lunes, 16 de agosto de 2010

Los últimos instantes del Coronel Francisco Bolognesi (7 de junio de 1880)

 Por Álvaro Sarco

Esta será seguramente una de las últimas noticias que te lleguen de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes. Los días y las horas pasan y las oímos como golpes de campana trágica que se esparcen sobre éste peñasco de la ciudadela militar engrandecida por un puñado de patriotas que tienen su plazo contado y su decisión de pelear sin desmayo en el combate para no defraudar al Perú...

(Extracto de la carta de Francisco Bolognesi a su esposa)
Arduo cuando no imposible resulta reconstruir con precisión los últimos momentos del Coronel Francisco Bolognesi en la Batalla de Arica. Los partes oficiales peruanos y chilenos, los ulteriores testimonios de veteranos de guerra de ambos lados, así como otras fuentes documentales, ofrecen a menudo versiones tan contrapuestas, que han causado no pocos problemas a los historiadores. Veamos.

Los partes oficiales chilenos no aportan, en la cuestión que nos convoca, mayores pormenores. Así, el General Manuel Baquedano apenas dice: “...El enemigo perdió a sus mejores jefes. El que no cayó prisionero rindió la vida...” Por su lado, el Coronel Pedro Lagos, responsable directo del criminal asalto, apuntó: “...El sargento mayor señor Saldívar, a la cabeza de su regimiento, siguió el ataque (...) hasta arrollar completamente al enemigo en sus últimas trincheras, donde, por fin, se rindieron a discreción 60 y tantos entre jefes y oficiales, y más de 300 individuos de tropa...” Parecido tenor posee el parte de guerra del aludido Luis Solo Zaldívar: “...el regimiento siguió atacando al enemigo hasta que lo estrechó dentro de las fortalezas del Morro donde se rindieron 60 entre jefes i oficiales i 300 individuos de tropa (...) Las [bajas] del enemigo, en los distintos puntos que lo atacó el regimiento no serian menos de 200 muertos, entre los que se encuentra el coronel Bolognesi jefe de la guarnición de Arica, el comandante Moore que mandaba las baterías del Morro i muchos otros jefes i oficiales i unos 150 heridos...”

Los partes peruanos de guerra suministran mayores datos respecto al tema planteado. En primer lugar tenemos el de Manuel C. de la Torre, Jefe de Estado Mayor de la Plaza: “...Palmo a palmo y con empeñoso afán, fueron defendidas nuestras posiciones hasta el ‘Morro’, donde nos encerró y redujo a unos pocos, el dominante y nutrido fuego del enemigo por una hora. Eran las 8 y 59 de la mañana, cuando todo estaba perdido; muertos casi todos los Jefes, prisioneros los que quedaban, dos únicos, y arriada por la mano del vencedor nuestra bandera...” El parte del argentino, y por entonces teniente coronel del ejército peruano, Roque Sáenz Peña, noticia lo siguiente: “... La oficialidad y tropa del medio Batallón que logré subir [al Morro] estaba ya diezmada; los tres Jefes subalternos no pudieron seguirme, y yo me hallaba herido desde el principio del combate, de un balazo en el brazo derecho que me permitió sin embargo mantenerme a caballo hasta los últimos momentos en que tuve que abandonarlo por serme ya imposible darle dirección; fue entonces que nos reunimos con US. Los señores Coroneles don Francisco Bolognesi y don Guillermo Moore, cayendo a nuestro lado estos dignos Jefes atravesados por el plomo de una fuerte descarga...”

Finalmente, merece resaltarse particularmente el parte del capitán de corbeta, y segundo jefe de las baterías del Morro, Manuel Ignacio Espinoza Camplodo: “...la tropa que tenía su rifle en estado de servicio, seguía haciendo fuego, hasta que los enemigos invadieron el recinto haciendo descargas sobre los pocos que quedábamos allí; en esta situación llegaron a la batería, el señor Coronel D. Francisco Bolognesi, Jefe de la Plaza, Coronel D. Alfonso Ugarte, Ud. (se refiere a Manuel C. de la Torre, a quien está elevado el parte), el teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, que venía herido, el Sargento Mayor D. Armando Blondel y otros que no recuerdo; y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor Comandante General que se suspendieran los fuegos, lo que no pudiendo conseguirse a viva voz, el señor Coronel Ugarte fue personalmente a ordenarlo a los que disparaban situados al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto (...) A la vez que tenían lugar estos acontecimientos, las tropas enemigas disparaban sus armas sobre nosotros, y encontrándonos reunidos los señores Coronel Bolognesi, Capitán de Navío Moore, Teniente Coronel Sáenz Peña, Ud., el que suscribe y algunos oficiales de esta batería, vinieron aquellos sobre nosotros y, a pesar de haberse suspendido los fuegos por nuestra parte, nos hicieron descargas de los que resultaron muertos el señor Coronel Comandante General de la Plaza D. Francisco Bolognesi y el señor Capitán de Navío D. Juan G. Moore, habiendo salvado los demás por la presencia de oficiales que nos hicieron prisioneros...”

