domingo, 17 de octubre de 2010

Irresuelto discursos del canon cultural peruano

Por Álvaro Sarco


Rara vez la fragilidad de los presupuestos ideológicos de los autores estimados como soportes básicos de nuestro canon cultural son examinados. Podrían ser rastreados innúmeros casos de inconsistencias, pero es poco fructífero su mero señalamiento, mas no así el cotejo dilucidador de los más significativos casos. A continuación algunos escritores emblemáticos de nuestro aludido canon serán encausados en función de la siempre polémica –y aún no resuelta- problemática del racismo en el Perú.

Durante la guerra del Pacífico, el tradicionista Ricardo Palma garrapateó las siguientes opiniones al entonces dictador Nicolás de Piérola:
En mi concepto, la causa principal del gran desastre del 13 está en que la mayoría del Perú la forma una raza abyecta y degradada, que usted quiso dignificar y ennoblecer. El indio no tiene el sentimiento de patria; es enemigo nato del blanco y del hombre de la costa y, señor por señor, tanto le da ser chileno como turco. Así me explico que batallones enteros hubieran arrojado sus armas en San Juan, sin quemar una cápsula. Educar al indio, inspirarle patriotismo, será obra no de las instituciones sino de los tiempos. Por otra parte, los antecedentes históricos nos dicen con sobrada elocuencia que el indio es orgánicamente cobarde. Bastaron 172 aventureros españoles para aprisionar a Atahuallpa, que iba escoltado por cincuenta mil hombres, y realizar la conquista de un imperio, cuyos habitantes se contaban por millones. Aunque nos duela declararlo hay que convenir en que la raza araucana fue más viril, pues resistió con tenacidad a la conquista.

Cuando Palma recuerda que Piérola quiso "dignificar y ennoblecer" a los "indios", se refiere al decreto expedido por Piérola el 2 de mayo de 1880: "Declaro unido a mi carácter de Jefe Supremo de la República el de Protector de la raza indígena, título i funciones que llevaré i ejerceré en adelante (…) Los párrocos en sus respectivas doctrinas darán por tres veces, a lo menos, lectura solemne a este decreto, que se publicará también en lengua quechua i aimara para conocimiento de todos". Alberto Ulloa, no obstante su inclinación pierolista, no dejó de señalar en su biografía del "Califa": "El decreto era una mezcla de justicia social, de extravagante vanidad personal y de declaraciones prácticamente inocuas (…) Hay algo, al mismo tiempo, de monárquico y de infantil en esa actitud. Hace recordar a los emperadores y reyes que extendían su protección sobre comarcas y hombres de civilización inferior, y a los niños que se visten de emperadores".
Ricardo Palma
En defensa de Ricardo Palma podría argüirse que la carta que le dirigió a Piérola está fechada el 8 de febrero de 1881, dicho de otro modo, fue redactada a escasos días de los desastres de San Juan y Miraflores (acaecidos el 13 y 15 de enero, respectivamente), es decir, bajo el imperio de la tribulación y la atolondrada búsqueda de una explicación a tales derrotas que significaron tantas calamidades a Chorrillos, Miraflores[1] y Lima. Con relación a lo último, el entonces capitán de fragata inglés William A. Dyke Acland, quien acompañó al ejército sureño en su campaña sobre Lima y de notoria simpatía por los chilenos, dejó estas anotaciones:
Tan pronto terminó la lucha [de la batalla de San Juan], las tropas irrumpieron en las tabernas y las tiendas que vendían aguardiente, se emborracharon rápidamente y perdieron el control de sí mismos, y se dio lugar a escenas de destrucción y horror, que yo creo ha sido raramente visto en nuestros tiempos; las casas y las propiedades fueron destruidas, los hombres discutían y se disparaban entre ellos como medio de diversión, las mujeres fueron violadas, los civiles inocentes fueron asesinados. El cementerio se convirtió en un lugar en donde los soldados beodos practicaron sus orgías y hasta abrieron las tumbas para remover los cadáveres y dar paso a sus compañeros embriagados.
Según refiere Víctor Miguel Valle Riestra en su folleto, ¿Cómo fue aquéllo? (1917), cuando oficiales sureños intentaron averiguar por qué los soldados chilenos se mataban entre sí les habrían dicho: "Mi jiefe, déjenos no má, que pa eso semo tantos".

