Por Carlos García (Hamburg)
La Dra. Ivonne Bordelois,
cuya gama de intereses incluye autores tan dispares como Ricardo Güiraldes y
Alejandra Pizarnik, propone con el volumen aquí comentado un interesante estudio
de las complejas relaciones entre Borges, Güiraldes y Lugones.
Anticipos de las tesis básicas refrendadas en el libro aparecieron en Cuadernos Hispanoamericanos
585 (Madrid, 1999) y en La Nación (Buenos
Aires, 25 de abril de 1999).[2]
El tema del libro
está bien elegido, ya que se cifra en ese triángulo una trascendente época de
la literatura argentina. Se notaba ya, por lo demás, la falta de un estudio
meduloso acerca de las cambiantes relaciones entre Borges y Güiraldes, y la
contradictoria actitud de Borges ante Lugones no había llamado menos
la atención.
El trabajo, cuya
materia fuese objeto de un Seminario de Doctorado en la Universidad de Buenos
Aires, presenta una plausible y amena reconstrucción de época, escandida en
tres partes: la primera estudia la relación entre Güiraldes y Borges; la segunda,
la consagración de Güiraldes y el silenciamiento de Borges por parte de
Lugones; la última, la “canonización” póstuma de Lugones por Borges y
el giro que éste daría en desmedro de Güiraldes.
Simplifico aquí el
esquema con que Bordelois reconstruye la complicada relación entre los
tres autores:
Borges, quien
apreciaba a la persona Güiraldes, se alía con éste a fin de introducir sus
respectivas obras en el campo literario de la época, desplazando a Lugones.
Los ataques de Borges
a Lugones, a su vez, habrían predispuesto a éste contra Borges.
Al aparecer,
casi simultáneamente, en julio de 1926, Don Segundo Sombra y El
tamaño de mi esperanza, Lugones habría encontrado la manera de
poner a Borges en su lugar: mediante una reseña elogiosa y en sitio
preponderante, Lugones da a Güiraldes el espaldarazo, y anonada con su
silencio el libro de ensayos publicado por el joven adversario.
Bordelois presenta
sus resultados en un estilo ameno y accesible. El estudio contiene varios
aciertos, pero también algunos errores de hecho o de interpretación.
Ninguno de ellos es grave por separado, pero la suma da una imagen diferente
del asunto en cuestión, y suscita graves dudas acerca de la documentación
manejada.
El error menos
trascendente: según Bordelois (p. 35), “el 15 de julio [de 1924] se conocen
Güiraldes y Borges en la inauguración de Amigos del Arte, cuyo presidente
es Manuel Güiraldes” (padre del escritor).
Sin embargo, Borges
arribó recién cuatro días más tarde a Buenos Aires, procedente de Europa (El Diario porteño del 19-VII-24 menciona
a “J. Borges y familia” entre los pasajeros del “Orania”; cf. A. Vaccaro:
Georgie. Buenos Aires, 1996, 241).
También una nota
de Güiraldes en su Diario inédito,
de comienzos de agosto de 1924, afirma que éste había conocido a Borges
pocos días antes, es decir, hacia fines de julio.
Por cierto, Güiraldes
y los padres de Borges estaban ya en contacto, cuando menos, desde hacía
tres años, lo cual Bordelois parece ignorar.
Ello explica, por
un lado, que subsista entre el material póstumo de Borges una edición del Cencerro de cristal (1915) con dedicatoria
del autor, fechada en 1921, así como la existencia de ejemplares de ambos
números de la revista mural Prisma
(1921-1922) con sendas dedicatorias de Borges a Güiraldes.
La relación
entre los padres de Borges y Güiraldes debe haber influído, además, para que
aquél planeara incluir poemas de Güiraldes en “La lírica argentina contemporánea”
(1921; TR 132-141),[3] plan que surge de
su correspondencia inédita y que no se concretó, imagino, por razones
ajenas a Borges.
Otros errores, más
graves, proceden de una práctica difundida, que ha desbarrado ya otros
trabajos sobre la poesía de Borges: me refiero a la mala costumbre de citar
obras suyas por ediciones tardías, sin considerar que éstas aducen numerosas
variantes en relación con las primeras.
En el caso de Luna de enfrente, que interesa a Bordelois
en relación con el criollismo de Borges, la edición original hubiera sido
más favorable a su tesis que la elegida.
Pero su afán por
relacionar el criollismo de Borges con Güiraldes, aunado al desconocimiento
de las ediciones princeps, hace decir
a Bordelois (p. 46): “[en Luna de enfrente]
es la primera vez que Borges habla de guitarras en su poesía”.
El aserto es
erróneo: ya en Fervor de Buenos Aires (1923),
el término “guitarra(s)” aparece cinco veces, y un poema, suprimido
recién a partir de 1966, llevaba por título “La guitarra”.[4]
La relación entre
Borges y Lugones fue realmente complicada y hasta contradictoria; ello
es comprensible si se tiene en cuenta el enorme peso de la figura pública
de Lugones y la ansiedad del joven Borges por alcanzar reconocimiento.
