lunes, 16 de agosto de 2010

Alberto Hidalgo, El Panfletario


Hace poco ha salido a la luz la compilación de textos de Alberto Hidalgo (1897-1967)  titulada De muertos, heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo (SUR-Librería Anticuaria, Lima, 2004, 168 pp.). La edición está bellamente presentada y se enriquece con un prólogo de Fernando Iwasaki (De hidalgo más bien poco, título que juega con el apellido del autor y con su actitud frente a sus adversarios, poco hidalga) y de un epílogo de Álvaro Sarco (Alberto Hidalgo o el libelo en el Perú).

La compilación nos presenta en toda su magnitud al mejor (¿o peor?) panfletario del Perú. Y uno no sabe qué apreciar más en Hidalgo: si el diestro manejo de la pluma que exhibe o la mierda que echa a todo aquel que se le cruza por el camino. La capacidad de insulto del poeta está plenamente corroborada en las más de 120 páginas que reproducen los libelos hidalguinos (restando las del prólogo y colofón).

Panfletos, insultos y visión del Perú 

Panfletarios hemos tenido en el Perú, y de los buenos, como Mariano Amézaga, Manuel González Prada, Federico More, incluso Abraham Valdelomar cuando quería burlarse de nuestros políticos. Todos ellos eran formidables acusadores, agrios, mordaces, ridiculizantes, pero tenían algo que los diferenciaba plenamente de Hidalgo: que detrás de sus críticas lacerantes latía un ideal, una cierta forma de ver el país, un compromiso con un plan mayor; detrás del insulto el lector podía encontrar el proyecto.

En Hidalgo la forma le gana absolutamente al fondo y no se trasluce, ni se insinúa siquiera algún tipo de adhesión a algo que no sea el gusto por el insulto en sí mismo. La diatriba, que debió ser un vehículo para transmitir un mensaje hondo y perdurable, terminó siendo un fin en sí mismo en la pluma de nuestro personaje. Si bien es usual que dentro del conflicto de las generaciones todo aquel con algo de talento que surge a la vida pública desee convertirse en un parricida simbólico de sus maestros, en Hidalgo este rasgo se exacerba a tal punto que, nihilista absoluto y total, desea arrasarlo todo, bueno y malo, para reempezar, también todo, con él. Pero para qué y hacia dónde es lo que queda entre tinieblas en el mensaje de nuestro personaje.

En los artículos seleccionados (que lamentablemente no están situados cronológicamente) se registran ciertas recurrencias que es bueno señalar. Por ejemplo, los personajes objeto del escarnio generalmente son productos del apareamiento monstruoso y contranatura de un ser humano con un animal. O, para ser más preciso, de una mujer con una bestia, cuyo cruce dará como resultado al sujeto de la denostación. El caso extremo es el de Luis M. Sánchez Cerro quien, según la mitología hidalguiana, fue el retoño de una mujer con un cerdo. Los sujetos de la burla siempre están más cerca del bárbaro o de la animalidad que de la humanidad y la civilización.

Detrás del insulto ¿qué?

Al lector le resulta muy difícil distinguir, detrás de los insultos, la adhesión política o ideológica de Hidalgo. No se puede discernir si su gusto es sólo atacar a la persona o elige a sus víctimas en tanto identificación simbólica de un grupo social, de una clase, de una lacra colectiva o de vicios públicos que quiere exterminar.

Caricatura de Alberto Hidalgo
 ¿Hidalgo arremete contra Sánchez Cerro porque representa el militarismo, contra Nicolás de Piérola (ese parto de los montes, como lo ridiculiza el poeta) por su mediocridad, contra Mariano Ignacio Prado por su antinacionalismo y felonía, contra Andrés Avelino Cáceres por terminar siendo un oligarca más luego de sus hazañas en La Breña o sólo son excusas, pretextos para atacar a los individuos por ser tales y regodearse en el uso del lenguaje llevándolo hasta sus límites? Las filias y las fobias (estas últimas más que aquellas) pesan y dirigen los ataques brutales de Hidalgo.