Leamos ahora lo que registraron los corresponsales de prensa de la época. Según (como se verá después) el poco fiable corresponsal en campaña de El Mercurio de Santiago, Bolognesi murió así: “...Caído el Comandante San Martín, los oficiales y soldados del 4°, antes de detenerse a llorarlo, procuraron vengar su herida. Como una avalancha humana hicieron irrupción en el Morro, yendo a la cabeza el Mayor Solo de Zaldívar, sin hacer caso de la granizada de balas que llovía sobre sus cabezas ni detenerse a mirar quien caía y quien seguía. Los inconscientes peruanos, que hasta ese momento habían continuado sus disparos, los suspendieron entonces como si hubieran visto una aparición maravillosa, y arrodillándose delante de nuestros soldados decían: ¡Perdón! ¡Viva Chile! como quien recita una oración. Sólo Moore y Bolognesi continuaron haciendo fuego con sus respectivos revólveres, hasta que un soldado tendió muerto instantáneamente a éste de un balazo que le atravesó el cráneo. El Mayor Saldívar se adelantó entonces hacia Moore intimándole rendición; pero éste, en lugar de contestarle, hizo contra él un disparo de revólver, y Zaldívar entonces, sacando el suyo le dio uno en el pecho que le causó al instante la muerte. Cayó al lado de Bolognesi, y es digno de figurar a su lado. Así se les dejó hasta la tarde mientras se buscaban los medios de enterrarlos dignamente, como lo merecen los bravos que mueren por la patria. Sin embargo, ni Moore ni Bolognesi eran peruanos de raza...”

A este versión (o a parte de ella) le salió al frente con una carta –desde el campamento de Calama- el propio Mayor chileno Saldívar, el 6 de julio de 1880: “...Es inexacto que yo haya muerto a Moore. Este Jefe, como Bolognesi, murieron en el Morro, de disparos de rifle ejecutados por nuestros soldados. Cuando yo entré en esa fortificación eran ya cadáveres, y todos, oficiales y tropa de este regimiento que ahí se batieron, están conformes en creer que ambos jefes cumplieron ese día con su deber. Una vez rendido el Morro hice yo apartar sus cadáveres para que se les diera una sepultura decente”.

Una carta de la época, escrita por un Jefe Chileno, y publicada por el Ferrocarril de Santiago dice: “Las fortificaciones de Arica eran magníficas, pero para que fuesen enteramente inexpugnables necesitaban ser defendidas por una fuerza que no bajase de 5 á 6,000 hombres. Este es el motivo porque las hemos tomado en pocas horas, cuando bien defendidas habrían resistido el ataque de 12 á 15,000 hombres. Los enemigos se han batido muy bien, como que sabían que la cosa valía la pena, pues no se daba cuartel en el combate”.

Por nuestro lado, el corresponsal de El Nacional de Lima, Gustavo Rodríguez, narró como sigue la muerte de Bolognesi: “El éxito no era dudoso; dueño de las primeras trincheras ¡ríndanse! gritaban, y Bolognesi, el heroico viejecito, aún tenía la suficiente voz para dejar oír su contestación sublime de ¡NO... SOBRE MI CADÁVER! Una bala le destrozó el cráneo. Los chilenos entraron. Moore aún vivía y combatía. ¡Basta, muchachos!, exclamó, queriendo salvar la vida a los valientes que combatían a su lado. No pudo concluir la frase. Armando Blondel, después de haber arrancado la bandera chilena que ya había sido puesta en el Morro, se precipita hacia el mar, según una de las versiones, siguiendo el ejemplo, del denodado Ugarte”. Por lo demás, en 1880, el diario La Patria de Lima reconstruyó de esta manera –valiéndose de diversas informaciones recibidas desde Chile- la escena final de la batalla: “Cuando los chilenos treparon al Morro, los Comandantes La Torre y Sáenz Peña se encontraban junto a More y Bolognesi que se apoyó junto a la pared de tablas del comedor de oficiales (perteneciente a la Marina), ahí un soldado le descargó un culatazo despedazando el cráneo de aquel patriota y heroico Jefe”.

