martes, 1 de noviembre de 2016

El socialismo y las reformas

Por Axel Kaiser


El socialismo es ante todo una doctrina sobre la explotación. Su postulado central es que existen explotadores y oprimidos que se encuentran en irremediable conflicto. El socialista cree tener el deber de redimir a los explotados de la opresión de que son víctimas, poniendo fin o disminuyendo considerablemente la posición de poder del supuesto explotador. En última instancia, el socialismo aspira a un objetivo aparentemente noble que es la libertad "real" de los oprimidos y la construcción de un orden de mayor paz y armonía.

Si bien, en abstracto, el objetivo declarado puede ser loable, el espíritu que anima todo proyecto genuinamente socialista necesariamente debe ser el odio. Esta es una consecuencia casi inevitable de la visión de la sociedad como un conflicto entre clases enemigas donde una abusa sistemáticamente de la otra. Pues evidentemente si se cree que una clase es moralmente miserable y abusadora, no se puede tener más que rabia en su contra.

Las clases adineradas o burguesas son, en esta cosmovisión, obviamente las explotadoras y, por tanto, el objeto del odio del socialista. Este está además convencido de que ellas, en buena medida si no totalmente, deben su riqueza al abuso que ejercen. Aquí el argumento es esencialmente económico y supone que el sistema de libre mercado es uno de dominación parecido a un juego de suma cero donde uno gana lo que otro pierde.

Marx lo veía así. Según él, el capitalismo permitía que una clase se enriqueciera a expensas de la otra extrayendo un plusvalor, es decir, un excedente de valor generado por trabajo que no le era recompensado al proletario. En otras palabras, el trabajador era una especie de esclavo del capitalista. Como consecuencia, el incentivo del empresario era, según Marx, empeorar la situación del proletario para sacar un mayor plusvalor y enriquecerse aun más. Al final, profetizó el filósofo alemán, esto llevaría a que el capitalismo colapsara bajo la revolución proletaria.

Si bien la profecía de Marx se demostró equivocada completamente, su visión del mercado como esquema de dominación y conflicto de clases permeó a sectores relevantes de la clase política e intelectual hasta nuestros días. Como dijimos al principio, aplicada al mercado competitivo, se trata de una visión puramente ideológica o religiosa, es decir, sin sustento en la realidad. Por supuesto, nada de ello significa que no existan abusos, sino solo que la tesis según la cual irremediablemente el beneficio de una clase es el perjuicio de otra y por tanto la sociedad de mercado se divide en abusadores y abusados, es falsa.

Una sociedad de mercado está lejos de ser perfecta, pero al final es la que permite los mayores niveles de progreso general precisamente porque los intereses de empresarios y trabajadores no son contrapuestos. Además, todo el tiempo empresarios quiebran convirtiéndose en trabajadores asalariados y trabajadores asalariados emprenden convirtiéndose en empresarios. No hay algo así como una estructura de clases estática de oprimidos y opresores.

Pero tal vez lo más perverso del socialismo, como notó Nietzsche, es su insana ambición de poder. Dado que su objetivo es redimir a los oprimidos, el redentor socialista debe necesariamente reclamar tanto o más poder que el que pretende eliminar, convirtiéndose así en la quintaesencia del abusador que denunció. Vivirá con los mayores lujos existentes y aplastará a cualquiera que ose desafiarlo justificándose en su rol mesiánico.

Aunque lo anterior se verifica más bien en regímenes totalitarios -Cuba, Venezuela y Corea del Norte-, también en las versiones más moderadas de socialismo se ven las desviaciones de líderes que hablan de la igualdad y la redención de los pobres mientras ellos y sus familias se enriquecen obscenamente a expensas del resto. De Rousseff hasta Kirchner, pasando por Morales y la familia de la Presidenta Bachelet, se observa esta corrupción, que no es exclusiva de los socialistas desde luego, pero es en cierto sentido más grave moralmente dado lo que predican.

¿Y qué hay de los supuestos oprimidos? Pues al despreciar la realidad en nombre de la ideología y degenerar en una estratagema para asegurar el poder a unos pocos, el socialismo termina dejándolos mucho peor que antes.