miércoles, 19 de enero de 2011

"Wakefield" de Nathaniel Hawthorne

Por Álvaro Sarco


    La literatura norteamericana ha dado muchos hombres de genio; uno de ellos es Nathaniel Hawthorne. Sus ficciones superaron la retórica del romanticismo al elevarse por sobre la mera alegoría o el texto aleccionador.
    Hawthorne nació el 4 de julio de 1804 en el Puerto de Salem, Massachusetts. Dicho poblado era conocido por su obsesivo fervor puritano. Dicha secta se había formado en el siglo XVII, en Inglaterra, y poco tiempo después arribó a Norteamérica con los primeros colonos.
    Esta exagerada escrupulosidad de la conducta llevó en 1692 a los pobladores de Salem, a torturar y dar muerte a 19 personas bajo la acusación de brujería o de estar en un imperdonable contubernio con el demonio. Esto, que no pasaría de ser un episodio más de la pertinaz superstición humana, tendría una decisiva influencia, años después, en la personalidad, y por supuesto, la obra de Hawthorne.
    Debido a que uno de sus antepasados había participado como juez en aquellos juicios por hechicería, Hawthorne se sintió acosado por la culpa de tales ascendientes, por eso cada una de sus novelas, romances y cuentos, exhiben una conciencia moral abrumada por los remordimientos.
    Aquel nefando Juez de tales procesos, y ascendiente de nuestro escritor, se llamó John Hawthorne, de quien Nathaniel escribiría:
Tan conspicuo se hizo en el martirio de las brujas, que es lícito pensar que la sangre de esas desventuradas dejó una mancha en él. Una mancha tan honda que debe perdurar en sus viejos huesos en el cementerio de Charter Street, si ahora no son polvo. No sé si mis antepasados se arrepintieron y suplicaron la divina misericordia; yo ahora lo hago por ellos y pido que cualquier maldición que haya caído sobre su raza nos sea desde el día de hoy perdonada.
    Hawthorne consideró -predispuesto por algunas creencias como el puritanismo, el pecado original, la predestinación y el castigo de los pecadores en una vida ulterior- que había heredado una mácula que debía limpiar. Convencido  de que su vocación eran las letras, dio inicio a la "purificación familiar" por ese derrotero, utilizando para ello con asiduidad la alegoría. Leamos al propio Hawthorne acerca de este punto, en su introducción a su afamado libro La Letra Roja:
¡Un escritor de libro de cuentos!, ¡Vaya tipo de ocupación en la vida!, ¡Qué modo de glorificar a Dios o de ser útil a la humanidad en su día y generación!, ¡Tales son los cumplimientos que me enlazan con mis grandes señores antepasados a través de distintas edades!
    Otro rasgo de primer orden de sus obras, es su preferencia -en cuestiones temáticas- por las fantasías de la conducta, por los efectos psicológicos del pecado sobre los creyentes, o del supuesto vacío moral que se forjaría por el descreimiento y la pura racionalidad. Los que consintieron tan peculiar interés en nuestro escritor, fueron las ya señaladas consideraciones sobre su orden moral, y quizá una imperiosa inclinación por la soledad. Esta última lo habituó a una recreación fantasiosa, más que a un realismo narrativo.
    Se refiere que siendo un niño, Hawthorne padeció un accidente y debió estar mucho tiempo sin ir a la escuela. Tiempo después, en 1818 (en Maine, uno de los Estados de Norteamérica lindante con New Hampshire, con el Canadá y el Océano Atlántico) pasó muchos meses dedicado a la caza, a la pesca, y a recorrer los bosques, y absorto también, en los días de lluvia, con las lecturas de Shakespeare y Buyan. De ambas experiencias diría después que produjeron sus hábitos de soledad. Luego de unos años, y de un infeliz paso por las aulas universitarias, volvería a Salem para recluirse 12 años en casa junto a su madre (había quedado huérfano de padre a los 4 años) y a la literatura. Hawthorne escribió en una carta dirigida al poeta Henry Wadsworth Longfellow:
Me he convertido en prisionero de mí mismo me he encerrado en una mazmorra y ahora no encuentro la llave para ponerme en libertad, y si la puerta estuviera abierta, casi tendría miedo de salir. Durante los últimos 10 años no he vivido, sino sólo soñado que vivía.
