viernes, 9 de octubre de 2015

¿Qué quieren los nazis?

 

EL PROGRESIVO CRECIMIENTO del nazismo es un fenómeno político y social digno de observarse. El nazismo es una nueva forma de Fascio fundado en 1919 por Adolfo Hitler, natural de Braunau, alta Austria, antiguo suboficial de la gran guerra, ex ar­tesano pintor y autodidacta. El 8 de noviembre de 1923, Hitler, ayudado por Ludendorff, el mariscal derrotado del ejército imperial, intentó el golpe de estado o "putsch" de Munich. La revuelta fue rápi­damente dominada y en abril de 1924 el tribunal que juzgó a Hitler lo condenó a cinco años de pri­sión. Desde la cárcel, Hitler continuó organizando su partido, que poco a poco fue ganando adeptos. Hoy, doce años después de fundado, el partido nazi es una fuerza creciente que marcha con banderas desplega­das hacia el poder.

Este es un hecho real, histórico, trascendente, que merece analizarse. Afirmar que Hitler y su partido no se detendrán sino en la Wilhemstrasse de Berlín no es lanzar una vana profecía. El nazismo puede contar con mucha oposición en el ejército, con gran resistencia de parte de Hindenburg y con la valla de los partidos comunista, social-demócrata y cató­lico, pero es evidente que avanza y arrolla. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno de fascistización en un país de tan superindustrializada, numerosa y culta clase obrera, foco del socialismo científico y el mejor baluarte de sus teorizantes y filósofos? Vale detenerse ante estas interesantes cuestiones. Y vale además recordar que el partido comunista cuenta y ha contado con millones de adherentes, con otros tantos millones el partido socialista o social-demócrata; que hay mi­llones de desocupados, más un duro yugo económico a consecuencia del Tratado de Versalles y de los planes Dawer y Young, amén de la proximidad de Rusia y de los recuerdos incitantes de la revolución de 1918 y del intento de 1923. Todo esto indicaría “condiciones objetivas” favorables para una revolución socialista. Empero el hecho es otro: la próxima revolución alemana será nazi, es decir, más bien de tipo fascista. A ella se suman ya grandes falanges de juventud y, lo que es más importante, de juventud obrera.

Todo esto es paradojal, aparentemente contradic­torio y sería necesario algo más de un simple artículo para explicarlo. Voy, sin embargo, a anotar algunos hechos y detalles que sirvan de apuntes para una exploración más atenta y detenida.

En primer lugar es necesario tener en cuenta que el avance del movimiento hitlerista no ha sido esti­mado en sus grandes alcances y proyecciones por aquellas fuerzas políticas que serán arrolladas cuando el nazismo llegue al poder. Solo los judíos parecen haber tenido clara la intuición del peligro. Recuerdo un incidente que me dio un atisbo de todo esto.

Muy a principios de 1929 buscaba una habitación para alquilar en Berlín. En mis recorridos llegué a casa de un viejo judío, quien me mostró un gabinete-­alcoba. La oferta no me convino, pero al salir de la casa noté las puertas de su departamento, que daban a la calle, recubiertas con sólidas planchas de hierro. Cuando le interrogué por qué vivía así, me dijo con gran aspaviento que "se acercaban días de terror para los judíos y que Hitler y sus muchachos se lanzarían contra ellos”. Para mí, esto resultaba raro. Era la primera vez que oía hablar de Hitler como realidad política cercana, factible. Pero el judío me explicó con lenguaje y gestos misteriosos, que “todo sería barrido pronto por Hitler, quien triunfaría para sumir a los hijos de Israel en la esclavitud”. Cuando yo refería mi charla con el judío a algunos observadores políticos, intelectuales y estudiantes socialistas, sonreían. Sonríen hasta hoy, aunque sean ya los menos. El movimiento en los últimos dos años, ha tomado mucho volumen.