Si en este primer nivel de las fuentes históricas sobre dicho episodio hay ya una discordia entre el parte de Espinoza frente a las versiones de los corresponsales de prensa, los posteriores testimonios de los veteranos de guerra agravarían el contraste. En un pequeño libro denominado Francisco Bolognesi, escrito por Hugo Neyra Samanez, leemos que estando prisionero en San Bernardo -tras la Batalla de Arica- el Teniente coronel Manuel C. de la Torre Barbarchán (jefe de más alto cargo tras la muerte de Bolognesi y More) afirmó al periódico chileno La Opinión Nacional, en una entrevista realizada el 13 de diciembre de 1880, que no hubo ninguna voluntad de rendición durante la batalla, con lo que habría objetado en parte la versión de Espinosa. Por otro lado, en una carta escrita en Buenos Aires por Roque Saénz Peña el 3 de julio de 1905, y dirigida a Ricardo Silva Arriaga (oficial chileno que lo salvara de morir ante la desaforada tropa sureña) se lee: “Cuanto estuve prisionero en Chile, tuve ocasión de declarar que fue Ud. el primer oficial chileno que pisó el Morro de Arica y contuvo el exterminio de heridos y prisioneros; habían muchos oficiales que aspiraban al mismo honor, pero no los vimos sino muy tarde, cuando la tropa, lejos de la acción de usted, que le mantuvo en nuestra protección, cometía horrores con los caídos...” Roque Sáenz Peña no aclara aquí quienes fueron aquellos oficiales peruanos que estando “heridos y prisioneros”, fueron cobardemente ultimados.

Sin embargo, en otro testimonio del argentino denominado Mis Recuerdos (publicado por la revista Juventud de Arequipa, 1905), descartó que en ese grupo de oficiales prisioneros y luego muertos, hubiera estado el Coronel Bolognesi: “Al amanecer del día siguiente las infantería chilenas que había ganado posiciones durante la noche, rompieron el fuego, al pie de las trincheras; el coronel Bolognesi a caballo, se destaca sobre las alturas del Morro, sirviendo de blanco a las punterías enemigas y haciendo esfuerzos heroicos por detener el ataque, recio y formidable, de los regimientos chilenos, que avanzan sobre un mar de sangre y un hacinamiento de cadáveres. Por fin el fuego cesa dentro de la plaza porque el que no está herido está muerto; Bolognesi sale ileso del combate; fue en aquella situación indecisa cuando un grupo de soldados trepó los parapetos, haciendo una descarga vigorosa con punterías fijas y precisas permitidas por la proximidad de la distancia. Allí cae Moore como tantos otros, atravesando por una multitud de proyectiles y el coronel Bolognesi, el viejo amigo, el anciano venerable, inclina su frente y cae con el alma serena y el rostro plácido y sonriente... una bala le había atravesado el corazón. Cuando volvimos al campo de los muertos buscando los cadáveres de Ugarte y de Zabala, encontramos el cuerpo frío del que fue nuestro jefe. Me detuve un momento en contemplarlo y aun conservo la impresión que me produjo la disposición del cadáver profanado momentos antes; los bolsillos del pantalón estaban vueltos hacia fuera, se le había despojado de la chaquetilla y de las botas y un feroz culatazo le había descubierto la parte superior del cráneo, derramando la masa cerebral sobre el tosco lecho de granito...” Lo que sí no aclara Sáenz Peña es si hubo o no hacia el final alguna orden de “alto al fuego” –tras el fracaso de uno de los principales sistemas defensivos: las minas-, y si el Coronel Bolognesi y More murieron, como dice Espinoza, “a pesar de haberse suspendidos los fuegos de nuestra parte”. La frase de Sáenz Peña: “en aquella situación indecisa”, deja un amplio margen de interpretaciones.