    En esa época, nuestro escritor transitaba los días escribiendo breves relatos fantásticos y esbozos de otros aún en perspectiva (testimonios de los mismos se hallan registrados en sus sugestivos American Notebooks). Entregado al fin a una literatura de índole sobrenatural y moral, jaloneado además por dos fuerzas antagonistas, las literarias y las extra literarias; y casi al término de su autoexclusión, fue que escribió un libro de relatos denominados Twice Told Tales (1837), que contiene el cuento que motiva este artículo; Wakefield. Posteriormente escribiría otras memorables obras, como la citada La Letra Roja (1850), y además La casa de los siete tejados (1858).
    Ya no nos ocuparemos de datos libres ni de posteriores noticias biográficas a los ya señaladas, puesto que excederían notoriamente a los propósitos del presente escrito; bastará decir que Hawthorne murió en New Hampshire el 18 de mayo de 1861 mientras dormía, y que en los libros posteriores a Twice Told Tales, el concepto de pecado se multiplicó en un intento por tratar de encontrar una explicación moral a la época. Para ello incurrió en el defecto de resumir sus narraciones en moralejas, procedimiento que ensombreció la originalidad y el misterio de las situaciones planteadas.
     No fue ese el caso de Wakefield, ya que ahí la función estética o estrictamente artística se sobrepuso a la finalidad ética, subyugando con ello a lectores -contemporáneos y posteriores- de la talla de Poe, Melville, Sábato y Borges.

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    Hawthorne leyó en una publicación una noticia que, simplificada, nos la refiere en las primeras líneas del cuento Wakefield:
En alguna revista o diario viejo recuerdo haber leído la presunta historia de un hombre que se ausentó durante mucho tiempo de su hogar.
    Este breve pasaje es pues todo el argumento del cuento. Indagando en una analogía contemporánea sobre este procedimiento de presentar el suceso ya completo al inicio del relato, nos encontramos con la obra El túnel de Ernesto Sábato, en ella el escritor argentino refiere los pormenores del hecho central, es decir, el crimen y el desenlace carcelario de su personaje Juan Pablo Castel en las primeras páginas; esto nos indica que tal relato no es de índole policial, puesto que el delito ya ha sido esclarecido y resuelto.
    Su interés, entonces, radica en otro aspecto; la singular psicología de los personajes, sus relaciones, sus desencuentros. Igualmente Hawthorne, se propone conjeturar sobre las posibles reflexiones, así como la naturaleza del carácter de Wakefield.
    Ahora bien, esto no pasa de ser un procedimiento que se utiliza en relación a un objetivo o tema principal que se encuentra señalado claramente en el siguiente párrafo:
Wakefield examina sus ideas tan minuciosamente como puede, y siente curiosidad por saber qué ocurre en su casa, cómo soportará su ejemplar esposa la viudez de una semana y, en síntesis, cómo afectará su alejamiento a la pequeña esfera de criaturas y circunstancias de las cuales él es centro. Una morbosa vanidad, pues, se encuentra en el mismo centro de su conducta.
    Es decir, la especulación de los caracteres y situaciones están justificadas por el afán de desarrollar una idea que es muy común en las personas; la de indagar como sufrirían sus repentinas ausencias cada uno de sus familiares y conocidos.
    Ya antes de la publicación de su libro Twice Told Tales, Hawthorne había registrado tal preocupación en uno de los esbozas que integran su American Notebooks:
En todo corazón humano existe el mal, que quizá pueda permanecer latente de por vida; pero las circunstancias pueden activarlo. Imaginar dichas circunstancias.
    Como vemos, Hawthorne partió de una inquietud central, la peculiar vanidad antes descrita. A partir de ello, imaginó o recaló en un suceso que activaría tal sentimiento "malévolo", para finalmente, de acuerdo a su conciencia oscurecida por la doctrina de la predestinación, justificar una moraleja, insertándola al final del relato a manera de apéndice.

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    Las mejores obras son aquellas que siendo susceptibles de múltiples interpretaciones o lecturas, atraviesan las edades, las estéticas. Aquello se explica en gran medida por el genio del escritor para la narración, y, además, a la serie de subtemas que incluye en un determinado escrito ficcional; sobre éste último punto, alguna oscuridad o vaguedad, cuando así el autor se lo propone, es sumamente útil en relación a la eficacia del texto artístico.
    En Wakefield, ubicamos una gran cantidad de subtemas que están relacionados a profundas reflexiones sobre la condición humana (que, como después se verá, determinaron su actualidad o interés contemporáneo).
