Al iniciarse la guerra [del Pacífico], Lima sobrepasaba apenas los cien mil habitantes. Según el testimonio de Ernest W. Middendorf en su obra "El Perú", en 1876 los pobladores eran 100,156, divididos en blancos, indios, negros, mestizos y chinos, destacando por su mayor volumen los primeros (2); se incluían en la raza blanca a 2,381 italianos, 957 franceses, 539 españoles, 320 alemanes, 362 ingleses, 213 norteamericanos, 84 austriacos, 60 portugueses y 48 de otras nacionalidades. Es de suponer que esta población con residencia en la capital en 1876 no había variado ostensiblemente al declararse la guerra pocos años después.
En el momento mismo de la contienda la población del Perú era de 2'720,000, de acuerdo a la información recogida en el "Directorio de Lima" que en la misma época editaron Enrique Elmore y R. L. Holtig, mientras Chile tenía 2'319,266 habitantes y Bolivia 1'987,352.
La capital, que con tanto sacrificio fue defendida en las trágicas jornadas de San Juan y Miraflores, poseía un ritmo de vida que por su adelanto y progreso le daba cierta prestancia en esta parte del continente americano.
Para tener una idea aproximada del movimiento económico de Lima es pertinente señalar que operaban en la ciudad ocho entidades bancarias: el Banco de Crédito Hipotecario, situado en el jirón Callao Nº. 54, en cuyo directorio figuraban personas de tanto relieve como Sebastián Lorente, Manuel María Gálvez, Enrique Witt y Pedro Correa y Santiago; el Banco Garantizador, en Huallaga 125, con Aurelio Denegri en la dirección; el Banco de Londres, Méjico y Sud América, que tenía en la gerencia a Edmundo Jansen y estaba ubicado en Carabaya Nº. 127; el Banco Mercantil, sito en el jirón de la Unión 216, cuyo gerente fue H. R. F. Jamenson; el Banco Nacional del Perú, cuyo directorio estaba presidido por Dionisio Derteano y quedaba en Lampa Nº. 99; el Banco del Perú, organismo conducido por Manuel Candamo, en Huallaga 148; el Banco de la Providencia, también, como el Garantizador, con Aurelio Denegri en el directorio: su local estaba en Unión 146; y, finalmente, el Banco Territorial Hipotecario, establecido en el jirón Callao Nº. 84; su director era José Manuel Cantuarias.
Lima era por consiguiente una ciudad de intensa vida económica y comercial. Para su época fue pletórica de actividad, con pequeñas industrias y reconocidos negocios de importación, como Duncan Fox, Gibbs y Co., Graham Rowe, Ludowieg, Ayulo y Co., Canevaro y Co., Figari e hijos, etc. Entre los industriales que ya en esa época luchaban por abrirse camino estaban Rodolfo J. Barton y Félix Leonard, productores de aguas minerales; tiendas de artículos norteamericanos -Crosby y Co., Davis Brthers y Dockendorf y Co., satisfacían la vanidad de los sectores sociales distinguidos, pero había también bazares comunes y corrientes, siempre surtidos, que eran administrados por italianos. Al citar algunos apellidos rindamos homenaje a su espíritu de trabajo: Alberti, Bacigalupo, Benvenutto, Brignardello, Campodónico, Castagneda, Casaretto, Corvetto, Chiappe, Derosi, Ferrari, Gagliardi, Lanatta, Machiavello, Mazzini, Migone, Nosiglia, Orézoli, Passano, Piaggio, Queirolo, Risso, Sanguinetti, Sessarego, etc.
La agencia telegráfica Anglo-Americana, que ofrecía una rápida comunicación, quedaba en Ucayali Nº. 71. Durante mucho tiempo, en medio de la angustia y el caos de la guerra, sería el lugar más visitado de la ciudad. El telégrafo era ya de uso antiguo en 1879, pues se estableció en el Perú el 23 de abril de 1857 entre Lima y Callao. Posteriormente fue ampliando sus líneas, alcanzando gran desarrollo. La oficina del cable submarino, en cambio, que recepcionaba y transmitía las noticias más allá de nuestras fronteras, había sido instalada en 1875. Tenía su sede en la calle Villalta. Era la Agencia Telegráfica Americana de Stuard (3).
