miércoles, 3 de julio de 2013

Maupassant (1)

Por Javier Sologuren (2)


Vida, ambientes.

Guy de Maupassant es el maestro indiscutido de la narración corta francesa a la que enriqueció con no menos de trescientos títulos; copiosa obra a la que sumaría novelas, poesía y libros de viaje. Son a la par sorprendentes su fecundidad y madurez, ya que su existencia transcurrió en el lapso, relativamente breve, que va de 1850 a 1893.

Nacido en el castillo de Miromesnil, cerca de Tourville-sur-Arques (Sena marítimo), de genuina ascendencia normanda, su educación estuvo a cargo de su madre, Laura de Poittevin, mujer dotada de gran amor por las letras. Maupassant hallaría en ella los concretos y necesarios estímulos que muy pronto despertarían su vocación literaria, así como la inteligente orientación en sus primeras lecturas. A la sensibilidad de Maupassant se aliaba una robusta complexión, una vitalidad bullente que, a lo largo de sus años infantiles, lo llevaría a una vasta, variada, imborrable experiencia de la naturaleza ambiente -los campos, el mar, los altos acantilados, los puertos pesqueros-: el país normando en suma, y la gente por ésta modelada, que tan al vivo revelaría en buen número de sus cuentos.

Empezó sus estudios a los trece años como interno en el colegio Yvetot, medio incomprensivo y hostil del que se le separó a causa de unos versos satíricos contra los profesores del plantel; de allí pasó a Ruán donde concluyó su bachillerato. Al declararse la guerra franco-prusiana de 1870, Maupassant se enroló en el ejército y vivió las contingencias de la invasión de Normandía. De estas amargas circunstancias se valió para escribir "La gordiflona" (a menudo traducido literalmente como "Bola de sebo") que tanta y tan merecida fama logró alcanzar, a más de otros relatos plenos de humana y satírica intención.

Guy de Maupassant
Acabada la guerra, Maupassant reside en París donde desempeña mediocres tareas burocráticas en los ministerios de Marina primero, y luego en el de Instrucción Pública. Tales ocupaciones, al ponerlo en inmediata relación con otra suerte de gente, le proveería de materia para algunos de sus mejores relatos. París le significó, por una parte, una inagotable fuente de placeres al satisfacer su tenaz avidez carnal en mil aventuras con damiselas de la petite vertu, proporcionándole regocijada compañía y, con el Sena, la práctica del remo, una de sus grandes aficiones. Por otra parte, y esto es decisivo en su carrera literaria, la frecuentación de Gustavo Flaubert, el gran escritor que fuera amigo de la infancia de su madre, que se constituyó en su maestro y consejero, su verdadero forjador en el realismo literario, con la palabra y el ejemplo. Realismo al que Maupassant se mantuvo siempre fiel.

Fue en una villa de Emilio Zola, en Médan, en los alrededores de París, donde solían reunirse escritores, los mismos que acordaron la publicación de un volumen colectivo de cuentos, que llevaría precisamente por título "Las veladas de Médan" (1870), y en el que Maupassant contribuiría con "La gordiflona" (al lado de E. Zola, J. K. Huysmans, H. Céard, L. Hennique y P. Alexis), obra maestra, superior a las demás que allí aparecían, que consolidó definitivamente su prestigio y abrió una década  (1870-1880) de nutrida y admirable creación. Maupassant vivió desde entonces por y para sus libros. Apasionada actividad que supo alternar con la caza, y la navegación en su pequeño yate "Bel-amí"; tan desbordante, tan vigorosa naturaleza, se vio sin embargo alterada a partir de 1885. El gran narrador comenzó a padecer diversos transtornos psíquicos (congénitos, con seguridad, pues Hervé, su hermano menor, murió loco) que acabarían en la más penosa enajenación mental. El mal que lo minaba fue dejando claras y patéticas huellas en ciertos relatos (en "El Horla", entre otros) donde resuenan obsesivos los negros aletazos de la enfermedad y de la muerte.

Su arte.
Maupassant, como Flaubert, Zola y Daudet, pertenece a las primeras generaciones posteriores a los románticos. Se halla, como su máxima cifra, dentro del realismo (o de su extrema avanzada, el naturalismo, según suele distinguirse), escuela que, al decir de Gaetan Picon, "se definió ante todo por el cuidado en descubrir y revelar una realidad que el romanticismo había evitado o disfrazado: en este sentido, su voz de mando es la de la ciencia: ver claro". Observar y describir con entera precisión, pues, la realidad; acceder a la impersonalidad, al riguroso objetivismo; marginar toda especulación, toda metafísica. Es el momento anti-idealista, es el positivismo comtiano: la busca del dato positivo, verificable, seguro; y es la época de la medicina experimental de Claudio Bernard, los estudios sobre la herencia natural de Próspero Lucas y sobre enfermedades nerviosas iniciados por Juan Martín Charcot. Estas direcciones científicas condicionaron efectívamente al realismo-naturalismo; pero en Maupassant, si bien imbuido de estos postulados, no se impone el afán, equivocado, de entregarnos ni el palpitante "trozo de vida" ni el "documento humano" (como es el caso de Zola) por sobre sus esenciales y formales calidades de escritor, de artista literario. En sus mejores obras, en gran parte de sus obras, ambos aspectos alcanzan cima de equilibrio. Las reglas, las especificaciones metodológicas (observadas, por otra parte) se animan, cobran vida, la gracia y el color de la vida, debido exclusivamente a sus dotes de escritor auténtico: la fuerza, la plasticidad evocadoras; la viva, colorida sensualidad; el ritmo brioso; el poder de síntesis, la elocuente concisión, la sobriedad clásica; la fluida vena cómica, el toque satírico.

Maupassant supo proyectar certeramente esta clara luz artística sobre los más varios temas: los de inspiración normanda (el pueblo campesino y pescador), los de la pequeña burguesía, los desconcertantes y reveladores de las mujeres públicas, los de la guerra franco-prusiana, los de la insanía y la muerte. Fue un vigoroso expositor de los instintos y pasiones humanas, en particular de los que tienen su asiento en el sexo y en la sangre. El sexo en sus más diversas y reiteradas manifestaciones, desde las más tiránicas, elementales y rudas, hasta, a veces, las trascendidas por la enaltecedora acción del espíritu, por el amor, por el eros.

El estilo de Maupassant releva de su visión sensitivamente humana capaz de interesarse e interesarnos en los más sencillos, cotidianos, monótonos hechos de la vida. No teoriza, no ejemplifica, no comenta, El único comentario, permanente aunque tácito, equivaldría a un "así es la vida", casi, diríase, sin pena y sin gloria, ensombrecido por un impenetrable pesimismo.

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(1) Nota preliminar de la edición de "Cuentos escogidos" de Maupassant. Editorial Universo S. A. Lima - Perú. Tercera edición, 1977. Págs. 7-10.
(2) Reconocido poeta peruano, profesor universitario, ensayista, traductor, antologador y editor. Nació en Lima en 1921 y murió en la misma ciudad en el 2004.