    Un primer subtema, es la abnegación de la señora Wakefield. El sacrificio voluntario de sus afectos o intereses por su esposo. Esto, aunque es abordado aparentemente al margen o como una característica superficial de la esposa, está presente en casi todo el relato. Todo aquello evidencia una admiración de Hawthorne hacia tal sentimiento tan femenino. Sobre este punto, podría arriesgarse una interpretación de índole biográfica: recuérdese lo ya señalado, que Hawthorne vivió casi 12 años encerrado en su casa, dedicado a la literatura en compañía de su madre y hermanas (además que desde muy temprana edad estuvo bajo el cuidado exclusivo de su progenitora).
    Como prueba de esta inclusión de la abnegación en el cuento, están estos pasajes:
Si se hubiera preguntado a sus amistades quién era el hombre de Londres de quien podía asegurarse con mayor certeza que todo lo que hiciera hoy sería olvidado mañana, ellos habrían pensado en Wakefield. Sólo la esposa de su corazón hubiera vacilado. Ella sin haber analizado el carácter de su marido, tenía conciencia de un cierto egoísmo tranquilo que habría penetrado en la inactivamente de Wakefield, de un género peculiar de vanidad, el más inquietante de sus atributos, de una predisposición a la superchería y, finalmente, de lo que ella a veces calificaba de una cierta rareza del buen hombre. Esta última cualidad era indefinible, y quizás no existiera.
Nótese en la anterior cita que el cariño de la señora Wakefield se sobrepone a los defectos que ha detectado en su esposo. Incluso llega a atribuir ciertos rasgos insanos a la "rareza del buen hombre".
    Otro pasaje dice:
Ella preguntaría de buena gana cuánto va a durar su viaje, cuál es su meta, y cuándo estará de vuelta; no obstante, indulgente con el inocente amor por el misterio de Wakefield, lo interroga sólo con la mirada.
    Aquí es notorio el desprendimiento, superponiéndose la confianza que va más allá de un inesperado viaje de Wakefield. Obviamente, no hay que olvidar el carácter de las relaciones maritales de la época en que fue escrito el cuento. La situación pasiva de la esposa -que en la mujer contemporánea está atenuada- era mayúscula.
    Pero también es justo señalar que Hawthorne no hace una apología del machismo. Una atenta lectura más bien nos sugiere una vindicación del carácter sensato de la mujer, en contraposición con la veleidad del género masculino, además de cierta exaltación de la fortaleza de la personalidad femenina ante las adversidades (esto último se manifiesta contrariamente a lo que Wakefield creía que sucedería; el deceso de la esposa ante el pesar de la ausencia del marido).
    Un segundo tema está relacionado con la insignificancia del hombre en las grandes urbes o en relación con el orbe. Leamos:
Pero lo que nos interesa es el marido. Debemos correr tras él por la calle antes de que pierda su individualidad y se confunda en la gran masa de la vida londinense. Allí sería inútil buscarlo.
    Las populosas ciudades y los convencionalismos sociales, han determinado que el hombre moderno se despersonalice y pase a formar parte de una innumerable sucesión de elementos similares:
Está en la calle contigua a la de su casa y al final de su viaje. Apenas puede confiar en la buena fortuna de haber pasado hasta ese momento inadvertido: recuerda que, en un momento, fue detenido por la multitud bajo el mismo foco de un farol encendido; y que había pasos que parecían seguir los suyos, diferenciados de la trampa multitudinaria que lo circundaba, y recuerda cuando oyó una voz que gritaba a lo lejos y que según le pareció, pronunciaba su nombre. Sin duda, una docena de chismosos lo observó y contó a su esposa todo el asunto. ¡Pobre Wakefield! ¡Cuán poco conoces tu propia insignificancia en este mundo!
    Las posibilidades humanas, se ven dramáticamente reducidas para los patrones que impone a sus miembros la propia sociedad, en ella cada individuo es un elemento de características similares al resto, lo que determina, aunque parezca paradójico, cierta soledad, pues el hombre contemporáneo se ve desatendido o se siente desapercibido, instalando de este modo en su espíritu o carácter, cierta idea de nimiedad o insignificancia que lo aflige.
    El tercer subtema tiene que ver con los efectos del sufrimiento en el individuo:
No te alejes ni siquiera por una semana de tu lugar en su casto corazón. Si por un solo momento ella te imaginara muerto o perdido, o alejado de ella para siempre, pronto experimentarías el dolor de conocer un cambio perdurable en tu esposa. Es peligroso abrir cierta grieta en los afectos humanos y no porque sea tan larga y ancha, sino por lo pronto que vuelve a cerrarse.
