domingo, 15 de agosto de 2010

Borges y el Perú


Borges tuvo una relación contradictoria con el Perú. Afectuosa, debido a un par de antepasados famosos relacionados con el país, y de rechazo, por la escasa estima que, en general, los escritores peruanos le inspiraron por razones casi enteramente personales.

Sus antepasados y el Perú

Vía materna, le llegó a Borges uno de sus más ilustres ascendientes; su bisabuelo el coronel Manuel Isidoro Suárez,[1] quién, según está historiado, dirigió la carga de caballería peruana y colombiana que decidió la batalla de Junín (también participó en la batalla de Ayacucho). Borges lo evoca en los poemas: Inscripción sepulcral (Fervor de Buenos Aires, 1923), Página para recordar al coronel Suárez, vencedor en Junín (El otro, el mismo, 1969) y en Coronel Suárez (La moneda de hierro, 1976).

Casi no hubo entrevista concedida a peruano en la que Borges no rememorara al coronel Isidoro Suárez. Cuenta Edgar O’Hara a raíz de un encuentro con el argentino en su casa de la calle Maipú:
Al saber que éramos peruanos recordó nuevamente a su bisabuelo, el coronel Suárez, peleando en la pampa de Junín. ¿Le hubiera gustado ser él? ¿Habría encontrado el sentido de su vida siendo Suárez, ya que siendo Borges no lo halló? Respondió Borges: Suponer que una persona puede ser otra es absurdo, quiero decir que yo no me imagino sin mi destino, que es un modesto destino literario.
El primer gobierno de Fernando Belaúnde, a través de su representante diplomático en Buenos Aires, condecoró a Borges con la Orden El Sol del Perú. En la ceremonia de rigor, el autor de Ficciones dijo que tras cuatro generaciones "por las indescifrables artes del destino, la Orden del Sol vuelve a las manos de su bisnieto". Varios años después Borges aclararía tal revelación: "Mi bisabuelo (el coronel Isidoro Suárez) tenía la Orden del Sol. La condecoración misma se perdió en las guerras civiles (reacción contra Rosas[2] en 1830). Pero me la restableció el gobierno del Perú".

Otro antepasado de Borges vinculado al Perú fue Jerónimo de Cabrera.[3] En noviembre de 1978, Borges vino al país a recibir el título académico de Doctor Honoris Causa de la Universidad Católica (antes, en 1965, la Universidad Nacional de Ingeniería lo había distinguido con un grado similar). En el transcurso de su breve estadía del 78, el argentino viajó al Cusco y a Machu Picchu. A su regreso a Buenos Aires refirió:
Muy cerca de Machu Picchu, en Cuzco, que es una especie de barrio de San Telmo a la enésima potencia, me pasó algo muy grato. No sé cómo salió el nombre de Jerónimo de Cabrera, el fundador de Córdoba, y yo dije que era uno de los miles de ascendientes que tuve. Entonces, a toda carrera, porque debíamos tomar un avión, me llevaron a la casa desde donde había salido hace cuatrocientos años. Me pareció raro pensar que de esa misma casa, que yo pisaba, había salido para no volver, ya que Abreu lo juzgó y condenó a la pena de garrote en la misma ciudad de Córdoba, que acababa de fundar.
Borges y la literatura peruana

Cuando en 1921 Borges regresa a Argentina lleva de España el ultraísmo.[4] Por aquella época, a su vez, el poeta y libelista arequipeño Alberto Hidalgo ("autoexiliado" del Perú desde 1919), Francisco Luis Bernárdez, entre otros, importaron a Argentina noticias de las corrientes artísticas más innovadoras de la Europa de entreguerras. Todo ello multiplicó la actividad vanguardista de la juventud argentina, la misma que se canalizó, básicamente, a través de copiosos manifiestos, polémicas y tertulias a la manera de los círculos literarios que animaban los cafés de España o Francia.

