lunes, 11 de octubre de 2010

Borges y los "estudios culturales" o la universalidad de la lengua

Por Evodio Escalante


El verso de Villaurrutia que a la letra dice “me estoy mirando mirarme por mil Argos, / por mí largos segundos”, con el toque ominoso que implica esta feroz autoconciencia que invocaría la aparición de un mítico monstruo que se sobrepone de modo inesperado al rostro del autor cuando éste intenta mirarse en el espejo, pareciera cernirse sobre lo que llamamos “literatura”. La reflexividad o literatura en segundo grado se empalma a la producción propiamente dicha, o literatura de primer grado. Lo derivativo se convierte en lo primario, y lo primario en lo derivativo. Me temo que muchas de las actuales prevenciones ante el auge de la teoría y de la crítica tienen algo que ver con esta situación de emergencia, con este collage súbito, con este Perro cubierto de ojos que nos acecha sin cesar. Tzvetan Todorov, a quien tanto debe la difusión del ya rancio estructuralismo, parece desbrozar los ramajes parásitos y proponer un retorno nostálgico a esa patria perdida que llamamos experiencia literaria en lo que tiene de originario y de vivificador. La literatura en peligro (Madrid, Galaxia Gutemberg, 2008), se llama su reciente admonición, y fácilmente podemos extender este diagnóstico a las artes tomadas en su conjunto: la pintura en peligro, la música en peligro, de extinción, naturalmente. Confieso que no me sobresaltan estos presagios más bien siniestros. Nunca he estado en contra de los nuevos métodos y teorías literarias, llámense estructuralismo, post-estructuralismo, deconstrucción, teoría de la recepción o estudios culturales, al revés, considero que su inscripción es un resultado de algún modo inevitable de un cambio en los paradigmas contemporáneos de la discursividad, y creo que de ello dejé constancia en una olvidada discusión periodística con Antonio Alatorre. Por lo demás, pareciera que muchos de los reparos actuales de Todorov tienen su origen no en los métodos mismos, mucho ojo, sino en la manera en que la institución escolar ha acabado por administrarlos, aplanarlos y deformarlos. La institución escolar y, me permito agregar, más allá de Todorov, un cierto pernicioso y difuso nihilismo que impregna las nubes y las raíces de nuestro acontecer cultural.

El nihilismo como propiedad de la época moderna no implica sólo una devaloración de los valores, como luego se dice, sino incluso un cierto desdén por la realidad, por el mundo en el que vivimos. Para el nihilismo la irrealidad está de regreso y todo se impregna de fantasmagoría. Cuando la frase de Derrida “no hay fuera de texto” se interpreta de modo abusivo como una supresión o anulación del mundo, y con ello, del referente literario obligado, hacemos decir a Derrida algo que nunca pensó decir y así lo acomodamos para mejor desechar en bloque su propuesta de lectura. Este nihilismo en acción –para hablar de algo más próximo– también ha entendido mal el formidable cierre de Altazor de Vicente Huidobro, uno de los grandes poemas de la vanguardia hispanoamericana. Un eminente crítico mexicano ha escrito que el poema concluye con el balbuceo, con la imposibilidad de decir, en otras palabras, en un autodeclarado “fracaso”. Lo que era y sigue siendo un franco homenaje a las posibilidades abiertas por el poema fonético de los dadaístas, en el que los nombres de Richard Huelsenbeck y Kurt Schwitters destacan de modo eminente, nuestro nihilismo depredador lo convierte en una simultánea derrota de la poesía y del lenguaje.
Evodio Escalante
Habría que decir que el mal no estriba en las nuevas teorías y metodologías literarias, sino en una aplicación cerril o dogmática de las mismas. Acaso la perturbación del nihilismo no consistiría sino en una operación depreciadora del texto en la medida en que se vuelve idólatra de la idea. Tanto el endiosamiento de la teoría como la aplicación ciega de un método a los productos culturales o los textos que nos importan tendría que acarrear consecuencias lamentables. Cualquier herramienta o presupuesto teórico, no importa su procedencia, tendrán que estar subordinados a lo que podría llamarse una competencia literaria, o sea, una verdadera comprensión del texto que se analiza. Sólo a partir de esta comprensión fina y abarcadora puede derivarse todo lo demás. Es obvio que en los casos en que esta comprensión es inexistente, falible o deficiente, no hay método mágico que produzca resultados dignos de llevarse a casa.