Algunos años después de facilitados los anteriores datos por el aliado argentino, y atravesando las relaciones entre Perú y Chile por un período especialmente tenso, las versiones sobre los últimos instantes del Coronel Bolognesi se polarizarían aún más. De ellas, tomaremos dos ejemplos que ilustrarán claramente lo dicho. El Comercio publicó el 23 de junio de 1909, una carta del veterano de guerra peruano Manuel Salazar -uno de los pocos sobrevivientes del batallón “Artesanos de Tacna”- destinada al “restablecimiento de la verdad histórica” (como respuesta a algunos testimonios chilenos) y que contenía la siguiente noticia: “Al grupo donde estaban el señor coronel Bolognesi con el capitán de Navío Moore, rodeaban en estrecho perímetro algo así como mil soldados chilenos que se estrecharon a la bayoneta con los de la primera fila. Rota ésta en un desorden espantoso en que se confundían gritos de ¡Viva el Perú! y Chile, los ayes de las víctimas y mil imprecaciones, y estando yo como a diez pasos de mi coronel Bolognesi, éste, revólver en mano disparó sobre la masa chilena. Cayeron heridos, lado a lado, el coronel Bolognesi y el capitán Moore. Yo, sin apercibirme de que había sido herido en el cuello, disparaba contra el grupo. El coronel Bolognesi disparaba con su revólver intentando levantarse, y dándonos ánimo para continuar peleando, volteando hacia mí exclamó: ¡No hay que rendirse! ¡Miserables! ¡Viva el Perú! (...) Al caer desangrado por ésta y la anterior herida, ya mi coronel Bolognesi estaba muerto. Un chileno avanzó y le arrancó la presilla del hombro izquierdo. En este acto de violencia, el cadáver de mi coronel fue movido hasta quedar casi sentado, desplomándose enseguida; otro soldado chileno, entrado en años, le puso el pie sobre el brazo y le arrancó la otra presilla del hombro derecho...” La anterior narración tuvo para el historiador Rubén Vargas Ugarte S.J. un “especial valor”, pues en su opinión hay “tanta sinceridad en el relato y lo enriquecen tantos pormenores que su veracidad está fuera de toda duda”. Nosotros sólo agregaremos que lo mismo podría decirse del parte de Espinosa, con la ventaja, para este último, de que fue escrito el mismo día en que ocurrieron los hechos.

Por otro lado, el escritor chileno Nicanor Molinare publicó hacia 1911 un destemplado folleto (infestado de prejuicios contra el Perú y envidia hacia la apoteosis de Bolognesi) titulado Asalto y toma de Arica. Entre los testimonios que incluyó figura uno del antes aludido capitán Ricardo Silva Arraigada (a quien Roque Saénz Peña dirigió afectuosas palabras en otras partes de su misiva). Dicho oficial afirmó sobre el desenlace del coronel Bolognesi: “...Nos detuvimos un momento, y como hubieran muchas bajas, de acuerdo todos seguimos el asalto y penetramos a la gran plazuela, y me dirigí a un fuerte cuadrado y con rieles que había en el medio. Cuando llegué al mástil, que enarbolaba la insignia peruana con varios de sus soldados, nadie, de nuestro ejército, se había adelantado a mí. Más tarde pude ver los cadáveres de Bolognesi, Moore y Ugarte. Todos decían que después de haberse rendido vulgarmente, la tropa los había ultimado a culatazos, porque, con felonía, estando rendida la plaza, le dieron fuego a los cañones, reventándolos...”

Frente a este delicado y desconcertante episodio de la Batalla de Arica los historiadores chilenos, al menos los clásicos, como Vicuña Vickenna y Gonzalo Bulnes, simple y llanamente admitieron las informaciones de los partes de guerra, sobre todo la del capitán de corbeta peruano M. I. Espinoza, dejando así zanjado, en su opinión, el asunto. El primero escribió en el tomo III de su Historia de la Campaña de Tarapacá y Arica: “...Cuando los desventurados Jefes Peruanos Bolognesi, Moore, Alfonso Ugarte, Armando Blondel, 3er. Jefe del Batallón de Artesanos De Tacna, hijo de opulento industrial y minero francés avecindado en esa ciudad, vieron penetrar en la plazoleta que formaba el Fuerte a los primeros soldados del 4°, cegados por indómita cólera, levantaron una bandera de parlamento, en la punta de una espada y se agruparon en torno de un cañón como para morir en las gradas del altar de su Patria desdichada. Pero los soldados chilenos no distinguieron en el asalto a Jefes ni Oficiales, y dispararon en todas direcciones sus rifles, mataron a aquellos 4 desdichados patriotas, sin que hubiera misericordia. Todo lo contrario; derribado de espaldas el venerable Gobernador de la Plaza con la frente atravesada por un proyectil, de rifle, un soldado le asestó un fuerte culatazo en el cráneo que sus sesos se vaciaron en el pavimento”.