Como representante
de una escuela anterior, Lugones era un contrincante de Borges y sus amigos;
por otro lado, era un punto de referencia, un faro ineludible en el mundillo
literario y en el incipiente campo intelectual. Algunas citas lo
certifican:
En una carta de
1922, Borges llama a Lugones “el mayor taita literario de aquí”.
En su contestación
a “Nuestra encuesta sobre la nueva generación literaria”, Borges dice (Nosotros 44, 168, mayo 1923; TR 390):
Mis entusiasmos son ortodoxos. Entre los santos de mi devoción cuento a Capdevila, a Banchs y señaladamente a nuestro Quevedo, Lugones.
En carta inédita
del 10-VIII-23, Borges anota: “una página de Cansinos Assens o de Lugones
equivale a la obra total de [Pedro] Garfias...”.[5]
En una versión de
“Examen de metáforas”, compuesta entre fines de 1923 y comienzos de 1924 en
Europa, y no entregada por él a la imprenta, Borges anota:
Góngora, escandaloso profesor de falacias, comenzó el aprovechamiento de las coincidencias formales [...] al afirmar: ‘Los arados peinan los agros.’ Artimaña que alcanzó luego su más plenaria reducción al absurdo en versos numerosos del axiomático Lunario sentimental de nuestro Quevedo, Lugones.
Y en carta inédita
de enero de 1924, Borges relata: “En la maleta traigo los Sueños de Villarroel y el Libro
de los Paisajes de Lugones”, y agrega que “entrando a saco en ellos”,
hallará tantas metáforas como para hacer “dos poemarios creacionistas” –
ahora una pulla contra Huidobro y sus seguidores.
Puede afirmarse
que en todos los testimonios del joven Borges, cuando menos hasta 1925,
resuena su admiración por Lugones. Es difícil precisar cuándo comenzó ese período, pero puede constatarse lo siguiente:
cuando la familia Borges marcha a Europa en 1914, lleva consigo un ejemplar del
Lunario sentimental (1909). Contiene numerosas
notas de Borges y, entre ellas, esbozos de sonetos a la manera lugoniana, que
podrían ser de 19181-1919.
En vista de esa
devoción, no extraña que, a pesar de ya no compartir su poética, el joven Borges
lo visitara a menudo para mostrarle sus obras: aparte del testimonio tardío
del mismo Borges, hay dos coetáneos, de una visita en conjunto con Eduardo
González Lanuza, que tuvo lugar el 27-III-22. En esa ocasión, ambos ofrecieron
a Lugones ejemplares de la flamante revista Prisma
1 y 2, y se enredaron con él en una discusión acerca de la rima.
El último trabajo
de la década del veinte sobre Lugones será la despectiva reseña del Romancero (Inicial 9, enero 1926; Tamaño
1926: 102-106).
Borges no volverá
a dedicarle un ensayo a Lugones hasta su muerte en 1938 (aunque alude
cifradamente a él, como cordobés, al final de su respuesta a la encuesta de Crítica sobre el gaucho).[6]
Si bien es cierto
que El tamaño de mi esperanza no
recibió comentarios de peso, el silenciamiento de Borges por parte de Lugones
no era nuevo; de hecho, éste nunca escribió expresamente sobre aquél.
Lo nuevo, si
acaso, es el comentario positivo y en lugar prominente que Lugones dedica a
Güiraldes, ayudando así, como bien ve Bordelois, al éxito de Don Segundo Sombra.
Debe considerarse,
sin embargo, que la editorial regenteada por Evar Méndez había preparado
la aparición de la novela con un magno despliegue publicitario, que incluyó
anticipos en Martín Fierro y una
ingente tirada. Lugones era accionista de Martín
Fierro y veía con simpatía los proyectos de Méndez, quien era ferviente
admirador suyo.[7]
Por lo demás, y
esto es decisivo:
El Borges que se
repartiera con Güiraldes la pampa y el arrabal no es el prosista de Tamaño,
sino el poeta que publica a fines de 1925 Luna
de enfrente y que planeaba ya, desde diciembre del mismo año, Cuaderno San Martín (que vería la luz recién
en 1929).
El terreno que
Borges disputaba a Lugones, y sobre el cual versaba su desacuerdo, no era la prosa, sino la poesía – fácil
constatación que refuta el esquema propuesto por Bordelois.