¿Cómo puede explicarse que contando con tan favorables condiciones para el avance comunista o socialista en Alemania, sea el nazismo el que prospere? Prima facie, podría insinuarse algunas respuestas aclaratorias. Por ejemplo, la falta casi completa de líderes comunistas capaces de comprender la situación, dirigir un movimiento y llevarlo al triunfo. Alemania, como todos los países de Europa, carece de grandes líderes bolcheviques. Solo ha dado buenos oradores parlamentarios como los franceses, algunos arengadores de multitudes como Thaelmann, pero ninguno con la extraordinaria capacidad que requiere el derribamiento del orden capitalista europeo y la creación de un nuevo sistema. Los Lenin y los Trotsky no son productos anuales y la situación de Rusia en 1917 no se produce fácilmente en todas partes.

Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA.
Además, el divisionismo comunista, las escisiones entre stalinistas y trotskistas, las diatribas furibundas de una fracción contra la otra y la lucha implacable de comunistas contra socialistas, ha permitido el avanza del nazismo, unificado y sujeto a férrea disciplina, solo comparable con la del Partido Comunista ruso. El divisionismo comunista alemán ha determinado además la desilusión de millares de obreros y en especial de los más jóvenes. Las luchas de fracción y la guerra furiosa contra los socialistas han mostrado un poco atractivo panorama de miserias y pequeñeces a la nueva generación obrera, férvida, enérgica, ansiosa de grandes tareas. Hablando con grupos numerosos de trabajadores en mi recorrido por Baviera he hablado a muchos ex comunistas, hoy nazis fanatizados. Hablan con desprecio de las luchas internas y de las pequeñeces de su antiguo partido. Uno de ellos, ya en lenguaje hitlerista, grandílocuo y ardiente, muy a tono con la psicología juvenil alemana, me decía: “En el comunismo no halla faena un muchacho ambicioso de cooperar disciplinadamente al esfuerzo revolucionario de un pueblo que quiera escribir su nombre en la historia”. “Los líderes comunistas se las pasan peleando entre ellos y esperan órdenes de Moscú. Alemania no quiere pasar de la tutela aliada a la tutela rusa… etc.”

Esta última frase: “la tutela rusa”, es muy expresiva de un estado de ánimo popular que los líderes comunistas alemanes no supieron ver y que Hitler ha explotado a maravilla. Algo de esto me explicaba hace poco un nazi bien informado, con quien tropecé en un tren: “El comunismo fracasará en Europa porque quiere modelar todo un continente bajo la férula rígida de las modalidades del hasta hace poco más retrasado de sus pueblos y de la menos europea de sus razas. Mientras tanto los fascistas son más sabios: el fascismo es también Internacional, es un movimiento europeo de proyecciones universales, pero, por su carácter nacionalista, toma en cada país aspectos diferentes. Hay que apreciar esto. El fascismo italiano y el alemán son fundamentalmente movimientos del mismo origen y de un mismo sentido, mas su organización y su adaptación a cada país no están impedidas por normas inexorables y úkases infalibles. Nosotros, por ejemplo, exaltamos más el principio racial. El fascismo es más dúctil, más realista, más abierto, más adaptable. Si Lenin hubiera vivido, habría aplicado quizá su oportunismo cínico y genial, a la estrategia del comunismo en Europa. En ese caso quizá sí hoy tendríamos una Alemania soviética. Pero a los dirigentes rusos, salvo Trotsky, felizmente desplazado, no les alcanza el cerebro para más allá de Rusia. Los líderes nuestros no tienen ni cultura ni genio. Y Alemania requiere las dos cosas para apoderarse con éxito de sus timones”.

Estas palabras de un intelectual autorizado dentro de un movimiento tienen que ver en mi opinión con otras del extremo opuesto, que escuché hace poco a Henri Gilbeaux, el líder comunista francés residente en Berlín desde hace algunos años. Decía Gilbeaux, en un discurso ante la liga pro-paz, que el prejuicio nacionalista europeo era notable y que los comunistas no se librarán de él. “Es necesario convenir en que nuestros partidos comunistas y especialmente el alemán están todavía muy infectados de nacionalismo”, exclamaba el líder francés en una crítica franca y certera, bien basada, sin duda, en observaciones personales. Lo que olvidó quizá de subrayar es que esos nacionalismos son muy agudos en las grandes masas y que una táctica realista no debe subestimarlos.

