Por Dante Bobadilla Ramírez
Lo que ocurre en Venezuela en estos días y desde hace una década y media es simplemente una vergüenza. No hay otra manera de calificarlo. Es una vergüenza en muchos sentidos y no solo para América Latina sino hasta para la humanidad en pleno, pues se trata una vez más de la claudicación de la razón, la exaltación del delirio, el triunfo de la prepotencia, la majadería del totalitarismo con toda su arrogancia, cinismo y estupidez. Y además de todo eso, Venezuela es hoy, como lo fue Cuba en el siglo pasado, el empeño más burdo de cierta intelectualidad para justificar el caos y la sinrazón en aras de un ideal utópico que agoniza en el desastre más patético.
Podemos
señalar las razones puntuales por las que Venezuela es una vergüenza. Lo es en
primer lugar porque se trata de otro régimen de oprobio que, desde sus orígenes
con Hugo Chávez, se fundó exclusivamente en la prepotencia personal y
totalitaria de un clásico personaje mesiánico y delirante. El régimen de Hugo
Chávez no fue más que simple voluntarismo autoritario y narcisista de un típico
líder todopoderoso, uno de esos típicos dictadorzuelos latinoamericanos y
caribeños tantas veces retratados por la literatura latinoamericana, y de los
que vanamente pensamos que nos habíamos librado ya y que eran cosa del pasado.
Pero no. Latinoamérica y el Caribe son tierras fértiles para el surgimiento de
esta clase de líderes de pacotilla que a base de retórica encendida, posturas
retadoras y con la misma lógica barata de luchar contra los tradicionales
fantasmas señalados por la charlatanería de la izquierda, son capaces de llevar
a todo un pueblo a la debacle. Realmente nos avergüenza que Latinoamérica no
haya superado esa trágica costumbre de caer en los embustes de un titiritero.
En
segundo lugar, Venezuela es una vergüenza porque siendo uno de los países más
ricos del planeta ha sido llevado irresponsablemente a la ruina económica, precisamente
por los delirios y caprichos ideológicos de Hugo Chávez, quien a despecho de
las enseñanzas de la historia, pretendió reinventar el fracasado socialismo
tomando como modelo nada menos que la miseria cubana. El absurdo camino de la
estatización compulsiva de empresas no obedecía a estrategia económica alguna
sino a las locuras y caprichos del dictador. El montaje de industrias
socialistas y la elección de aliados comerciales tampoco se fundaba en razones
económicas y ni siquiera en la racionalidad sino en meras afinidades
ideológicas. Todo lo que regía en la mentalidad de Hugo Chávez era un
antiamericanismo enfermizo que lo llevaba a buscar aliados entre la escoria más
raleada del planeta.
La
inmensa riqueza petrolera de los venezolanos fue simplemente saqueada por el
régimen de Hugo Chávez, quien luego de apoderarse de PDVSA se dedicó a regalar
petroleo para formar su grupo de países adeptos. Los fondos públicos de
Venezuela, aparentemente infinitos, se despilfarraban en toda clase de
proyectos disparatados a sola firma del dictador. La economía de Venezuela se
sujetó a la voluntad de una burocracia corrupta e inepta que se hizo cargo de
todo gracias a una de las leyes más absurdas de la historia y de la economía:
la ley de costos y precios justos. La consecuencia de más de 1700 empresas
estatizadas, miles de fincas enajenadas, casi diez mil empresas cerradas por
voluntad propia a falta de posibilidades de subsistencia, generó la pavorosa
situación de desabastecimiento que hoy padecen los venezolanos.
En
tercer lugar, Venezuela sigue siendo una vergüenza para la clase intelectual
porque aun hay una amplia legión de escribas defendiendo el desastre
bolivariano como lo hacían el siglo pasado con Cuba, pese a su evidente
condición de dictadura totalitaria y fracasada. Es todo un reto para las
ciencias humanas descubrir qué lleva a los intelectuales a tratar de defender
el desastre, el oprobio, la dictadura, la irracionalidad y el fracaso absoluto
de un régimen. La mayoría de ellos, como el celebrado escritor norteamericano
Noam Chomsky, solo se fundan en sus viejas rencillas contra los EEUU al que
consideran el origen de todos los males de la humanidad. Para ellos solo hace
falta que un régimen se declare antinorteamericano para gozar de sus simpatías.