Para alojar a los viajeros se disponía de veinte hoteles, entre los que merecen citarse al Americano y al Maury; en éste se reunieron en la segunda quincena de marzo de 1879, en conferencia secreta, el entonces Capitán de Navío Miguel Grau y el ministro chileno Joaquín Godoy, según versión que puede verse en el relato "El alma de Grau", del libro "Nuestros héroes" de Nicolás Augusto González publicado en 1903. La cita se realizó en el cuarto Nº. 5 y la presencia del futuro héroe de Angamos era extra-oficial, a título personal; guiaba al comandante del "Huáscar" el deseo de convencer a Godoy de interponer sus buenos oficios ante su gobierno para evitar la guerra. Pero los chilenos tenían ya trazado el camino hacia el Perú y nada ni nadie podía detener sus ambiciones.
Lima atrajo siempre a los extranjeros, incluso a chilenos como Benjamín Vicuña Mackenna, quien vivió en ella en 1860 y a la que dedicó encendidos elogios. Y es que en la ciudad -de viejas casonas de portones claveteados y ventanas de reja- se sentía aún, como diría Marcel Monnier años más tarde, "la poesía de los viejos recuerdos, la personalidad viviente que el tiempo da a las cosas". Pero el rostro de Lima no sólo era el balcón saledizo, las procesiones, la Plaza Mayor, las iglesias y sus bellas mujeres; Lima era también el Jardín Botánico y el barrio de los chinos, aunque "los hijos del Celeste Imperio" ya no usaran trenza; eran sus calles no siempre bien aseadas, los gallinazos -inmortalizados después en la literatura-, la baraúnda de sus mercados y las tiendas de los "bachiches", surtidas siempre, olorosas a café recién molido y a mantequilla provinciana. Así como gran número de heladerías como las de Broggi y hermanos y la de Tomás Capella.
Aquellos años que pertenecen a una época distante y superada, fueron captadas por los fotógrafos Rafael Castillo, Davey y Colmenares, Eugenio Courret y Emilio Garreaud. Era de moda tomarse fotografías especialmente en grupos familiares, lo que ha permitido conservar algo de ese mundo. En aquel entonces no se conocían las imágenes instantáneas, por eso la actitud de los personajes era siempre en pose, aparecían un tanto atildados, sin espontaneidad. El arte fotográfico era incipiente, pero aún así nos ha permitido conocer, además de los personajes, el paisaje de la campiña y perfiles de las ciudades; todo lo cual ha contribuido, sin proponérselo, al mejor conocimiento de la época.
En "El Comercio" del miércoles 2 de diciembre de 1863 apareció un aviso de gran interés, relacionado con la fotografía de Garreaud. Dice tener "los muebles más elegantes y los accesorios para poder retratarse de cualquier modo que se pueda imaginar". Contiene referencias a la luz, acondicionada especialmente para su arte, que permitía a las personas "salir con una expresión y un parecimiento que no deja nada que desear". Así o en forma similar fue también en los años que nos ocupa.
Plaza Mayor de Lima (S. XIX) |
El transporte entre la capital y el puerto se realizaba por ferrocarril, que ya en 1879 tenía data antigua, porque había sido inaugurado el 5 de abril de 1851 y se le conocía como el "ferrocarril inglés". El mismo sistema de comunicación se usaba para Lima y Chorrillos desde 1858. En cuanto a la ruta de la Sierra central, la línea férrea llegaba en 1879 al pueblo de Chicla, en el kilómetro 142.
Desde siete años atrás el Palacio de la Exposición, obra del presidente José Balta, a cuyo impulso se debe, en parte, la modernización de Lima, era un poderoso centro de atracción para gente del lugar y visitantes extranjeros. Fue levantado en terrenos que pertenecieron a los fundos San Martín y Santa Beatriz, así como a la huerta denominada de Matamandinga. La dirección estuvo a cargo de Manuel Atanasio Fuentes -"El Murciélago", personaje de destacada actuación en el ambiente periodístico y literario- y al parecer al término de lo que había sido sólo un proyecto, todos quedaron satisfechos. Fue, en realidad, una obra de arte con mármoles y mobiliario importados de Europa. Rodeado de jardines y árboles, en un ambiente apacible y acogedor, su inauguración se realizó el 1ro. de julio de 1872 en suntuosa ceremonia.