Entre las más interesantes iniciativas que por entonces germinaron estuvieron la revista Proa, la revista mural Prisma, o la original Revista Oral, presidida por el arequipeño en el sótano del café Royal Keller.[5] Sobre la última, cuenta Antonio Requeni en Las peñas de Buenos Aires:
Era una especie de audición radiofónica "en vivo y en directo", por la que desfilaron los mas importantes escritores de la época; Borges, Oliverio Girondo, Norah Lange, Ricardo Güiraldes, Ulises Petit de Murat (…). En la "Revista Oral" se desarrolló un juicio literario a Alberto Gerchunoff en el que Jorge Luis Borges ofició de abogado defensor y Raúl Sacalabrini Ortiz de fiscal. Este último escribió una frase de Gerchunoff en una pizarra y después dijo que iría eliminando las palabras que sobrasen, fundamentando con chispeante ingenio sus tachaduras. Al final quedaron sólo dos o tres preposiciones.
A la lista consignada por Antonio Requeni puede añadirse a Francisco Luis Bernárdez –uno de los iniciales colaboradores de la revista-, y a Leopoldo Marechal que, en una entrevista que le hiciera en 1968 el escritor y psicoanalista Germán García contó:
Una vez estábamos en la revista Oral de Alberto Hidalgo, en ese café, en el Royal Keller, en Esmeralda y Corrientes. Nosotros hacíamos una revista oral que consistía en que cada uno de nosotros dijera lo suyo. Alberto Hidalgo se ponía de pie de repente (era en el sótano del Keller, una cervecería de tipo alemán) y decía año 1, número 3 y luego venían las editoriales, las colaboraciones, se leían poemas, se hacían críticas literarias generalmente furiosas.
El carácter de Hidalgo, ese carácter que a juicio de Mariátegui, hizo que llevara el gesto "colónida" -la megalomanía, la egolatría, y la beligerancia- a sus más extremas consecuencias, provocó que algunos colaboradores de la Revista Oral[6] –los más importantes- se fueran alejando y se concentraran en la revista o periódico literario Martín Fierro.[7] Recuerda Leopoldo Marechal sobre el fundamental periódico vanguardista:
Una noche nos reunimos en casa de Evar Méndez los futuros soldados: Macedonio Fernández, Ricardo Güiraldes, Oliverio Girondo, Borges, el pintor uruguayo Figari, Xul Solar, Francisco Luis Bernárdez y algunos otros. De esa cita nació la decisión de iniciar la segunda etapa de Martín Fierro, la única que en realidad tuvo significación histórica (…). Por las tardes nos reuníamos en el Richmond de la calle Florida, y por las noches en el sótano del Royal Keller…
El hecho de que escogieran el mismo centro de reunión de la revista de Hidalgo era una maniobra para crear disputas literarias que atrajeran la atención, y una forma de provocar, también, al mismo Hidalgo, quien terminaría cambiando el lugar de sus tertulias. Ilustra lo anterior una carta que Borges dirigiera, hacia 1926, a Macedonio Fernández:
Anoche tuve la alegría de tu carta y el problemón de descifrada y traducirla a la caligrafía. Paco Luis Bernárdez y Madre dragonearon de criptógrafos o de cripto-lectores. La semana que viene, pienso descolgarme por Morón y ubicar allí una noche conversadora, una de esas noches bien conversadas que parece van a inaugurar mucha claridad en la vida de uno. ¿Qué te parece si voy con Bernárdez? Lo de la cama no importa: ya le encontraremos arreglo al asunto. Hace unos diez días Girondo me propuso fuéramos a visitarte, pero no sé si él podrá de noche o si, yendo, nos bochincheará la reunión.
De Hidalgo sé que su Antología [se refiere al Índice de la nueva poesía americana (1926), que trae prólogos de Hidalgo, Huidobro y Borges] está en ciernes, muy en ciernes, y que la revista Oral funcionará los jueves de tarde, en lo de Witcomb. Marechal, Bernárdez y yo nos hemos descartado. Yo ando un poquito en punta con Alberto Hidalgo: después te explicaré la cosa…
La vida sigue igual. Me veo muy seguido con Willie, con Xul Solar, con la martinfierrada. Los sábados a la tarde, sigue habiendo puestas de sol en Urquiza. Saludos grandotes a los muchachos. Te abraza, hasta pronto