Por su parte Gonzalo Bulnes en el volumen II de su Guerra del Pacífico apunta: “... En el espacio llano que coronaba el cerro estaban los sobrevivientes de las trincheras y castillos, la guarnición del Morro, y todas las grandes reputaciones de Arica: Bolognesi, Moore, Ugarte, Sáenz Peña, Blondel. Los asaltantes invadieron el recinto en una carrera agitada y vertiginosa revueltos los oficiales con los soldados. El Comandante San Martín había sido herido de muerte en el trayecto de Cerro Gordo al Morro. El glorioso Regimiento iba mandado ahora por Solo Saldívar. Al ver invadida la plazoleta del Morro, Bolognesi mandó suspender los fuegos. Comprendió que la resistencia era imposible, y debió decirse que su deber estaba cumplido. No quiero que esta aseveración, que ofende la leyenda peruana de la defensa de Arica, descanse en mi palabra. Lo dice oficialmente el comandante de las baterías, Coronel Espinosa, en el parte de la acción, dirigida al Jefe del Estado Mayor del Perú”.

De nuestro lado, los historiadores y escritores que han historiado sobre tal hecho como Gerardo Vargas Hurtado, Carlos Dellepiani, Eudoxio H. Ortega, Eduardo Congrains Martín, entre otros, se han limitado a repetir, con ligeros matices, nuestra “versión oficial”, la misma que Pons Muzzo sintetizó así con motivo del centenario de la Batalla de Arica: “...en la fase final del combate y cumpliendo con la palabra empeñada en defensa del honor nacional, murió heroicamente el Jefe de la plaza coronel Francisco Bolognesi, derribado por una descarga enemiga, y cuando se incorporaba para hacer fuego con su revólver, un soldado chileno le destrozó el cráneo de un feroz culatazo...” Lamentablemente, dicha versión no ha resultado de algún cruce de información, ni ha sido apoyada en una fuente suficientemente clara (ni siquiera con el testimonio de Manuel Salazar). Pareciese que la versión ya dicha se inspiró únicamente en el famoso cuadro: El último cartucho, del pintor Juan Lepiani (1899). Por añadidura se eludió, sin justificación alguna, las noticias que al respecto ofrece el parte de Espinoza (el documento peruano más serio que contradice la propia versión nacional), fuera de las otras fuentes expuestas.

Dicho de otro modo, ante el problema que introduce el parte del capitán de corbeta, no pocos historiadores o escritores peruanos siguieron (y siguen) el fácil trámite de soslayar, sin descargo alguno, el fragmento (o todo el parte) párrafos arriba reproducido. Examinemos algunos notorios casos:

En primerísimo lugar está el ariqueño Gerardo Vargas Hurtado, quien en su obra clásica, La Batalla de Arica (1921), sólo cita a Espinoza en los pasajes que encaja con las hipótesis de su libro, pero omite la noticia sobre el final de Bolognesi sin justificar tan antojadiza utilización de la fuente. Para Vargas Hurtado, Bolognesi murió así: “En momentos que el enemigo descendía de Cerro Gordo en dirección al Morro, Bolognesi se hallaba en medio de la meseta de éste, dirigiendo la acción, acompañado de La Torre, Ugarte, More, Sáenz Peña y sus Ayudantes de campo. Su valor y arrojo infunden bríos a los pocos soldados que le quedaban, los cuales redoblan sus descargas sobre el chileno, que avanza en medio de granizadas de plomo. Fue en este instante cuando el defensor de la Plaza, revólver en mano, cae dominado por traidora bala (...) Cuando los asaltantes llegaron al sitio donde yacía el Héroe, estaba aun con vida, anegado en sangre; pero sin reparar en su alta investidura ni en su condición de herido, le destrozaron el cráneo a culatazos. ¡ASESINOS!”.

