más de una vida para concretar los proyectos que bullían en su mente.

En los últimos años, plantea nuevas formas discursivas, inspirado en el “ideal breachtiano” de alcanzar un teatro social que refleje la universalidad de las flaquezas humanas. El monólogo se le hace aburrido. Necesita una renovación que él encuentra con la intrusión de la “voz del otro yo”. Es una variación del monólogo interior, porque los pensamientos de los personajes, que deberían permanecer ocultos por ser de carácter personal y discreto, son detectados por los otros actores de manera imprecisa. Durante la reunión en la sala de despacho, “El Presidente” hace comentarios incisivos contra sus ministros y viceversa, monólogos que casi son percibidos como un susurro. Técnica narrativa que buscaría crear la atmósfera de corrupción que casi saturaba el ambiente. Su excelencia el Buey, pretende inmiscuirse en el clima político, representar satíricamente una vez más la habitual hipocresía de nuestros políticos, a un nivel cercano al realismo mágico, bajo una suerte de locura colectiva reflejada en la involuntaria expresión de los más oscuros secretos.


Ana Elena Costa Neyra

Referencias

[1] Alberto Hidalgo. Su excelencia el Buey. Buenos Aires, Ediciones del Carro de Tepsis, 1965, p. 23.
[2] Alberto Hidalgo. La vida es de todos. Buenos Aires, Ediciones del Carro de Tepsis, 1965, p. 9.
[3] Mijail Bajtín. Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus, 1989, p. 237.
[4] Ver Alberto Hidalgo, Su excelencia el Buey, p. 19.
[5] Ver Alberto Hidalgo, La vida es de todos, p. 9.