En aquellos tiempos Lima contaba con 47 boticas, 130 médicos y 7 dentistas, entre estos últimos el célebre Christiam Dam, de ideas muy liberales.
Habían numerosos analfabetos y mucha gente con instrucción rudimentaria; las escuelas primarias en número escaso, funcionaban en locales inadecuados, carentes de mobiliario y útiles de enseñanza. El panorama docente era desolador y por lo tanto la enseñanza elemental caminaba con pies de plomo, como puede comprobarse en la notable "Memoria y Guía Estadística" que sobre este asunto dio a conocer en 1875 Luis Benjamín Cisneros. Las personas ilustradas no eran mayoría, porque el problema educativo fue similar en la enseñanza secundaria. La cultura, tal como la entendemos ahora, orientada a todas las clases sociales sin excepción, se circunscribía a una élite. Sin embargo... Lima poseía ocho diarios; eran los siguientes:
"El Comercio", fundado en 1839 y dirigido en ese entonces por José Antonio Miró Quesada y Luis Carranza. "El Nacional", que apareció en 1865 y que conducían Cesáreo Chacaltana y Manuel María del Valle. "La Opinión Nacional", editada en 1873 por Andrés Avelino Aramburú, a quien Raúl Porras llamó "el periodista de la defensa nacional". "La Patria", que en 1871 hizo circular Federico Torrico hasta el 1ro. de junio de 1875 que fue asumida por los hermanos Dreyfus; el 21 de junio de 1878 adquirió el diario Pedro Alejandrino del Solar, quien se encontraba al frente de él en los trágicos días de la guerra.
Los otros diarios se llamaban "La Sociedad", periódico conservador surgido en 1870, acentuadamente clerical, cuya cabeza rectora fue monseñor Manuel Tovar; en las páginas de "La Sociedad" se practicaba, al decir de Raúl Porras, un "periodismo al margen de la vida". Otro vocero fue "La Tribuna", aparecido un año antes de la contienda, dirigido por Luis Faustino Zegers y el chileno Rafael Vial, que desapareció de la escena del periodismo peruano por razones obvias. "La Tribuna" reabrió sus puertas después de la ocupación, como sucedió con la mayoría de los periódicos limeños. En cuanto a "El Peruano", órgano oficial del gobierno y decano de la prensa nacional, era dirigido por el médico José Casimiro Ulloa. Basadre afirma que circuló también "El Independiente" -que no hemos logrado revisar-, lo que sumado a los ya mencionados nos da una idea de la profusión y facilidad con que se editaban periódicos. Cada uno de ellos, en las horas trágicas de la guerra, informó extensamente de la evolución de la misma; debe decirse, sin embargo, que ninguno fue censurado y que algunos llegaron a la exaltación de un patriotismo mal entendido.
El cuerpo diplomático acreditado en la capital fue testigo del calvario de sus habitantes durante la ocupación. El representante argentino era José E. Uriburu; Jorge de Tezanos Pinto el comisionado del Salvador; de Italia Juan B. Viviani; del Ecuador Miguel Ríofrío; de Francia E. de Vorges; de Estados Unidos de Norteamérica J. P. Christiancy; de Inglaterra Spencer Saint John; de Alemania H. Gramatzki; de Brasil Julio H. de Mello y de España Enrique Vallés.
Representaciones teatrales en el "Principal", corridas de toros en la plaza de Acho, paseos a la pampa de Amancaes y a la hacienda Villa, reuniones en los clubes sociales y veladas en las casas particulares, donde la charla y el intercambio de ideas se matizaba con música de grandes pianos importados de Europa, que antes habían sido comunes y corrientes en la ciudad; todo ello fue desapareciendo a causa de la guerra. Profesionales -médicos, abogados, ingenieros- y estudiantes universitarios se confundieron con los obreros de las factorías y los estibadores de los muelles, con los campesinos y los trabajadores de los más diversos oficios, en un sólo propósito, el de arrojar al enemigo, vencerlo, defender el suelo patrio. Todos lucharon y muchos cayeron para siempre.
