Carlos García
(Hamburg)
En presentación por demás
sobria (tapa negra, letras blancas), llega a mis manos el volumen 418 de la colección
Baños del Carmen, de Ediciones Vitruvio, serie en la que ya figuran poemarios
de Neruda, Whitman, García Lorca, Rilke, Cernuda, Miguel Hernández y otros
autores de merecido renombre.
Es un volumen delgado, de unas
60 páginas, pero denso como pocos que conozca. El poemario de Davina Pazos (su
tercero, hasta donde alcanzo a ver), es una cosa seria, medulada. Davina Pazos
es obviamente poeta, con todas las letras y en mayúscula. Veamos por qué.
La autora adopta en su enorme
librito una perspectiva inusual: la voz poética pertenece consistentemente a un
hombre. Para colmo, a un hombre ya muerto. Muerto y enamorado.
Sólo por este arrojo, por esta
valiente decisión debería premiarse a Pazos. Pero hay más. Esa voz del muerto
habla a la mujer que quiso en vida y aún quiere desde la muerte. ¡Y cómo!
No va en desmedro de la autora
decir que se percibe en su libro un eco del Pedro Salinas de La voz a tí debida. También hay en Voces algo del Miguel Hernández de la
“Elegía” y hasta del Quevedo de “Amor constante más allá de la muerte” – magnos
nombres al tratar de Eros y de Tánatos.
La obra consta de XXVIII
piezas en verso libre. Juntas, conforman lo que yo llamaría una novela onírica,
inventando si fuese necesario ese género. No son poemas esas piezas, a mi
entender, sino conforman juntas un largo poema polifacético, que se acerca a su
tema desde diversas perspectivas.
No hay ni una sola página en
el libro en la cual no puedan subrayarse bellezas, logros breves, pero
inmensos, de sabiduría erótica o de conocimiento de la vida.
Es grande la tentación de
citar varios pasajes, pero sería una injusticia estética reproducirlos fuera de
contexto: se comprenden y gozan mejor en su sitio en el libro, cuyo único
defecto es la brevedad.
Para muestra, sólo reproduzco completa
la primera escanción:
IAbandono la muertepara verte dormida,amanecer contigo,y tocarte las puntas de los dedoscuando a tientas me buscasen mi lugar de siempre,en tu costado,el punto donde existocon este traje nuevo,y este nuevo sentido que adivinacuando estás más sin tique ayer,que nunca.Estabas como nunca,me acuerdo de ese día,el llanto te quedabaigual que unos brillanteserguidos en el rostro.Me enterrabas llorando,te miraba y decíaes mi mujer,la que ha venido iluminadade tristeza,la que dice mi nombre y no consigueabrir los labios.La que duerme el horror de sepultarme.
A partir de allí, la
intensidad va in crescendo. Una vez aceptada esa magia inicial, el resto parece
lo más natural del mundo, gracias al buen hacer de la autora.
No puede dejar de admirarse cuan
bien le resultan a Pazos los apasionamientos desde el punto de vista del
hombre. Sus declaraciones de amor y deseo no son “femeninas” (sea ello lo que
fuere), sino pertenecen muy plausiblemente a un hombre, como podría mostrarse
analizando las imágenes, las metáforas, las alusiones.
Todo el libro está hecho con
gran consistencia y premeditación: obra creada en todo detalle, no surgida al
azar o por inercia de la costumbre idiomática o de los clichés psicológicos o
sociales. Un libro intencionalmente poco a la moda, porque no quiere ser
actual, sino apenas ser, intemporalmente ser. Y lo logra con elegancia.
En suma: Voces nos deja con ganas de leer más cosas de la misma poeta.
(Hamburg,
26-VI-2014)