Si responsabilizamos de la actual situación política en Alemania a la falta de directores, se podría objetar  que ese es un criterio un poco individualista y por ende no marxista. No lo es, porque nadie pone en duda que el élan revolucionario existe en este país. Las condiciones de la realidad social alemana son favorables para una revolución. El espíritu de las masas obreras está listo para insurgir. Su rebeldía está exacerbada por la opresión y la falta de trabajo. Justamente por eso, porque la situación es claramente propicia para su insurrección, se puede señalar concretamente a la falta de líderes, a la ausencia de jefes, a la deficiencia de acertadas tácticas directoras, como causas inmediatas de la situación actual. El nazismo tiene un líder y un comando vigoroso, fascinante, que sabe a dónde va. Ni los comunistas ni los socialistas han podido hasta hoy oponer un hombre con grandes condiciones frente al empuje nazi. Mientras Hitler avanza, los jefes de la izquierda vacilan, se pelean y muestran toda su incapacidad conductora. El resultado es previsible: las masas se echan en brazos de Hitler. Las masas quieren insurgir, están listas para luchar, una sórdida desesperación las empuja a ponerse a las órdenes de quien les ofrezca pan, trabajo y liberación de los yugos económicos impuestos por los aliados. Hitler ha encontrado un léxico demagógico electrizante: “Alemania despierta”, es su llamado. Y ese es el grito de la desesperación.

Prueba de que las masas alemanas quieren la revolución y estarían dispuestas a seguirlas, es que el nazismo ha debido y debe agudizar su carácter revolucionario. Y otra prueba más: tan es cierto que en la conciencia de las masas trabajadoras alemanas hay una predisposición hacia el socialismo y hacia las reformas económicas, que Hitler ha incorporado estratégicamente el vocablo “socialismo” en la denominación de su partido –el socialismo es palabra execrada en el fascio italiano- y tiene un plan vago, impreciso, pero que las masas descubren como antimonárquico, antilatifundista y de severo control del capitalismo.

Hitler no restaurará la monarquía porque él es el guía, el líder –“der Führer”- se dice en alemán. Hitler ha usado toda la terminología demagógica del marxismo. Hitler “torcerá el pescuezo a banqueros y terratenientes”, pero poco a poco, con tino, con maña. Hoy habla de distinta manera ante un auditorio de propietarios grandes y pequeños que ante un auditorio obrero. Por eso lo acusan de vaguedad en su en su tesis económica, pero suelda a unos y otros exaltando la misión histórica de la raza blanca, con el grito revolucionario contra la opresión nacional, contra los Tratados, contra los judíos “profiteurs de la guerre”, contra los católicos y contra los marxistas, dos sectas igualmente execrables para él porque son de origen judío y por ende internacionalistas. Esta es la demagogia nazi. Del fascismo italiano ha tomado el saludo romano y el uso del uniforme, tan grato a la juventud alemana, pero en vez de camisas negras, ha impuesto camisas pardas. Del comunismo y del socialismo, ha tomado muchos modelos de organización y algunas ideas elementales en el orden social. Y de la tradición alemana antisemita y gremial –el viejo “guild”- las tendencias medievales, raciales y corporativas.

Ahora bien: ¿Es todo este movimiento nazi alemán una regresión contra el pronóstico marxista que debería marcar ya la realización de la revolución socialista? En mi concepto, no. Marx no se ha equivocado. Se han equivocado los intérpretes de Marx, los marxistas de itinerario, los que olvidan la dialéctica. Para un marxista dogmático, rusófilo, el movimiento nazi-alemán es inexplicable. Para un marxista dialéctico es comprensible y está dentro del ritmo de negaciones de la historia. El nazismo va llenando a medias la etapa revolucionaria alemana que los dirigentes comunistas y socialistas no han sabido interpretar ni conducir. El nazismo no es sino una etapa reformada de esa revolución, una desviación, una modalidad. Cuando la clase obrera alemana se reajuste a la máquina de la historia, su marcha se cumplirá dentro del ritmo que Marx descubrió sin horóscopos cronológicos. Pero la dialéctica marxista explica bien el caso alemán, aun cuando –caso, en mi opinión, indiscutible ya- el nazismo tome el poder y realice su plan de estado totalitario y de hitlerización del Reich.

