domingo, 5 de septiembre de 2010

Valdelomar y el oficio de escribir. (A partir de un ensayo de Luis Loayza)

Por Álvaro Sarco


Afirmó Luis Loayza en su ensayo El joven Valdelomar que: "la sociedad peruana no permite, por razones fundamentalmente económicas, la profesión literaria. La mayoría de los escritores en actividad suelen ser muy jóvenes y, como Valdelomar, se ganan la vida en algo que no es literatura: el periodismo, la enseñanza, un trabajo cualquiera que les deje un poco de tiempo para escribir". Es lícito preguntarse ahora si el señalamiento que hiciera Loayza sobre el destino de los "escritores" es un lastre privativo de la "sociedad peruana" o, por el contrario, un rumbo que no tiene nada de peculiar y que no necesariamente tendría que ser tomado negativamente.

Pero vayamos por partes. En principio, hay una precisión ausente en el aserto de Loayza. Me refiero a lo que él denominó "profesión literaria" y a los llamados "escritores". Si al referirse a la "profesión literaria" Loayza pensaba en los que están inmersos en los estudios literarios, es claro que, en efecto, lo más idóneo para ellos sería contar con el tiempo, los recursos, y un medio estimulante (en el sentido de competente) que les permitan concentrarse en sus reflexiones en torno a la "literatura". Como se sabe, todo lo último no es, lamentablemente, norma en nuestro medio, ya que las urgencias económicas impelen a la mayoría de los que se dedican a tales estudios a entregarse a tareas supuestamente "afines", pero que en el fondo les sirven en sus análisis y especulaciones tanto como podría ayudarle, en su afianzamiento profesional, a un ingeniero enseñar razonamiento matemático en un colegio o academia pre-universitaria

Hasta ahí uno no podría estar sino de acuerdo con Loayza. Pero si por el contrario el autor de Una piel de serpiente se estaba refiriendo al "escritor de ficciones", entonces el asunto  ya no es tan claro ni convincente.

En tal sentido, uno empieza por preguntarse por qué tendría que ser un obstáculo o perjudicial para la obra de un poeta o narrador actividades como el periodismo, o incluso algunas otras aparentemente disímiles con el ejercicio del "escritor". Los contraejemplos al punto de vista de Loayza abundan. Ahí está Jack London, un trotamundos que alguna vez llegó incluso a practicar el contrabando, o un Hemingway o Faulkner, que entre una infinidad de oficios, abrazaron el periodismo no sólo como un modo de subsistir, sino también como un medio donde ejercitarse. Asimismo lo hicieron, por estos lares, Onetti, Ribeyro, y un García Márquez. O más recientemente (y volviendo al mundo anglosajón), un Raymond Carver, que hizo de su inestabilidad laboral y su alcoholismo un motivo central de su notable narrativa. Y esto sólo para mencionar a los escritores que acuden primero a la memoria, porque a decir verdad, los contraejemplos se multiplicarían en cuanta región o tradición uno siga poniendo la mira.
Abraham Valdelomar

El que un escritor pueda vivir exclusivamente de sus ficciones está condicionado a factores que van desde lo que se ha llamado el "azar", el talante del escritor, hasta las demandas que mueven a los distintos mercados. Allan Poe trató de vivir fundamentalmente de sus creaciones y fracasó estrepitosamente, arrastrando con él a su familia a la más desastrosa miseria, en cambio, un Maupassant pudo desembarazarse de su burocrático empleo y vivir prósperamente sólo de la venta de sus bien cotizados cuentos a las publicaciones francesas de la época.

Luis Loayza parece haber proyectado sobre Valdelomar las implicancias de su propia estética y preferencias literarias. En efecto, si bien se ha subrayado que no necesariamente un empleo de periodista o alguna otra ocupación tendría que ser un escollo para un escritor de ficciones, es cierto también que, si un escritor opta por ficcionar con materiales que supongan no una experiencia vital sino un saber libresco, como es el caso de un Umberto Eco, Gore Vidal, Yourcenar, Mujica Láinez, o un Borges (tan admirado por Loayza), es evidente que este tipo de narrador sí necesitaría casi de las mismas condiciones para su desempeño que las que se señalaron para el hombre abocado a los estudios literarios. Es difícil de concebir a alguien que intente hacer seriamente literatura con referentes en la mitología, filosofía, historia, o alguna otra área del saber, y que a la vez tenga poca disponibilidad para informarse debido a sus recargadas tareas laborales.

Curiosamente, párrafos más delante de su ensayo, Loayza atribuye a la inexperiencia -y ya no a la imposibilidad de Valdelomar de ejercer exclusivamente su "profesión literaria"- la causa mayor de sus producciones fallidas: "Cuando Valdelomar fracasó, no fue por falta de talento sino por inmadurez. Sus errores son los de muchos jóvenes que luego llegan a ser buenos escritores: defectos y excesos de estructura (al mismo tiempo falta de desarrollo y deseo de decirlo todo, de no dejarse en el tintero ninguna idea o frase ingeniosa), influencias mal asimiladas, estilo que se mueve entre el efectismo esteticista (esa prosa abrumada de lujos que entonces pasaba por buena literatura) y el descuido". Estas líneas de Loayza parecen explicar mejor el consenso crítico que sobre la obra de Valdelomar existe: salvo algunas piezas de poesía y cuento bien logradas, el conjunto de su obra no pasa de ser el anuncio de un trabajo entrevisto como sobresaliente y que la muerte truncó.

Esos poemas y cuentos de Valdelomar que han trascendido, esas páginas memorables son aquéllas en las que Valdelomar dejó de lado el estilo visto como mera "decoración" (además de la frívola maniobra de una supuesta erudición), para dar paso simple y llanamente a los recuerdos de infancia –tema más acorde con sus medios-, es decir, al poema o cuento costeño y provinciano donde retrató el hogar y el paisaje perdido y añorado desde la visión de un niño. En síntesis, lo mejor del escritor iqueño apareció cuando se despojó del disfraz de El Conde de Lemos y se contentó con ser Abraham Valdelomar, un hombre: "que cuando habla de su infancia, de su familia –anotó Loayza-, le cambia la voz porque hace una literatura de experiencia y no de lecturas o imitación".


Álvaro Sarco