Jorge

Posdata: La literatura o pseudo-literatura se mueve. Evar, está urdiendo una antología (30 poetas, 5 composiciones de cada uno y un auto-juicio); Gleizer sacará una revista con 4 directores (Paco, Marechal, Rega, Molina, Mallea); la Editorial Minerva prepara un libro de selecciones de Eduardo Wilde y me ha pedido el prólogo, etcétera.[8]
Este inicial distanciamiento de Borges con el arequipeño, ese "ando un poquito en punta con Alberto Hidalgo", habría respondido a la inconsulta inclusión por parte de Hidalgo –en el Índice de la nueva poesía americana (1926)[9]- de poemas de Borges que el autor de Ficciones consideraba superados. Así, Alberto Hidalgo publicó líneas que Borges tenía enterradas como Rusia:

La TRINCHERA avanzada es en la estepa un barco
al abordaje
Con gallardetes de hurras
Mediodías estallan en los ojos
Bajo banderas de silencio pasa las muchedumbres
Y el sol crucificado en el poniente
Se pluraliza en la vocinglería
De la torres del Kreml
El mar vendrá nadando a esos ejércitos
Que envolverán sus torsos
En todas las praderas del naciente
En el cuerno salvaje de un arco iris
Clamaremos su gesta
Bayonetas
Que llevan en la punta las mañanas.[10]

La rivalidad entre Alberto Hidalgo y la mayoría de sus compañeros de vanguardia se agravaría; Borges, por ejemplo, sería contundentemente caricaturizado por el arequipeño en su libro de cuentos Los sapos y otras personas (1927): “...este último, como es casi ciego, quedó adivinándolo con los ojos largo rato [a un recién llegado]. No lo cató, y se acercó más a él para olerlo, enseguida de lo cual le puso la mano sobre el hombro, esa mano de palmípedo que Borges tiene, una mano húmeda y helada, que da escalofríos a quien la estrecha, porque es una mano muerta, inhábil para la caricia y el estrujón”. Por último, uno de los momentos más tenso vendría cuando Francisco Luis Bernárdez, en el mismo Royal Keller, disolvió la Revista Oral de Hidalgo:
Tuvimos también momentos felices, como el de la inauguración de la sede de Martín Fierro en un segundo piso de Florida y Tucumán. Aquella noche los martinfierristas cambiaron el ritmo de la ciudad: Evar Méndez y yo, entre otros, llevando a Norah Lange en una silla confiscada a un café, descendimos al sótano del Tortoni, sede -a nuestro juicio- de todo el pasatismo local; Oliverio Girondo se puso a dirigir el tránsito en la esquina de Callao y Corrientes; Francisco. Luis Bernárdez, con un editorial injurioso para los oyentes, disolvió la Revista Oral que el poeta de Arequipa, Alberto Hidalgo, dirigía en el Royal Keller. Y todo al ritmo de los compases del himno de Martín Fierro, que compuso Oliverio sobre la música de “La donna é mobile”: Un automóvil, dos automóviles, tres automóviles, cuatro automóviles, cinco automóviles, seis automóviles, siete automóviles y un autobús.[11]
Estos grupos de vanguardia no irían más allá de los años veinte, mas el encono de Hidalgo hacia los miembros de Martín Fierro, y viceversa, tendría larga duración. Prueba de lo último es, en principio, una difamante como reveladora “misiva” publicada por Hidalgo sobre Borges (que ventila un episodio que habría sucedido antes o a inicios de 1926, cuando ambos escritores aún tenían migas) en su Diario de mi sentimiento (1937), pp. 335-336:[12]
Querido Borges:

Voy a refrescarte la memoria.
Hace unos meses, varios, muchos, una noche, pasadas las 24, frente a la Confitería del Molino, Ud. tuvo un breve apuro. Quería acompañar a una amiga hasta su casa, en Villa No Sé Cuantos. El automóvil costaría, según sus cálculos, 3 o 4 pesos. Como Ud. no tenía ninguno, yo le presté diez. De modo que Ud. pudo irse con la chica, solos los dos, y juntos, dentro del auto y bajo la noche. Y de seguro no pasó nada. ¡Nunca pasa nada entre Ud. y una mujer!
Corrió el tiempo. Cierta vez, en el Royal Keller, extrajo Ud. su cartera y de ella un billete, nuevecito, de diez pesos, con desánimo de dármelos. Eran para abonar la consumación. Pero me dijo:
- No tengo sino esto. El miércoles cobraré un artículo en “La Prensa”.
- ¡Hombre! –le respondí-, ¡cuando usted pueda! ¡No faltaba más!
No volví a verlo. Desapareció de la tertulia y olvidó la cuentecilla, no obstante de haber cobrado, de seguro, varios artículos en “La Prensa”.
Ahora bien: desde hace algún tiempo, todo lo que usted escribe me parece malo, muy malo, cada vez peor. ¡Ud., con tanto talento, escribiendo puerilidades! ¡No puede ser! Temo que mi juicio adolezca de parcialidad, a causa de los diez pesos que me debe. Páguemelos, querido Borges. Quiero recobrar mi independencia. ¡Concédame el honor de volver a admirarlo!
Por otra parte, el dinero es sucio. Ud. y yo estamos por encima de él. Haga, pues, una cosa decente: vaya a una librería, compre unos libros por valor de diez pesos. Y me los manda por correo certificado. Los libros que, a su juicio, yo deba leer y los cuales –imagino- no serán los suyos. Nada más. Eso será suficiente para que pierda mi carácter, horrible, de acreedor.
Presente mis respetos a su familia. A Ud. yo lo recuerdo constantemente. ¡Y no por la deuda!

Un estrujón de manos. A.H.
A comienzos de la década del 30, Borges, que tan prolífico se mostraría a la hora de encomiar algunos poemarios, novelas o cuentos de dudosa importancia, hizo un cicatero y no menos irónico comentario en Cuadernos mensuales de Cultura de uno de los poemarios más relevantes de Alberto Hidalgo: Actitud de los Años (1933):
Hidalgo no es únicamente el autor de este libro, sino su ingenuo y aterrorizado lector. Así lo prueba el comentario perpetuo que hace de los dieciocho poemas. En ese co­mentario -que abarca más de una mitad del volumen- ­les y se promete inmortalidad, fundado en ciertos iluso­rios contactos de su poesía con la doctrina de Einstein, con el kantismo y con el galimatías universitario de Hegel.
Deploro ese incongruente réclame, porque los poemas son eficaces. Pruébalo este admirable párrafo:
"Será según si estrujásemos en la mano una toda bandera, y luego la soltáramos al vuelo de sus pájaros contenidos, y ella se pusiera a cantar como una voz cuando le aprieta el júbilo".

Y esta buena permutación:

"Desde el agua roja de las venas hasta la sangre blanca de los ríos".

Y esta válida hipérbole:

"¡Tanto le clamé al cielo que me quedé sin brazos!"

Y este buen ejercicio a la manera de Carlos Mastronardi[13] (de cuyo estilo hay ecos felices en muchos lugares del libro):

"Balcón dorado y maceta lo dicen".

Recomiendo el olvido de las notas y la completa lectura de los poemas. La oscuridad -cuando es deliberada, como aquí- es una condición literaria.[14]
Algunas décadas después, Borges -en un notorio prólogo de su afamado poemario El otro, el mismo (1969)- volvería a escribir cáusticamente sobre Hidalgo:
Este libro no es otra cosa que una compilación. Las piezas fueron escribiéndose para diversos moods y momentos, no para justificar un volumen. De ahí las previsibles monotonías, la repetición de las palabras y tal vez líneas enteras. En su cenáculo de la calle Victoria, el escritor -llamémoslo así- Alberto Hidalgo señaló mi costumbre de escribir la misma página dos veces, con variaciones mínimas. Lamento haberle contestado que él era no menos binario, salvo que en su caso particular la versión primera era de otro. Tales eran los deplorables modales de aquella época, que muchos miran con nostalgia. Todos queríamos ser héroes de anécdotas triviales. La observación de Hidalgo era justa…
Fuera de los anteriores dimes y diretes con Hidalgo, Borges sería criticado, con no poca dureza, también, por César Vallejo en Contra el secreto profesional, artículo que el autor de Trilce escribió para Variedades en 1927: “La estética –si así puede llamarse esa grotesca pesadilla simiesca de los escritores de América- carece allá [Vallejo estaba en Europa], hoy tal vez más que nunca, de fisonomía propia. Un verso de Neruda, de Borges, de Maples Arce, no se diferencia en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy (…). Aparte de que ese Jorge Luis Borges, verbigracia, ejercita un fervor bonaerense tan falso y epidérmico, como lo es el latino-americanismo de Gabriela Mistral y el cosmopolitismo a la moda de todos los muchachos americanos de última hora…”