    La propuesta de Hawthorne es bastante esquemática, pero no falta a la verdad, el dolor por más fuerte que sea nunca será mayor al instinto de supervivencia del hombre, el cual finalmente logra superarlo o al menos atenuarlo. Sin embargo, para el propio Wakefield, Hawthorne le depara una conciencia que difiere notablemente con la idea general:
Wakefield está fascinado. Debemos dejarlo, durante alrededor de diez años, en los que ronda su casa sin llegar a cruzar el umbral, se mantiene fiel a su esposa, con todo el afecto de que es capaz su corazón, mientras su persona se esfuma gradualmente en el corazón de ella.
    En este punto se percibe la moralidad que consumía mucho del ingenio de Hawthorne. El escritor trata de "castigar" a su personaje, manteniendo invariable el cariño hacia su esposa; en abierta oposición a lo que siente ella: "Sus pesares han desaparecido, o se han hecho tan esenciales para su corazón que difícilmente los cambiaría por la alegría."
    Si indagamos por un rasgo distintivo de Hawthorne, nos encontraremos inevitablemente con la utilización de los símbolos, con aquellas imágenes verbales que tratan de representar un concepto moral o intelectual. Esto tiene una explicación de tipo histórico, se ha señalado que en la época que le tocó vivir a Hawthorne, la moral puritana de los primeros colonos pasaba de la conciencia directriz de la conducta o el comportamiento a la fantasía, obteniendo de tal manera, delicadas formas de simbolismo en el arte.
    En Wakefield, encontramos algunos temas recurrentes, que por ahora nos limitaremos a mencionar y ubicar en al ámbito del cuento: "Tras varios rodeos y retornos inútiles, lo encontraremos cómodamente sentado junto al hogar de un pequeño departamento cuyo alquiler estaba apalabrado de antemano," en otro pasaje se refiere: "Wakefield se apresura hasta su casa, cierra la puerta con cerrojo se echa a la cama."
    Explícita o implícitamente, también encontramos al hogar o casa marital como objeto de constantes reflexiones: "Su pobre cerebro, atormentado por este dilema, finalmente se aventura y decide cruzar el extremo de la calle y lanzar una rápida mirada a un abandonado domicilio." Con parecido dramatismo también se menciona la casa, en estas líneas: "Reúne coraje para detenerse y mirar hacia la casa, pero su sentimiento de que algo ha cambiado en el familiar edificio lo deja perplejo, al igual que todos nos sentimos afectados cuando, tras una separación de meses o años volvemos a ver alguna colina, lago u obra de arte de la cual somos viejos amigos."
    La multitud, la muchedumbre en movimiento, está reiteradamente retratada:
Debemos de correr tras él por la calle antes de que pierda su individualidad y se confunda en la gran maza de la vida londinense (...) En medio de la muchedumbre de una calle de Londres, distinguimos a un hombre, ya de alguna edad, con pocas características que puedan atraer a observadores distraídos.
    Hay dos constantes que finalmente nos queda señalar; el carácter o la singular personalidad del protagonista y además la presencia de la señora Wakefield.
    Especial interés adquiere la psicología de Wakefield, pues debido a ella, es que se logra la dinámica del relato y no a través de una peripecia tras otra. La mente de Wakefield es, entonces, el escenario donde se desarrolla el trajín de la ficción. Allí la señora Wakefield cobra también interés, no por sus propias reflexiones, sino como objeto de angustiosas conjeturas.

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    Jorge Luis Borges afirma en su excelente ensayo Nathaniel Hawthorne, que entre la absurda historia de Wakefield y muchas de las fantasías de Kafka hay una asombrosa similitud que tiene que ver no sólo con una ética común, sino también con una retórica. Existe, por ejemplo la trivialidad o la nimiedad del protagonista, de análoga condición al "héroe anónimo" Kafkiano, producto de la burocracia, el incomprendido mundo artístico y del gentío. Esta insignificancia del protagonista en los términos contemporáneos en que se entiende el fracaso y el éxito (el dinero, la publicidad, el arribismo), contrasta con la magnitud de su desvarío, y esto "lo entrega aún más desvalido a las furias."