Pero hay algo más q interesa anotar. Entre la clase obrera alemana se ha producido un fenómeno explicable de desorientación con motivo del Plan Quinquenal. Rusia ha comenzado a exportar sus productos a Alemania y a competir con los productos alemanes. Aquí se venden millones de huevos rusos, granos, quesos y comenzamos a ver expendios de gasolina soviética y muchos otros productos industriales y hasta “Agua de Colonia Rusa”. Esta competencia, respaldada por los tratados comerciales que Alemania ha debido suscribir tácticamente para contar con la amistad rusa, frente a la exigencia e imposiciones aliadas, pesa sobre la producción alemana. Rusia vende más baratos sus productos. En medio de la crisis y de los grandes impuestos de guerra que pesan sobre la producción de ese país, la competencia de mercancías rusas representa una fuerte ofensiva comercial. Mientras tanto la desocupación en Alemania aumenta y muchas industrias no pueden sostenerse. Una campaña agudísima y extensa de los nazis le explica al obrero: “Rusia vende aquí sus productos más baratos que lo que nosotros podemos vender. Compiten así ventajosamente con los nuestros. La producción alemana se perjudica y los obreros y campesinos alemanes sufren las consecuencias”. Además, hay algo interesante en cuanto a la política en Alemania: para proteger el Plan Quinquenal, los obreros comunistas de todo Europa tenían la misión de perturbar las industrias rivales, dificultar con huelgas y sabotaje la producción de aquello que Rusia podía vender. Esto se ha hecho en Alemania con todo entusiasmo por parte de millones de obreros comunistas. Pero ha tenido un límite. La táctica de obstrucción a la industria alemana solo producía mayor desocupación. Es cierto que así se protegía a la república obrera rusa, pero así también se hambreaba al proletariado alemán, y eso iba a durar de cinco a diez años. Una propaganda muy bien organizada de los nazis, demostrando que debían mirar a Rusia no como una república proletaria, sino como a un gran trust del capitalismo estatal, que planteaba su competencia a los productos alemanes en su propio país, encendió un hondo nacionalismo económico entre los obreros alemanes. Los dirigentes comunistas sólo aspiraban a cumplir órdenes de Moscú. Había –según ellos- que seguir protegiendo el progreso económico de la U.R.S.S. Pero eso no llenaba el estómago de millares de obreros en Alemania, que comenzaron a considerar a Rusia como un rival económico. El nazismo encauzó y aprovechó la reacción. Esta ha sido una de las causas, sin duda decisiva, del desbande obrero de las filas comunistas. Los líderes del bolcheviquismo alemán pudieron aprovechar la desesperación que ellos contribuían a crear obedeciendo las órdenes de “obstruir la industria alemana”. Pero no supieron hacerlo. Quién recogió y canalizó la marejada de descontento ha sido Hitler. Es evidente, innegable, que hasta hoy el fracaso de las tácticas comunistas en Alemania ha sido completo. En esto, Trotsky ha probado gran superioridad sobre la política de Stalin, y quizá si por eso los nazis se sienten tan felices de ver al inquieto compañero de Lenin en el destierro. El engrandecimiento del movimiento hitlerista y su completa victoria –cuando ella llegue- se deberá en gran parte a la errada política de Rusia en Alemania y a la mala estrategia de los líderes comunistas de este país, divididos y desconcertados.

He ahí la realidad hasta hoy. Si las izquierdas aprovechan la lección para más tarde, es asunto reservado al porvenir. Ello implicaría un cambio radical de tácticas. Pero si tardan mucho, Hitler tiene garantizado el poder y por algún tiempo.

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N. del E. : Agudo artículo del fundador del APRA escrito en Munich en 1931. Las ideas e impresiones plasmadas en este texto serían luego trágicamente confirmadas por los hechos históricos.