Las poco amables afirmaciones de Vallejo, sumadas a altercados con Hidalgo, en lo sucesivo indispondrían a Borges en contra del resto de escritores peruanos, a los que -salvo Eguren- ninguneó o ignoró (escudado en la ceguera que le sobrevino hacia 1955),[15] o en el mejor de los casos, aceptó conocer, pero con inocultable parquedad diplomática. No pocas entrevistas ofrecidas por el argentino corroboran lo dicho, basta por ahora como ejemplo lo que refleja el siguiente extracto, que forma parte de las charlas que brindó Borges en el Emily Dickinson Collage hacia 1983:
Sobejano: Ya que mencionó a López Velarde, ¿cree usted que en él está el germen del prosaísmo? Borges: Pienso que lo prosaico es uno de los recursos de la poesía, si se usa cuidadosamente. Si no se abusa de ello, puede ser muy útil. Sobejano: Creo que el prosaísmo fue continuado por César Vallejo, y luego vino el movimiento neorrealista, con escritores como Arguedas o Ciro Alegría, que en los años cuarenta y cincuenta cultivaron un tipo de novela y de literatura muy comprometidas con la vida diaria, el trabajo, el sufrimiento; y lo hicieron no tratando de dar un testimonio meramente informativo, claro está, sino como una parte de la obra literaria. Observo una continuidad desde el prosaísmo de López Velarde, pasando por la poesía de Vallejo, hasta llegar a Arguedas. Borges: No conozco a esos poetas. Conozco a López Velarde, sí, pero no a los otros. No puedo hablar con ninguna autoridad. Además, he estado ciego como lector desde los cincuenta y cinco años de edad; en verdad no conozco a mis contemporáneos (…) Cortínez: En un poema al Perú, en La moneda de hierro. Usted habla de... Borges: No recuerdo ese poema. Cortínez: Bueno, puedo ayudarle a recordarlo. Borges: Sí, gracias. Cortínez: Dice usted en él que todo lo que tiene de Perú es la plata que su abuelo o bisabuelo le trajo. Borges: Sí, y History of the conquest of Peru de Prescott. Y creo que es todo, ¿no? Acaso unos cuantos recuerdos agradables, recuerdos personales. Cortínez: Está bien. El asunto es que también menciona a un poeta peruano, Eguren. ¿Lo recuerda? Borges: Eguren, claro. Alberto Hidalgo, un poeta menor, me presentó a Eguren, un poeta mayor, diría yo. ¿Cómo se llama el libro? La niña... Cortínez: Se trata solamente de un poema, La niña de la lámpara azul. Borges: Sí, La niña de la lámpara azul, sí. Cortínez: ¿Le parece que el título es aceptable? Borges: Es demasiado decorativo. Pero era su propósito: ser decorativo. La niña de la lámpara, y el azul ahí, ya es demasiado para mí. Yo soy muy sobrio, un puritano, y para mí esos excesos, esas orgías, son auténticamente condenables. ¿La niña de la lámpara azul? No. No soy orgiástico.
Si Borges sostenía desconocer la obra de los que él llamaba sus “contemporáneos”, ¿cómo así estimaba la producción de escritores como Paz, Arreola, García Márquez, entre otros “contemporáneos” mucho más jóvenes? Por lo demás, ¿verdaderamente Borges ignoraba la obra de Arguedas, la de Ciro Alegría, o la de Vallejo, en 1983? Difícil de creer, y más aún en el caso de un poeta ya universalmente reconocido como Vallejo, que hacia 1922 tenía publicado Trilce,[16] (un poemario que Hidalgo difundió con entusiasmo entre la juventud vanguardista argentina de los años veinte, al igual que la obra de Eguren, la cual, sospechosamente, Borges sí recordaba).