Pretender justificar semejantes opiniones de Palma apelando al contexto, es decir, recalcando que en tal época era natural y hasta inexorable pensar así en los sectores sociales en situación de poder, es apelar a una perogrullada que, no obstante, no exculparía del todo a Palma, pues supone desconocer a varias personalidades que –sobreponiéndose a los prejuicios de la época- hicieron un balance autocrítico y veraz frente a los eventos que se sucedían.[2] Oficial hubo, por ejemplo, como el General Pedro Silva, de "estrato social" parejo al del tradicionista, que hizo un recuento desprejuiciado de los acontecimientos:
Sabido es que los cuerpos que componían los ejércitos, eran en su mayor parte de reciente creación. En efecto, el más antiguo no contaba dos años de existencia, habiendo algunos que apenas tenían dos meses; y aun no faltaban ligeras columnas que fueron formadas solo días antes de las batallas. Procedentes los más de los individuos de tropa de las regiones más trasandinas, no estaban en aptitud de comprender, sino después de algún tiempo, los más triviales rudimentos de la táctica, desde que ignoraban el idioma en que debía instruírseles. Sin embargo, el interés y dedicación de los jefes, suplieron, en gran parte, tan graves defectos, sin que por esto pudiera decirse que nuestros soldados estaban expeditos para empeñar tan inmediatamente un combate.
Alejandro Seraylán Leiva en su recopilación sobre la Campaña de Lima, registró que el General Silva traza, en su parte de guerra, la condición de nuestras tropas sin omitir detalles. Por el General Silva sabemos que hubo batallones que tenían apenas dos meses de creados cuando fueron conducidos al frente de combate. Revela, además, que sus componentes no comprendían ni lo más elemental de nuestro idioma, y que era gente de la Sierra, traída para defender la capital y convertida en carne de cañón. Ellos pagarían los errores políticos en los que no tuvieron culpa. Es justo recordar que el General Pedro Silva combatió en las batallas de San Juan y Miraflores en calidad de Jefe del Estado Mayor. El 28 de enero de 1881 redactó el parte de guerra de ambas batallas, parte que incluye el fragmento que este artículo cita. Tras sanar de una herida contraída en Miraflores marchó a la Sierra para continuar la lucha. El 10 de julio de 1883, durante la batalla de Huamachuco, el Mariscal Cáceres refiere que el General Pedro Silva (limeño, de 63 años) recibió un balazo que "haríale pagar su coraje dejándole gravemente herido, para caer después bajo el bárbaro tajo del repase". Destrozada la pierna derecha -apuntó el historiador Manuel Zanutelli Rosas- se había hecho vendar para seguir peleando al frente de una simple compañía. Zoila Aurora Cáceres (autora de una profusa y documentada narración de la Campaña de la Breña) recordó que al leerle a su padre, ya octogenario, la descripción de la batalla de Huamachuco, "el llanto corría por su rostro al punto que no quise continuar la lectura".

