Por Carlos García (Hamburg)
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A A. C.
El 17 de junio de 1929 sella un pacto erótico-literario: con esa fecha se pone fin a la primera versión completa de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández, trascrita por la mano de Consuelo Bosch de Sáenz Valiente. El manuscrito (denominado “m.29” en la edición crítica de Ana Camblong, Madrid, 1993) ostenta correcciones hológrafas de Macedonio, lo cual prueba que fue escrito con su venia.
¿Cómo surgió ese manuscrito? ¿Se trata de textos pasados en limpio por Consuelo, o de textos que Macedonio le dictara?
En contra de la primera hipótesis habla el ductus enrevesado de los manuscritos conocidos de Macedonio. Cuesta imaginar a Consuelo desentrañando abreviaturas, buscando la continuación de una hoja en alguna otra entresacada de un informe montón, adivinando suturas, agregando otras de su propia cosecha...
Otra escena parece más plausible y es, en todo caso, más emblemática: el Presidente la visita, cada vez más a menudo, con sus papeles enrevesados, comienza a dictar, se corrige sobre la marcha, acepta alguna propuesta de la amanuense, improvisa pasajes, acuciado por la presencia insoslayable de una mujer de alcurnia espiritual, le explica y a su vez explica a sí mismo lo que aún no sabía al escribir sus primeros borradores, antes de convertirse en Dictador: dictando a Consuelo termina por ver la forma que antes sólo había entrevisto. En la oscuridad del texto nonato Macedonio va instaurando su lectura escribidora.
Esa versión de la Novela de la Eterna no será la definitiva, ni en extensión ni en contenido, pero es la definitiva en ese momento clave y por una breve eternidad.
En cierto sentido, la imagen aquí evocada repite o varía antiguos y venerables prototipos amoroso-literarios: la escena de Paolo y Francesca inmortalizada por Dante, la escena primaria que describe Niklas Luhmann en Liebe als Passion (1982) o la cristalización de Stendhal (De l’amour), mientras Consuelo, a su vez, es un trasunto sui generis de la mujer-copista que describe Piglia en relación con Kafka y Felice (El último lector, 2005).
Si algo extraña, es que Macedonio no reflejara este trabajo en conjunto en las posteriores versiones de su novela. Por otro lado, puede decirse que no era necesario, ya que ahí estaba el manuscrito con la letra de Consuelo: el texto de uno con la letra de la otra, el texto de Consuelo pensado por Macedonio, la feliz síntesis de dos personas, dos voliciones, un híbrido genial y amoroso, escrito al mismo tiempo por Consuelo Fernández y Macedonio Bosch...
De hecho, ese texto sigue allí, aunque sepultado por versiones posteriores, obnubilado por escombros de diversas épocas. Como sugiere el innominado amigo de Menard, habría que remover las piedras de esa Troya para encontrar debajo de ellas, como en un palimpsesto, la protonovela erótica de Macedonio.
(Madrid, 7-V-2005 / Hamburg, 29-I-2012)
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NOTAS:
[1] Esta glosa apareció originalmente en el Semanario Minuano, Minas (Uruguay), 9-VI-2006, 10.