martes, 24 de agosto de 2010

José Carlos Mariátegui y Alberto Hidalgo. Amistad y correspondencia

Por Álvaro Sarco

El inicio de la amistad entre José Carlos Mariátegui y Alberto Hidalgo[1] se remonta a 1917. En aquel año, Alberto Hidalgo viajó a Lima, e insertándose entre los colónidas de Abraham Valdelomar, consiguió que “El Conde de Lemos” lo apadrinara. Valdelomar escribió una extensa, "Exégesis Estética", a manera de prólogo del poemario de Hidalgo Panoplia Lírica (1917). Valdelomar gozaba, por entonces, de una importante influencia tanto por su labor de escritor como por su condición de animador literario. En tal sentido, Alberto Hidalgo, con sus veinte años a cuestas, no pudo conseguir mejor espaldarazo a fin de ingresar en el circuito literario peruano que -para el secular lastre centralista- significaba llanamente algún tipo de reconocimiento en Lima.[2]

Cabe hacer una precisión con respecto a los colónidas. Con frecuencia, se insertó dentro de tal agrupación a diversos nombres que jamás pertenecieron ni a los “satélites” (escritores que ocasionalmente escribieron en la revista Colónida o que tuvieran algún acercamiento literario con Valdelomar), ni mucho menos a los que tenían un trato realmente próximo con el escritor iqueño:
COLÓNIDA dio la impresión de la existencia de un grupo, debido a su eclecticismo y su beligerancia. Atrajo la simpatía de muchos descontentos, porque se enfrentó al academicismo reinante y empezó a divulgar los valores aislados. Adoptó una actitud, plasmando un latente estado de espíritu, y por eso se convirtió en foco, a donde convergieron y de donde irradiaron las energías de los no conservadores. Pero, a parte de José Carlos Mariátegui, Enrique A. Carrillo, Percy Gibson, Augusto Aguirre Morales y otros adherentes circunstanciales, el “grupo” estuvo integrado, fundamentalmente por aquellos ocho poetas que reunieron sus composiciones en “Las voces múltiples” [1916], a saber: Abraham Valdelomar, Alberto Ulloa Sotomayor, Federico More, Alfredo González Prada, Antonio Garland, Hernán Bellido, Pablo Abril de Vivero y Felix del Valle. Y –como observaba José Carlos Mariátegui- éstos no formaban un grupo, ni una escuela, ni un cenáculo, ni siquiera una generación. Constituían “la capilla de Valdelomar”. Por eso se observa que la agonía de COLÓNIDA coincide con el parcial alejamiento de Abraham Valdelomar.[3] 
El recién llegado de Arequipa, Alberto Hidalgo,[4]  bien podría situarse dentro los “adherentes circunstanciales”, ya que ni formó parte de la “capilla” de Valdelomar, ni publicó en ninguno de los cuatro números a los que llegó la revista Colónida (1916).[5]  A lo más, Augusto Aguirre Morales -en su artículo publicado en Colónida: “Literatos jóvenes de Arequipa”- lo menciona, entre otros, como uno de los poetas arequipeños que “tienen ya conquistado el derecho a continuar”.

En 1917, entonces, dentro de los numerosos admiradores de Valdelomar, debieron trabar conocimiento y amistad Hidalgo y Mariátegui. Pronto, sin embargo, los rumbos de ambos tomarían coordenadas distintas. Para 1918, por ejemplo, Alberto Hidalgo ya estaba de retorno en Arequipa donde publicó el poemario: Las voces de colores, y el volumen de crítica-libelista: Hombres y Bestias (Bocetos críticos). Por su parte (en el mismo 1918), Mariátegui, según sus propias palabras, alejándose de sus “primeros tanteos de literato inficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares” empezó a comulgar con el socialismo.[6]

Alberto Hidalgo retornó a Lima en 1919 con un nuevo libro de prosa libelista: Jardín Zoológico (se prohibe la entrada a los menores de edad). Siendo Hidalgo, según óptica de Mariátegui, “un personaje excesivo para un público sedentario y reumático”, partió a finales de aquel año con dirección a Argentina. El “Amauta”, casi coincidentemente, parte en octubre de 1919,[7]  pero con dirección a Europa, en un periplo que duraría hasta 1923, y durante el cual según refirió: “Residí más de dos años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas”.[8]

Considerando la biografía posterior de ambos (Alberto Hidalgo no regresó al Perú hasta 1931, algunos meses después de fallecido Mariátegui en 1930[9]), puede afirmarse que Hidalgo y Mariátegui no volvieron a verse, por lo menos, desde 1919 (si aventuramos la hipótesis que se re-encontraron dicho año). Mariátegui no viajó a España, país que Hidalgo visitaría brevemente en 1920, así que durante esas estancias en Europa tampoco se habrían cruzado. Una mención poética de Hidalgo sugiere, efectívamente, que su último encuentro personal fue en 1919, en Lima:
                                                       Uno

                      A la edad de treinta años de tu muerte 
                      porque la muerte también nace
                      y vive de sus propias consecuencias
                      por lo cual se la sufre de recuerdo
                      he vuelto a verte
                      José Carlos
                      corridas cuatro décadas y pico de que yo te dejé
                      en una calle desigual de Lima
                      de esta ciudad desnivelada por tu irónico modo de pararte
                      he vuelvo a verte vivo y mío
                      tan josé carlos siempre
                      y tan mariátegui como sigues siendo[10]
En los años siguientes cada uno, desde sus respectivas residencias y perspectivas, desarrollaron con denuedo sus actividades: Hidalgo en Argentina, afianzándose en el ámbito literario bonaerense, y luego, participando activamente en la corriente vanguardista rioplatense. Durante aquellos primeros años de “autoexilio”, Hidalgo publicó los poemarios: Joyería (1919), Tu libro (1922), química del espíritu (1923), Simplismo (1925), y los libros de prosa-libelista: Muertos, heridos y contusos (1920), y, España no existe (1921). Mariátegui, según sus propios apuntes biográficos, a su vuelta al Perú en 1923 principió a escudriñar la realidad peruana reflejándolo en conferencias, artículos y ensayos “conforme el método marxista”. En 1924 su salud se vio a tal punto quebrantada que estuvo a punto de perder la vida,[11]  y en 1925 la Federación de Estudiantes lo propuso como catedrático universitario “de la materia de mi competencia –apuntó Mariátegui-, pero la mala voluntad del Rector y, seguramente, mi estado de salud, frustraron esta iniciativa”.

Sobre este período, no hay noticias acerca de algún intercambio epistolar entre Hidalgo y Mariátegui. El tenor del último párrafo de la primera correspondencia conocida entre ambos, indica que la comunicación que tuvieron –a través de terceros- era errática y condicionada a la visita de ida y retorno de amigos o conocidos comunes. Así ,Hidalgo expresa: “hace tiempo que no sé nada de Ud. en cosas de letras, ¿Qué hace Ud.? ¿Versos? ¿Novelas? ¿Ensayos?”. Lo último es mucho más clamoroso considerando que Mariátegui ya había publicado su primer libro, La escena contemporánea (1925). La primera carta de la que se tiene conocimiento data de diciembre de 1925, dirigida por Hidalgo a Mariátegui (las cartas de respuesta del último al arequipeño aún están por publicarse, si existen aún):
Buenos Aires, 19 de diciembre de 1925
    
Mi querido Mariátegui:    
    
Enrique Bustamante, al pasar por aquí, me ha dado sus encargos. Le agradezco, pues, sus recuerdos. Yo también le recuerdo a Ud. a menudo. Con Pettoruti[12] hablamos con frecuencia de Ud. Él también le estima mucho.
Bustamante debe escribirle con respecto al canje de libros con editoriales de aquí. Yo le he puesto en contacto con la Agencia de Librerías, la única casa seria y responsable que hay en Buenos Aires.
En cuanto a su pedido de que le mande un libro para su editorial, le digo que no tengo inconveniente. Precisamente, me cae esta proposición en momentos en que dejo terminado un volumen y ya me alistaba a darlo a prensas: “Los sapos y otras personas”. Son cuentos. Siendo míos, Ud. sabe que tienen que ser muy buenos… Esperaré a que venga su respuesta para saber a qué atenerme. Yo sospecho que en el negocio que ha emprendido Ud., la dosis  de lirismo lo es casi todo y el afán de lucro no existe ni puede existir. Estoy dispuesto, pues, a ayudarles. Así, no me interesa mayormente el factor económico, sino éste: que el libro salga inmediatamente. Tengo cuatro libros listos casi para publicarlos el año 1926, y por eso me urge darle cuanto antes éste a fin de apremiar algo su aparición. Contésteme, pues, pronto. Si está en condiciones de publicar mi libro a más tardar en marzo, le mandaré los originales a vuelta dé correo. Además: cien ejemplares para mí, es decir para regalarlos a los amigos.
A otra cosa: hace tiempo que no sé nada de Ud. en cosas de letras, ¿Qué hace Ud.? ¿Versos? ¿Novelas? ¿Ensayos? Mándeme cuanto haya hecho. Ud. ya sabe cuánto creo yo en su talento y temperamento. Si no ha bostezadoUd. ya mis libros, dígame cuáles querría que le anestesiasen, para enviárselos.
Mi dirección es esta: Ventura Bosch N° 6740.
Un abrazo muy fuerte, muy fuerte.

Alberto Hidalgo[13]
Sorprende la frustrada edición –a través de la “Librería e Imprenta Minerva” de Mariátegui- de Los sapos y otras personas (1927) de Hidalgo considerando que fue el propio “Amauta” -según escribe Hidalgo- quien le había solicitado “un libro para su editorial”. Pueden conjeturarse razones económicas que retrasaron las intenciones editoriales de Mariátegui y que obligaran a Hidalgo -dada su “urgencia” de imprimirlo- a buscar otro editor. Otra suposición quizá más factible sea que a Mariátegui no le interesaron los cuentos, tras un posible envío de Hidalgo de los originales, o porque Mariátegui calibró o ya había compulsado el tenor de algunos cuentos publicados mayoritariamente en la revista bonaerense Caras y Caretas años antes. Apuntala esta hipótesis la negativa crítica que el “Amauta” haría de la producción cuentística de Hidalgo en su famosa revista.