Otro indicio de que las prejuiciosas opiniones de Palma habrían sido dictadas fundamentalmente por un momento de ofuscación, es que en sus posteriores cartas ya no reiteró semejantes dislates, mas por el contrario, en tibia rectificación, informó lo que sigue en misiva fechada el 26 de abril de 1882:
Parece que lo de los indios de Huancayo no es bufonada como dicen los chilenos, pues si ellos han hecho y siguen haciendo gran matanza de indios, éstos no son mancos y han despachado ya más de un centenar de enemigos. La indiada se compone de más de 12,000 hombres.
La Campaña de la Breña, donde el peruano de los Andes jugó un papel esencial, habría echado por tierra algunas presunciones de Palma con respecto al carácter del "indio". Esto recordó Antonia Moreno de Cáceres, esposa del Mariscal Andrés Avelino Cáceres, con respecto a esa "raza abyecta y degradada" a la que se refirió el celebérrimo tradicionista:
No teniendo Cáceres nada que hacer ya en aquella región, resolvió regresar a Tarma y volver a instalar allí su cuartel general para reorganizar su pequeño ejército que, después de tantos trabajos y luchas heroicas, quedaba reducido a solo 800 soldados y 600 guerrilleros, tan generosos como bravos, sin más armas que sus pobres hondas y los temibles rejones,[3] muy útiles en los combates de sorpresa y los encuentros cuerpo a cuerpo. ¡Lo rejoneros fueron decisivo elemento en la campaña de la Breña! (...) ¡Vieja raza noble, que tan bien sabía comprender la grandeza del deber y el honor! Siempre estuvieron listos a luchar valientemente contra el opresor, sin más defensa que sus primitivas armas. Los departamentos del centro del Perú son dignos de toda admiración. Ellos soportaron, con la más grande abnegación y coraje, todo el formidable peso de esa epopeya de La Breña, que a fuerza del heroísmo y sacrificio dejó muy limpio y alto el pendón del Perú. Como peruana y testigo de sus grandes hechos quiero dejar una palabra de cariñosa gratitud a esos queridos indios de las sierras andinas del centro.
Por añadidura, cabe recordar que la eficiente participación castrense de peruanos del interior país no sólo se limitó a la llamada Campaña de la Breña. Desde el inicio de la campaña terrestre, es decir, desde 1879, el ejército de línea peruano contó con contingentes procedentes de la Sierra. Son famosos, sólo por mencionar dos esclarecidos ejemplos, el batallón Zepita (integrado por cusqueños) o el Dos de Mayo (conformado por ayacuchanos). El batallón Zepita es digno de resaltarse. Se comportó con singular valor en todos los enfrentamientos a los que concurrió, siendo más que destacada su participación en la contundente victoria alcanzada en la batalla de Tarapacá (27 de noviembre de 1879). Quizá por eso, cuando la derrota de la alianza peruano-boliviana estaba ya sellada en la batalla de Tacna, también llamada, del Alto o Campo de la Alianza (26 de mayo de 1880), la soldadesca chilena, antes de ultimar a los heridos del batallón Zepita, habría espetado: "Toma tu Tarapacá".
Mariátegui
Décadas después, cuando el Dr. Julio C. Tello ya era víctima -directa o solapada- de una serie de discriminaciones, cuenta Jorge Basadre que Ricardo Palma (durante un banquete en honor de Francisco García Calderón) resaltó en su discurso el nombre de Tello como uno de los jóvenes de valía que surgían. Y años antes, cuando Tello recién llegado de Huarochirí pasaba por apuros económicos, Ricardo Palma lo habría alojado en su casa, o en la Biblioteca Nacional, o al menos Tello habría almorzado algunas veces en el local de la institución dirigida en aquella época por el autoproclamado "bibliotecario mendigo". Cuando se le preguntó a Basadre qué habría impulsado a Ricardo Palma a ayudar al "indio" Tello, Basadre respondió: "Bueno, debe haber habido ahí el fenómeno de la amistad muy sincera, muy íntima entre Tello y Ricardo Palma hijo, el médico, para lo cual Tello inclusive colaboró en la actividad de orden intelectual. Bueno, Palma tampoco era un blanco, ¿no?, era una mezcla racial un poco rara con algo de negroide".