Vargas Hurtado se enfrentaba a la posición del ya mentado escritor chileno Nicanor Molinare (sub-teniente del regimiento 4 de línea durante la Batalla de Arica), quién en su libro Asalto y toma del Morro de Arica (1911), pretendió “desmitificar” a Bolognesi presentando testimonios de veteranos de guerra chilenos -además del parte de Espinoza-, todos los cuales hacían referencia a una supuesta rendición y muerte –estando prisionero- de Bolognesi.

Lamentablemente, la defensa de Vargas Hurtado es pobre y contradictoria, ya que por un lado cita a Molinare profusamente cuando, por ejemplo, el chileno “encomia” a algunos jefes peruanos, mientras por otro cae en el juego del escritor sureño y se limita a denigrarlo -cuando aquel se opone a la heroicidad de Bolognesi-, en lugar de intentar refutar las fuentes y argumentos que presentó el chileno. En suma, si bien Molinare fue un destemplado y recalcitrante anti peruano que llegó a escribir: “¡Primero morir (...) antes que ser vencidos y servir de pasto a la impudicia y sucia lascivia del corrompido pueblo peruano, del cholo feroz y sanguinario!”, creemos que merecía, por sus graves aseveraciones sobre la muerte de Bolognesi, rectificaciones más elaboradas y contundentes –si las había- que la simple “no resisten el menor análisis” de Vargas Hurtado.

El volumen que publicó el ejército del Perú; La Epopeya del Morro de Arica (con motivo del centenario de dicha batalla), no hace ninguna alusión al parte de Espinosa. Para la comisión permanente de la historia del ejército del Perú dicho documento fue simple y llanamente irrelevante, ya que nos parece imposible que haya ignorado su existencia. Desgraciadamente, no se nos dice en ninguna de las más de trescientas páginas del libro por qué se desestimó tal testimonio. Por lo demás, el libro sigue la arbitraria selección de información que adoptara Gerardo Vargas Hurtado. Así, toma como totalmente cierta la descripción que hiciera Molinare sobre la muerte de Arangüez en el fuerte “Ciudadela”, pero pasa por alto lo que el escritor chileno apuntara sobre el desenlace de Bolognesi. Sobre el final de este último, se dice en La Epopeya del Morro de Arica sin apelar a ninguna fuente o autoridad: “...Aquí, en un último esfuerzo de resistencia al asalto con armas blancas y fuegos de fusilería murieron gran parte de los defensores; entre ellos, el coronel Bolognesi que cayó abatido por una descarga, sin que ello le impidiera incorporarse para disparar el último cartucho, momentos en que un culatazo en el cráneo terminó con su vida...”

Parecido tenor “metodológico” tienen, sobre la cuestión que nos convoca, los dos breves libros sobre la Batalla de Arica de E. Congrains Martín pertenecientes a su serie “Reivindicación” (1973). Congrains transcribe y da total crédito a extensos párrafos del parte de Espinoza, y opina que el mencionado documento tiene un “innegable valor testimonial”. Sin embargo, en el apartado denominado Los últimos momentos de Bolognesi, no hay una sola referencia a los datos que al respecto suministra dicho parte. ¿Cómo se puede pasar tan alegremente por alto algo que páginas atrás tenía un “innegable valor testimonial”, más aún teniendo en cuenta que el resto de partes oficiales son más bien escuetos con respecto a esos últimos momentos de Bolognesi? Fuera de afrontar estas cuestiones, Congrains aporta dos noticias no “oficiales”. La primera se refiere a Espinoza; en la segunda parte de la Batalla de Arica se lee: “Al capitán de corbeta Manuel I. Espinoza, le cupo realizar el último acto de guerra peruano sobre la cima del morro: cuando ya no queda soldado nuestro en pie de combate, Espinoza logra dar cuenta de un solitario (¿?) vigía que custodiaba la entrada a uno de los recintos de artillería y conectando mechas ya preparadas logra hacer explosionar dos cañones Parrot allí instalados, evitando así que el enemigo incrementase su parque de artillería. Cuando Espinoza emprendía veloz fuga un certero balazo lo hirió en un muslo y fue hecho prisionero...” Congrains no anota la fuente de donde extrajo esta información, algo lamentable toda vez que la misma no es confirmada por el parte del propio capitán de corbeta: “... muertos el señor Coronel Comandante General de la Plaza D. Francisco Bolognesi y el señor Capitán de Navío D. Juan G. Moore, habiendo salvado los demás por la presencia de oficiales que nos hicieron prisioneros. En esta situación se oyó una explosión producida por el cañón ‘Parrot’ que reventaba en ese momento, cuando ya los enemigos habían arriado nuestro pabellón e izado en su lugar una banderola chilena...” Se podría alegar que Espinoza no escribió en su parte el suceso que apunta Congrains por estar prisionero en el momento de redactarlo, sin embargo, en todo caso, Congrains debió aquí, como en muchos otros puntos de su obra, registrar sus fuentes.