Por lo demás, Hidalgo escribe: “Tengo cuatro libros listos casi para publicarlos el año 1926”. Si incluimos a Los sapos y otras personas, faltarían tres libros más que el arequipeño pretendía publicar para 1926. Podrían tratarse del Índice de la nueva poesía americana, aparecido efectívamente aquel año,[14]  y de su poemario Descripción del cielo (1928) que, según Hidalgo, fue una mera recopilación, y por lo mismo, bien podría haber pensado lanzarlo ya en 1926 para dejar sentado en libro algunos “inventos” suyos:
Cuando Pablo Neruda, este grande, este maravilloso poeta de ahora, aún no había salido de los círculos de su Crepusculario y sus Veinte Poemas de amor y una canción desesperada; cuando Aragón, Breton y otros franceses no habían aún hecho desembocar el río superrealista en los mares del comunismo, yo había ya escrito y publicado mis poemas revolucionarios de corte vanguardista Envergadura del Anarquista (1924), Biografía de la palabra revolución (1925) y Ubicación de Lenin (1925), aparecidos en revistas fugaces y más tarde coleccionados en el volumen Descripción del Cielo (1928)”.[15]  
Del cuarto volumen que Hidalgo habría querido publicar en 1926 no hay noticias a la vista.

Cabe recordar que antes de que Mariátegui concretara en septiembre de 1926 su histórica revista Amauta, ya había fundado algunas publicaciones,[16]  y con más proximidad a la aparición de Amauta, se había embarcado en la empresa de editor y librero. Con la finalidad de noticiar y encomiar la importancia de los libros que editaba (y de otros sellos que consideraba importantes), imprimió el boletín “Libros y Revistas” (cuyo primer número apareció en febrero de 1926). Dicho boletín no sólo brindaba información y cumplía la función de propaganda de las producciones de la editorial “Minerva” o lo que ofrecía la librería, sino también que, en palabras de Alberto Tauro, “pulsaba la receptividad cultural del ambiente”. En ese contexto es que se inscribe la solicitud de Mariátegui a Hidalgo con miras a editarle un libro, sin duda no sólo por una deferencia amical, sino porque Hidalgo ya había logrado un importante posicionamiento en la escena literaria Argentina, constituyéndose en una importante firma.[17]

La segunda correspondencia data del 26 de diciembre de 1926; siempre de Hidalgo a Mariátegui:
Buenos Aires, 26 de diciembre de 1926

Querido, Mariátegui:
Aquí tiene Ud. la carta que le prometí. Muchas gracias por la suya. Veo, y lo lamento, que ha juzgado Ud. mi poema a Lenín con ideología de comunista. Es un error al que me veo comúnmente ligado, pues son varios los que me han hecho el reparo de melena garçon y el seno Salomé. Mi intención fue otra. En todo el poema, creo que ello es visible, hay un fervor de admiración por Lenín -a quien yo amo porque después de haber estudiado a fondo su vida, he visto que no es sino un anárquico, no un anarquista, o mejor, un anarquista en permanente lucha con sus instintos tiránicos: fue siempre un caudillo- y hay también un tono de burla por algunas de sus  obras, especialmente por el comunismo. En fin, esto es cosa de larga conversación.
Aquí le mando mi contribución a su empresa. Va un artículo y un poema rigurosamente inéditos. Sólo han sido leídos, hace tiempo, en la revista oral. Le ruego que el poema no lo publique hasta que no pueda disponer de una página entera para él. El asunto de las pausas me interesa grandemente. Haga Ud. que se conserve entre verso y verso, tal como lo indica el original, un espacio acomodado a la posibilidad. También me gustaría que se hiciera en letra negrita. Hay quien opina que eso es lo mejor que yo he escrito. De ahí quizá el afán con que lo he mantenido inédito, no obstante el acoso de solicitaciones. Pero por “Amauta”, por Ud., por el Perú... Tengo un ardoroso deseo, de conocer a la gente nueva de allí. Veo que hay, que empieza a haber una juventud inquieta, si bien muy mal orientada. No tolere, Mariátegui, que so pretexto de modernidad, se haga y diga disparates. ¡Guerra al disparate, guerra a la imagen simplemente visual! He visto también algo de injusticia. Veo que se atribuye a alguien que no soy yo el haber tirado la primera piedra. ¿Y las fechas estampadas en las carátulas de mis libros? ¿Y mi campaña aquí? ¿Y la juventud de Buenos Aires que ha crecido a mi lado? ¿Por qué, Mariátegui, tanta injusticia? ¿Antipatía personal?
He pedido colaboración para “Amauta”, y puedo asegurarle que en un otro correo, tendrá Ud. allí lo mejor de la Argentina.
Aplausos por su obra, por su revista, por su espíritu, y que si la distancia y los años de ausencia nos han separado, la distancia y la ausencia mismas oreen nuestra vieja amistad, tonificada de recuerdos.

Alberto Hidalgo[18]
Esta carta informa ya sobre las colaboraciones de Hidalgo en la revista Amauta. El poema al que hace referencia Hidalgo, poniendo reparos a la interpretación que de él hizo Mariátegui a vuelta de correspondencia, se trata de "Ubicación de Lenin" -Hidalgo lo publicó, luego, con variantes, en su poemario Descripción del cielo (1928) y, finalmente, en su Antología Personal (1967). Mariátegui imprimió a toda página "Ubicación de Lenin" en el primer número de su revista. La versión que vio la luz pública aquélla vez es la que sigue:
                               ubicación de lenin[19]
                          (poema de varios lados)

a

con un fardo de distancias sobre el hombro
se ha ido más allá de la eternidad
si habrá temblado el tiempo
mirándolo pasar sobre el cadáver de tanto siglo
vale una diagonal a través de la vida
tiene la vehemencia de una ráfaga de viento
con una fuerza de émbolo metió en el
                       mundo las palabras nuevas

todo el pasado   todo el presente   todo el futuro
van a desembocar en su memoria
para tomar oxígeno
acaparador del infinito
para verlo en su íntegro tamaño
hay que empinarse sobre la inmensidad del verso

b

en el corazón de los obreros su nombre se levanta
                                                            antes que el sol
lo bendicen los carretes de hilo
desde lo alto de los mástiles
de todas las máquinas de coser
pianos de la época las máquinas de escribir tocan
                                                   sonatas en su honor
es el descanso automático
que hace leve el andar del vendedor ambulante
cooperativa general de esperanzas
su pregón cae en la alcancía de los humildes
ayudando a pagar la casa a plazos
horizonte hacia el que se abre la ventana del pobre
colgado del badajo del sol
golpea en los metales de la tarde
para que salgan a las 17 los trabajadores

c

los pitos de las fábricas han aprendido “la internacional”
ahora al paso del “rolls royce” se desternillan de risa
                                                     los automóviles “ford”
ante una muchedumbre de azoteas
las chimeneas arengan a los astros
con sus manos de humo
la brisa aspira a una participación
en las utilidades del paisaje
está en puertas la huelga del sol
quiere sábado inglés y ocho horas de alumbrar
todo se está llenando de él
vivan la melena “garçone” y el seno “salomé”

primeros pasos hacia la socialización de la mujer

d

en los aniversarios de su muerte
huelga de alas caídas
disolución del pensamiento
asfixia de las ambiciones
los sauces enarbolan sus pájaros
a medio canto    en señal de duelo
las montañas ya no pueden bajo el peso de
                                                        su nombre
                           llevándolo sobre los lomos hacia la rosa de
                                                                                  los vientos
hay una confabulación de torres
para desmoronarse
y hacer de ellas la iglesia de san lenin
embanderamiento total del cielo

e

estableció por sobre cada altura
un amanecimiento de posibilidades
en su mano anidaron las auroras
una milagrería de luz surgió de su pecho
así hoy tenemos día
y nos sobra aún para mañana
ni una mancha de tinta hubo en su pensamiento
sus ideas dan la impresión de que las hubiera lavado
                                                          con potasa y cepillo
antes de hablar ponía sus discursos
encima del tejado para que se oreasen

f

l   letra con el impulso de la ola
e   angustia del oído atento a todo
n  blandura suavidad sosiego del mucho sufrimiento
i   puñal enderezado hacia el alma de la injusticia
n  última vibración de la campana
             l  e  n  i  n
sinfonía revolucionaria
repercusión de música ostensible
canto de gallo que anuncia la madrugada al
                                                       mundo niño

g

yo no soy maximalista y sin embargo lo llevo en la
                                                        cartera ese balcón
desde donde se vé inequívocamente a todos

h

para transcribir con exactitud la intensidad de
                                                             su ausencia
será preciso arrebañar las almas
hacia la más lejana latitud del silencio
hagamos muerte de un instante profundizado
                                                                   de vida
y consagrémosle esa ofrenda de nuestra precaria
                                                                 inexistencia
             para que crezca en su homenaje como una flor
                                                                sobre una tumba

                                                     A L B E R T O    H I D A L G O
“Aquí le mando mi contribución a la empresa -escribió, también, Hidalgo-. Va un artículo y un poema rigurosamente inéditos. Sólo han sido leídos hace tiempo en la revista oral”. Considerando que la carta data del 26 de diciembre de 1926, y que la Revista Oral[20] empezó a funcionar ese mismo año, no pudieron ser leídos “hace tiempo”, según asegura Hidalgo. El artículo y el poema son el texto “Pequeña retórica personal” y el poema “Biografía de la palabra revolución”. El primero resulta de gran importancia, considerando que es la exposición final de la poética de Hidalgo: el poema de varios lados. Poética que lo distancia de lo propuesto en su “Invitación a la vida poética” de Simplismo, y que ya no abandonará, secundando a marcar un sello personal desarrollado en una etapa de “madurez” que bien podría abrirse con el poemario Descripción del cielo (1928):
                               PEQUEÑA RETÓRICA PERSONAL[21]
                                                                         POR ALBERTO HIDALGO