Incluso cuando Tello ya era un investigador de nombradía continuó siendo objeto de desprecio por meras características físicas. Al respecto hay una anécdota que consigna Noé Jave Calderón en su libro compilatorio en torno a Basadre:
Dicen que cuando Tello llegó a Cajamarca todos los profesores del colegio San Ramón salieron a recibirlo, se acercaba la comitiva y los profesores exclamaban: "¡por ahí viene el sabio Tello, por ahí viene el sabio Tello!’" pero pasó la comitiva y no vieron al sabio Tello. Mas, cuando se preguntaron dónde estaba, alguien respondió: "¡ya pasó por su lado!", y contaba un profesor de Artes Plásticas, cuyo seudónimo era "Bagate", que éste corrió adelante para verlo. Y en tono desencantado, decía: "Qué gran decepción: el sabio Tello era un cholito retaco y rechoncho ¡qué desilusión! Mejor ni lo hubiera conocido".
Por aquellos años José Carlos Mariátegui (lúcido intelectual "progresista"), redactó a su vez pasajes en sus 7 ensayos de desconcertante tenor: "El aporte del negro, venido como esclavo, casi como mercader, aparece más nulo y negativo aún [que el del chino]. El negro trajo su sensualidad, su superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el crudo y viviente influjo de su barbarie". El razonamiento de Mariátegui es similar al del historiador italiano Tomás Caivano, quien casi medio siglo antes había escrito:
La feracidad del suelo, que daba con creces cuanto se le pedía, hizo nacer en el conquistador [español] el deseo de aumentar su producto con el aumento de brazos; y descontento de la pereza que se había apoderado del indio, trajo al Perú el esclavo negro de las costas africanas: de aquí una tercera raza; principio evidente del verdadero mal. Las dos primeras razas, la española y la indígena, que con el tiempo se hubieran fundido y amalgamado entre sí, se dividieron todavía más a la vista de una tercera, tan inferior moralmente y físicamente tan diversa. La diferencia de razas que en el primer caso hubiera pasado casi desapercibida (…), se acentuó inmediatamente cuando, interponiéndose entre ellas una tercera raza con la cual toda fusión, además de ser degradante, dejaba grandes huellas por varias generaciones.
A propósito de la referencia que Mariátegui hizo de los "chinos", cabe recordar algunas opiniones que en 1925 registró el universalmente reconocido poeta César Vallejo:
Cuando los chinos vuelven a su patria para siempre, no llevan sus hijos con ellos. Después de haber edificado una fortuna, entran en China y dejan en el Perú una familia numerosa que constituye una molestia para la nación, ya que encierra una causa de perturbación para el desarrollo homogéneo de la raza […] Si el Perú, como la Argentina y el Brasil, en lugar de inmigrantes de Asia, recibe corrientes de inmigración europea, su raza ganará inmensamente, pues cada día se convertirá más homogénea y acentuará esta filiación étnica europea que posee desde hace varios siglos.
Tales asertos del autor de Poemas Humanos (tributarios en gran medida de los idearios positivistas de transformación de la sociedad), aun cuando muestran nexos con el contexto ideológico general de la época, que veía como beneficiosa no sólo la introducción de programas políticos y sociales de Europa, sino también la importación misma de individuos de tal continente, no deja de ser contradictoria con los presupuestos que el poeta plantearía en 1933:
El blanco demuestra un desprecio que linda con la repugnancia por el indígena, y se jacta ante el mestizo, de no tener en sus venas ni una gota de sangre autóctona; el mestizo siente un rencor sordo y disimulado por el blanco, y cierto desprecio, él también, mezcla de indiferencia y de crueldad, por el indígena; éste, por último, abriga el odio que se comprende hacia los otros dos, atenuado respecto del mestizo. La estructura social así reseñada basta, sin la menor duda, para hacer del Perú un país semicolonial (…) ¿En qué consiste esta sustancia social colonial? Principalmente en esto: que la clase o las clases dominantes están compuestas por razas diferentes a las razas indígenas que integran, en su mayor parte, las masas sometidas a servidumbre.
En efecto, Vallejo afirmó -no sin razón- la primacía violenta y excluyente de los estamentos vinculados con los sectores detentados mayormente por los "blancos". Esa situación secular del poder poco o nada había cambiado a principios del siglo XX, y sin embargo, Vallejo se suma al proponer algunos años antes, como muchos otros, la inmigración europea.