La otra noticia por resaltar (toda vez que no es refrendada por ningún parte oficial peruano ni chileno) es sobre las circunstancias de la muerte del coronel Bolognesi. El mismo volumen dice: “Cuando la masa adversaria empezó a rebasar los débiles flancos peruanos, el coronel Bolognesi intentó accionar la batería eléctrica que debió haber volado el morro. Frenéticamente intentó, una y otra vez, activar el disparador sin que explosión alguna se produjera. -¡Traición! ¡Traición!, -alcanzó a gritar nuestro máximo héroe militar antes que una bala chilena le quitase la vida. Bolognesi cayó mortalmente herido en medio de charcos de sangre que ya se habían formado a su alrededor; haciendo un esfuerzo supremo intentó incorporarse y disparar sobre un soldado chileno que se le acercaba, pero un tercero, arteramente, aproximándosele por la espalda, le descargó feroz culatazo que le destrozó el cráneo...”

En el punto que nos cita, es decir, cómo fue ultimado Bolognesi (en la noticia de la indignación del coronel por el fallo de las minas el autor parafrasea al corresponsal de El Nacional de Lima) Congrains se “apoya” exclusivamente en el historiador inglés, Sir Clements R. Markham, quien escribió lo siguiente: “A este valeroso jefe (Bolognesi), lo acompañaban el valiente Moore, el joven Ugarte y muchos otros. Los chilenos los mataron sin misericordia. Bolognesi fue atravesado por una bala de rifle y después le destrozaron el cráneo...” Eso es todo lo que dice Sir Clements R. Markham sobre el fin del coronel, ¿de dónde entonces extrajo Congrains eso de que Bolognesi “haciendo un esfuerzo supremo intentó incorporarse y disparar sobre un soldado chileno que se le acercaba, pero un tercero, arteramente, aproximándosele por la espalda, le descargó feroz culatazo...”? Al parecer sólo repitió a su estilo, cediendo a su inclinación por la historia novelada, la versión “oficial” sobre tan dramático episodio nacional.

Eudoxio H. Ortega en, Francisco Bolognesi, el Titán del Morro (1972), tiene el acierto de insertar el parte completo de Espinoza. Pero no utiliza esa fuente en la reconstrucción de los momentos finales del asalto de Arica: “No hubo cuartel en la batalla. Tan encarnizada era que se salvaron pocos defensores, debido a una avalancha enemiga que sextuplicaba en número. Como postrer recurso se replegaron hacia el Morro en cuyas baterías murieron la mayor parte de los Jefes entre ellos el Coronel Francisco Bolognesi al pie de un Vavasseur de 250, que caído de espaldas de un balazo, fue destrozado el cráneo por un soldado chileno. Los bárbaros no respetaron siquiera la majestad de los muertos. Murió con la mirada altiva cumpliendo su palabra quemando el último cartucho”. ¿Por qué no usó el parte de Espinoza? E. H. Ortega no justifica tal segregación, lo que extraña, más aún en alguien como él que páginas atrás pontifica lo siguiente: “Nicanor Molinare, historiador chileno, que peleó en el Morro el 7 de Junio de 1880, en su condición de Sub-Teniente del 4 de Línea, es el más mordaz entre los escritores de su nación en condenar la actitud infame de sus jefes, con una valentía digna y como un ejemplo (¡!) para los historiadores peruanos, que con una conciencia farisea nos presentan una historia deformada, desconcertante, y que gravita hondamente en la conciencia nacional”.