Si uno no conoce la biografía de Hidalgo no puede intuir que fue aprista, salvo cuando lee su virulenta renuncia a dicho partido. Incluso, cuando se conoce su explicación acerca de su alejamiento del aprismo no queda muy claro si renuncia porque ya no soportaba personalmente a sus dirigentes o porque consideraba que un ideal había sido traicionado.

¿El odio constructivo?

Sólo en la mencionada entrevista uno puede vislumbrar a un Hidalgo con un pensamiento social y ciertas identificaciones políticas e ideológicas: antioligarca, que apoya la Revolución Cubana de 1959, patriota e identificado con las causas populares; incluso aparece muy humano rectificando insultos y sentencias pretéritas, reconociendo que se equivocó y que fue injusto con algunos personajes como Percy Gibson y César Atahualpa Rodríguez, pero eso sí, siempre egolátrico.

Es algo curioso que la autoconciencia de Hidalgo girara en torno a su papel como panfletario más que como poeta a pesar de lo grande que fue (tanto que llevó a Gabriela Mistral y otros escritores latinoamericanos a proponerlo al Premio Nobel en 1967), o al menos así nos lo hace entender cuando afirma lo siguiente: “Creo que si se puede discutir que soy un gran poeta, no puede discutirse que soy el primer libelista de todos los tiempos” (pág. 146). En lo que no ha variado es en su convicción de que el odio es constructivo.

La prueba más contundente de la intensidad del odio en Hidalgo es el libelo que dedica a Sánchez Cerro (titulado Sánchez Cerro o el excremento) en el que imprime las siguientes líneas, luego de vilipendiarlo largo y tendido: “Sé que lo he muerto. Sé que este artículo es su tumba. Ahora, encima de esos adjetivos y sustantivos que lo retratan de cuerpo entero, para que le sirva de lápida pongo una capa de mierda. Y luego, a fin de que el pasante advierta su presencia y se descubra, si quiere, planto una cruz sobre su fosa” (pág. 107).

Odio hay, pero no sé cuánto se pueda construir sobre él.

Homofobia y racismo

Hidalgo acusa a todos los que puede (y a los que no puede también) de homosexualismo (como si fuera algo que debiera ser motivo de denuncia). Su principal víctima fue el líder aprista Víctor Raúl Haya de la Torre en el famoso folleto “Por qué renuncié al APRA”; sin embargo, Hidalgo es cauteloso cuando trata acerca de su amigo Abraham Valdelomar, quien sí había dado muestras de su, por lo menos, amaneramiento.

Por otro lado, uno no puede dejar de sorprenderse cuando lee los ataques que Hidalgo le dirige a José de la Riva Agüero. El autor de Panoplia literaria (conjunto de poemas elogiado por José Carlos Mariátegui) fue uno de los principales difusores de la patraña aquella del Riva Agüero homosexual. Y es increíble comprobar su homofobia cuando encuentra, siempre según Hidalgo, una relación directa, causal, entre el homosexualismo y sus frustraciones en otros planos de la vida: es decir, si Haya de la Torre nunca llegó a la presidencia se debió a su “opción” sexual le impulsó a renunciar en el momento cumbre y le impidió llevar todo hasta las últimas consecuencias; o si Riva Agüero fue incapaz de ir más lejos en sus estudios y críticas ñoñas, tanto en terrenos literarios como históricos, se debió a la misma razón. Ni el más importante político del siglo XX, ni el más erudito de los intelectuales conservadores fueron reconocidos en sus reales dimensiones por parte de Hidalgo.

El racismo también se vislumbra en la pluma hidalguiana, especialmente cuando se refiere a Ricardo Palma y a su hijo Clemente. No les reconoce gracia, talento, viveza, estilo, inteligencia, nada, y ni siquiera cuando les encuentra alguna característica digna de encomio la reconoce como propia de ellos, en todo caso, afirma, pertenecen a la herencia de su raza negra y, por lo tanto, es propiedad colectiva, lejos de algún mérito individual; de igual modo, las vilezas que ostentan los Palma serían también la herencia de su raza. Esto a pesar de que años más tarde, en 1960, Hidalgo, en la entrevista que le realizara María Eugenia González Olaechea (Últimas frases de Alberto Hidalgo en Lima), afirmara que no hay problema racial porque todos estamos mezclados.


Osmar Gonzales