Por Carlos García (Hamburg)
carlos.garcia-hh@t-online.de
El
esclarecimiento de aspectos de la vida privada de Borges, o el mero chismerío,
amenazan con sobreponerse al interés que debería dedicarse a su obra. Sin
ánimo de alargar innecesariamente la lista de personas que se dedican a ello,
creo que algunas de las historias divulgadas reclaman precisiones. Tal el
caso de lo que se cuenta acerca de reales o imaginarios intentos de suicidio de
parte de Borges.
Hasta donde
alcanzo a ver, la especie de que Borges intentó suicidarse el día en que
cumplió 35 años (o sea, el 24-VIII-34) fue echada a rodar por Emir Rodríguez
Monegal (Borges. Una biografía literaria,
1987, 251-252). Desde entonces, casi todos los investigadores de la vida de
Borges repiten la historia en su versión, como si confiaran en tornarla, así,
más verídica.
Monegal, por su
parte, basó su versión acerca del frustrado suicidio de Borges en una
publicación del norteamericano Donald A. Yates, quien tuvo acceso a notas de
Borges (reproducidas parcialmente, en traducción inglesa, en su trabajo
“Behind Borges and I”: Modern Fiction Studies XIX.3, otoño de
1973, 317-324). No conozco ningún biógrafo que se tomara la molestia de
cotejarlo.
El texto que
trae Yates (y que él fecha hacia 1940, por encontrarse en un grupo de
manuscritos de esa época) se lee así, en mi conjetural re-traducción del
inglés al castellano:
Jorge Luis Borges
El otro J.L.B. (el otro y real Borges, el que me justifica de manera suficiente, pero secreta) llevó a cabo esa tarde (quizás por primera vez) sus deberes como asistente segundo (210 pesos por mes: con deducciones, ciento noventa y uno) en cierta ilegible biblioteca detrás de Boedo, adquirió un revolver en uno de los negocios de armas de la avenida Entre Ríos, adquirió una novela que ya había leido (Ellery Queen: The Egyptian Cross Mystery) en la estación de Constitución, compró un boleto de ida a Adrogué-Mármol-Turdera, fue al Hotel Las Delicias, consumió y dejó sin pagar dos o tres cañas fuertes y se disparó una bala definitiva en una de las habitaciones de los altos. Dejó este poema, evidentemente escrito en la biblioteca (según muestra el membrete), que copio textualmente.
Reproducir
El texto, que
se interrumpe abruptamente tras “Reproducir”, habla a las claras de un Borges
que ya es el empleado de la Biblioteca Municipal “Miguel Cané”. Ello permite
deducir que lo narrado o imaginado ocurre, no en 1934, sino en algún momento posterior
a 1937, ya que Borges comenzó en ese año a trabajar en dicha biblioteca.
Yates, por su
parte, agrega: “Tras la última línea aparece una indicación de que algo
–evidentemente un poema– debía ser agregado.”
Al final de un
cuaderno cedido por Borges, Yates encontró otra página manuscrita, fechable,
verosímilmente, hacia 1940. Yates supone, correctamente a mi entender, que
el texto aducido es el del poema de la nota anterior. Allí, Borges se refiere
a sí mismo como aquél que regresa a casa, tras la mortificante jornada
laboral en la biblioteca, con un humillante paquete de yerba bajo el brazo.
Más abajo, empero, da otros detalles, que permiten fechar el texto con relativa
precisión. Entre ellos, resalta el siguiente:
O quizás he muerto:
hace
dos años en una oscura escalera de la calle Ayacucho
De ello se
desprende que la versión del poema aquí tratado fue escrita, aproximadamente,
dos años después del famoso accidente de diciembre de 1938, a consecuencia del
cual Borges padeció una septicemia, que amenazó su vida.
Desconozco las
razones que llevaron a Monegal a ignorar los datos que le prodigaba su fuente.
Imagino que quienes adoptan sus conjeturas se dejan obnubilar por los
indicios que Borges, siempre cuidadoso de influir en la recepción de su obra y
su persona, propusiera en el cuento “Agosto 25, 1983”. Pero si Borges dio a
entender en ese relato que la historia tuvo lugar a sus 35 años, fue, apenas,
para entroncar con la tradición del mezzo
del camin, ya cortejada por Dante. En su cuento, Borges no pretendió
ofrecer una prueba en el sentido judicial de la palabra, sino, meramente, una
estilización de los hechos.
Otro aspecto de
la historia recibida merece atención. Según ella, Borges habría intentado
suicidarse en agosto. María Esther Vázquez afirma en su libro, sin embargo,
que Borges le confió que el suceso tuvo lugar un mes de febrero, por lo cual
Vázquez traslada la fecha tradicional de agosto de 1934 a febrero de 1935 (Borges, esplendor y derrota, 1996, 146).
Si bien es
cierto que por esa época Borges era, según su propio testimonio tardío, “asaz
desdichado” (así se describe en el segundo prólogo a Historia Universal de la Infamia), mi opinión es que el intento de
suicidio, de haber tenido lugar, lo tuvo en febrero, pero en 1940.
A favor de la
última hipótesis habla el casamiento de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares;
Borges fue uno de los testigos de la boda. Ese casamiento lo habría hecho
meditar al respecto, y decidirse, por fin, a pedir la mano de Haydée Lange, a
quien venía cortejando, con intermitencias, desde finales de los años 20.
(Que Borges solicitó su mano no es una hipótesis; los biógrafos, sin embargo,
nunca mencionan la fecha.)
La “hermosa,
distraída e incomprensible” Haydée (así la llama Borges en una carta inédita
y sin fecha, que conjeturo del verano de 1928), previsiblemente, lo rechazó.
Ese sería, según mi conjetura, el momento en que Borges decide liquidarse.
Por cierto, lo mismo podría haber ocurrido en 1939 – época en la cual Borges
tenía asiduo contacto con Haydée Lange, según muestra una foto de abril de ese
año.
Una versión más
conciliante podría proponer dos o más intentos de suicidio, uno hacia 1935, y
otro, a más tardar, en 1940. No me opongo a ello, pero hago constar que la primer
hipótesis no se deja extrapolar de la fuente de Rodríguez Monegal, quien fuera
hasta hoy su único y tácito garante.
Por cierto,
nada prohibe escribir buenas ficciones al respecto. El trabajo, sin embargo,
ya fue cumplido por Borges mismo, en el citado cuento. Aparte de ello, sólo
puedo recomendar “Las mil obras y una noche”, de Marcos Aguinis (aparecido en Proa13, Buenos Aires, septiembre-octubre
de 1994, 27-34).
Carlos García
[1]La primera
versión de este texto apareció en Proa
28, Buenos Aires, marzo-abril de 1997, 53-55.