jueves, 1 de noviembre de 2012

Borges, el criollismo y el “endiosamiento de Hernández”

Por Carlos García (Hamburg)



El propósito de esta glosa es contribuir a la escritura de un capítulo poco ­conocido de la inserción de Borges en el criollismo, así como de su relación con el tema del gaucho, con el Martín Fierro y con su au­­tor. Sirve de rápido escolio, también, a un texto de Borges no re­co­­gido en nin­gún libro suyo, y que publiqué en Aarhus (Dinamarca) en 1999.[1]

El 12-VII-26 salió de la imprenta El tamaño de mi esperanza, se­gun­do libro de ensayos de Borges. De fecha poco anterior debe ser el pro­­­yec­to de ín­dice para Tamaño, que se conserva manuscrito en la guar­da posterior de uno de los volúmenes que per­te­ne­cie­ran a su pa­dre: William H. Prescott: History of the Con­quest of Pe­ru. Lon­don, 1889.[2]

Entre los diez títulos allí listados por Borges, en un orden que no es ni el cronológico de publicación hemerográfica de los artículos, ni el final­mente adop­­tado en el volumen, aparece, en séptimo lugar, uno lla­mativo: “el endiosamiento de Hernández”. 

Puesto que la lista contiene títulos de trabajos recogidos, con dos ex­­­­­­cepciones, en Tamaño,[3] todo indica que esa frase designa­ba el tí­­tulo de un trabajo suyo que Borges pensaba incluir en el libro, don­­­­de, sin embargo, no figura. Para comprender esta omisión es idó­­neo hacer un poco de historia menuda.


Recién cuando llegó a mis manos la copia de una carta de Borges a su futuro cuñado, el escritor y crítico español Guillermo de Torre, reclamó nuevamente mi atención. Producto de esas cavila­ciones son las notas que siguen.
En carta inédita a Guillermo de Torre, del 26-X-24, Borges co­menta las peripecias de la revista Proa, que él dirige con Güiraldes, Bran­dán Caraffa y Rojas Paz, y de la cual han salido, hasta ese mo­men­to, tres números. Borges envía el último de ellos, anuncia el cuarto y, tras referirse a aspec­tos de financiación de la revista, ano­ta:

¿Qué te parecen los ultraísmos (¿malos?) de Lanuza y los (¿plausibles?) de Nora Lange? (No dejes de leer en Proa-3 la poesía de Ipuche, que tie­ne su importancia en la artis­ticación de temas criollos de estos últimos años: el pre­cursor Cencerro de Cristal de Güiraldes, las telas de don Pe­dro Figari, los chis­tes de Macedonio, mis propios versos de ambiente de arra­­bal, las insolencias de Girondo, las evo­caciones de Silva Val­dés, el en­diosamiento de Martín Fierro, etc.)

El interés de Ahí estaba, otra vez, el "endiosamiento", ahora de Martín Fierro, el poema de Hernández. Malentendí, al principio, el sentido de la frase, e incomodé inútilmente a amistades de Buenos Aires y de Pa­ris, para que revisaran el número 3 de Proa2, que no tenía a mi alcance, en busca de algún artículo, quizás sin firma, que contu­viera un título o un tema similar. La respuesta fue negativa. Releyendo el pasaje, advertí que mi apresuramiento me había malaconsejado.Borges en la “ar­tis­ti­ca­ción” de temas criollos le aca­rrea­rá poco después el reproche de su amigo Ro­berto A. Ortelli, en carta del 28-V-25 a Jacobo Sureda: “di­­siento por com­pleto con Bor­ges, con el Bor­ges insincero que se ad­vierte en el admira­dor de Ipu­­che, As­casubi y otras baga­telas gau­chescas”.[4]

Aunque menciona sus “propios versos de ambiente de arrabal”, Bor­­ges no alude a que el mismo número de Proa contiene su artí­culo “La criolledá en Ipuche” (Inquisiciones 1925: 57-60). 

La poesía de Pedro Leandro Ipuche que Borges recomienda en su carta, es “El guitarrero co­rren­­tino (para el criollo francés, Jules Su­pervielle, gran poe­ta)”, aparecida en Proa 3, octubre de 1924, 30-33. Su­­­pervielle, uruguayo-francés, se había hecho acreedor a este poema por su obra L'hom­­me de la Pampa (1923), muy apreciada en los círculos fran­có­filos de Buenos Aires y Montevideo, y en el Paris de los in­te­re­­sados en literatura hispanoamericana. El mismo nú­me­ro 3 de Proa trajo en pp. 12-17 un fragmento de “El hombre de la pam­­pa”.

