domingo, 15 de agosto de 2010

Manuel González Prada

      
Manuel González Prada,[1] tan justamente inclemente en sus dicterios contra algunos actores peruanos durante la Guerra contra Chile tuvo, por decir lo menos, una discutible actuación durante tal conflagración. Antes del conflicto era un “señorito” que no pasaba de pergeñar algunas líneas literarias o ejercer funciones de hacendado. Cuando empezó la guerra del 79, según él y su biografista máximo, Luis Alberto Sánchez, González Prada (que entonces tenía 35 años) deseó pelear en cualquier frente y posición militar, mas curiosamente, cuando otros peruanos de distintas regiones del país se movilizaron (o fueron levados) al frente de batalla, él se mantuvo en la capital. Sólo cuando los chilenos ya merodeaban Lima y el dictador Piérola ordenó que tomaran las armas todos los hombres en capacidad para hacerlo, es que Manuel González Prada se enroló en el “ejército” en calidad de “Oficial de Reserva” (grado otorgado, obviamente, dada su “alcurnia” y no por sus conocimientos castrenses).

Manuel González Prada
Como él mismo confiesa en su crónica: Impresiones de un reservista,[2] primero se dedicó -como el resto de alistados citadinos- a ostentosos “entrenamientos” que tenían casi como único efecto arrancarle suspiros a las limeñas que –desde los balcones- veían prepararse marcialmente a los improvisados “soldados”. En la misma crónica, González Prada cuenta que luego fue destinado al fuerte situado en el cerro “El Pino”, lugar bastante lejos de donde se sabía ocurrirían las dos batallas que desembocaron en la ocupación de Lima. González Prada escribe que su posición efectuó unos cuantos e ineficaces disparos de cañón y que cuando vio que los sobrevivientes del “ejército” peruano retrocedían desordenadamente hacia Lima, quiso seguir trabando “refriega” de artillería, pero que su superior ordenó que se disuelva la compañía. Sin empeñar combate, entonces, ni quemar un solo cartucho, Manuel González Prada regresó a casa a los brazos de su madre, doña Josefa.

Durante la ocupación chilena de Lima –de 1881 a 1883- González Prada se encerró literalmente en su casa. En contraste,  una buena cantidad de limeños y peruanos de otras ciudades corrían innúmeros riesgos para unirse al ejército de resistencia que Cáceres mantuvo en la Sierra y que no pocas veces jaqueó al asaltante camuflado de soldado. Tal fue, pues, la participación de Manuel González Prada durante la Guerra contra Chile, tal la participación del lapidario panfletista de los traidores, ineptos, pusilánimes y cobardes que coadyuvaron a que el país sureño y el imperialismo inglés que lo respaldó, ávido de las salitreras, se salieran con la suya.

Escultura de Querol repudiada por González Prada
El patriotismo de Manuel González Prada fue básicamente verbal, pariente no muy lejano de las “vibrantes y enérgicas” proclamas de los caudillos a lo que arrojó sus más nutridos baldones. Sus admiradores de primera hora terminaron desencantándose del Manuel González Prada ciudadano. No obstante, el estilo y la mordacidad realmente excepcionales de González Prada sirvieron como catarsis frente al desencanto tras la derrota, y apuntaló una estimable tradición libelista en el Perú. La artillería retórica de González Prada, al que Jorge Basadre llamo el “gran panfletero”, se regodeó hasta en los despropósitos más domésticos.

En 1905 se develó el monumento al coronel Bolognesi en la plaza del mismo nombre, con la asistencia de los sobrevivientes de la Batalla de Arica (el argentino Roque Sáenz Peña, entre ellos). Muchos alzaron la voz protestando por la representación que el escultor catalán Agustín Querol había hecho de Bolognesi.[3] La crítica de González Prada tuvo estos términos:
La actitud de Bolognesi no expresa la designación viril del militar que voluntariamente ofrece su vida, sino la mansedumbre pasiva, la conformidad ovejuna. En vez del jefe heroico y próximo a caer para no levantarse más, vemos al soldado que en un día de francachela empuña el revolver del coronel, atrapa la bandera del batallón y va tambaleándose hasta rodar en tierra para dormir la crápula. Lo vemos cómico y trágico, pues antes de ir al suelo, puede arrojar un tiro a cierta mujer que le brinda la imprescindible corona de laurel. ¡Infeliz Bolognesi! El plomo chileno le quitó la vida, el bronce queroliano le pone en irrisión. (Jorge Basadre: Historia de la República del Perú (1922-1933). Tomo XII. Empresa Editora el Comercio S.A. Lima-2005, p. 102).
Algunos se preguntarán, ¿no fue mejor que González Prada se salvara (finalmente su muerte en la guerra con Chile no hubiera cambiado el curso de la guerra) y que el Perú ganará a uno de sus más brillantes denunciadores de los males nacionales? Quizá, pero insisto que no deja de extrañar que tan lúcido como furibundo juez cargara también con muchas de las miserias que vio en otros y que jamás reconoció para sí. Por lo demás, no se intenta desacreditar aquí las denuncias de González Prada a partir de un señalamiento de oscuridades en su vida o carácter; las denuncias valen por sí mismas y se catan considerando solo sus proposiciones y estilo. Pero no se desbarra al examinar los actos y la biografía del autor en contraste con su obra, si lo que se busca es valorar la autoridad moral de un escritor como ciudadano.


Referencias

[1] “Nació y murió en Lima. Tuvo una vida combativa. Poeta en su primera juventud, la guerra -que lo llevó a las filas- lo convirtió en apóstol civil. En torno suyo se alza la generación de 1885, la de la Guerra del 79 [con Chile]. Encarnó el sentimiento anticlerical, anticlásico y antiacadémico. Fundó el Partido Radical, llamado. ‘Unión Nacional’, en 1891. Viajó por Europa desde 1891 hasta 1898. Sus periódicos fueron clausurados por todos los gobiernos desde 1898 hasta 1914, en que se enfrentó a la dictadura militar de Benavides. Fué director de la Biblioteca Nacional, reemplazando a Ricardo Palma, de 1912 a 1914, y de 1916 hasta su súbita muerte, ocurrida el 22 de julio de 1918.
Obras: Páginas Libres (París, 1894, y Madrid, 1915), Horas de Lucha (Lima, 1908, y Callao, 1915), Minúsculas (Lima, 1901, 1909 Y 1928), Presbiterianas (Lima, 1909 y 1929), Exóticas (Lima, 1911), Trozos de Vida (París, 1933), Bajo el Oprobio (París, 1933, y Guayaquil, 1935), Anarquía (Santiago, 1936), Baladas peruanas (Santiago, Editorial Ercilla, 1935), Nuevas páginas libres (Santiago, Editorial Ercilla, 1937), Grafitos (París, 1937), Figuras y figurones (París, 1937)”: Luis Alberto Sánchez: Índice de la Poesía Peruana Contemporánea (1900-1937). Ediciones Ercilla. Santiago de Chile-1938, p. 49.
[2] La primera versión de esta crónica la escribió Manuel González Prada en 1915, a pedido de Juan Pedro Paz Soldán, director del diario limeño La Capital. 
[3] La vilipendiada escultura de Querol sería cambiada en 1954 por otra de Artemio Ocaña, la que a su vez sería también objeto de críticas, pero que hasta la actualidad permanece.


Álvaro Sarco