Son varias las personas que me han preguntado qué es un poema de varios lados. Llamo yo lado del poema a cada uno de los versos que lo forman y alguna vez a los distintos asuntos que contribuyen a darle unidad. En una figura geométrica cualquiera, un lado es una parte del todo, pero un lado es un lado en sí, es decir, es una figura él también, tiene una personalidad, una individualidad exclusiva y aislada. Y es justamente eso lo que afirma, lo que sostiene la figura. Así por ejemplo un cuadrado se le mire del lado que se le mire, es siempre un cuadrado. Cuando un hombre está de pie, es un hombre de pie; cuando está tendido, es un hombre tendido; cuando está sentado, es un hombre que está sentado. Nunca, pues, deja de ser un hombre. Son distintas sus posiciones, pero su carácter es el mismo. Es porque el hombre está hecho de partes totales, inconfundibles entre sí, partes empeñadas en recordamos a cada instante lo que ellas son, independientemente de lo que juntas llegan a ser. Preguntémosle al cerebro si se quiere cambiar por rodilla y nos responderá rotundamente que no. De no ser así, veríamos que algunos escritores, Leopoldo Lugones uno de ellos, pondrían avisos en los diarios diciendo más o menos: “Cambio mis cuatro manos por un cerebro”.
El poema, por lo que toca a su exterior, está formado de versos. Un verso en sí es una obra de arte. Y es obra de arte tanto más valiosa cuanto menos deja de serlo al hallarse solo en el desierto de una página. Hay multitud de versos que no lo son sino por la vida que les prestan sus compañeros. Yo pregunto si todo renglón de once sílabas es un verso, por el simple suceso de estar provisto de los “acentos tónicos” de que habla la retórica antigua. Se me dirá seguramente que nó. Veámoslo:
“La huerta con rosales y repollos”.
No parece ¿verdad? que eso sea un verso. Sin embargo lo es, cuando recibe la ayuda de otros:
                                  “Sombra en el corredor y el campo ardiendo
                                  La huerta con rosales y repollos.
                                  Una gallina pasa, precediendo
                                  Los puntos suspensivos de sus pollos”.
Esto es un poema. Inmediatamente decimos que es un poema de cuatro versos. O sea que le damos calidad de tal al segundo renglón de once sílabas.
He aquí una demostración de que el verso habitual no tiene personalidad propia. El verso es el vehículo de la expresión poética, y no obstante los poetas le conceden en su obra un lugar secundario, y, lo que es peor, contingente.
Para subsanar eso, es que yo he inventado el poema de varios lados, poema que puede leerse de arriba a abajo y viceversa, o comenzando del centro, o de donde uno se antoje; poema en el que cada uno de sus versos constituye un ser libre, a pesar de hallarse al servicio de una idea o una emoción centrales.
Al poema corriente y moliente se le llama con bastante acierto una “composición”; del poema de varios lados se podrá decir que es una “construcción”.
Hago un poema del mismo modo que edificaría una casa; pongo ladrillo por ladrillo, y si bien es lo más seguro entrar en ella por la puerta del frente, también se puede hacerlo por los del fondo y aún por las ventanas. Un verso puede aparecer solo en una página o en todo un libro. Siempre dirá al lector que sepa entender, lo que yo quise decir, lo que seguramente dije.
Mi poema “ubicación de lenin” es otro tipo de poema de varios lados. De él hablaremos otro día.
ALBERTO HIDALGO
Buenos Aires, 1926.
Del estilo y la poética divulgadas por Hidalgo en Simplismo, a lo que expone en su “Pequeña retórica personal”, que será, como se dijo, la marca final de la poesía de Hidalgo, hay  un importante distancia. La poética defendida como propia por Hidalgo en Simplismo, no pasaba de ser una variante de los otros “ismos” de entonces; todos relacionados con el creacionismo, el ultraísmo, y algunos toques de futurismo. Sobre este punto apuntó con certeza Luis Monguió:
...como era corriente entre vanguardistas, Hidalgo manufacturó su personal ismo, que presentó en el libro Simplismo (1925), en el que además de estampar poesía “simplista” detallaba en una “Invitación a la vida poética” su teoría estética del momento. Para él (en 1925) donde hay metáfora hay verso: la poesía es la metáfora y ésta es toda la poesía. Toda la poesía anterior que no sigue esta regla es música, música en verso, pero no poesía; en ella las palabras habían sido utilizadas como notas musicales, no como metáforas que son. Como las palabras son metáforas, el verso debe estar hecho exclusivamente de palabras, y todo otro valor extraño lo desvirtúa. Coincide pues, como se ve, en la aversión por la problemática, la circunstanciación, la ideación, el argumento, la rima, el ritmo, indicada en las teorizaciones de Jorge Luis Borges o de Luis de la Jara. Cree Hidalgo que con ello se ha alcanzado la absoluta originalidad, sobre todo al tratar de hacer la metáfora lo más personal posible, el idioma lo más personal posible (no quisiera escribir en español sino en Hidalgo).[22]
En cambio, con en su “Pequeña retórica personal” Hidalgo deja sentada una manera de enfocar la poesía de originales ribetes, la misma que lo llevará a una etapa de madurez poética reflejada en memorables poemas, y, también, en posteriores repeticiones que desembocarían en algunas prescindibles creaciones. Si bien, la metáfora siguió siendo el vehículo de la expresión poética, se deja de lado el mero ludismo a nivel formal y temático, alcanzando los sentidos resonancias mayores a partir de líneas de versos que, en efecto, cual versículos, se bastan a sí mismos. Así, Hidalgo desarrolla en esta etapa en cuanto a la hechura una caracterización también señalada por Monguió: “el hacer metáforas en serie como podía habérsele ocurrido ponerse a hacer poesía con sólo sinécdoques o sincresis o cualquier otra figura retórica”.[23] 
    El segundo poema enviado a Mariátegui es un buen ejemplo del nuevo giro poético de Hidalgo:
                                     Biografía de la palabra revolución[24]

                           Palabra que nació en un vómito de sangre
                           palabra que el primero que la dijo se ahogó en ella
                           palabra siempre puesta de pie
                           palabra siempre puesta en marcha
                           palabra contumaz en la modernidad
                           palabra que se pronuncia con los puños
                           palabra grande hasta salirse por los bordes del
                                                                                     diccionario
                           palabra de cariño fácil como una curva
                           palabra de cuatro flechas disparadas hacia los
                                                                        puntos cardinales    

                           Aquí queda desenraizada del olvido toda su
                                                                                      anécdota

                           Sobre uno de los vértices más remotos del tiempo
                           los dolores humanos hicieron campo de
                                                                        concentración    
                           Para emprender la ruta ¿hacia qué cielo?
                           cada uno según su intensidad tomó diverso carácter
                                                                                                    alfabético
                           y la palabra quedó escrita
                                              REVOLUCIÓN
                           Luego el sol al pasar por tras ella para hundirse
                                                                                        en la noche
                           encendió sus letras
                                              REVOLUCIÓN
                           y fue el primer aviso luminoso del mundo
                           Ahora está en el hombre igual que está el oxígeno
                                                                                           en el agua    
                           campos ciudades mares cuentan con una población
                                                                                            de sus ecos
                           Ella sustrae espacio a los cuerpos que se dilatan
                           tiene violencia y distinción de ola de viento
                           entra en las almas con una sensualidad de arado
                           cartel escrito en el claro de dos brazos erguidos
                           Alcémosla con la vida
En el mismo número en que se publicó el poema antes trascrito, hay una referencia de Miguel Ángel Urquieta sobre Hidalgo en su artículo: “Divagaciones de un periodista. Izquierdismo y Seudoizquierdismo Artístico” (Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año II, N° 7. Lima, marzo de 1927, p. 25): “(…) La poesía de extrema izquierda tiene en el Perú exponentes tan altos y tan ciertos como Alberto Hidalgo, Magda Portal, César Vallejo, Mario Chávez, Serafín Delmar, Alejandro Peralta y dos o tres más (…)”.

La tercera carta de Hidalgo a Mariátegui tiene un carácter más personal y se sitúa en un tiempo en el cual Mariátegui consideraba la posibilidad de trasladarse a Buenos Aires. Recuérdese que era una coyuntura especialmente difícil para Mariátegui. El gobierno de Leguía había acusado a la revista, director y redactores, de un complot contra tal administración.[25]  La revista Amauta fue clausurada en junio de 1927 y Mariátegui sometido a acoso y reclusión en el Hospital de San Bartolomé.[26] En tal estado de cosas Hidalgo responde a ciertas cuestiones formuladas por el “Amauta” a través de Seoane:
[Buenos Aires, 1927]

Para entregar a
José Carlos Mariátegui

Querido Mariátegui:

He cumplido con entregar su carta a Seoane.
Me alegro de que se halle Ud. mejor de salud.
He conversado largamente con Seoane acerca de si debe Ud. venir a radicarse o no. Me ha prometido, ante mi alarma de que todo no salga como quisiéramos, realizar unas gestiones previas y escribirle categóricamente.
Debe Ud. meditar mucho sobre este viaje. Primero el factor salud. Sospecho -algunos amigos me lo han asegurado-, que la suya es bastante precaria. ¿Ud. sabe lo que es Bs. As.? En cuanto hay una pequeña probabilidad -no ya síntoma- de debilitamiento pulmonar, no se puede vivir aquí. ¡Es algo horrible! ¡Ho-rri-ble! Quiero ser franco hasta la rudeza, querido Mariátegui, para prevenirle…
En cuanto al factor económico, quisiera que me contestase Ud. a estas preguntas:
Si se le consiguiera un empleo público -lo más cómodo- o en un diario -lo más ingrato- podría Ud. hacer diariamente acto de presencia siquiera tres horas?
Podría Ud. escribir en revistas como “Caras y Caretas”, “El Hogar”, -una colaboración mensual o lo sumo, y esto mismo muy difícil de conseguirse- ¿pero querría Ud. hacer cuentos?
Sus artículos sólo los toman en “La Nación”, “La Prensa”, “La Razón”; ¿pero sabe Ud. que son diarios burgueses, que quizá rechacen -no lo aseguro- su firma?
Sé que no es Ud. solo. Sé que tiene mujer e hijos, y por eso le hablo con tal rudeza. A Seoane mismo, tan entusiasta por su viaje, a causa desde luego de su bondad, le he hecho estas preguntas, y he creído descubrir alguna duda en su gesto.
Pero si Ud. contara con algún recurso propio, la cosa sería distinta. Contrariamente a lo que se cree, aquí se puede vivir con muy poco, con casi nada. Creo que hasta con ciento cincuenta pesos se podría Ud. arreglar. Ya ve…
¿Y Amauta? En cuanto a Amauta, mi juicio es radicalmente contrario al suyo. Aquí moriría definitivamente: porque costaría tres o cuatro veces lo que cuesta en Lima; porque luego le encontrarían los canallas de allá la manera de impedir su entrada en el Perú; porque además tendrá Ud. en su contra a los canallas de aquí; por tantas cosas.    .    
Yo creo que debe Ud. esperar que pase el temporal. No veo un peligro en que esté callado. Todo el Perú debe saber que su silencio es obligado. Y lo estará escuchando casi como si hablara.
Yo no hago política. Estoy en la izquierda de la izquierda. Soy un hereje, porque no creo en nada. Pero temo que los que le quieren estén haciendo política de que a Ud. se le haga víctima. Ud. estará desde luego dispuesto a serlo, dispuesto a sacrificarse. ¿Pero ello sería eficaz? Yo creo que ahora su sacrificio sería menos útil que un estratégico reposo para después, en momento oportuno, sacar de nuevo la cara.
Mariátegui, querido Mariátegui, medite esto. Y de toda manera, sepa pues -ya lo sabe, ¿verdad?- que Alberto Hidalgo está a su lado.
Escríbame pronto, y reciba un estrujón de manos
Alberto Hidalgo