    Existe también el fondo borroso o difuso contra el cual se apoya la trama. Hawthorne, en muchas de sus invenciones se remite a un pasado romántico, en éste logra un Londres contemporáneo, burgués.
    El genial aspecto artístico de Hawthorne, tiñe de una oportuna oscuridad a sus relatos. Esto es, creemos, su principal virtud y lo que favorece también en gran medida a su condición de clásico, es decir, sus casi infinitas relecturas e interpretaciones.
    Wakefield debe su eficacia a un contraste entre su "violencia interna", de patéticas reflexiones, y a la elegancia, la sobriedad de la prosa, es decir, entre el estilo delicado y las oscuras sugerencias que nos obsequia Hawthorne. Tal contraste se sirve de una correcta utilización de los símbolos y constantes temáticas que a continuación trataremos de interpretar.
    La habitación o el cuarto donde se oculta Wakefield, simboliza el aislamiento a que se ve sometido el hombre que se aparta de lo establecido por su sociedad. Es la celda moral que le depara su entorno por permitirse ejecutar una idea descabellada. Esto lo intuye el protagonista, pero lo logra para mayor desgracia suya:
Esas ideas brillan a veces en las tinieblas de la mente de Wakefield, y le dan una vaga conciencia de que una valla casi insuperable separa su alojamiento alquilado de su anterior casa. ¡Pero si está en la calle próxima!, se dice a veces.
    El hogar familiar, simboliza el mundo que ha perdido Wakefield por su desvarío, por su ofensa contra los convencionalismos sociales. Allí la vida transcurre, después un breve paréntesis de estupor por la desaparición del esposo, de manera habitual, y todo eso lo observa Wakefield. Como si el mundo le enrostrara la necedad que ha cometido, como si le recordara de esa manera su insignificancia, su carácter prescindible en un mundo que produce seres que puedan cumplir su labor por millones. Así que, puede irse, pues, no habrá perjuicio, y si lo hay, será sólo para él.
    Hawthorne bien pudo escoger alguna ciudad de los Estados Unidos como escenario para su cuento. Pero no lo hizo así, más bien cruzó el Atlántico e instaló a Wakefield en la ya populosa Londres. De tal manera obró a semejanza de otro genio de las letras americanas, Edgar Allan Poe.
    Tal elección no es arbitraria, por el contrario, es un eficaz artificio literario para resaltar más la insignificancia del protagonista, su trágico aislamiento dentro de su propia ciudad.
    La multitud que arrastra a Wakefield, que se muestra implacable ante cualquier propósito de arrepentimiento, es a la vez, un elemento que dentro del relato cumple la función de ocultar al protagonista y también la de sugerir la idea de trivialidad de los proyectos individuales humanos, en comparación con los de la multitud, que termina por marginarlos si van en contra suya. Esto es lo que señala la parábola con la que termina el cuento:
En medio de la confusión aparente de nuestro misterioso mundo, los individuos están tan perfectamente ajustados a un sistema, y los sistemas entre sí y con un todo, que un hombre, con sólo apartarse de su sistema por un instante, se expone al terrible riesgo de perder para siempre su lugar en el mundo. Al igual que Wakefield puede convertirse por así decirlo, en el Desterrado del Universo.
    Los mejores cuentos pueden ser leídos de muchas maneras, en los casos como los de Hawthorne, en donde hay una predilección por la fantasía, la simple idea de leerlos por el único placer de lo fantástico, no es desdeñable.
    Pero Wakefield, cautiva no sólo por su carácter de absurdidad que encandila de por sí, sino también porque el lector de ésta época puede percibir en él, el drama del hombre de la sociedad contemporánea. El individuo que, asimilado por las grandes urbes y despersonalizado por los convencionalismos sociales, vive una existencia monótona.
    De tal condición quiso apartarse por un instante Wakefield, mediante un "malévolo antojo", pero su desvarío se amplió debido a que una sola noche de exilio de su casa marital, lo sedujo. Y es aquí que opera el castigo de la sociedad, y éste se da a través de la señora Wakefield. Su inicial resignación, y su posterior olvido, son la resignación y el olvido de toda la sociedad para con Wakefield:
En el cielorraso se refleja la sombra grotesca de la buena señora Wakefield. El sombrero, la nariz y la mandíbula, y la amplia cintura, forman una caricatura admirable que danzan mientras suben y bajan las llamaradas del hogar, de un modo casi excesivamente alegre por tratarse de una viuda entrada en años.
