Por
Amadeo Gómez Marmanilla
En
Huamachuco, como en todos los encuentros de la Guerra del Pacífico (1879-1883) los
chilenos tenían el mandato de exterminar a los prisioneros y heridos. Ningún
peruano debía quedar vivo en el campo de batalla. Inmolar, matar, aniquilar,
ejecutar, era la orden que los invasores cumplieron in situ. Ni soldados ni
oficiales se salvaron.
Respecto
al coronel Leoncio Prado Gutiérrez, el militar más completo de la Guerra del
Pacífico, el teniente Abelardo Manuel Gamarra Rondó, combatiente en la batalla
de Huamachuco, asegura que el héroe peruano fue ejecutado a balazos cuando los
chilenos lo encontraron herido y recostado sobre un pellejo de carnero (“La
Batalla de Huamachuco y sus Desastres”, Lima, 1886).
Al
cumplirse cien años de la infausta guerra, una Comisión Permanente de Estudios
Históricos del Ejército del Perú, investigó en Huamachuco todo lo relacionado
con la muerte de Leoncio Prado Gutiérrez. Entrevistó a muchas familias
preguntando acerca de lo que sus ascendientes narraron sobre lo ocurrido con el
militar peruano. El doctor Julio Gallareta Gonzales dijo que sus abuelos Francisco
de Paula y Carmen Arana, donaron el féretro para sepultarlo. Mientras que sus
padres afirmaban que nunca hubo juicio militar, ni taza golpeada con una
cucharita. Lo mismo declararon los ciudadanos Enrique Moreno y Fabio Samuel
Rubio y otros.
Coronel Leoncio Prado (1853-1883) |
Al
héroe lo asesinaron donde lo encontraron herido, en el fundo de Serpaquino, en
Coshuro. Hasta el jefe militar chileno lo confirma al informar a su gobierno
sobre la muerte de Leoncio Prado, pero aseverando que se “suicidó” (Pascual
Ahumada Moreno, Valparaiso, 1895). Por todos los medios los chilenos intentaron
ocultar el feroz asesinato del coronel peruano, Jefe de Estado Mayor de la
Primera División, coronel y prócer de la independencia de Cuba, reconocido y
condecorado como héroe por el gobierno chileno por su participación en el
combate del 2 de mayo de 1866.
La
sevicia chilena queda demostrada cuando el coronel Miguel Emiliano Luna Peralta
y el mayor Osma Cáceres, fueron empujados a caballazos hasta una zanja y
acribillados a balazos en el fondo de la misma. El primero tenía derecho a
honores militares antes de ser fusilado. No atendieron su reclamo de alto
oficial peruano.
Por
todo lo dicho, extraña que ciertos peruanos repitan la leyenda chilena de la
taza de café o transcriban las “dos” versiones. ¿Imparciales? No, chilenistas.
La coartada de estos es que no deben reabrirse las heridas que dejaron la
invasión, los repasos, el exterminio, el latrocinio, las violaciones y saqueos
de pueblos indefensos.
“¿Los
pacifistas peruanos creen que los lobos chilenos son vegetarianos?”.
Qué
lástima que todavía existan políticos creyentes del rearme sólo disuasivo de
nuestros “hermanos” del sur.
¿Regresamos
a 1872 cuando se desarmó al ejército peruano? Sería otra desgracia.
Así
es.