Siempre: Ventura Bosch 6740[27]
El cese de la persecución contra Mariátegui y la reaparición de “Amauta” (el cierre duró 6 meses) hicieron desistir momentáneamente a Mariátegui de su viaje a Buenos Aires. [28] En los tanteos que hizo -entre amigos y conocidos- con arreglo a un posible viaje a Buenos Aires, no sólo encontró opiniones contrarias, como las que le hizo llegar su amigo Hidalgo, sino muchas más en términos positivos:
En una carta del mes de octubre de ese año [1927] a Enrique Bustamante y Ballivián, escritor y diplomático peruano, le dice que el bluff del complot se ha desvanecido y que está reorganizando la revista. Si no puede continuar “Amauta” en Lima tomará el camino del destierro. Y retorna a su mente, a su deseo, a su sueño la ciudad de Buenos Aires. De realizarse, habrá de borrar naturalmente la palabra destierro. Porque le llegan voces amigas reclamándolo. Ha recibido una carta de Carlos Sánchez Viamonte, jurista y escritor argentino, colaborador de Amauta desde su primer número que acaba de publicar un “Tratado sobre Habeas Corpus” y dirige la revista Sagitario. Sánchez Viamonte le dice que se ha enterado de la posibilidad de su viaje y le encanta “que se vea precisado a radicarse entre nosotros”. Por su parte, el médico peruano Óscar Herrera, también en octubre del 27, le hace saber que Alfredo L. Palacios presidiría un recibimiento multitudinario en la estación Retiro y se compromete a interponer su influencia para conseguirle trabajo. Herrera le buscaría “una casita en los alrededores” corriendo con todos los gastos. Todas son buenas noticias. Un notable periodista, Alberto Gerchunoff, ha sido contratado por una importante compañía inglesa en Buenos Aires para establecer un gran diario en el que habría un lugar para Mariátegui. Glusberg ha hablado también con Gerchunoff sobre el esperado viaje. El poeta arequipeño Alberto Hidalgo, residente desde hace algún tiempo en Buenos Aires, es el único que le aconseja meditar sobre el proyecto. Le preocupa su salud precaria, piensa en su mujer y en sus hijos y le hace considerar que la impresión de su revista costaría tres o cuatro veces más, sin descontar el riesgo de que no dejen entrar Amauta en el Perú (…). En algún momento Mariátegui se muestra indeciso, no ha resuelto nada, acaso tiene algún presagio que no aflora a su vida consciente. Al costarricense Joaquín García Monje, director del prestigioso “Repertorio Americano”, le confiesa que no podrá permanecer en el Perú por mucho tiempo, pero que ha decidido quedarse a combatir por sus ideales. La necesidad de elegir crea en él una duda porque si bien es cierto que “el rol del deportado o exiliado es mas fácil, a mí me ha atraído siempre lo mas difícil”.[29]
Efectivamente, Mariátegui relanzaría su revista sin trasladarse a Buenos Aires. Esta correspondería a la que se conoce como la “segunda época” de Amauta, la que incluye los números que van del décimo[30]  al vigésimo noveno.
Alberto Hidalgo reanudó de inmediato sus colaboraciones con Amauta. Sus siguientes aportes -y últimos- son dos poemas; el primero publicado a media página e incluido posteriormente en su poemario Descripción del cielo (1928), y la segunda contribución, impresa a un tercio de página, y compilada también en el nombrado poemario del 28’:
                                   Envergadura del Anarquista[31]

                Soy apretón de manos a todo lo que vive
                poseo plena la vecindad del mundo
                mi alma lame las paredes de la humanidad como una llama
                y chamusca el dolor asomado en algún balcón
                el arroyo usa un ritmo asilábico aprendido a mi acento
                el futuro va enroscado a la inflexión madura de mi voz
                voy colocando postes en las paredes del tiempo
                soy el amudsen de mí mismo
                cuántos explorándose se acerquen al infinito
                comprobarán las dilatadas leguas de mi viaje
                habrá un cartel en cada incertidumbre
                hablo, y a mis palabras no les falta ni una probable dimensión
                marcho, y los caminos quedan habitados para siempre
                grito, y de las campanas gotean sonidos
                porque mis iras apuñalean todas las torres
                donde siembro un odio crece una bandera
                para los hombres de imposible presente
                nada de sangre: me corre un viento por las venas
                mi corazón es una veleta en los más alto de mi vida
                                                                                            Alberto Hidalgo

                                                   La hora cero[32]

Hora en que a los relojes les duele las doce de la noche
Apéndice del tiempo mejor para la huelga de lo real
Segundo infinitesimal interminable como muchas horas cosidas unas a otras
Punto seguido para que hinche el pecho las distancias
Ápice de movimiento imposible de fotografiarse
porque en él fracasa hasta la cámara ultrarrápida
Terraplén de la nada en el que a los minutos
se separa a tomar aire ávidos ya de ruta
Momento adulto tan mayor que se sale de la cuenta único que
hay de fugacidad permanente
Esquina por donde dobla el día hacia la posibilidad de otro sistema
Trampolín de la eternidad en el gimnasio de los orbes
Agujero hecho en las paredes de la noche
por donde saca la cabeza un pedacito de aurora para ver si es temprano todavía
Medida infinita con qué descifrar la anchura del latido del mundo
Hora cero sólo es verso el nacido en los brazos abiertos de tu instante
Alberto Hidalgo
          (De “Descripción del Cielo”. Buenos Aires, 1928)
Previamente a la última colaboración de Hidalgo en el n° 14 de Amauta, había aparecido una reseña firmada por Carlos Oquendo de Amat sobre el libro de cuentos de Hidalgo Los sapos y otras personas (Revista Amauta. Año III, N° 13, Lima, marzo de 1928, p. 42).

Las dos cartas que siguen de Hidalgo a Mariátegui (1928) giran, básicamente, alrededor de la revista Pulso del arequipeño:
Buenos Aires, 5 de junio de 1928

Señor

Querido compañero:

Con la cooperación del equipo juvenil de Buenos Aires, un selec¬cionado de primera fila, he fundado aquí la revista “PULSO” cuyo número inicial recibirá usted con las presentes líneas. “PULSO”: una revista de izquierda literaria, pero con voz ya segura, sazonada, desea, necesita su colaboración: Es más: cuenta con ella. Sabemos que no puede faltarnos, que no nos faltará. Así, ésta sólo tiene el fin de apresurarla. Envíe usted sus trabajos a vuelta de correo. Sus originales son esperados con los ojos abiertos.

Un abrazo en nombre de todos.
    Alberto Hidalgo


[Sin fecha][33]

Querido Mariátegui:

Un amigo me ha comunicado su artículo “Ubicación de Hidalgo”. De otro modo, no lo habría leído nunca, pues no recibo periódicos de Perú, y Ud. hace tiempo que me tiene olvidado. No recibo ni veo “Amauta”. ¿Y cómo agradecerle su artículo? Nada más que con esta amistad cardíaca y leal que le tengo. Ud. es uno de los más altos críticos del lenguaje. Y esto realza el valor de su trabajo. Ya habrá ocasión de abrazarle.
Por este correo le envío el primer número de “Pulso”. Bien. Espero para inmediatamente su colaboración. Mande preferiblemente un ensayo. O lo que quiera. Sólo filosofía o literatura. La cosa social no es renglón de nuestra revista.

Le doy un ABRAZO

Alberto Hidalgo
S/c. Ventura Bosch 6740
Como denota, el primero es un circular en el que Hidalgo pide –muy a su estilo- colaboraciones para su revista Pulso, y la segunda, personal, puntualiza en lo que desea Hidalgo para Pulso del “Amauta”, además de agradecerle por la clásica nota de Mariátegui,“Ubicación de Hidalgo”.

La revista Pulso (que apareció en el segundo semestre de 1928 y alcanzó los seis números) y definida por Hidalgo como de “izquierda literaria” no debía entenderse, según el mismo arequipeño apuntó, en el sentido ideológico de la frase. [34] De ahí el aparente contrasentido de la frase: “La cosa social no es renglón de nuestra revista” que escribe Hidalgo en la carta personal a Mariátegui. Dicha “declaración”, sin duda, desanimó a Mariátegui con miras a apuntalar la revista de Hidalgo, porque era justamente la “cosa social” en lo que más empeñado estaba por entonces el “Amauta”,[35]  fuera de los graves problemas de salud por los que atravesaba.

En lo que respecta al artículo de Mariátegui que Hidalgo agradece: “Ubicación de Hidalgo”, puede colegirse que el título que Mariátegui puso a su artículo quizá correspondió a una leve broma de Mariátegui a Hidalgo, considerando que este último se había quejado de la “apropiación” que otros escritores –entre ellos Borges- habían hecho de parte del título (y del “concepto” que aquél encerraba) de su poema “Ubicación de Lenin”, es decir, de la palabras “Ubicación de…” Como sea, la carta no deja en claro una cosa: dónde habría leído Hidalgo el artículo de Mariátegui, ya que, “Ubicación de Hidalgo” apareció en dos publicaciones en el mismo mes: en la revista Mundial, n° 421, del 6 de julio de 1928, y en la revista Amauta. (Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año III, N° 16. Sección Libros y Revistas N° 18, Lima, julio de 1928, p. 41). El “apéndice” Libros y Revistas registraba dos números más al de Amauta debido, como se recordará, a que apareció antes que la revista.

Ya sea por el cariz cada vez más ideológico de la revista Amauta, por distintas rutas y ocupaciones de ambos escritores, o ambas causas, Hidalgo –como ya se apuntó- sólo colaboró en la revista de Mariátegui hasta el n° 14. Lo posterior que sobre Hidalgo publicó Amauta es la ya señalada “Ubicación de Hidalgo” de Mariátegui, y el retrato del arequipeño por Emilio Pettoruti (Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año III, N° 17. Lima, setiembre de 1928, p. 69). 