Por mi parte, ubicaría
el cisma entre Borges y Lugones hacia abril de 1925. En una carta de lector (“De
la dirección de Proa”: Nosotros 49, 191, abril 1925; TR 207), Borges refuta imputaciones
hechas a la revista que él co-dirigía con Güiraldes, Brandán y Rojas Paz:
Lo que sí juzgo inexplicable en el arranque de Villoldo es su cuádruple afirmación de que Proa ‘suscribe con peregrina complacencia las temerarias divagaciones políticas’ que gesticula don Leopoldo Lugones. ¿Basta el solo hecho de que Proa, revista puramente literaria, no haya atacado hasta hoy la bravuconería del cordobés, para que la declaren cómplice suya? ¿No es esto una injusticia? [...] Yo quiero agradecerle a Lugones el habitual deleite que El Solterón y la Quimera Lunar y alguna estrofa suelta (El jardín con sus íntimos retiros - dará a tu alado sueño fácil jaula) siempre me regalaron; pero ni sufro sus rimas ni me acuerdo del tétrico enlutado ni pretendo que sus imágenes, divagadoras siempre y nunca ayudadoras del pensar, puedan equipararse a las figuras orgánicas que muestran Gómez de la Serna y Rafael Cansinos Asséns.
La dirección de Proa, a su vez, se distanciará del
reproche de ser un “ejército fascista capitaneado por Lugones”, en una
carta publicada poco después en sus propias páginas (TR 205).
Es éste, sugiero,
el trasfondo ante el cual debe leerse el feroz ataque de Borges a Lugones en Inicial, con ocasión del Romancero: la necesidad de apartarse de
la nociva sombra del politizado Lugones. De ahí, también, la mención
desdeñosa en una entrevista de mayo de 1926 (TR 390-391): “En ese anteayer, no había atardeceres, había
crepúsculos; [...] no había poetas, había Díaz Romero y Lugones.”
Tras el alucinado
encuentro de 1960, en el que Borges cifra su reconciliación con la figura
imponente del admirado contrincante, y tras sus despistes políticos, puede
sorprender que adjudique a Borges motivos de esa índole para distanciarse de
Lugones a mediados del 20. Recuérdese, sin embargo, que es la etapa más politizada
de Borges, que lo llevará a apoyar activamente la candidatura de Yrigoyen
en 1928 – actividad paralela a la tarea compartida con Lugones en la fundación
y dirección de la Sociedad Argentina de Escritores.
Por lo demás,
aduzco esa última hipótesis menos por convicción que para mostrar que los documentos
pueden ser leídos de manera diferente a la propuesta por Bordelois. Pero es
aquí donde veo el mayor mérito de su libro: pone de nuevo sobre el tapete,
con buenos materiales y una hipótesis ingeniosa, una cuestión que merece
ser discutida.
(Hamburg, 1999 / mayo de 2014)
[1] La versión original de este
trabajo apareció bajo el título “Ivonne Bordelois: Un triángulo crucial: Borges, Güiraldes, Lugones. Eudeba, 1999”
en Variaciones Borges 9, Aarhus, enero
de 2000, 255-258. La presente versión, ligeramente corregida y aumentada,
es de mayo de 2014.
[2]
Otros trabajos de la autora: Genio y figura
de Ricardo Güiraldes (1966, 21998), El Alegre Apocalipsis (1995), Correspondencia
Pizarnik (1998).
[3] TR: Jorge Luis Borges. Textos
recobrados, 1919-1929. Buenos Aires: Emecé, 1997.
[4] Discutible es también la versión que Bordelois da de la
relación entre Borges y Valery Larbaud, que la autora sobreestima. Es cierto
que Larbaud felicitó a Borges, a quien consideraba un epígono de Güiraldes,
por intermedio de éste, pero la cita de su carta (p. 47) obvia los atinados
comentarios del receptor: la apreciación de Larbaud era errónea, y
Güiraldes lo supo. En carta no enviada a Guillermo de Torre, del 27-VI-25,
Güiraldes anotó: “esas ideas no se debían en modo alguno a influencia
ejercida por mí (como lo sospechaba Larbaud en cuanto a Borges, tan distinto),
sino que habían fructificado solas, como una necesidad del momento.”
Por lo demás, Borges no apreció la obra de Larbaud, a quien llamará despectivamente
“minor poet” en la década del 30; su opinión de mediados del 20 era aún
peor; en alguna carta inédita se mofa de los “consejos hispanófilos” de
Larbaud.
[5] En
el marco de la misma encuesta (p. 282), Guillermo Juan [Borges] llama
“Nulario sentimental” al Lunario de
Lugones, bufonería atribuida en general a Borges, quien la utilizaría
recién en 1926 en forma escrita (TR
207). Pedro Garfias era un poeta español, compañero de Borges en la gesta
ultraísta; se conocieron en marzo de 1920 en Madrid.
[6] Cf. Carlos
García: “Borges y el 'endiosamiento de Hernández'”: Variaciones Borges 8, Aarhus, 1999, 186.
[7] Cf. Carlos García: “Evar Méndez y el final de Martín Fierro: leyendas y verdades”: Esperando a Godot 6, Buenos Aires,
agosto de 2005. Martín Greco: “Entre el modernismo y la vanguardia: Evar
Méndez (1885-1955)”: Badebec. Revista
del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria 2, 4, Rosario, marzo
de 2013, 1-37. En 2015 saldrá el siguiente volumen: Carlos García / Martín
Greco: La ardiente aventura. Cartas y documentos
inéditos (1907-1955) de Evar Méndez, director del periódico ‘Martín Fierro’.