Por Axel Kaiser
El
socialismo es ante todo una doctrina sobre la explotación. Su postulado central
es que existen explotadores y oprimidos que se encuentran en irremediable
conflicto. El socialista cree tener el deber de redimir a los explotados de la
opresión de que son víctimas, poniendo fin o disminuyendo considerablemente la
posición de poder del supuesto explotador. En última instancia, el socialismo
aspira a un objetivo aparentemente noble que es la libertad "real" de
los oprimidos y la construcción de un orden de mayor paz y armonía.
Si
bien, en abstracto, el objetivo declarado puede ser loable, el espíritu que
anima todo proyecto genuinamente socialista necesariamente debe ser el odio.
Esta es una consecuencia casi inevitable de la visión de la sociedad como un
conflicto entre clases enemigas donde una abusa sistemáticamente de la otra.
Pues evidentemente si se cree que una clase es moralmente miserable y
abusadora, no se puede tener más que rabia en su contra.
Las
clases adineradas o burguesas son, en esta cosmovisión, obviamente las
explotadoras y, por tanto, el objeto del odio del socialista. Este está además
convencido de que ellas, en buena medida si no totalmente, deben su riqueza al
abuso que ejercen. Aquí el argumento es esencialmente económico y supone que el
sistema de libre mercado es uno de dominación parecido a un juego de suma cero
donde uno gana lo que otro pierde.
Marx
lo veía así. Según él, el capitalismo permitía que una clase se enriqueciera a
expensas de la otra extrayendo un plusvalor, es decir, un excedente de valor
generado por trabajo que no le era recompensado al proletario. En otras
palabras, el trabajador era una especie de esclavo del capitalista. Como
consecuencia, el incentivo del empresario era, según Marx, empeorar la
situación del proletario para sacar un mayor plusvalor y enriquecerse aun más.
Al final, profetizó el filósofo alemán, esto llevaría a que el capitalismo
colapsara bajo la revolución proletaria.
Si
bien la profecía de Marx se demostró equivocada completamente, su visión del mercado
como esquema de dominación y conflicto de clases permeó a sectores relevantes
de la clase política e intelectual hasta nuestros días. Como dijimos al
principio, aplicada al mercado competitivo, se trata de una visión puramente
ideológica o religiosa, es decir, sin sustento en la realidad. Por supuesto,
nada de ello significa que no existan abusos, sino solo que la tesis según la
cual irremediablemente el beneficio de una clase es el perjuicio de otra y por
tanto la sociedad de mercado se divide en abusadores y abusados, es falsa.
Una
sociedad de mercado está lejos de ser perfecta, pero al final es la que permite
los mayores niveles de progreso general precisamente porque los intereses de
empresarios y trabajadores no son contrapuestos. Además, todo el tiempo
empresarios quiebran convirtiéndose en trabajadores asalariados y trabajadores
asalariados emprenden convirtiéndose en empresarios. No hay algo así como una
estructura de clases estática de oprimidos y opresores.
Pero
tal vez lo más perverso del socialismo, como notó Nietzsche, es su insana
ambición de poder. Dado que su objetivo es redimir a los oprimidos, el redentor
socialista debe necesariamente reclamar tanto o más poder que el que pretende
eliminar, convirtiéndose así en la quintaesencia del abusador que denunció.
Vivirá con los mayores lujos existentes y aplastará a cualquiera que ose
desafiarlo justificándose en su rol mesiánico.
Aunque
lo anterior se verifica más bien en regímenes totalitarios -Cuba, Venezuela y
Corea del Norte-, también en las versiones más moderadas de socialismo se ven
las desviaciones de líderes que hablan de la igualdad y la redención de los
pobres mientras ellos y sus familias se enriquecen obscenamente a expensas del
resto. De Rousseff hasta Kirchner, pasando por Morales y la familia de la
Presidenta Bachelet, se observa esta corrupción, que no es exclusiva de los
socialistas desde luego, pero es en cierto sentido más grave moralmente dado lo
que predican.
¿Y
qué hay de los supuestos oprimidos? Pues al despreciar la realidad en nombre de
la ideología y degenerar en una estratagema para asegurar el poder a unos
pocos, el socialismo termina dejándolos mucho peor que antes.