Publicados los 7 ensayos de Mariátegui (1928), Hidalgo le dirige la última carta conocida entre ambos:
Buenos Aires, 21 de diciembre de 1928

Querido Mariátegui:

Hace unos días recibí, y ya los he leído, sus estupendos 7 ensayos. Algunas de sus páginas me eran ya familiares, y entre ellas he hallado algunas, las que a mí se refieren, que como ya se lo expresé en mi carta anterior, nunca sabré agradecerle bastante.
Siendo este el libro más importante que ha escrito usted, es también el mejor libro que me llega del Perú desde hace muchos años, y es por supuesto una de las obras fundamentales, una de las columnas básicas de las letras americanas. Le digo a usted más: le digo que este volumen le consagra como el más grande crítico hispánico de nuestro tiempo. Yo no hallo en América un solo escritor que pueda comparársele equitativamente. Cierto muchacho de Buenos Aires es un gran estilista. Ud. lo cita a menudo. Pero no tiene una sola idea respetable en la cabeza. Y además, así lo moral como en lo ideológico, es un perfecto sinvergüenza. Es un alquilón de las ideas y de la conciencia. Se ha dicho por ahí que es él el mejor escritor de América, en el sentido del estilo. Yo creo que es muy bueno, pero no tanto porque al fin y al cabo es un escritor barroco, gongórico, fuera de la época. Ud. junta a un estilo sobrio, claro, preciso –el estilo verdaderamente moderno-  un constante contacto con, el sentido, intimo, profundo, de las cosas y de la vida. Ud. no pasa sobre las cosas sino que las araña para ver lo que se oculta bajo su epidermis.
Yo no estoy de acuerdo con muchos de sus postulados. Es más. Estoy en contra de ellos. Así por ejemplo usted es nacionalista, así en política como en arte. Ha caído usted en la trampa del comunismo ruso, hecho con fronteras y divisiones raciales. Pero como es tan grande su inteligencia ha ejercido vasta influencia en aquel ambiente. Y yo creo, que esa influencia ha sido, en el terreno del arte, simplemente perniciosa. Le digo esto después de haber visto los cuadros de Sabogal, a quien su ideología nacionalista -la de Ud.- le ha tomado como presa de experimentación. El horrible fracaso de Sabogal en Buenos Aires, que él le habrá referido, se debió, lo creo firmemente, no a su instrumentación pictórica sino a su motivación subalterna, llena de partipris. No se pudo hacer nada por él aquí. La juventud de Buenos Aires, nuestra juventud, le ha menospreciado sinceramente, sin siquiera detenerse a estudiarlo. No le ha consagrado atención simplemente. Y él se vio a causa de esto obligado a entregarse al despreciable grupo de los hispanoamericanizantes y literatillos “incaicos” que aquí forman barra, secundados por la Legación del Perú. Y en cuanto a lo literario, veo por los libros que me llegan del Perú que la mayoría de los mejor dotados se hallan borrachos de nacionalismo. Hay ya allí una poesía vernácula. Han hecho parcelas de poesía, parcelas con sus caciques y sus banderas. Esto es simplemente horrible. Y Ud. es un poco culpable de ello, querido Mariátegui.
Si le digo estas cosas con tanta claridad, es porque sé que Ud. va a comprender exactamente su significado, y no va a pensar que mi posición marque una disidencia con lo fundamental de sus campañas. Yo estoy con ustedes en AMAUTA y en sus ramificaciones sociales, con toda el alma. Y aun puedo asegurarle que si viviera o volviera al Perú, lo estaría en alma y cuerpo. Es decir ofreciendo también mi brazo.    
AMAUTA, en su nueva forma, me parece muy bien, no obstante que el antiguo aspecto me parecía magnífico. El tamaño actual resulta acaso un poco burgués. No sé por qué las revistas de esa dimensión se me antojan inaccesibles al pueblo, al obrero especialmente. Este las mira con un poco de prevención. Yo soy más partidario de las revistas breves y ágiles.
Habrá usted visto en mi último libro, que al incluir mi poema a Lenin, acepté una sugestión suya respecto a lo que primitivamente decía de la mujer. Esto le demostrará el alto aprecio que su mentalidad me inspira. Viéndolo a usted del tamaño que ha alcanzado y viendo a dos o tres muchachos, no sabe Ud. cómo me siento de orgulloso de nuestra generación. Ud., Eguren. Valdelomar, Vallejo y Falcón son toda la época.
Le ruego que se sirva anotar mi nueva dirección: Belgrano 1705.
¿Pero cómo diablos ha hecho Ud. para recordar mi chaqué arequipeño? A mi mujer le ha hecho esto una gracia enorme.
Salude a su gente, y reciba un cordial, más bien un cardíaco abrazo de su antiguo admirador y amigo,

Alberto Hidalgo[36]
Alberto Hidalgo le escribió a Mariátegui: “Cierto muchacho de Buenos Aires es un gran estilista. Ud. lo cita a menudo. Pero no tiene una sola idea respetable en la cabeza”: se refiere a Jorge Luis Borges, de quien se había distanciado desde 1926 por razones básicamente personales.[37]  Algunos años después, Hidalgo escribiría:
Las nuevas generaciones americanas no han tenido hasta ahora su crítico, su verdadero crítico, su intérprete. Sólo dos hombres parecieron caracterizados para desempeñar esa misión: el argentino Jorge Luis Borges y el peruano José Carlos Mariátegui. Pero a Mariátegui lo absorbió la política, y estando dotado para ser el más agudo crítico de las letras americanas, prefirió ser conductor de pueblos, teorizante social; a Borges lo mareó el espejismo del triunfo fácil y fue desgranando su talento en realizaciones fragmentarias y birlándonos la obra de conjunto, la obra medular, que todos esperábamos de él.[38] 
En otra parte de la misiva Hidalgo le aclara a Mariátegui: “Yo no estoy de acuerdo con muchos de sus postulados”. Quizá es una forma de reiterar que la “cosa social” no le interesa, pese a describirse como un escritor de “izquierda”. Puede entenderse aquí la permanencia de su anarquismo, pero también una embrionaria simpatía por los lineamientos políticos de Haya de la Torre (recuérdese la polémica Haya-Mariátegui) que terminarían con la militancia de Hidalgo en el aprismo desde 1931.[39]
 
Hidalgo manifiesta su añoranza por el “antiguo aspecto” de Amauta. Efectivamente, desde el n° 17 de setiembre de 1928 su formato fue de 25 por 17.5 cms., a diferencia del preferido por Hidalgo, de mayor dimensión (35 por 25.5 cms.), y que efectivamente refleja más una imagen de revista. La de menor tamaño, además de aparentar más un pequeño libro, fue también más cara.

Cabe destacar, finalmente, que en efecto Hidalgo eliminó de su poema “Ubicación de Lenin” –siguiendo recomendación de Mariátegui- las líneas: “está en puertas la huelga del sol / quiere sábado inglés y ocho horas de alumbrar / todo se está llenando de él / vivan la melena ‘garçone’ y el seno ‘salomé’ / primeros pasos hacia la socialización de la mujer”. Como puede verificarse en los poemarios donde está incluido el poema, Descripción del Cielo (1928), y Antología Personal (1967), tales versos fueron suprimidos (entre otros), lo que ejemplifica efectivamente “la alta estima” que la opinión de Mariátegui inspiraba en Hidalgo, pues de otro modo difícilmente hubiera cambiado su versión el arequipeño, tomando en cuenta su hiperbólica egolatría.

Abonando en lo último, de los tres amigos y mentores del joven Hidalgo que lo marcarían de por vida: Manuel González Prada, Abraham Valdelomar, y José Carlos Mariátegui. Sólo con el último Hidalgo mantendría una admiración que fue creciendo. Con Valdelomar su estima persistió. Pero hacia Manuel González Prada, al que le profesó en su juventud casi una idolatría, Hidalgo menguó su opinión, sobre todo por la trascendencia “ideológica” que antaño le había conferido. Testimonio de la posición “final” de Hidalgo frente al “Amauta” y González Prada es el artículo de 1960 del arequipeño, “Perspectiva de Mariátegui” (Anexo). 

Tal fue, en apretada síntesis, la relación entre tan importantes personalidades: José Carlos Mariátegui y Alberto Hidalgo.