Las “cosas de su tierra” no eran para Borges, hacia 1925, temas can­­­tables por sí mismos. Si acaso, sólo debían servir de excusa pa­ra adentrarse en temas metafísicos (Tamaño 1926: 9-10):

Ya Buenos Aires, más que una ciudá, es un país y hay que en­­contrarle la po­esía y la música y la pintura y la reli­gión y la me­tafísica que con su gran­­deza se avienen. [...] Criollismo, pues, pero un criollismo que sea con­­­ver­sador del mundo y del yo, de Dios y de la muerte.

Ese texto de Borges, que diera título al volumen, fue escrito a fines de 1925; apareció, fechado en “enero de 1926”, en marzo de ese año. Dos meses más tarde le valió el ata­que de Antonio Va­llejo en su artículo: “Criollismo y metafísica” (Mar­tín Fierro 27-28, 10-V-26, p. 197 de la edición facsimilar; Vallejo no menciona a Borges, pero varios in­di­cios vuelven transparentes al destinatario de sus re­pu­dios).

Borges venía ocupándose de temas criollos cuando menos desde sep­­­­­tiembre de 1924 (es decir, a poco de regresar de su segundo pe­­­­­­­riplo europeo). Entre los aportes descollantes al tema deben men­­­­­­­cionarse los artículos “Interpretación de Silva Valdés”, el ya nom­­­brado “La criolledá en Ipuche” y “Queja de todo criollo” (todos ellos recogidos en Inqui­siciones, que apareció en abril de 1925), así como “Acotación del árbol en la lírica”, “El Fausto criollo”, “El idioma infinito” y “Las coplas acriolladas”, que aparecieron en Tamaño

En el pasaje de la misiva arriba reproducido, Borges ins­cribe el poe­ma de Ipuche en una dinastía que se ocu­para “en los úl­timos años” de la “artisticación” de temas crio­llos. En esa dinas­tía, Bor­ges enfila a Güiraldes y a Figari (a quienes había conocido po­cos meses an­tes), los chistes de Macedonio Fer­nán­dez (con quien man­tenía amis­­tad desde 1921), al­gu­nas “insolencias” de Gi­rondo, los evo­ca­dores poe­mas de Silva Valdés y, por fin, el “endio­sa­miento de Mar­tín Fierro”. Por cierto, Borges obvia a propósito, en esa genealogía, los esforzados tra­bajos de la his­to­riografía li­te­ra­ria del Centenario, aunque no le eran desconocidos, y aunque ju­ga­ron, siquiera como ho­rizonte del cual di­fe­renciarse, un papel preponde­rante en la for­ma­ción de su con­cepto de lo “criollo”. El giro “endio­sa­miento de Mar­­tín Fierro” apunta precisamente contra la idea­li­za­ción del poe­ma y su figura, operada por Lugones en El Payador (1916). 

El concepto de “criollo” cifrado en los pasajes claves de la época es he­­te­rodoxo: lo criollo es un ductus, una to­na­lidad, una manera de ser, hablar y moverse, aprendida, a mi entender, en el trato con Ri­cardo Güi­raldes y con Macedonio Fernán­dez, aunque original­men­te per­ci­bi­da en las obras clásicas del género, desde Ascasubi hasta Silva Val­dés.[5]

Los vocablos “criollo” y “criollismo” aparecen con asiduidad no sólo en tra­ba­jos de Borges de 1924-1926, sino también en proyectos que lo incluyen y donde se lo considera especialista en la materia. Así, en un manuscrito redactado presumiblemente por Evar Méndez a co­mienzos de 1925, se prevé a Borges como colaborador del re­novado periódico Martín Fierro dentro del rubro “Poesía”, pero tam­bién como respon­sa­ble del “Ex­a­­­men de clásicos y mo­der­­nos, nue­vas tendencias eu­ro­­peas, crio­­­­­­llismo” (cf. Patricia Ar­tun­do: Norah Bor­­ges. Obra gráfica 1920-1930. Buenos Aires: 1994, 82). 

En una carta sin fecha a Can­si­nos Assens, que dato hacia marzo de 1925, Borges anota: “De mi tardanza en con­testar­le tie­ne la culpa mi ha­ra­gane­ría de criollo [...]”.
 