Alguien podría argüir que Borges resistía a Vallejo por razones estéticas o políticas. Si hubiera sido así, no se entiende cómo, por otro lado, Borges reconoció admirar la obra de Neruda, no la de Residencia en la tierra, sino aquella en la que el chileno se comprometía abiertamente con el estalinismo.

Razones de encono personal, entonces, más que ideológicas o literarias, hicieron que Borges se mantuviera en una contumaz ignorancia de la literatura peruana del siglo XX.[17] Sorprende, eso sí, que semejante discordia la haya sostenido hasta el epílogo de su vida.


Notas

[1] Isidoro Suárez (1799-1846), militar y patriota argentino. Nació en Buenos Aires, y tomó parte en las guerras por la emancipación de América Latina. Peleó en las batallas más importantes de la independencia chilena y peruana como Chacabuco (1817) y Maipú (1818). Su intervención en la jornada de Junín, el 6 de agosto de 1824, al frente del regimiento de caballería fue decisiva, lo que haría que se le conociera en adelante como el “vencedor de Junín”.
[2] Juan Manuel de Rosas (1793-1877), político y militar argentino, gobernador de Buenos Aires (1829-1832; 1835-1852).
[3] Jerónimo Luis de Cabrera (1538-1574), conquistador español, fundador de la ciudad argentina de Córdoba.
[4] El ultraísmo –como movimiento poético vanguardista- nació en las tertulias presididas por el español Rafael Cansinos Assens en el café madrileño “Colonial” a fines de 1918. Su irrupción habría obedecido a una oposición a la estética del modernismo. Para Guillermo de Torre el ultraísmo fue: “como una violenta reacción contra la era del rubenianismo agonizante y toda su anexa cohorte de cantores fáciles que habían llegado a formar un género híbrido y confuso, especie de bisutería poética, producto de feria para las revistas burguesas”. El ultraísmo español, caracterizada básicamente, por una apuesta por la “condensación metafórica” y la eliminación de los nexos lógicos, sería re-elaborado por Borges al matizarlo con ciertos localismos argentinos.
[5] Puede entreverse el concepto desarrollado en 1926 en la Revista Oral en el libro anti-hispánico de Hidalgo España no existe (1921), es decir, las exposiciones públicas desarrolladas sistemáticamente (simulando la estructura de un libro o revista impresa), y luego, como en España no existe, llevadas al volumen (si es que le creemos a Hidalgo que, efectivamente, leyó primero su “conferencia” en un café de España).
Inicialmente la Revista Oral –según refleja una entrevista de la época publicada en Crítica- fue perfilada en conjunto entre Alberto Hidalgo y Evar Méndez (director de Martín Fierro) hacia junio de 1925. No obstante, Alberto Hidalgo sería quien finalmente haría de solitario “editor” de la original revista. Al parecer, Evar Méndez habría fundado una “peña” propia, a la par de la Revista Oral, pero que no tendría mayor resonancia y de la que se tiene sólo referencia por una mención que hace de ella Macedonio Fernández. (Agradezco la información precedente a Carlos García).
[6] Pese a que en su Diario de mi Sentimiento (1937) Hidalgo reconoce –y agradece- la importante participación de Borges en la Revista Oral, Augusto Elmore –quien conoció a Hidalgo, el que a su vez le escribió un elogioso prólogo a su poemario Origen (1954)- cuenta que en la Revista Oral Hidalgo se “encargó de vilipendiar” a Borges. Considerando la compleja personalidad de Hidalgo no extrañaría una actitud así, más aún tomando en cuenta el alejamiento del argentino del entorno de Hidalgo tras su forzada inclusión en el Índice de la nueva poesía americana (1926). La ruptura ya no tendría punto de retorno tal y como refleja el presente artículo.
[7] Debo a Carlos García los siguientes detalles: la primera etapa del periódico Martín Fierro -de comienzos del siglo XX- tuvo como director a Alberto Ghiraldo. Relanzado en la década del veinte (1924-1927), tuvo como director a Evar Méndez. Los últimos números los co-dirigieron diversos escritores argentinos.
[8] Fernández, Macedonio. Obras Completas. Ediciones Corregidor. Buenos Aires, 1974-1976.