Álvaro Sarco

Notas

[1] Alberto Hidalgo –poeta y libelista peruano de primer orden- nació en la ciudad de Arequipa un 23 de mayo de 1897. Tuvo una infancia difícil debido a la prematura muerte de sus padres. Dejaría, luego, la carrera de medicina, atraído por la literatura. Sus primeros tanteos literarios ven la luz pública en las páginas de su revista Anunciación (1915), y hacia 1916 publica el poemario de tono futurista Arenga Lírica al Emperador de Alemania. Otros Poemas (por el mismo es considerado el introductor de la vanguardia en la poesía peruana). En 1917 viaja a Lima y comparte las inquietudes de renovación literaria del grupo “Colónida”, encabezada por Abraham Valdelomar. Por esos años, también, publica una serie de libros de crítica-libelista: Hombres y Bestias (1918) y Jardín Zoológico (1919), los mismos que le granjean no pocos enemigos. A fines de 1919 parte a Buenos Aires –ciudad que finalmente habitaría hasta su muerte. En la capital bonaerense publica Muertos, Heridos y Contusos (1920) que continúa su línea libelista. Producto de un corto periplo por España, en donde asiste a la mayoría de “peñas” literarias, como las presididas por Valle Inclán, Azorín, Enrique Díaz Canedo, Rafael Cansinos Assens, o su admirado amigo de su etapa vanguardista, Ramón Gómez de la Serna, publica el libro antihispánico España no existe (1921). En la década del veinte su carrera literaria adquiere una importancia continental. En el terreno personal contrae nupcias con Elvira Martínez, su primera esposa. La influencia del futurismo en su obra desaparece con el poemario química del espíritu (1923), mas será en 1925, con la publicación del poemario Simplismo, que Alberto Hidalgo presentará su “ismo” particular. A la manera de los círculos literarios que animaban los cafés de España o Francia, preside la tertulia del Royal Kéller, un café en donde funda en 1926 su Revista Oral. En ella participarían figuras de la talla de Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Ricardo Güiraldes, Francisco Luis Bernárdez, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal, entre otros. En 1926, también, edita junto a Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro un Índice de la nueva poesía americana. Regresa a Europa. En 1931 vuelve al Perú y postula a una diputación por Arequipa como militante aprista. De esta época data el que es, quizá, su más terrible libelo: Sánchez Cerro o el excremento (1932). Sin conseguir su objetivo retorna a Buenos Aires. La muerte de su joven esposa y, en general, el drama de la condición humana, le inspiran los que son considerados sus mejores poemarios: Actitud de los Años (1933), Dimensión del Hombre (1938), y Edad del Corazón (1940). En 1957 un grupo de escritores, como Gabriela Mistral, lo proponen como candidato al Premio Nóbel de Literatura de ese año. En lo sucesivo, Alberto Hidalgo sentiría con más persistencia su nostalgia por el Perú –un notable antecedente de ello es su Carta al Peru (1953)-, lo que se tradujo en poemarios como: Patria Completa (1960), Historia peruana verdadera (1961), o Árbol Genealógico (1963). A principios de los sesenta visita el Perú como integrante del Frente de Liberación Nacional, que lo tiene en su lista de diputados. Tras un nuevo traspié político, vuelve a Argentina y, con la siempre viva inquietud creativa que lo caracterizaba, se adentra en el último género literario que no había visitado: la dramaturgia. De tal ejercicio han quedado piezas de teatro como: La Vida es de Todos (1965), Su Excelencia el Buey (1965), o Volcándida (1967). En marzo de 1967 Hidalgo obtiene un importante premio pecuniario -en virtud de su obra poética- de parte de la Sociedad Argentina de Escritores, dentro de un concurso organizado por la Fundación de la Poesía Argentina. En ese año, también, es nuevamente postulado al Nóbel de Literatura por un comité creado por la municipalidad provincial de Arequipa. En julio aparece su Antología Personal y, finalmente, a los setenta años, fallece en Buenos Aires el 12 de noviembre de 1967, dejando una vasta obra que, más allá de los altibajos inevitables de tan copiosa labor, es sin duda admirable.
[2] "El grupo Colónida, dirigido por el 'Conde de Lemos', insurge en Lima por el año 1916. El espíritu iconoclasta, rebelde y su consigna de épater le bourgeois, de la mayoría de sus integrantes serán el mejor lazo de hermandad que encontrará Hidalgo en todos ellos y el mayor escenario para exhibir su temperamento nervioso en grado superlativo y su espíritu voluble, inquieto e intranquilo. En 1917 ha cumplido veinte años y la consagración literaria nacional le otorga su primera palma por Panoplia Lírica. El libro se edita en Lima, Abraham Valdelomar lo prologa con una perdurable Exégesis Estética, donde lo llama “poeta dilecto”. El joven Hidalgo se declara admirador de González Prada y exhibe en sus versos un viento chocanesco, máxima egolatría e inclinaciones futuristas, sobre todo de Marinetti, a quien ya ha analizado con diligencia y por quien muestra muchas simpatías.
Luego del exitoso debut, su próximo e inmediato destino será la capital de la República. Allí se enrolará a la vida y bohemia literarias de los '¡Colónidas' vinculándose con escritores de diversas escuelas y provocando algunos entuertos literarios por su actitud desafiante y sus pugnas con el séquito de Clemente Palma. En sus incursiones en el barrio chino –donde asistía a los rituales de los fumadores de opio- exhibía su aspecto de dandy no obstante su extremada visión de la sociedad limeña". (Alberto Hidalgo. Antología poética. Colección dirigida por Odi Gonzales. UNSALIBROS EL PUEBLO/4. Arequipa-1997, p. 336).
[3] Alberto Tauro: Colónida, en el modernismo peruano. Revista Letras. Órgano de la Facultad de Filosofía, Historia y Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. N° 15-16. Lima, 1940, p. 84.
[4] En 1912 Alberto Hidalgo habría viajado por primera vez a Lima, “quizás para tentar el ambiente de estudios que soñaba. En la capital peruana sabrá mucho más de Eguren, Rubén Darío; oirá hablar de la Primera Guerra Mundial y los alemanes, pero sobre todo de Manuel González Prada, a quien empezará a admirar. También paseará por esa Lima virreinal, aristocrática y burguesa”: Ver, Alberto Hidalgo, Antología Poética, pp. 334-335.
[5] Los cuatro números de la revista Colónida, fundada y dirigida hasta el tercer número por Abraham Valdelomar, aparecieron en Lima en 1916. El primero, el 15 de enero, el segundo, tercero y cuarto, los primeros días de los meses febrero, marzo y mayo de aquel año.
[6] Jorge Basadre (1903-1980), referente indiscutible en la historiografía peruana. Basadre colaboró en Amauta, y si bien en 1931 con su Perú: problema y posibilidad marcó distancia con los planteamientos de Mariátegui (1894-1930), ha escrito una de las semblanzas más inteligentes y certeras de Mariátegui.
LA IMAGEN HISTÓRICA DE MARIÁTEGUI.- La figura de Mariátegui puede ser estudiada desde varios planos: el humano y biográfico, el literario, el de las ideas, el político y el social. Frecuente es que sus comentaristas y exegetas no abarquen todos estos aspectos. No es extraño que algunos discípulos, así como elementos divergentes tanto de la derecha extrema como de la extrema izquierda, hagan hincapié tan solo en una dimensión de este hombre que no ocultó su filiación y su fe, en el agitador social, en el organizador, en el Mariátegui antiintelecutalista que sigue y seguirá participando en el comicio, en el sindicato, en el folleto y en la polémica. Hay, por otra parte, la imagen histórica de otro Mariátegui visto en una perspectiva que abarque su vida toda y no una parte de ella, que quiera llegar a ser íntimo y no tan solo a las ideas o a las cosas a las que se afanó en adherirse y que lo mire, fundamentalmente, como promotor de una gran renovación cultural y social y como un héroe desde un sillón de impedido. Esta imagen es grata a personas de distinta ubicación, liberal, de centro o moderada o socialista, siempre y cuando tengan una actividad renovadora y progresista. Del mismo modo González Prada no es tan solo un plumario más en las hojas anarquistas de su tiempo, sino, sobre todo, un gran literato, un gran pensador y aunque él maldijera tanto al Perú, un gran peruano.
En estas páginas debe haber un sitio para Mariátegui tal como aparecía en su casa de la calle Washington. Recibía a los amigos al acabar la tarde, pues guardaba celosamente, a veces con brusquedad, para su propia tarea o para entrevistas especiales, las horas en que los demás trabajaban en oficinas. Cuando llegaban los contertulios, encontrábanle sentado en un sofá y con la parte posterior del cuerpo tapada por una manta. Acogía a los visitantes sobria y sencillamente, plegando los labios delgados con una sonrisa que no era ni convencional ni histriónica. Siempre llamaban la atención los ojos negros y brillantes, el perfil aguileño, el rostro macerado y color café claro, el negro cabello poblado, sin una cana y siempre bien cortado aunque un mechón bohemio cayera a veces sobre la frente, el vestido sencillo pero admirablemente limpio, la invariable corbata de lazo negra. En su conversación no había alardes de vanidad, ni expansiones autobiográficas, ni hervor retórico, ni vaguedades convencionales. Al contrario, aparecía objetivo en el juicio, listo siempre a escuchar y preguntar, evasivo para toda alusión a sí mismo, inmune a cualquier lugar común. Su vena de antiguo periodista humorístico en las ‘Voces’ de El tiempo, de costeño ocurrente y de conocedor veterano de los entretelones de la vida criolla, aparecía en acotaciones graciosas y ágiles que solía hacer sobre hombres y hechos. La habitación no tenía, acaso, más adorno que los libros ubicados sin clasificación especial, en modestos estantes cerca de las paredes. Los contertulios llegaban sin orden hasta formar un grupo de quince o veinte personas. Aparte de muchos escritores y artistas veíase a un creciente número de estudiantes y obreros y (en los últimos tiempos) viajeros de otros países. La esposa de Mariátegui aparecía a veces al regresar del correo o de las tiendas. Los hijos no eran exhibidos con la implacable complacencia de tantos hogares para mostrar lo que pertenece a la vida íntima. Julio César Mariátegui se hizo presente en los días en que ya la editorial y la revista Amauta fueron fundadas. No se notaba en la tertulia de Mariátegui nada deliberado, obligatorio, que implicara un compromiso. La gente podía libremente ir todos los días o ir solo una vez y no volver, o desaparecer por un tiempo y regresar. Las charlas no tenían carácter proselitista. Se comentaba las cosas de actualidad, sobre todo en relación con libros, cuadros o música, no había lugar para chismes o mezquindades, no se atacaba a los ausentes y no se sentía la atmósfera densa que emana de las camarillas.
Entre 1923 y 1924 transcurrió la etapa en que Mariátegui se inició en su actividad intelectual dedicado a la difusión de ideas, con diversas alternativas en su salud y venciendo, además, no pocas dudas, suspicacias y maldades iniciales. Entre 1925 y 1926 podría decirse que se afirmó su posición a la que ya la gente se acostumbró. En 1925 apareció su libro La escena contemporánea, con muchos de sus artículos periodísticos dispersos en Variedades sobre la actualidad mundial. Hacia 1927 comenzó el período en que tendió a una acción política, pues organizó u orientó sindicatos, se asoció con el aprismo, se alejó de este movimiento, editó Labor (1928) para ponerse más en contacto con los obreros, trató finalmente de formar el Partido Socialista del Perú. En 1928 editó el libro 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, donde reunió los artículos que había publicado en la revista Mundial desde 1925, bajo el rubro ‘Peruanicemos el Perú’; junto con otros de Amauta.
La patria espiritual de Mariátegui no fue la Universidad sino el periodismo. Si de este salió, como en un milagro, un sobresaliente autor de ensayos estéticos que fue Valdelomar, casi contemporáneo suyo fue el gran divulgador del ensayo social en el Perú. Él mismo lo dijo: ‘Me he elevado del periodismo a la doctrina, al pensamiento’: Asombra como un hombre que apenas había conocido una escuelita primaria y que había empezado como ‘alcanzarejones’ ;mandadero o corrector de pruebas, pudo disertar luego sobre "la escena contemporánea'; sobre 'figuras y aspectos de la vida mundial'; sobre el marxismo, sobre el arte, sobre la literatura italiana, francesa, española y otras de nuestro tiempo, sobre siete de los más capitales problemas del Perú.
La posición del marxismo oficial ante Mariátegui parece haber variado. En una época se le consideró más bien un 'populista'; así lo calificó un poco despectivamente V. Miroshevsky en un artículo titulado 'Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social latinoamericano' que publicó la revista Dialéctico de La Habana en 1942. Pero en los años siguientes ha surgido un movimiento, al parecer incontenible, para hacer del autor de los Siete ensayos, la figura tutelar del comunismo peruano y aun sudamericano. En 1963 apareció una edición soviética de dicho libro; en 1957 S. Semenov y A. Shulgovskii, exaltaron en la revista La Historia Moderna y Contemporánea de Moscú el ‘papel de Mariátegui en la formación del Partido Comunista del Perú’ y V. Kateishikova ha escrito en 1960 un estudio sobre el papel de José Carlos Mariátegui en el desarrollo de la cultura nacional peruana. Parecería que nos hallamos en vísperas de la formación de un mito, robustecido por el recuerdo de la muerte prematura, de la enfermedad heroicamente afrontada, de la continuidad terca en las ideas, del brillo a veces genial en el talento.