A comienzos de 1926, en su rese­ña de “Sim­plis­­mo, poemas inven­tados por Al­ber­to Hi­dalgo” (Proa 15, enero 1926, 51-54; Textos recobrados 1: 236), Borges ano­ta: “[Hi­dal­go] Lo ba­raja de golpe al mun­do, sin las za­la­me­­­­rías y a­ga­chadas y len­­­­titu­des criollas que sue­le prac­­­­ticar su colega, el adivino Ma­ce­do­nio Fer­­­­­­­nández.” Huelga decir que el Borges de la época pre­fiere el se­gun­do modo de “ba­­ra­jar al mundo”.[6]

Ya en cartas de 1922 a su ami­go mallorquín Jacobo Sureda, Borges alude, al citar algunos ver­sos de su primo Guillermo Juan, al tono criollo que había adqui­ri­do el Ultraísmo en la Argentina.[7]

También el término “endiosamiento” tenía, en principio, una carga positiva para Borges, aunque él mismo no profesaba creen­cias reli­gio­sas. En “La criolledá en Ipuche”, Borges escribe: “He de­clarado el don de júbilo con que algunas estro­fas de Tierra Hon­da me en­dio­saron el pecho.” (Inquisiciones 1925: 60). En “Muer­tes de Bue­nos Aires, II: La Recoleta” se referirá al “re­doble endiosador de pe­chos, de los tam­bores” (Cuaderno San Martín, 1929, 40). Existen, así­mis­mo, ejemplos pos­te­riores. Sin embargo, no parece haber sido ese el sentido otorgado a los giros “en­dio­sa­miento de Hernández” y “endiosamiento de Martín Fierro”. 

Entre el primero, mencionado en su carta de octu­bre de 1924, y el segundo, de comienzos de 1926, tienen lu­gar evo­luciones conflic­ti­vas entre los es­critores de Buenos Ai­res, en las que Borges terciará a su ma­nera.
 
En carta a Evar Méndez, publicada en Martín Fierro 22, 10-IX-25, 156, bajo el titular “Monumento a Hernández”, Oliverio Girondo es­cribe: 
Querido Evar: 
Dos líneas para proponerte que MARTIN FIERRO auspicie la idea de eri­gir un monumento a José Hernández.
¿Qué mejor ocasión para jugarse, aunque se tenga "una de a pie" con "la partida"?
Creo, por lo demás, que la idea será acogida con entusiasmo un­á­nime y que debe pedirse la adhesión de todos los artis­tas, los literatos y hombres públicos sin distinción de grupo y de par­­tido.
Te abraza.                   Oliverio GIRONDO
A continuación, Méndez adhiere “con entusiasmo” a la propuesta de Girondo, explicitando en una extensa glosa por qué Hernández me­­­­­­­­­­rece el monumento: su obra es “la única pura y esencialmente ar­­­­­­­gentina”. 

En el número siguiente (Martín Fierro 23, 25-IX-25, 169), Mén­dez da cuenta, en una nota sin firma, de las adhesiones re­­­cibidas (no se menciona allí a Borges), y pro­pone, como ya había hecho días antes, formar una comisión que se ocupe de poner el proyecto en práctica. 