La notable historiadora Celia Wu Brading ha escrito contrariando los ligeros apuntes de Vallejo sobre los "chinos": "A diferencia de inmigraciones chinas en otras partes del mundo occidental, los chinos residentes en el Perú optaron que sus hijos nacidos en el país abrazasen la fe católica. Creemos que este fenómeno sociológico y religioso contribuyó, en alguna forma, a su integración gradual en la vida peruana". Parte, también, de que en las primeras décadas del siglo XX hubiera una contumaz animadversión hacia los "chinos" –incluso entre personalidades como Mariátegui o Vallejo que se supone introducían un discurso ideológico moderno- pueda hallarse en la activa participación que los llamados "culíes" tuvieron al lado de la tropa sureña que marchó contra Lima durante la guerra del Pacífico. Sobre tal "colaboracionismo" –ampliamente documentado- escribió por ejemplo Humberto Rodríguez P.:
Vallejo
Los culíes suponían que los chilenos los liberarían de su situación de semi-esclavitud y el ejército chileno a su paso por los distintos valles -Chincha, Cañete, Asia, Mala, Chilca y finalmente Turín- fue incorporando a sus filas a los chinos que fugaban de las haciendas (…) A pesar que es bastante difícil precisar cifras para estos instantes, hay quien supone que los chilenos llegaron a reunir a cerca de dos mil chinos voluntarios de los que habían fugado de las haciendas (…) Las tropas extranjeras en su objetivo de tomar Lima acantonaron en Turín y en Pachacamac con el afán de recuperar bríos y coordinar con otras divisiones. Los chinos fugados iban con ellos. La oficialidad chilena organizó a los orientales en el batallón ‘Vulcano’. Espontáneamente surgió un dirigente chino que adoptó el nombre de Quintín de la Quintana –curiosamente el dueño de la hacienda Huamaní de Ica llevaba similar nombre-, este dirigente reunió a los chinos fugados y en la hacienda San Pedro de Turín los hizo jurar lealtad (…) Cuando se dieron las batallas sucesivas de San y Miraflores; los voluntarios orientales jugaron importante papel haciendo de guías, actuando de zapadores, como enfermeros, empuñando las armas abandonadas, destruyendo las tapias, etc. Y pusieron en todo ello el cariño y la lealtad del voluntario (…) Por ello, los soldados peruanos guardaron profundo odio a los chinos (…) Durante el mismo verano de 1881, poco después de las batallas de San Juan y Miraflores, en el valle de Cañete se produjeron desórdenes ocasionados por pobladores pobres de este valle que tuvieron apoyo de montoneros patriotas dirigidos por el Coronel Noriega. El detonante fue un hecho circunstancial que generó una pelea entre un chino y varios negros. A partir de ese instante la persecución a chinos fue masiva y descontrolada. La turba, compuesta por negros y cholos, persiguió a los chinos y llegó a matar a mil de ellos e incendió los cañaverales de las haciendas una por una.
Si se han traído a colación algunas controvertibles opiniones del pasado, es porque los prejuicios que acarreaban no han desaparecido ni menguado sino que han adoptado otras fórmulas. Puntualmente en nuestro medio, fuera de insólitas excepciones que aún apelan a la "superioridad biológica" de una "raza" sobre otra, persiste en el complejo fenómeno del racismo un dinámico proceso apuntalado en un determinismo cultural y de "clase". Si el avance del "mestizaje racial" no ha detenido el racismo en el Perú, todo indicaría que su principal causa radicaría en la "estructura" de la sociedad peruana. En ese sentido, Nelson Manrique propone esta elucidación:
La situación no cambió sustantivamente con la ruptura de los vínculos coloniales que nos unían con España. Al no cambiar en lo esencial el carácter colonial de las formas internas de dominación, el racismo antiindígena [y contra las minorías consideradas inferiores, y de todos contra todos, en una barahúnda por emular a los detentadores del poder] pasó a cumplir el rol de soporte de la dominación de la elite criolla (…). En el orden oligárquico que se implantó, el discurso racista sirvió para legitimar [y perpetuar] la dominación social, de la misma manera como antes sirvió a los colonos españoles cuyos privilegios heredaron de éstos sus descendientes criollos.