En cuanto a los balnearios, Ismael Portal ha evocado, en su libro "Del pasado limeño", las horas inolvidables del verano en Chorrillos, con las retretas dos veces por semana en el malecón, ofrecidas por las bandas de los batallones "Zepita No. 2" y "Ayacucho No. 3"; las tardes pasadas en el "Hotel de la Estación" o en el "Hotel Pedro", donde los mayores bebían cerveza y jugaban rocambor, ajedrez, damas o billar; y, en fin, las procesiones de Semana Santa y de San Pedro. La afluencia de público era constante, pues en la temporada veraniega el tren hacía viajes entre el balneario y Lima hasta siete veces por día. Era el tiempo de la "sopa teóloga", el cebiche y el "puchero"; de las residencias o "ranchos" de familias aristocráticas y pudientes; de los carruajes, de la tertulia amena y chispeante, y del dejar transcurrir los días en sosiego.
Especial interés tienen, al respecto, las bellas palabras que sobre Chorrillos escribió Ricardo Dávalos y Lissón, muerto tempranamente en Alemania, a los 25 años de edad, en 1877. En el libro titulado "Artículos literarios", impreso por su hermano Pedro en 1915 y años después, en 1925, bajo el rubro "Lima de antaño", se encuentran párrafos dedicados a exaltar el Chorrillos de 1875, que nos presenta un balneario de lujosas residencias, de gente adinerada, de fluir de riqueza; todo lo cual fue arrasado por los chilenos en enero del 81.
Era la primera época del pujante "Club Regatas Lima", fundado el 26 de abril de 1875, muchos de cuyos socios -alegres y jocundos en el diario vivir, no siempre ajenos al trajín político- vestirían el uniforme del soldado al llegar a la guerra, dejando atrás para mejores tiempos -que nunca llegarían- las horas de tertulia y de competencias en el mar. Algunos cayeron heridos, como Domingo Valle Riestra, el más joven de todos, a bordo del legendario "Huáscar", o como Alfonso Pezet, quien recibió honrosa herida en Tarapacá, con la satisfacción de haber contribuído a nuestra victoria. Otros ofrendaron su vida por la patria, como Hernando de Lavalle, Felipe Valle Riestra, Alberto del Campo, Ernesto Plasencia, Armando Castañeda, Manuel Dañino y muchos más, cuyas biografías aparecieron en los periódicos y revistas después de la contienda.
Evaristo San Cristoval publicó en los diarios de Lima documentados artículos sobre el balneario, que reunió luego en su libro "Grandeza y Esplendor de Chorrillos", editado en 1949. De Chorrillos, así como de Miraflores y Barranco, se ocupó también otro gran escritor limeño: Pedro Paz Soldán y Unanue (Juan de Arona), en un libro impreso en 1894: "Descripción de los tres principales balnearios marítimos que rodean a Lima", lleno de evocaciones, como los anteriores, para mostrarnos cómo eran antes del conflicto bélico. Igualmente es de sumo interés, sobre el particular, la obra del fino escritor Luis Alayza y Paz Soldán "Historia y romance del viejo Miraflores". Son páginas que nos muestran un pasado pleno de pujanza y esplendor, de costumbres y tradiciones, de vida y peculiar colorido, que el huracán devastador de la guerra hizo desaparecer como hojas que se lleva el viento...
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Notas:
(1) Jorge Arias Schreiber Pezet / Manuel Zanutelli Rosas: Médicos y farmacéuticos en la Guerra del Pacífico. Colección documental de la Historia del Perú (1879-1884). Lima - 1979. Págs: 1-8.
(2) La distribución era la siguiente: blancos, 42,694; mestizos, 23,120; indígenas, 19,630; negros, 9,088 y chinos, 5,624.
(3) Véase: Clavero, José G.: Demografía de Lima, editada en 1885. Según el diario "La Patria", del 10 de enero de 1879, la oficina del cable submarino quedaba en la plazuela de San Juan de Dios.
Representaciones teatrales en el "Principal", corridas de toros en la plaza de Acho, paseos a la pampa de Amancaes y a la hacienda Villa, reuniones en los clubes sociales y veladas en las casas particulares, donde la charla y el intercambio de ideas se matizaba con música de grandes pianos importados de Europa, que antes habían sido comunes y corrientes en la ciudad; todo ello fue desapareciendo a causa de la guerra. Profesionales -médicos, abogados, ingenieros- y estudiantes universitarios se confundieron con los obreros de las factorías y los estibadores de los muelles, con los campesinos y los trabajadores de los más diversos oficios, en un sólo propósito, el de arrojar al enemigo, vencerlo, defender el suelo patrio. Todos lucharon y muchos cayeron para siempre.
