miércoles, 30 de mayo de 2012

Los suicidios de Borges [1]


Por Carlos García (Hamburg)
carlos.garcia-hh@t-online.de


El esclarecimiento de aspectos de la vida privada de Bor­ges, o el mero chismerío, amenazan con sobreponerse al in­terés que de­bería dedi­car­se a su obra. Sin ánimo de alargar innecesariamente la lista de personas que se dedican a ello, creo que algunas de las historias divul­gadas re­cla­­­man precisiones. Tal el caso de lo que se cuenta acerca de reales o imaginarios intentos de suicidio de parte de Borges.

Hasta donde alcanzo a ver, la especie de que Borges intentó suici­darse el día en que cumplió 35 años (o sea, el 24-VIII-34) fue echada a rodar por Emir Rodríguez Monegal (Borges. Una biografía literaria, 1987, 251-252). Desde entonces, casi todos los investi­gadores de la vida de Bor­ges repiten la historia en su versión, como si confiaran en tornarla, así, más verídica.

Monegal, por su parte, basó su versión acerca del frustrado suici­dio de Borges en una publicación del norteamericano Donald A. Yates, quien tuvo acceso a notas de Borges (reprodu­cidas parcialmente, en traduc­ción inglesa, en su trabajo “Behind Borges and I”: Modern Fiction Stu­dies XIX.3, otoño de 1973, 317-324). No conozco ningún bió­grafo que se tomara la mo­lestia de cotejarlo. 

El texto que trae Yates (y que él fecha hacia 1940, por en­con­trarse en un grupo de manuscritos de esa época) se lee así, en mi con­jetural re-traducción del inglés al castellano:
          Jorge Luis Borges
El otro J.L.B. (el otro y real Borges, el que me justi­fica de ma­nera sufi­cien­te, pero secreta) llevó a cabo esa tarde (quizás por primera vez) sus de­be­res como asistente segundo (210 pesos por mes: con deducciones, ciento noventa y uno) en cierta ile­gible biblioteca de­trás de Boedo, adqui­rió un revolver en uno de los nego­cios de armas de la avenida Entre Ríos, ad­quirió una novela que ya había leido (Ellery Queen: The Egyp­tian Cross Mystery) en la estación de Constitución, compró un boleto de ida a Adro­gué-Mármol-Turdera, fue al Hotel Las Delicias, con­sumió y dejó sin pagar dos o tres cañas fuertes y se disparó una bala definitiva en una de las habitaciones de los altos. Dejó este poema, evi­dentemente escrito en la biblioteca (según muestra el membrete), que copio textualmente.
             Reproducir

El texto, que se interrumpe abruptamente tras “Reproducir”, habla a las cla­ras de un Bor­ges que ya es el empleado de la Biblioteca Mu­nicipal “Miguel Cané”. Ello permite deducir que lo narrado o imaginado ocurre, no en 1934, sino en algún momento po­sterior a 1937, ya que Borges co­menzó en ese año a trabajar en dicha biblioteca. 

Yates, por su parte, agrega: “Tras la última línea aparece una in­di­cación de que algo –evidentemente un poema– debía ser agre­ga­do.” 

Al final de un cuaderno cedido por Borges, Yates encontró otra página manuscrita, fechable, verosímil­mente, hacia 1940. Yates supone, correc­tamente a mi enten­der, que el texto aducido es el del poema de la nota ante­rior. Allí, Borges se refiere a sí mismo como aquél que re­gresa a casa, tras la mor­ti­ficante jornada laboral en la biblioteca, con un humi­llante paquete de yerba bajo el brazo. Más abajo, empero, da otros detalles, que permiten fechar el texto con relativa precisión. Entre ellos, resal­ta el siguiente:

                         O quizás he muerto:
                          hace dos años en una oscura escalera de la calle Aya­cucho

De ello se desprende que la versión del poema aquí tratado fue escrita, aproximadamente, dos años después del famoso accidente de diciem­bre de 1938, a consecuencia del cual Borges padeció una septicemia, que amenazó su vida. 

Desconozco las razones que llevaron a Monegal a ignorar los datos que le prodigaba su fuente. Imagino que quienes adop­tan sus con­je­turas se dejan obnubilar por los indicios que Borges, siempre cui­dadoso de influir en la recepción de su obra y su persona, pro­pu­siera en el cuento “Agosto 25, 1983”. Pero si Borges dio a en­tender en ese relato que la his­toria tuvo lugar a sus 35 años, fue, apenas, para en­troncar con la tra­dición del mezzo del ca­min, ya corte­jada por Dante. En su cuento, Borges no pretendió ofrecer una prueba en el sentido judicial de la pala­bra, sino, me­ramente, una estiliza­ción de los hechos. 

Otro aspecto de la historia recibida merece atención. Según ella, Borges habría intentado suicidarse en agosto. María Esther Váz­quez afirma en su libro, sin embargo, que Borges le confió que el su­ceso tuvo lugar un mes de febrero, por lo cual Vázquez traslada la fecha tradicional de agosto de 1934 a febrero de 1935 (Borges, esplendor y derrota, 1996, 146).

Si bien es cierto que por esa época Borges era, según su propio tes­timonio tardío, “asaz desdichado” (así se describe en el segundo prólogo a Historia Universal de la Infamia), mi opinión es que el in­tento de suicidio, de haber tenido lugar, lo tuvo en febrero, pero en 1940.

A favor de la última hipótesis habla el casa­miento de Silvina Ocam­po y Adolfo Bioy Casares; Borges fue uno de los testigos de la boda. Ese casamiento lo habría hecho meditar al respecto, y deci­dirse, por fin, a pedir la mano de Haydée Lange, a quien venía cor­te­jando, con intermitencias, desde finales de los años 20. (Que Borges solicitó su mano no es una hipótesis; los biógrafos, sin em­bargo, nunca mencionan la fecha.) 

La “hermosa, distraída e in­comprensible” Haydée (así la llama Bor­ges en una carta inédita y sin fecha, que conjeturo del verano de 1928), pre­visible­mente, lo rechazó. Ese sería, según mi con­je­tura, el mo­mento en que Borges decide li­quidarse. Por cierto, lo mismo podría haber ocu­rrido en 1939 – época en la cual Borges tenía asiduo contacto con Hay­dée Lange, según muestra una foto de abril de ese año. 

Una versión más conciliante podría proponer dos o más in­tentos de suicidio, uno hacia 1935, y otro, a más tardar, en 1940. No me opon­go a ello, pero hago constar que la pri­mer hipótesis no se deja extrapolar de la fuente de Rodrí­guez Monegal, quien fuera hasta hoy su único y tácito garante. 

Por cierto, nada prohibe escribir buenas ficciones al respecto. El tra­­bajo, sin embargo, ya fue cumplido por Borges mismo, en el cita­do cuento. Aparte de ello, sólo puedo recomendar “Las mil obras y una noche”, de Marcos Aguinis (aparecido en Proa13, Buenos Aires, septiembre-oc­tubre de 1994, 27-34).

Carlos García
(Hamburg, 23-I-1997 / 30-V-2012)


[1]La primera versión de este texto apareció en Proa 28, Buenos Aires, marzo-abril de 1997, 53-55.