La revista de izquierda Los Pensadores, más preocupada por el des­tino del proletariado urbano que por la justicia hacia un mero li­te­rato gauchesco, trajo un violento ataque contra ese proyecto, con un título ya polé­mico: “Los niños piden una estatua más” (Los Pen­sa­dores 114, sep.1925, 1):
Un poeta ultraísta acaba de lanzar la idea de levantarle un mo­nu­mento a José Hernández [...].[8]
Nosotros no tenemos nada en común con el gaucho ni con el abo­rigen. No­sotros somos trabajadores, ellos son ato­rran­tes; noso­tros somos in­te­li­gentes, ellos eran unos idio­tas. [...] La vi­da de Hernández, fue la vida de un hombre vul­gar. Todas las anéc­dotas que de él se cuentan son vulga­rí­simas. ¿Entonces?
Santiago Ganduglia, a su vez, parece responder a Los Pensadores, cuando escribe, en alusión a la tendencia”"realista” representada por los escritores de Boedo (“Párrafos sobre la literatura de Boedo”: Martín Fierro 26, 29-XII-25, 190):
Manuel Gálvez, el maestro de la extrema izquierda, de­fen­dió ra­ramente el lo­­calismo literario. Sin embargo, son sus jó­venes discípulos los únicos ciu­­­­dadanos que nunca han sen­tido la mú­sica del tango. [...] Y son sus dis­­cí­pulos los pri­meros que, torpemente, negaron el formidable poema de Her­nández.
El tema tendría muchas ramificaciones en la prensa coetánea. Leo­poldo Marechal, cuyo segundo libro Días como fle­chas era, por esas fechas, de inminente aparición, anota en “El gaucho y la nueva literatura riopla­tense” (Martín Fierro 34, 3-X-26, 258; cursiva mía):
Las letras rioplatenses, tras un discutible propósito de na­cio­na­­lismo lite­ra­rio, están a punto de adquirir dos en­ferme­dades es­pecíficas: el gaucho y el arrabal. Nada ha­bría de obje­table en ello si se tratara del campesino ac­­­­­tual, que monta un potro y maneja un Ford con la misma in­di­feren­cia; pe­­ro se re­fieren a ese gaucho estatuable, exaltado por una mala lite­ratu­ra; a ese superhombre de car­tón que, aban­donando su pobre leyenda, quie­re hoy erigirse en arquetipo nuestro.
La crítica al gaucho podía ser interpretada como una impugnación del Don Segundo Sombra de Güiraldes, salido a la venta a co­mien­zos de agosto. Ma­re­chal pone cuidado, sin embargo, en acla­­rar que no se refiere a ese libro, al cual elogia expresa­men­te, sino a las obras que pro­vie­nen del Uruguay. 

La otra “enfermedad” de la literatura rioplatense era, según Mare­chal, el “arrabal”, pero el punto no es retomado en su nota. Podía ver­se allí una crítica al programa de Borges, que había sacado, a fi­nes de 1925, su Luna de Enfrente, poemario re­se­ñado por Ma­re­chal en Martín Fierro 26, 29-XII-25, 190. Sin em­bargo, Marechal elo­­giará en su reseña el libro de Bor­ges, y no en último lugar por haber halla­do una voz verda­dera­men­te criolla:
el otro aspecto de Borges, quizás el más interesante y pro­­mi­sor; es un crio­llismo nuevo y personal, un modo de sen­tir que ya estaba en no­sotros y que nadie había tratado. [...] La crio­lledad de Borges no es un chau­vi­nismo de­to­nante ni una ac­titud decorativa [...].
Borges, por su parte, elogiará el libro de Marechal en una carta sin fe­cha, pero seguramente de noviembre de 1926, cuando aparece Días como flechas (cf. Martín Fierro 35, 5-XI-26, 276). Allí, Borges anuncia que no él, sino Güi­ral­des re­se­ñará el libro en Martín Fierro, por decisión de Evar Mén­dez, el director del periódico (cf. Juan-Ja­cobo Bajarlía, editor: Homenaje a Marechal. Buenos Aires: Corre­gidor, 1995, 173). 

Sin embargo, Güiraldes no pu­blica co­men­ta­rio al­gu­no sobre Mare­chal, y sí es Borges quien lo hace en Martín Fie­rro 36, 12-XII-26, 286 (el mismo número trajo en p. 282 algunos poe­mas del libro). ¿Indicio de que Güiraldes se sin­tió ofen­dido por Ma­­re­chal? La sospecha es plausible, pero no la encuentro avalada por testi­monios que la con­fir­men. 

Todo indica que Borges tenía pensado, antes de julio de 1926, po­ner por escrito su opinión, presumiblemente crítica, acerca del pro­yecto, apoyado por el periódico Martín Fierro, de erigir una esta­tua a Her­nández.
 
El artículo fue pensado, y verosímilmente escrito, para El ta­maño de mi esperanza, don­de, sin em­bargo, no apareció. El tema había caldeado los suscep­ti­bles áni­mos en el exiguo cam­po intelectual porteño, y Borges debe ha­ber pre­ferido no echar aceite al fuego. (El artículo puede, también, ha­ber aparecido en alguna revista poco divulgada, o haber sido re­cha­zado.) 