Es una alianza patológica. La clase intelectual de Latinoamérica ha perdido
otra brillante oportunidad de condenar la locura.
En
cuarto lugar, Venezuela también representa una vergüenza para la clase política
del continente, pues han callado en todos los idiomas convalidando los
atropellos que antes Chávez y hoy Maduro han cometido y cometen impunemente.
Con la excepción solitaria de los EEUU y unos cuantos líderes como Sebastián
Piñera y Andrés Pastrana, la clase política le ha dado la espalda al pueblo de
Venezuela y ha preferido la hipocresía diplomática. La mayoría de países de
UNASUR son de algún modo clientes del chavismo y le deben algo, si es que no
son simpatizantes y promotores directos del despotismo chavista, como los
miembros del ALBA. En ese concierto, Perú, bajo el régimen de Ollanta Humala,
ha hecho el papel de cortesana. Siendo presidente pro tempore de UNASUR el Perú
avaló las amañadas elecciones donde Maduro se alzó como triunfador en medio de
una dudosa contienda y en medio de un clima enrarecido. Los tibios intentos de
revisar la situación política en Venezuela, fueron acallados de inmediato por
el propio Maduro, quien se tomó la libertad de insultar y amenazar al canciller
del Perú, Rafael Roncagliolo, sin que el gobierno de Ollanta Humala se
atreviera a asumir una postura decorosa en defensa de la dignidad del país.
Por
último, Venezuela es una vergüenza para la democracia y para todos los
organismos políticos de la región, que en cada cumbre firman declaraciones
líricas de apoyo a la democracia. Ningún régimen puede reclamar el título de
democracia solo por haber surgido o refrendado su legitimidad en unas
elecciones. La democracia no es solo elecciones. Es fundamentalmente respeto a
la división y separación de los poderes públicos, respeto y defensa de la
libertad, en especial las libertades de expresión y de prensa. Es el respeto de
las minorías y especialmente de la oposición. Es el respeto a la propiedad
privada, al Estado de derecho y al debido proceso. Nada de esto se observa en
Venezuela desde hace más de una década.
Venezuela
es gobernada por una dictadura de partido único que ha copado todos los poderes
públicos con sus militantes, sin mostrar el menor escrúpulo. Ha cerrado
diversos medios de expresión como diarios y canales de TV, ha amenazado a
periodistas y encarcelado a líderes de oposición. Han golpeado cobardemente a
una líder de la oposición como la diputada María Corina Machado en el propio
recinto del parlamento, por parte de huestes chavistas que nunca fueron
procesado por esa vil agresión con daños físicos. Antes peor, fue María Corina
Machado la que resultó desaforada y expulsada del parlamento en una muestra más
de la canallada del régimen. Con líderes de oposición en la cárcel y
estudiantes asesinados por la guardia bolivariana, Venezuela es una vergüenza
para la especie humana que aspira a vivir en condiciones dignas. Nuestro apoyo
al pueblo venezolano que no se ha vendido a las dádivas del chavismo, nuestro
apoyo incluso a esos seis millones de empleados públicos que viven comiendo de
las manos ensangrentadas de la dictadura y que son obligados a marchar y apoyar
al régimen bajo amenaza.
No
falta mucho para que este régimen caiga. Ya no es mucho lo que pueden hacer.
Están quebrados y nadie está dispuesto a darles más créditos. La última gira
mundial de Maduro lo ha confirmado. No se puede esperar nada de los gobiernos
latinoamericanos comprados por el chavismo como los de Argentina, Ecuador o
Bolivia, y tampoco en los que tienen, como Ollanta Humala, rabo de paja y techo
de vidrio frente al chavismo. Solo la presión de los EEUU por fuera y la
presión popular interna sumadas a la crisis económica harán que el chavismo
tambalee. No será fácil. El cáncer ha carcomido las instituciones sociales y la
batalla será dura. La dictadura cubana ya ha superado el medio siglo, esperemos
que el chavismo de Maduro no llegue a culminar su mandato. Debe irse ya.