El tratamiento, entonces, que le han dado la gran mayoría de historiadores peruanos al parte de Manuel I. Espinoza sólo puede ser calificado de arbitrario. Toda vez que su palabra no ha sido puesta en entredicho, ni ahora, ni en su época, por ningún documento que pudiera deslizar la hipótesis de una tergiversación de los hechos por parte del capitán de corbeta. Por el contrario, basta recordar que después de la Batalla de Arica, lejos de caer en desgracia por los datos que ofreció sobre los últimos momentos de la batalla, Espinoza llegó a ser capitán de fragata, y que fue desempeñándose como capitán de puerto y director de la Escuela Náutica que le sobrevino la muerte el 5 de julio de 1893, a parte de que muchas veces su testimonio fuera invocado para certificar las muertes y el comportamiento -en los juicios de montepío que se interpusieron ante el Estado peruano- de algunos patriotas caídos en Arica, como los sargentos mayores Juan Isúsquiza y Genaro Vizcarra Blancas, los capitanes Adolfo King y Juan Pablo Ramírez Márquez, el teniente Jorge Esteban Giles Bustios, entre otros.

Si se han hecho estas observaciones han sido sobre personas que ostentan títulos de historiadores o sobre aquellos que han tratado de hacer obras con rigor histórico, no habría ocupado nuestra atención si nos hubiéramos enfrentado a novelas o meros panegíricos para levantar la moral de un pueblo ávido de héroes.

Sólo Jorge Basadre y el capitán de navío (R) Julio J. Elías, enfrentaron el problema sorteado por muchos, siendo este último el que con mayor objetividad lo abordó. Julio J. Elías concluye en su documentado trabajo, La Lancha Torpedera “Alianza” en la Epopeya de Arica (17 de marzo - 7 DE Junio 1880): “Valientemente hagamos crítica sana, contemplando a seres de carne y hueso, que quisieron ser portadores del más alto mensaje de hombría, de virilidad, de valor y de patriotismo, para lo cual tuvieron que vencer sus debilidades humanas, flaquezas y errores de los que no podían estar libres: eso es lo interesante, la lección de suma importancia (...) No es posible mantener la proposición antihistórica de la intangibilidad absoluta de la Epopeya del Morro, ni menos elevar alrededor de ella una cortina de hierro, como círculo cerrado al análisis crítico; no, hagamos más luz respecto a la Epopeya y sus personajes, apreciemos como sólo es un eslabón de la cadena y adoptemos el principio de la más libre investigación”.

El conspicuo historiador tacneño –en su notable colección Historia de la República del Perú (1822 – 1933)- le hace una serie de cuestionamientos o reproches al parte de Espinoza -entre los que sorprende especialmente uno por provenir de un historiador de tal nombradía: “¿Inspiró a Espinoza, un ciego respeto a la verdad en todos sus detalles?” Pese a ello, concluye Basadre que la cuestión aún está por dilucidarse, y agrega sobre las repercusiones que tendría este estado de la cuestión: “Y si los fuegos fueron suspendidos cuando todo estaba consumado (en el caso de haber sido así) este hecho discutido no enerva el significado evidente de la resistencia del Morro (...) No se concibe en un hombre del temple de Bolognesi, que había expresado libre, voluntaria y nítidamente su voluntad de ir a la lucha, otra actitud sino la de defender hasta donde humanamente fuera posible, palmo a palmo y hasta su límite con el mar (cita a Espinoza), el terreno cuya guarda y defensa le había sido encomendada”.

En efecto, al poner sobre el tapete las circunstancias en que murió el Coronel Bolognesi, no se ha pretendido colocar en entredicho el enorme patriotismo de un hombre que, junto a los soldados –en su mayoría civiles enrolados- y oficiales del Ejército del Sur, enfrentaron a una masa de salteadores entrenados –dotados de una abrumadora ventaja material- que invadía el Perú con la saña del que carga un secular complejo de inferioridad. Tales patriotas, para ello, recorrieron las insufribles y áridas pampas que se extienden al sur del Perú (el mismo desierto que le hiciera telegrafiar al felón Daza: “Imposible pasar adelante. El desierto abruma”), equipados de exiguos y deficientes pertrechos militares, mal vestidos, apremiados por la escasez de agua y víveres, y alentados sólo por el deseo de defender “la honra e integridad de la patria”. Lo anterior, sin embargo, no excluye que en nuestro país debamos habituarnos -como afirmara el historiador Armando Nieto Vélez- “a mirar de frente, sin pestañear, la cruda luz de la historia, de toda nuestra historia, sin dejar voluntariamente zonas oscuras, resguardadas por estudiados silencios o por velos de un mal entendido patriotismo. Decía Hegel que los pueblos que no tienen de sí mismos sino un conocimiento fabulesco, borroso y fragmentario son pueblos de ‘conciencia turbia’, que no merecen ingresar a la historia universal”.


Álvaro Sarco