La crítica independiente ha de cumplir aquí, como en tantas otras oportunidades, una misión de serenidad, de precisión y de altura. Con los Siete ensayos, Mariátegui contribuyó a divulgar en el Perú en sentido serio y metódico de los asuntos nacionales por encima de la erudición, el culto del detalle y la retórica. Vinculó la historia con los dramas del presente y las interrogantes del porvenir. Señaló problemas que el pasado no había resuelto y que inciden sobre las generaciones actuales, junto con otros en el tiempo de estas suscitados. Precisó realidades lacerantes y patéticas que muchos no vieron o no quisieron ver. Nunca escribió algo que en el fondo o, a solas consigo mismo, creyera una mentira. Estuvo exento del horror o el desdén al estudio que hay en el alma de todo demagogo de izquierda o de derecha. Al intentar el diagnóstico del propio país (que tantas cosas tiene de común con el de otros países de América andina) reemplazó (en aquellos años) a otros que pudieron hacer obra similar (desde el punto de vista de distintas ideologías) y que no lo hicieron porque viajaron al extranjero o por dejarse llevar por la dispersión, el eruditismo, la fácil literatura o los menudos afanes de la vida política, burocrática o de vanidad social.
Tuvo muchos aciertos y a menudo suscita serias reflexiones; pero a veces pecó por un sentido unilateral, o por exceso de esquematismo, o por personales afectos o antipatías (muy visibles, sobre todo, en el ensayo sobre la literatura) o por el carácter tendencioso de su propaganda o, simplemente, por deficiente información. Él mismo se encargó de advertir en el prólogo de su libro: ‘No soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos y de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano. Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario’: El lector nunca debe olvidar estas francas palabras.
Por lo demás, se necesita mucha preparación básica para estudiar, plantear y resolver desde un sillón de inválido, en unos cinco años de trabajo, el problema del indio, el problema de la tierra, el problema de la educación pública, el factor religioso, el regionalismo y el centralismo y el proceso de la literatura. Esto era, en realidad, mucho más difícil que comentar la política europea contemporánea o las expresiones de la literatura y de las artes que entonces aparecían, por la carencia o la escasez de estudios especializados, y (en muchos casos) por la necesidad previa de trabajos monográficos, estadísticos, encuestas y otros materiales.
Pero, a pesar de todo, con todas las rectificaciones que desde los campos más diversos, se hagan a la obra de Mariátegui, aun suponiendo que ella sea, en algunos aspectos, superada, siempre quedará en pie su ejemplo y su significado. Nunca merecerá esta obra ‘el silencio destinado a playos escritorzuelos malévolos, ni el empellón agresivo a las nulidades con aureola y sitial, ni los romos adjetivos laudatorios a los escritorzuelos meramente simpáticos’; sino el ‘análisis filoso y desbastado’ destinado a las obras que palpitan y viven a pesar del paso del tiempo (Siete ensayos ya ha cumplido más de cincuenta años) que enfocan intereses permanentes, que quieren el bien de los más. Nadie podrá arrebatarle a Mariátegui el título de iniciador de los estudios socialistas en el Perú. Nadie tendrá derecho a dejar de admirar su consagración a la cultura y a la justicia social en un ambiente frío y envenenado; y, si al principio su vida fue bohemia y quizás impura, esta disciplina final que el dolor físico no hizo sino acrecentar, es un ejemplo de cómo la grandeza puede nacer no en el fácil ejercicio de un don innato sino en la libre selección de un alma que se castiga.
Lo que más vale en Mariátegui no son, pues, sus recetas y sus fórmulas, sino su personalidad integral. Hoy el deber de interpretar está lejos del ‘cliché’ y del adjetivo convencional que él tanto odiara. No debe olvidarse, además, que murió a los 35 años”. (Jorge Basadre. Historia de la República del Perú [1822-1933]. T. XIV. Empresa Editora El Comercio S. A. Lima-2005, pp. 273-277).
[7] “Augusto B. Leguía llegó a la Presidencia de la República por medio de una sublevación el 4 de julio de 1919, y La Razón comenzó a hacerle una enérgica campaña oposicionista. El 8 de agosto de 1919, Mariátegui y Falcón anunciaron que su periódico ya no se publicaría. Un editorial muy severo había dado lugar a la negativa de la imprenta para trabajarlo. Poco después, según se dijo, un alto personaje del Gobierno, que era amigo de los dos periodistas, les presentó un dilema: o iban presos o viajaban con ayuda oficial a Europa. Mariátegui y Falcón optaron por lo segundo, es decir por partir silenciosamente el 8 de octubre de 1919 a ser, por corto tiempo, becarios modestos del Estado. Su viaje suscitó críticas severas. Pero en ningún momento se convirtieron en panegiristas o partidarios del Gobierno. El rastro de ambos se perdió en Lima, si bien aparecieron entre 1920 y 1923 en El Tiempo, diario entonces gobiernista, bajo los rubros “Cartas de Italia” y “Aspectos de Europa”, crónicas que Mariátegui firmó con viejos seudónimos poco antes por él mismo repudiados”. (Jorge Basadre. Historia de la República del Perú (1822-1933). Tomo XIV. Empresa Editora El Comercio. Lima, diciembre de 2005, p. 255).
[8] Mariátegui se casó con Ana Chiappe, y viajo por Francia, Italia, Alemania, Suiza, Austria y Checoslovaquia.
[9] Mariátegui, tras regresar de Europa en 1923, no se movió de tierra peruana hasta su deceso.
[10] Alberto Hidalgo. Historia peruana verdadera. Librería Editorial Juan Mejía Baca. Lima-1961, p. 37.
[11] “En 1924 la vida de Mariátegui corrió un riesgo terrible. Un tumor de naturaleza maligna localizado casi a la altura del muslo izquierdo dio lugar a un drenaje y a una supuración hacia el exterior; pero la enfermedad siguió su curso y la muerte pareció inminente. La intervención quirúrgica, con un mínimo de probabilidades, surgió como única alternativa de la solución fatal. Tanto María Wiesse como Armando Bazán, en sus biografías de Mariátegui han contado que la madre de este se opuso; pero que la esposa hizo prevalecer dramáticamente su voluntad afirmativa. La operación fue hecha, Mariátegui salvó y durante varios días creyó tener completamente adormecida la pierna amputada que había sido aquella con la que caminaba. Así quedó condenado a vivir inmóvil o transportado por otros”. (Ver Jorge Basadre, Historia de la República del Perú (1822-1933), Tomo XIV, pp. 257-258).
[12] La amistosa relación -aderezada con mutua admiración- entre el pintor Emilio Pettoruti y J. C. Mariátegui se refleja, por ejemplo, en la carta que le dirige Pettoruti al “Amauta” el 17 de enero de 1926 y en la publicación en la revista Amauta (Año III, n° 17, Lima, septiembre de 1928, p. 69) de un retrato de Alberto Hidalgo de contornos cubistas firmado por Pettoruti.
[13] José Carlos Mariátegui: Correspondencia (1915-1930). Introducción, compilación y notas de Antonio Melis. Tomo II. Biblioteca Amauta. Lima-Perú. 1984, p. 133.
[14] Abona a lo referido, una carta de Luis de la Jara fechada en Arequipa, el 12 de agosto de 1925. Tal misiva reza: “Querido Hidalgo: Al llegar de Lima, hace pocos días, me he encontrado con su carta anunciándome el envío de su libro [Simplismo] y la próxima aparición del ÍNDICE DE LA NUEVA POESÍA AMERICANA, para la que le deseo y auguro todo éxito (…)”. Es decir, desde casi mediados de 1925, Hidalgo habría tenido muy avanzado su fundamental Índice. (Alberto Hidalgo. Diario de mi sentimiento. Edición privada. Buenos Aires-1937, p. 307).
[15] Alberto Hidalgo. Odas en contra. Prólogo. Editorial Tinta de Fuego. París-1958. p. 11.
[16]  El fugaz diario La Noche (1917), el anti-leguiista diario La Razón (1919) -del cual Basadre escribió que tuvo una evidente “tendencia, obrerista, popular y estudiantil”-, además de colaborar o dirigir interinamente importantes publicaciones de la época.
[17] No obstante lo dicho, Mariátegui no sólo no editó Los sapos y otras personas, sino ninguno de los libros publicados por Hidalgo en los años previos a la muerte del “Amauta”. Y digo que sorprende dada la estima que Mariátegui tenía de la producción de Hidalgo –sobre todo de la poética-, fuera de la amistad que los unía. Por añadidura, cabe recalcar que Mariátegui mismo fue el que ofreció publicarle a Hidalgo por la “Librería e Imprenta Minerva”.
[18] Ver José Carlos Mariátegui, Correspondencia (1915-1930), pp. 208-209.
[19] Revista Amauta. Director: José Carlos Mariátegui. Año I, n° 1. Lima, setiembre de 1926, p. 14.
[20] Algunas noticias sobre la Revista Oral en el artículo “Borges y el Perú”.
[21] Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año II, N° 6. Lima, febrero de 1927, p. 8. Nota re-publicada con ligeros cambios por Hidalgo en su Diario de mi sentimiento, pp. 30-31-32. Por ejemplo, en la versión del Diario se eliminó la referencia a Leopoldo Lugones.
[22] Luis Monguió. La poesía postmodernista peruana. F.C.E. México-1954, p. 42.
[23] Ver Luis Monguió, La poesía postmodernista peruana, p. 155.
[24] Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año II, N° 7. Lima, marzo de 1927, p. 33.
[25 ]En concepto de Alberto Tauro “la verdadera causa de aquella interdicción fue muy distinta. Atendió a la orientación antiimperialista y reinvidicatoria de las principales colaboraciones aparecidas en ese número noveno –en particular: Nuestro nacionalismo, por Jorge Enrique Núñez Valdivia; Mientras ellos se extienden, que Jorge Basadre consagró a la penetración económica norteamericana; América para la humanidad, por Dora Mayer de Zulen; Estados Unidos en la historia del derecho, por M. Castro Morales-; y fácilmente pude coincidir una posible queja de la embajada de Estados Unidos con el interés político del gobierno que presidía Augusto B. Leguía, cuya gestión económica se caracterizaba por la contratación de sucesivos empréstitos norteamericanos”.
[26] No obstante su delicada salud, estuvo recluido 6 días en dicho hospital.
[27] Ver José Carlos Mariátegui, Correspondencia (1915-1930), pp. 322-323.
[28] No debe descartarse en el retroceso de Mariátegui de viajar a Buenos Aires su precaria salud y las consideraciones económicas planteadas por Hidalgo en su carta. No está demás recordar que Buenos Aires era en aquella época una ciudad atrayente para los artistas e intelectuales de varia procedencia. Por entonces, el cosmopolitismo, con lo que ello acarreaba en términos de tránsito de nuevas ideas europeas, colocaba a tal ciudad por encima de otras urbes de Latinoamérica. De ahí que no deba extrañar que Mariátegui pensase en Buenos Aires como una excelente ciudad de exilio, por lo dicho, y por lo múltiples contactos que tenía.
[29] César Miró. Argentina, sueño final de Mariátegui. Empresa Editora Amauta. Lima, octubre de 1994, pp. 21, 22, 23.
[30] Este número apareció en diciembre de 1927.
[31] Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año II, N° 10. Lima, diciembre de 1927, p. 36.
[32] Revista Amauta. Doctrina, Arte, Literatura, Polémica. Año III, N° 14. Lima, abril de 1928, p. 14.
[33] Ver José Carlos Mariátegui, Correspondencia (1915-1930), p. 382. La misiva personal a Mariátegui -por las noticias que da- se infiriere algo posterior a la fecha del circular.
[34] Sobre este punto, Hidalgo dio mayores alcances: “Para Perogrullo la izquierda es siempre la izquierda y la derecha es siempre la derecha. Para mí, no. Por el contrario. Ocurre que a veces la izquierda es la derecha y viceversa. Hay momentos en que las manos confunden su posición y momentos en que la trastocan. A causa de ello, hay gente que pierde el concierto; y resbala, naturalmente .
Hubo tiempo en que se creía que el izquierdismo literario debía andar de bracero con el político. Entonces, los escritores al servicio de las ideas sociales eran considerados izquierdistas y ellos mismos se tenían por avanzados. Pero de repente se vio que podían ser socialistas, comunistas y aun anarquistas, si querían, pero que eso, de ninguna manera, representaba la famosa recomendación policial: ‘Conserve su izquierda’, pues, al revés, aquellos individuos no hacían, no hacen otra cosa, que conservar su derecha. En seguida se advirtió que los derechistas, es decir, los niños bien, la gente rica, pasó a ocupar la mano que está del lado del corazón. Jóvenes católicos fueron tenidos por izquierdistas literarios. Y para reafirmar su dialéctica, salían a relucir como fundamentándola, los nombres de los más conspicuos vanguardistas franceses, pues desde Pierre Reverdy hasta Max Jacob, pasando por Saint Leger-Leger y Jean Cocteau, los mejores en determinado instante, poetas de Francia, eran y continúan siendo militantes del catolicismo, de Claudel abajo.
    ¿Qué pasaba? ¿Cómo era posible que los ateos fueran derechistas e izquierdistas los vulgares cristianos? Había que discriminar las causas del asunto. Y es lo que ha hecho, magistralmente, un joven escritor, Manuel Berl. Según él, el fondo de los asuntos no tiene nada que ver con la posición del escritor. Lo que lo sitúa es el procedimiento que emplea. Dice: ‘La izquierda literaria significa solamente una manera de componer, que no se halla de acuerdo con las reglas académicas. Y ella es de tal especie que empuja a los autores hacia la parte más refinada del público, los aparta de la gente pobre, aun a su pesar, y los introduce, sin que se den cuenta, en los salones elegantes, porque es en ellos donde se reclutan los abonados a las revistas caras y los subscriptores de las ediciones de lujo. Antes que todo, ha de entenderse que la izquierda literaria significa un disconformismo moral, toda vez que la obra no tiende a justificar las enseñanzas recibidas. Así las heroínas de Jorge Sand fueron heroínas de izquierda, puesto que encontraban un cierto encanto en engañar a sus maridos’.
Quedan avisados ciertos izquierdistas. Lo esencial, en arte, no son las cosas que se dice, sino la forma como se las dice. En eso reside la posición literaria. Y además, a veces, en lo que dice Berl”. (Alberto Hidalgo. Diario de mi sentimiento (1922-1936). Edición privada. Buenos Aires-1937, pp. 80-81).
[35] Prueba de sus preocupaciones e iniciativas de entonces –pese a su quebrantada salud- figura la organización del Partido Socialista (1928), que devendría, posteriormente, en el Partido Comunista Peruano, y la dirección de la publicación Labor (desde noviembre de 1928 hasta 1929). Además, en 1929, organizó, también, La Confederación General de Trabajadores.
[36] Ver José Carlos Mariátegui, Correspondencia (1915-1930), pp. 486-487.
[37] Ver noticias al respecto en el artículo “Borges y el Perú”.
[38] Ver Alberto Hidalgo, Diario de mi sentimiento, p. 254.
[39] La “Alianza Popular Revolucionaria Americana” (APRA), fue fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) en México en 1925.

