Por Axel Kaiser
¿Qué tiene en común el populismo con un virus? En
primer lugar, que es altamente destructivo. Una vez que logra penetrar las
defensas del cuerpo, ya el daño es inevitable, y solo cabe esperar y fortalecer
el sistema inmunológico para recuperarse y recomponer todo lo que ha destruido.
En segundo lugar, como un virus, el populismo es
contagioso. Tome la idea de la nueva Constitución, por ejemplo. Como bien
sabemos, los países serios no hacen nuevas constituciones, salvo en casos de
grandes catástrofes, como fueron los casos de Alemania y Japón luego de la
Segunda Guerra Mundial. En cambio, los países más bien bananeros ven en las
constituciones una pócima para solucionar todos los males inimaginables, una
especie de acto refundacional que construirá "una casa común" donde
todos convivirán en perfecta armonía y abundancia, como si el problema fuera la
casa, y no quienes la habitan.
Esta fantasiosa idea, por cierto, es un elemento
central de lo que Mauricio Rojas llama "populismo constitucional" y
es, ante todo, una construcción de las élites intelectuales. Ya dijo George
Orwell que hay ideas tan absurdas, que solo un intelectual es capaz de
creerlas.
Pues bien, la idea de que una nueva Constitución
resolverá siquiera marginalmente los problemas de los chilenos -delincuencia,
salud, corrupción estatal, mala convivencia, malos modales, baja productividad,
desempleo, etc.- es una de esas ideas absurdas. Al poco andar, incluso si la nueva
Constitución es aprobada por unanimidad, lo que sabemos es imposible, las
expectativas depositadas en la quimérica fórmula serán defraudadas y el
malestar será doblemente peor que antes de la promesa hecha irresponsablemente
por los populistas constitucionales.
El hecho de que esta idea sea altamente contagiosa
se prueba en que hace unos años nadie más que una minoría de ultrones habría
sostenido que se requería de una nueva Constitución en Chile, menos aun cuando
se constata que jamás ha habido un período de mayor prosperidad económica,
social y democrática que bajo la Constitución actual firmada por Ricardo Lagos.
Pero el virus ya nos infectó, y ahora se trata de
contener el daño que puede llegar a hacer y que, en el peor de los casos, puede
terminar con arruinar nuestra democracia liberal para degenerar en un
asambleísmo autoritario que socave no solo nuestro progreso, sino, peor aun,
nuestras libertades.
Otra manifestación del virus populista es la idea
de que el Estado debe hacerse cargo de la vida de las personas y financiarles
todo lo que necesiten. Como sabemos, esta idea es altamente contagiosa por la
inclinación de los líderes y de los electores a pensar en el corto plazo en
lugar del largo plazo. La fiesta dura entonces hasta que se acaba la plata; y
cuando llega la resaca, solo queda una estela de desolación que deja a todo el
mundo peor que antes de la fiesta. Lo peor, sin embargo, es la destrucción de
la moral que se produce, y que consiste en dinamitar la legitimidad de la única
forma sustentable de salir adelante: el trabajo duro y la vida sin excesos.
Las promesas de gratuidad de los populistas -que en
general reparten llevándose la mejor parte- son un gran engaño, porque jamás se
dice a los beneficiados que ellos tendrán que pagarla mediante mayores
impuestos, más inflación, deuda pública, menores salarios, más desempleo,
etcétera. Pero es peor, porque una vez que se crea la dinámica redistributiva,
esta no puede detenerse. Y es que la primera ley de la economía, una disciplina
que el populista debe ignorar por ser contraria a su promesa de construcción
del paraíso sobre la Tierra, es que los recursos son escasos y las necesidades
ilimitadas.
Por eso el gobierno de Bachelet tenía que
discriminar a estudiantes en la gratuidad de la educación. Pues los derechos
sociales, por recaer sobre bienes económicos, no alcanzan para todos. Pero el
populista, en lugar de reconocer su demagogia, se va en contra de las instituciones
que resguardan la sensatez, como, por ejemplo, el Tribunal Constitucional.
Así, el populismo va destruyendo las defensas del
sistema, como lo haría un virus, hasta que el organismo se encuentra totalmente
a su merced. El TC, la libertad de expresión, la economía privada, la sociedad
civil, todo eso debe ser sometido a la discrecionalidad del populista para
desarrollar su trabajo. Así ocurrió en diversos grados en Venezuela, Ecuador,
Bolivia y Argentina. Y es también lo que varios buscan para Chile.