Como fuere, en septiembre de 1926, Borges daría su opinión acer­ca del gaucho en un texto de aparición he­me­rográfica: Crítica había comenzado el 1-VIII-26 una encuesta so­bre el gaucho, en la que par­ticiparían nu­­merosas personalidades entre el 19-VIII-26 y el 14-X-26 (cf. Syl­via Saítta: Regueros de tinta. El diario Crítica en la dé­cada de 1920. Buenos Ai­res: Sudamericana, 1998, 299-300). 

La res­puesta de Bor­ges apareció en el número del 3-IX-26, al que pude acceder gracias a Nicolás Helft. 

Allí, Bor­ges vuelve a aludir al proyecto estatuario, decantándose en su con­tra. El texto aludido comienza así:
Contesta hoy a nuestra encuesta el señor Jorge Luis Borges
                               Las de la Encuesta son Preguntas
                                              de Juicio Final

Así se expresa Jorge Luis Borges

No quiero ser mal educado, pero opino que esas preguntas sobre la utilidad de un hombre o una raza, no tenemos dere­cho a plantearlas.
Si el culto al gaucho es al es­toi­­cismo, a la quieta incredu­li­dad, al valor sin compadra­das, me parece muy bien; no, si es pre­­texto para idolatrar a los pa­trio­teros.
Carlos García
(Hamburg, 1999-2012)
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[1] La primera versión de este texto apareció bajo el título “Borges y el ‘endiosamiento de Hernández’” en Variaciones Borges 8, Aarhus, julio de 1999, 178-186. Fue reproducido con ligeras variantes en La Casa de Asterión V.17, Barranquilla (Colombia), abril-junio de 2004. URL: http://casadeasterion.homestead.com/v5n17hern.html.

[2] Cf. Miguel de Torre Borges: Borges. Fotografías y manuscritos. Buenos Aires. Ren­­glón, 1987, 110. El libro contiene varias firmas de Borges en la portada y en la ante­por­tada: una muy temprana (“George Luis Borges”, sin fecha), y otras de entre 1922 y 1950. De la época que concierne a esta glosa existen dos rúbricas, de 1924 y 1926.

[3] El otro texto, “La noche que lo velaron” [sic], aparecería más tarde, con género traves­ti­do, en Cuaderno San Martín, poemario de 1929.

[4] Reproduje y anoté esa carta en mi trabajo: “Periferias: Sureda y Ortelli (Borges y Silva Valdés), 1925-1926”: Hermes Criollo III.7, Montevideo, marzo-junio de 2004, 92-100.

[5] Acerca de la relación entre Borges y Güiraldes véase mi reseña crítica del libro de Ivonne Bordelois: “Un triángulo crucial. Borges, Güiraldes y Lu­go­nes. Buenos Aires: Eudeba, 1999”: Variaciones Borges 9, Aarhus, enero de 2000, 255-258; URL: hum.au.dk/romansk/borges/vb9/bordelois.htm]. Estudié la relación entre Borges y Ma­ce­donio en mi libro Macedonio-Borges. Correspondencia 1922-1939. Crónica de una amistad. Buenos Aires: Co­rregidor, 2000.

[6] Me ocupé de Alberto Hidalgo en varios ensayos publicados en Álvaro Sarco, editor: Alberto Hidalgo. El genio del desprecio. Materiales para su estudio. Lima: Talleres tipográficos, 2006, y en mi edición de Alberto Hidalgo: España no existe. Madrid / Frank­furt am Main: Ibe­­roa­­mericana / Vervuert, 2007, que contiene mis trabajos “In­troducción”, “No­tas sobre España no existe (1921)”, “Alberto Hidalgo y Guillermo de Torre (1920-1933)” y “El Índice de Hidalgo (1926)”, que reescribe la génesis del Índice de la nueva poesía americana y atribuye la selección de todos los poemas a Hidalgo.

[7] Véase Jorge Luis Borges: Cartas del fervor. Correspondencia con Mau­rice Abra­mo­wicz y Jacobo Sureda (1919-1928). Pró­logo: Joa­quín Mar­co. Notas: Carlos García. Bar­ce­lona: Galaxia Gutenberg / Cír­culo de Lec­tores / Emecé, 1999; una versión actualizada de mi “Semblanza de Jacobo Sureda” fue publicada en www.alvarosarco.blogspot [13-IX-2012].

[8] Girondo no perteneció, por cierto, al ultraísmo. En el dia­lec­to de la revista, “ul­tra­ís­mo” era sinónimo del pasa­tismo esen­cial ad­judicado a los escritores de Florida.