Anexo

                     ALBERTO HIDALGO             Artículo especialmente solicitado

PERSPECTIVA de MARIÁTEGUI


Quiero proclamar algo que no se ha dicho nunca de Mariátegui: que con él principia la inteligencia en el Perú. Hablo de la inteligencia, no en cuanto mecánica cerebral sino en cuanto sistemática del pensar, en cuanto ordenación razonada de las ideas y los sentimientos. O sea que Mariátegui está antes que Prada. Tiene prelación respecto a él, no en el sentido cronológico sino en lo virtual.
González Prada era un pensador, lo que en mis años de joven se llamaba un pensador, para diferenciarlo de un filósofo, es decir, un elaborador un tanto elemental de conceptos, una máquina productora de ideas (perdón por la alegoría), pero de ideas sueltas, sin atributo de continuidad, aunque a veces lo pareciera. Algo así como el agua o el calor, que ni la una ni el otro, créase o no, son continuos, sino cuerpos infinitamente fragmentarios, cuánticos, según Max Planck lo dejó establecido para siempre respecto al calor, y puede aplicarse al agua, a todo liquido; cuerpos en cuya estructura los vacíos, o sea las separaciones entre las partes, ocupan un espacio millones de veces más grande que el ocupado por las partes mismas. Prada es así: entre una y otra de las ideas emitidas por él hay vacíos tremendos, insalvables, entre los cuales ha seguido naufragando el país, y debido a los cuales él, si bien se ganó el titulo de maestro, no alcanzó a conquistar para sí la jerarquía de ejemplo. Prada no fue un ejemplo que pudiera proponerse cabalmente a la juventud, y la prueba de esto la da el hecho intergiversable de que hoy mismo ella no se lo propone como tal, de que nadie lo sigue, sin que lo dicho conspire contra su gloria, que es muy grande y yo venero. Con José Carlos Mariátegui ocurre exactamente lo contrario.
Mariátegui sí es un ejemplo, porque ofrece finalidades concretas de beneficio nacional, servidas por ideas que acontecen de acuerdo a una sistematización determinada. Fue la suya una inteligencia constructora y como en nadie, antes que en él, apareció esta tesitura del mecanismo cerebral, tengo completa razón para afirmar que con él empieza la inteligencia en el Perú.
Podrá estarse en disconformidad con la dirección de su pensamiento y entonces no seguirlo como ejemplo, siendo éste el caso de quienes no profesan el credo comunista, pero ¿cómo no darse cuenta de que hay en su obra una arquitecturación definitiva en fondo y forma, una edificación ósea y somática que, lo dimensionan como la más elevada cumbre de la orografía espiritual peruana?    
Esta circunstancia de su tarea es la que hace ganar a Mariátegui la jerarquía que le tienen acordada las nuevas generaciones. Él es su guía. Ella lo ciñe casi automáticamente a su destino de conductor de la nación. Por eso su técnica, o sea su forma particular de trabajo, es tan diferente de la de Prada. González Prada, en quien también el amor a la patria es efusivo, se da a la empresa previa de señalar los males de ella e investigando cánceres se le va el tiempo: éste no le alcanza para procurarle una terapéutica. Mariátegui conoce la terapéutica y la prescribe sin vacilar. Señala lo que el país necesita; no se demora en puntualizar aquello de que padece. Por eso, el Perú frecuenta, de preferencia, su memoria.
Prada se limita a enfrentar al presente, injuriándolo; Mariátegui encara al futuro y lo conmina a superar a aquél. Y como es ésta su mira, la envergadura de su enjuiciamiento y el tamaño de su propósito son vastos, totales. Abarca desde el problema de la tierra hasta el ajetreo de la política, desde los avatares del indio hasta las ondulaciones de la historia, desde las contingencias de la geografía hasta la evolución de la literatura. Los “7 Ensayos” no son tales, no son ensayos: constituyen un edificio entero, un evangelio general. ¡Qué solvencia intelectiva la suya, qué abundancia la de su mente ante la menudez encefálica de sus coetáneos, de aquellos menosbos peruanos de su época que le salieron al paso para discutir sus proposiciones con voz gallinácea y a los que, tras haber vivido mortificándose los unos a los otros, se ve hoy monstruosamente hermanados en la convivencia hedionda que sabemos. ¿Podemos, por ventura, envanecemos de los antecesores inmediatos de los protagonistas del contubernio actual? Ya se ve los vástagos: son unos mediocres ilustres, unos estúpidos eminentes, unos idiotas geniales. Pero que se estén tranquilos: no les vamos a disputar el heroísmo de apalear a los estudiantes, el privilegio de ser unos canallas, el mérito de vender la patria. Nosotros seremos distintos. Nos basta con no parecernos a ellos para ser mejores.    Mariátegui conforma, pues, la primera y más cierta concatenación de la sofía peruana, es decir de la ciencia de dirigir los pasos de la República. Su agrimensura abarca todos los campos casi sin limitación, mientras a sus contemporáneos el cuero no les da más que para prácticas de tiro corto, como al escaso Porras Barrenechea, entrometido en toda papelofagia y quien es tan desleal a su disciplina que hasta ahora no nos ha relatado la historia harto jugosa de sus intimidades. ¿Acaso espera que yo la escriba?
Hasta Mariátegui, según acabo de sostenerlo, no aparece, pues, entre nosotros una totalidad arquitectónica del pensamiento y, menos, ligada con la acción, una integralidad de la conducta. Lo más que ostentamos son especialistas locales de la albañilería: unos alzan paredes, otros revocan, éstos techan y aquéllos pintan. Sólo él proyecta, sólo él dirige, sólo él construye el edificio entero. Y no lo hace en condición de comunista; lo realiza en calidad de peruano.
Los años que vienen izarán su bandera.
  
(Alberto Hidalgo: Perspectiva de Mariátegui. Revista Hora del Hombre. Dirección Jorge Falcón. N° 3. Lima, abril de 1960, pp. 6-8.)