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    Hawthorne, como descendiente de puritanos, como heredero de una serie de prejuicios y sentimientos de culpabilidad, sintió que su vocación de escritor era una frivolidad o una inmoralidad intolerable. Pero simultáneamente también adoleció de la idea de la predestinación, y es por eso que no se opuso a su destino de escritor.
    Tal aparente contradicción la solucionó de esta manera: compuso alegorías y fábulas; es decir, se preocupó por hacer del arte un instrumento de la moral.
    Él sufría la idea del inalterable destino; nuestras vidas, la humanidad misma, según él, tenían prefijada su existencia. Por ello creyó que era inútil oponerse al rol que se nos presenta en la sociedad, pues eso iría sólo contra nosotros mismos. Cualquier desvío, no significaba sino el camino del destierro y el olvido.
    Esta interpretación, basada en pormenores de la biografía de Hawthorne, no desmerece una lectura al margen de esas consideraciones del cuento Wakefield.
    La sociedad contemporánea, la civilización, es posible gracias a una serie de represiones que la sociedad, para obtener un orden, se ve obligada a dictar. La convivencia dentro del mundo del siglo XX es posible por la tolerancia y las restricciones de aquellos deseos que puedan afectar a otra persona. Sin embargo, esto no implica que el hombre logre anular las fantasías, sus secretos sueños de irrestricta libertad. Algunos sólo los conservan en agradables ensoñaciones, otros los recrean mediante el arte.
    Pero existen también aquéllos que no se resignan a ello, y los realizan, obteniendo a cambio la represión social, por atentar contra el orden establecido. Tal fue el caso de Wakefield y de su propio autor, que sufrió la soledad de la incomprensión de la mediana sociedad norteamericana de entonces.
    El crítico literario Malcom Cowley, encontró en la lectura de Wakefield una alegoría de la extraña reclusión de Hawthorne. Esta interpretación es aceptable, pero no única; lo que si prueba, es que la gran obra también puede ejecutarse en el total aislamiento, al margen de la experiencia vivida.
    Como lo prueban los bosquejos de cuentos de sus American Notebooks, Hawthorne primero imaginada o tomaba una situación, de preferencia insólita o notoriamente fantástica, y luego inventaba a los personajes que la representaran.
    Tal fue el procedimiento que utilizó para con Wakefield. Hawthorne leyó un extraño hecho (que realmente acaeció, tal como lo confirma Poe, y no como cree Borges que Hawthorne "simuló con fines literarios haber leído el hecho"), reflexionó sobre él, y luego se entregó a la tarea de elaborar a sus actores. Pero hay una peculiaridad en este cuento que lo distingue de otros del mismo autor, como El Experimento del Doctor Heidegger o El Velo Negro, y es que allí se nos muestra el cuento haciéndose en el acto imaginativo. Por eso se pueden percibir tres personajes en el cuento: Wakefield, la señora Wakefield y el propio autor.
    Ya que no se conforma Hawthorne con ser el omnisciente narrador, sino que trata de persuadir a su personaje, Wakefield. El cuento que pudo ser lineal o contado como una unidad, se llena con intervenciones del autor: "Ve tranquilamente a tu cama, insensato; y mañana, si eres sabio, vuelve a tu hogar con la buena señora Wakefield y cuéntales la verdad". Así como de adelantos y retrocesos durante la narración. Estos aparentes desórdenes e intromisiones, que podrían haber sido clamorosos defectos, aquí se transforman en un ejemplar ejercicio y prueba invalorable de lo que es el arte de la creación.
    Hawthorne, gracias a su genio, se logró salvar del daño estético que produce la alegoría. Prueba de ello es la eficacia del relato, su permanencia. El que Hawthorne persiguiese una justificación moral para su obra no lo anula. Al respecto, Borges Escribe:
Si en el autor hay algo, ningún propósito, por baladí o erróneo que sea, podrá afectar de un modo irreparable, su obra un autor puede adolecer de prejuicios absurdos, pero su obra, si es genuina, si responde a una genuina visión, no podrá ser absurda.
    Durante la época que le tocó vivir, Hawthorne fue un oscuro hombre de letras, casi ignorado por la medianía de los críticos de entonces. No obstante, tuvo el reconocimiento de dos hombres de genio: Edgar Allan Poe en un ensayo estricto, pero elogioso, y Herman Melville, que lo exaltó en un artículo periodístico y que le brindó el más grande homenaje al dedicarle su portentosa novela, Moby Dick.