Referencias

[1] Cuando considerable número de peruanos lo que habían perdido era la vida, un quejumbroso Palma le escribía a Piérola: "En el incendio de Miraflores perdí mi modesto rancho, mi curiosa biblioteca americana de más de tres mil volúmenes, formada con no poco gasto en veinticinco años de constante afán, mis muebles y cuanto poseía, salvando mi esposa y niños con lo encapillado".
[2] Ahí están Víctor Mantilla, Ernesto A. Rivas y Nicolás Augusto González (contemporáneos y escritores como Palma), que si bien aún destilan en sus historias sobre la guerra del 79 un tono paternalista, proyectaron, en palabras de Basadre, "elocuentes defensas de los indios y hallamos también votos [en sus relatos] para que se transformen, lo más pronto posible, en ciudadanos útiles para la nación".
[3] Era el "rejón" una especie de rústica lanza con la que los guerrilleros o milicianos breñeros se enfrentaron innumerables veces, y a pecho descubierto, a los bien adiestrados, armados, y avituallados invasores chilenos.


Álvaro Sarco

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Bibliografía consultada

1- Arias Schreiber, Jorge y Zanutelli Rosas, Manuel. Médicos y farmacéuticos en la Guerra del Pacífico. Comisión Nacional del Centenario de la Guerra del Pacífico. Editorial e imprenta DESA. Lima, 1984.
2- Cáceres, Andrés A. Memorias de la guerra del 79. Biblioteca Militar del Oficial, N° 40. Editorial Milla Batres S.A. Lima, 1976.
3- Caivano, Tomás. Historia de la guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia. Editorial Espartaco. Lima, 1979.
4- Comisión permanente de la historia del Ejército del Perú. La Gesta de Lima. 1881-13/15 Enero-1981. Imprenta del Ministerio de Guerra. Lima, 1981.
5- Congrains Martín, Eduardo. Primeros enfrentamientos. Pisagua, San Francisco, Tarapacá. Serie "Reivindicación". Tomo II. Editorial ECOMA. Lima, 1975.
6- …………………………….. Batalla de Tacna. Serie "Reivindicación". Tomo IV. Editorial ECOMA. Lima, 1975.
7- Dellepiane, Carlos. Historia militar del Perú. Tomo II. Biblioteca Militar del Oficial, N° 33. Ministerio de Guerra. Lima, 1977.
8- Jave Calderón, Noé (compilador). Jorge Basadre. La Historia y la Política. Textos de Jorge Basadre, Wilfredo Kapsoli, Waldemar Espinoza, Nelson Manrique. Seminario de Investigaciones y Publicaciones (S.I.P.). Auspicio: Federación Universitaria de San Marcos. Lima, 1981.
9- Leguía, Jorge Guillermo. El Centenario del Mariscal Andrés A. Cáceres. Noviembre de 1836. Imp. y Lito. "Leblanc". Santiago, 1939.
10- Manrique, Nelson (introducción al libro, La piel y la pluma): Algunas reflexiones sobre el colonialismo, el racismo y la cuestión nacional.
11- Mantilla, Víctor, Rivas, Ernesto A., González, Nicolás A. Nuestros Héroes: Episodios Nacionales de la Guerra del Pacífico 1879-1883. Tomo I. Imprenta del Ministerio de Guerra. Lima, 1979.
12- Mariátegui, José Carlos. 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Vigésima novena edición. Biblioteca Amauta. Lima, 1974.
13- Moreno de Cáceres, Antonia. Recuerdos de la Campaña de la Breña. Biblioteca Militar del Oficial, N° 41. Editorial Milla Batres S.A. Lima, 1974.
14- Palma, Ricardo. Cartas a Piérola (sobre la ocupación chilena de Lima). Editorial Milla Batres. Lima, 1979.
15- Rodríguez P., Humberto. "El Perú hace cien años: Los chinos en la guerra". Diario La Prensa. Lima, 18 de marzo de 1879.
16- Ulloa, Alberto. Don Nicolás de Piérola. Segunda y definitiva edición. Editorial Minerva. Lima, 1981.
17- Vallejo, César. La cultura peruana (crónicas). Prólogo, recopilación, selección, traducciones y notas de Enrique Ballón Aguirre. Mosca Azul Editores. Lima, 1987.
18- Wu Brading, Celia. Testimonios británicos de la ocupación chilena de Lima. Editorial Milla Batres. Lima, 1986.