Carlos García (Hamburg) [carlos.garcia-hh@t-online.de]
Platón y los poetas
Si es cierto, como reza un antiguo dicho, que todos los hombres son seguidores de Platón o de Aristóteles, yo me inscribo sin titubeos en la descendencia del segundo, pero no sin protestar que nada nos obliga a tomar partido en esa dicotomía probablemente falsa.
Menciono mi preferencia personal, sin embargo, para que se mida el alcance del descubrimiento del cual daré cuenta en esta glosa.
Al tratar sobre las relaciones entre Platón y la literatura, es insoslayable echar una mirada al comienzo del libro X de La República. Según las interpretaciones al uso, Platón nos aconseja allí la exclusión de la poesía (y de la literatura) de la ciudad ideal.
Una mirada reposada al texto original o a una versión más o menos fidedigna nos muestra que Platón dijo algo ligera, pero decisivamente distinto (sigo la traducción de José Antonio Miguez):
“No ha de admitirse en modo alguno en la ciudad poesía de tipo imitativo. [...] [Las obras de los poetas trágicos] parecen constituir un insulto a la sensatez de los que las oyen, cuando estos no poseen el antídoto conveniente para ellas; esto es, el conocimiento de lo que en realidad son.”De las frases citadas surge nítidamente, a mi entender, que es apresurado achacar a Platón el querer prohibir la literatura en general. Se trata, meramente, de condenar la literatura mimética, que permite al receptor confundir literatura y vida, sin darle los elementos que le permitan juzgarla desde fuera, como obra de arte.
En cierto sentido, Platón aboga pues, para mi propia sorpresa, por una literatura deshumanizada, moderna (no caeremos en el basto error de hablar de postmodernismo), cerebral, vanguardística.
Platón, como nosotros hoy, abominaba avant la lettre de las telenovelas, de Isabel Allende y de otras calamidades más innombrables. Le hubieran gustado, infiero, los textos autoexplicativos de Macedonio o los oníricos de Felisberto...
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