Quisiera traer a colación el nombre de Borges y el de una crítica literaria a quien al igual que a Todorov he tenido la suerte de escuchar alguna vez en El Colegio de México. Borges, que con lucidez anticipa y ejemplifica en su obra lo mismo la teoría del “agotamiento” esgrimida por John Barth que la de la “intertextualidad” que debemos a Julia Kristeva y hasta quizás la noción de “palimpsesto” que ha seducido a Gerard de Genette, sufre ahora los embates de los “estudios culturales” muy en auge en su Argentina natal. Reitero que no tengo nada contra este abordaje de genealogía neomarxista, aunque en este caso solicito se dispense que no concuerde con su manera de analizar al autor.

Por principio, en su libro Borges, un escritor en las orillas (México, Siglo XXI Editores, 2007), Beatriz Sarlo parte de un supuesto sociologizante que ya parece él mismo excluyente y colonizador: que Borges escribe desde las orillas. Esto equivale a decir que es un escritor en los márgenes, en las afueras, a la sombra por tanto del etnocentrismo Occidental. La ubicación de Sarlo es “nacionalista”, tercermundista y hasta periférica, pero no creo que tenga nada que ver auténticamente con la lengua y la escritura de Borges. Sostiene Beatriz Sarlo: “En Borges, el tono nacional no depende de la representación de las cosas sino de la presentación de una pregunta: ¿Cómo puede escribirse literatura en una nación culturalmente periférica?” (p. 5) En otro pasaje de su libro, reitera: “El Borges cosmopolita (…) abre esa pregunta (que nunca cierra) sobre cómo es posible escribir literatura en este país periférico.” (p. 6) Argentina, ¡periférica! Sic. Lamento decir que no creo que Borges se haya planteado nunca esta pregunta que sólo podría formularse, por otra parte, en el contexto muy específico (y muy marcado ideológicamente) de los estudios culturales. A la propia Beatriz Sarlo se le olvida algo que escribió Borges y que ubica de cuerpo entero su posición, ya desde entonces clara: “Las ilusiones del patriotismo no tienen término.” (Véase “Nuestro pobre individualismo”, en Otras inquisiciones, p. 51) Empero, a Sarlo le hace bien creer que hay una corriente nativista o criollista en el autor, sin darse cuenta que este criollismo deriva o es un reflejo de las lecturas alemanas, quiero decir extranjeras del autor, y de las que tanto supo sacar provecho... Cito de nuevo a Sarlo: “Con el énfasis de su primer criollismo, provocador hasta en la ortografía, Borges escribe: <<Nuestra realidá vital es grandiosa y nuestra realidá pensada es mendiga… Ya Buenos Aires, más que una ciudad es un país y hay que encontrarle la poesía y la música y la pintura y la religión y la metafísica que con su grandeza se avienen>>.” –La cita de Borges está tomada de El tamaño de mi esperanza, uno de los libros de los años veinte que éste no volvió a reeditar. Desde su apresuramiento nativista, la teórica de la literatura inadvierte que, más allá de la caricatura fonética, la primera frase contiene una cita nada velada del Hiperión de Hölderlin y la última una señalada referencia a la cultura germánica, eminente en la estimación de Borges por haber desplegado a una altura máxima tanto a la música como a la metafísica (remito a las apretadas páginas del Deutsches Requiem, como prueba de lo anterior). Este Borges, contra lo que pretende la crítica, no escribe desde las orillas sino desde la centralidad de una lengua europea a quien el escritor casi atribuye la invención de la literatura fantástica. El proyecto de soberanía nacional que se despliega en la pregunta ¿cómo escribir literatura desde una nación periférica?, olvida que un escritor, al menos que un escritor como Borges, no escribe desde el coto cerrado de la patria, cualquiera que ella sea, sino desde la universalidad de la lengua.

Es esta universalidad, me parece, la que habría que restituir cuando leemos a nuestros grandes escritores, sean Borges o José Revueltas, sean Huidobro o José Gorostiza.