[9] Considerada como “el índice de las vanguardias latinoamericanas”, esta antología fue concebida, y como todo indicaría, sólo llevada a cabo por Alberto Hidalgo. Por añadidura, la confección de un índice o antología de los “nuevos” poetas del momento, la venía perfilando Hidalgo desde temprana época. Pruébalo este pasaje de 1918 en el que el arequipeño anuncia lo que preparaba por entonces:
Dos libros en prosa habrán de salir luego; quizá primero que los de los versos: Ladislao, el guardador y Los Grandes Poetas Nuevos de América.
El primero es una novela panfletaria. Será la historia de una familia diabólica, espantoso aborto de esta pobre raza a que pertenezco, familia maldita sobre cuyos hijos habrá de caer mi libro como una sombra trágica que ni el tiempo podrá borrar.
El nombre del segundo libro lo dice todo. No hay por qué explicarlo. Cuando mucho diré que es un libro justiciero. Hoy ya en América, Lugones, Darío, Valencia, Herrera Reissig, Díaz Mirón, Nervo, Blanco-Fombona, Jaimes Freire y muchos otros son clásicos. Nuevos poetas han venido tras ellos a asentar de un modo que parece definitivo la poesía del continente.
Sus nombres figuran en la segunda página de este libro; en la lista de obras publicadas y por publicar. No todos ellos son conocidos fuera de sus patrias. Algunos tienen ya prestigio de maestros, como Enrique González Martínez, a quien la juventud de México prefiere entre todos sus poetas y admira tanto o más que a Othon, Díaz Mirón o Nervo; pero que, en cambio, es casi desconocido en los demás países castellanos. Tampoco son todos jóvenes. No he tomado en cuenta sus edades para agruparles allí. El mayor de ellos –a juzgar por lo que apunta Manuel Ugarte- es López Penha, quien tiene 49 años. El menor es Daniel Vázquez, que tiene 22. Sin embargo, éste es tan grande como aquél. ¡Qué paradoja! 
(Alberto Hidalgo. Hombres y Bestias. Bocetos críticos. Arequipa-Perú-1918. Tip. Artística., pp. 189-190).
[10] Alberto Hidalgo, Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro. Índice de la nueva poesía americana. Sociedad de Publicaciones El Inca. Ediciones Especiales. Buenos Aires, 1926. p. 36.
Tras estudiar en Ginebra, Borges viaja a España en 1919. Por entonces escribió dos trabajos que pronto repudiaría: Los naipes del tahúr (ensayos literarios y políticos), y Los salmos rojos (colección de poemas a tono –en el asunto- con los eventos políticos de la época. Allí incluyó el poema Rusia. Pieza que en 1926 incluiría Hidalgo en su Índice sin el consentimiento de Borges, quien estética y temáticamente ya estaba en otra etapa.
[11] Leopoldo Marechal: “Los martinfierristas cambiaron el ritmo de la ciudad”.
[12] Por lo demás, el Diario de mi sentimiento de Hidalgo, contiene aquí y allá acusaciones contra Borges que incluyen una de las imputaciones favoritas de Hidalgo; el de plagio. Sobre esto último ver un ejemplo en: Alberto Hidalgo. Cuentos. Editores: Álvaro Sarco y Juan Cuenca. talleres tipográficos, Lima-2005, pp. 139-140.
[13] Carlos Mastronardi (1901-1978), poeta y ensayista argentino ligado a la vanguardia de dicho país a través de la vinculación que tuvo con la revista Martín Fierro. Un poemario suyo de esa época es Tierra amanecida (1926).
[14] Borges, Jorge Luis: “Alberto Hidalgo. Actitud de los años. Buenos Aires, 1933”: Selección. Cuadernos mensuales de Cultura, Buenos Aires, N° 1, mayo de 1933; reproducido en Textos recobrados, 1931-1955. Buenos Aires: Emecé, 2001, p. 42-43.
[15] A propósito de este aserto, es ilustrativa la entrevista que Enrique Chirinos Soto le hiciera a Borges el 25 de mayo de 1983, y que fuera incluida en el volumen Prosas poéticas: de Vallejo a Borges (1985):
E.Ch.S.­- De poetas peruanos, Ud. prácticamente sólo menciona a Eguren.
J.L.B.- El escritor -llamémoslo así- Alberto Hidalgo me introdujo en el conocimiento de Eguren.
E.Ch.S.- ¿Qué le gusta de Eguren?
J.L.B.- Y bueno “La Niña de la Lámpara Azul”, y unos reyes rojos, y el espectro de un caballo muerto…
E.Ch.S.- De José Santos Chocano, sólo hay una referencia incidental y a propósito de Vargas Vila.
J.L.B.- Sí, cuando Vargas Vila dice que Santos Chocano ha fatigado la infamia.
E.Ch.S.- Y de Vallejo, nada.
J.L.B.- No lo alcancé. Yo quedé ciego en 1955. No lo he leído. He leído muy poco.
E.Ch.S.- Le voy a decir la introducción del “Himno a los voluntarios de la República” de Vallejo:

Voluntario de España, miliciano
de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón
cuando marcha a matar con su agonía
mundial, no sé verdaderamente
qué hacer, dónde ponerme…

J.L.B.-Son lindos versos, me parece. Pero el poema ha de ser casual: que no se note al poeta. Yo no pondría “fidedigno” en un verso. Es como extender una constancia notarial. Hablando de escritores peruanos, ese joven Vargas Llosa escribe muy bien; pero ha novelado una entrevista conmigo. Dice que guardo intacto el cuarto de mi madre y, sobre su lecho, las prendas de vestir. Eso no puede decirlo. Eso sería fetichismo. Y ni siquiera entró al cuarto de mi madre.
La referencia que hace Enrique Chirinos Soto sobre el poeta José Santos Chocano figura en el libro de Borges Historia de la Eternidad (1936), en el apartado intitulado el Arte de injuriar: 
… la injuria más espléndida que conozco; injuria tanto más singular si consideramos que es el único roce de su autor con la literatura. Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo, muriendo en él. Ahí está vivo, después de haber fatigado la infamia. A fuerza de abstracciones ilustres, la fulminación descargada por Vargas Vila rehúsa cualquier trato con el paciente, y lo deja ileso, inverosímil, muy secundario y posiblemente inmoral. Basta la mención más fugaz del nombre Chocano para que alguno reconstruya la imprecación, oscureciendo con maligno esplendor todo cuanto a él se refiere –hasta los pormenores y síntomas de esa infamia.
[16] De Trilce, Hidalgo incluyó en su Índice de la nueva poesía americana (1926) –del que Borges fue uno de los prologuistas- los poemas: XV / XXXIII y L.
[17] Es necesario recordar –como lo hace en su entrevista Cortínez- que Borges escribió el notable poema El Perú (La moneda de hierro, 1976); país precisamente de los escritores que “desconocía” o subestimaba: “De la suma de cosas del orbe ilimitado / Vislumbramos apenas una que otra. El olvido / y el azar nos despojan. Para el niño que he sido, / El Perú fue la historia que Prescott ha salvado. / Fue también esa clara palangana de plata / Que pendió del arzón de una silla y el mate / De plata con serpientes arqueadas y el embate / De las lanzas que tejen la batalla escarlata. / Fue después una playa que el crepúsculo empaña / Y un sigilo de patio, de enrejado y de fuente, / Y unas líneas de Eguren que pasan levemente / Y una vasta reliquia de piedra en la montaña. / Vivo, soy una sombra que la Sombra amenaza; / Moriré y no habré visto mi interminable casa”.


Álvaro Sarco