En cuanto a los balnearios, Ismael Portal ha evocado, en su libro "Del pasado limeño", las horas inolvidables del verano en Chorrillos, con las retretas dos veces por semana en el malecón, ofrecidas por las bandas de los batallones "Zepita No. 2" y "Ayacucho No. 3"; las tardes pasadas en el "Hotel de la Estación" o en el "Hotel Pedro", donde los mayores bebían cerveza y jugaban rocambor, ajedrez, damas o billar; y, en fin, las procesiones de Semana Santa y de San Pedro. La afluencia de público era constante, pues en la temporada veraniega el tren hacía viajes entre el balneario y Lima hasta siete veces por día. Era el tiempo de la "sopa teóloga", el cebiche y el "puchero"; de las residencias o "ranchos" de familias aristocráticas y pudientes; de los carruajes, de la tertulia amena y chispeante, y del dejar transcurrir los días en sosiego.
Especial interés tienen, al respecto, las bellas palabras que sobre Chorrillos escribió Ricardo Dávalos y Lissón, muerto tempranamente en Alemania, a los 25 años de edad, en 1877. En el libro titulado "Artículos literarios", impreso por su hermano Pedro en 1915 y años después, en 1925, bajo el rubro "Lima de antaño", se encuentran párrafos dedicados a exaltar el Chorrillos de 1875, que nos presenta un balneario de lujosas residencias, de gente adinerada, de fluir de riqueza; todo lo cual fue arrasado por los chilenos en enero del 81.
Era la primera época del pujante "Club Regatas Lima", fundado el 26 de abril de 1875, muchos de cuyos socios -alegres y jocundos en el diario vivir, no siempre ajenos al trajín político- vestirían el uniforme del soldado al llegar a la guerra, dejando atrás para mejores tiempos -que nunca llegarían- las horas de tertulia y de competencias en el mar. Algunos cayeron heridos, como Domingo Valle Riestra, el más joven de todos, a bordo del legendario "Huáscar", o como Alfonso Pezet, quien recibió honrosa herida en Tarapacá, con la satisfacción de haber contribuído a nuestra victoria. Otros ofrendaron su vida por la patria, como Hernando de Lavalle, Felipe Valle Riestra, Alberto del Campo, Ernesto Plasencia, Armando Castañeda, Manuel Dañino y muchos más, cuyas biografías aparecieron en los periódicos y revistas después de la contienda.
Evaristo San Cristoval publicó en los diarios de Lima documentados artículos sobre el balneario, que reunió luego en su libro "Grandeza y Esplendor de Chorrillos", editado en 1949. De Chorrillos, así como de Miraflores y Barranco, se ocupó también otro gran escritor limeño: Pedro Paz Soldán y Unanue (Juan de Arona), en un libro impreso en 1894: "Descripción de los tres principales balnearios marítimos que rodean a Lima", lleno de evocaciones, como los anteriores, para mostrarnos cómo eran antes del conflicto bélico. Igualmente es de sumo interés, sobre el particular, la obra del fino escritor Luis Alayza y Paz Soldán "Historia y romance del viejo Miraflores". Son páginas que nos muestran un pasado pleno de pujanza y esplendor, de costumbres y tradiciones, de vida y peculiar colorido, que el huracán devastador de la guerra hizo desaparecer como hojas que se lleva el viento...
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Notas:
(1) Jorge Arias Schreiber Pezet / Manuel Zanutelli Rosas: Médicos y farmacéuticos en la Guerra del Pacífico. Colección documental de la Historia del Perú (1879-1884). Lima - 1979. Págs: 1-8.
(2) La distribución era la siguiente: blancos, 42,694; mestizos, 23,120; indígenas, 19,630; negros, 9,088 y chinos, 5,624.
(3) Véase: Clavero, José G.: Demografía de Lima, editada en 1885. Según el diario "La Patria", del 10 de enero de 1879, la oficina del cable submarino quedaba en la plazuela de San Juan de Dios.