jueves, 2 de septiembre de 2010

Borges o la literatura fantástica

Por Álvaro Sarco


En sus cuentos o relatos más famosos –los que integran libros desde "El jardín de senderos que se bifurcan" (1941), hasta "El Hacedor" (1960)- Borges plasmó su interés por una especie narrativa que poco o nada debiera al llamado realismo. Tradicionalmente, la última vindica y supone una tentativa por remedar los objetos e individuos del mundo tal y como operan y lucen cotidianamente. En cambio, en lo fantástico el mundo está regido –según Borges- por todas las leyes naturales y por otras imaginarias. Lo tediosamente previsible, la monotonía, la confusión, le son totalmente ajenos, no así a la simple realidad.

Borges
Inmerso en una estética clásica, Borges también reivindicaba lo fantástico al considerar que todas las literaturas principiaron con ese género. Razonaba el argentino que las novelas realistas eran de reciente data –principios del siglo XIX- y, por ende, pueriles modas o supersticiones lamentables indignas de seguirse.

Borges dilató magníficamente el género fantástico. Para ello echó mano de dos operaciones básicas: traducir lo fantástico en versiones de sutil racionalidad ("Tres versiones de Judas") y recrear ficciones del pasado de tenor fantástico ("La casa de Asterión"). Así, Borges exploró antiguas tradiciones, mas influido por sus lecturas de infancia, recaló con asiduidad en la copiosa literatura inglesa.
Thomas De Quincey

De Thomas De Quincey, Borges rescató la dimensión onírica de su literatura, el alucinado manejo de la pesadilla y del horror; empeñado como estaba De Quincey en subvertir la razón burguesa de su tiempo. Lewis Carrol fue para Borges el único en concretar -con su "Alice's Adventures in Wonderland"- el singular proyecto que Hawthorne registró en sus "American Note-Books": redactar un sueño que fuera como un sueño verdadero; con las incoherencias, rarezas y la falta de propósitos de los sueños. A Robert Louis Stevenson Borges lo consideraba no sólo como un modelo literario, sino también una forma de la felicidad que la suerte le había adjudicado.

Así, la predilección de Borges por la literatura inglesa respondía a  la poderosa imaginación y a la “legibilidad” de esa tradición. Para Borges, una obra era “legible” si mostraba atractivo argumental; si estimaba lo que encanta o distrae al lector (el sueño, la aventura, el misterio) o si no era formalmente pesada. Por lo demás, el escritor inglés,  estimaba Borges, sólo escribía en función de su fantasía, ya que los individuos aislados se imponían sobre las escuelas, los movimientos y los manifiestos literarios. 

Robert Louis Stevenson
 A la literatura fantástica comúnmente se le imputó una actitud escapista, evasiva de la realidad. Borges objetó ello indicando que si la literatura fantástica se valía de ficciones, no era para recrearse en la irrealidad sino para expresar una lectura más honda y compleja del mundo. De tal manera, para Borges los temas de la literatura fantástica representaban verdaderos símbolos de estados emocionales o procesos que se operan en todos los hombres.

En suma, la literatura borgesiana está destinada más a proponer metáforas de la realidad, que a retirarse arbitrariamente a una infundada dimensión. De ahí que, como afirmara alguna vez Emir Rodríguez Monegal, no cualquier fantasía puede valer como literatura fantástica, pues ella requiere mayor agudeza y rigor y trabajo estilístico que la simple transcripción de la cotidianidad, que ésta sí puede abundar en incoherencias, en repeticiones y en el tedio.


Álvaro Sarco