Por Carlos García
(Hamburg)
[carlos.garcia-hh@t-online.de]
El último texto del volumen Los sapos y otras personas, titulado “El plagiario”, rezuma alusiones al mundillo de la vanguardia literaria del Buenos Aires de los años 20.
Mientras que los demás textos que conforman la recopilación son cuentos, “El plagiario” es, a pesar de alguna metáfora atrevida, en realidad un libelo, es decir, una muestra de ese género que hiciera a Hidalgo famoso en algunos círculos – y temido en otros.
No abundaré aquí sobre el tema, tratado por Álvaro Sarco en “Alberto Hidalgo o el libelo en el Perú”.[2] A cambio, intentaré desentrañar algunas alusiones y hacer un poco de historia menuda para ubicarlas en su contexto histórico-literario.
Comienzo por aclarar que la persona aludida es un ser de carne y hueso: el poeta argentino Oliverio Girondo (1890-1967). También los demás “personajes” son miembros prominentes de la vanguardia o, cuando menos, de la escena literaria argentina.
Que el agredido es Girondo se desprende, en primer lugar, de la
continua alusión a los protuberantes dientes del “plagiario” – tema
recurrente en las caricaturas que se hicieran de Girondo por esa época (un
ejemplo en Martín Fierro 16, Buenos
Aires, 5-V-1925) y en los “epitafios” humorísticos en los cuales los jóvenes
miembros de la vanguardia se mofaban unos de otros desde las páginas del
periódico Martín Fierro: “Bajo esta
lápida fría/ Yace Girondo sin dientes/ Quien lo enterró, bien sabía/ Evitar
inconvenientes” (Martín Fierro 18,
26-VI-1925). Por si no fuera bastante para que el lector identificara al objeto
de su burla, Hidalgo le hace decir al personaje: “acabo de publicar un libro
de propaganda de las empresas de tranvías” – clara alusión al libro de Girondo
titulado Veinte poemas para ser leidos en
el tranvía (1922).[3]
La seria (y falsa) acusación detrás del jocoso tono de Hidalgo es que
Girondo no hacía más que plagiar la obra del español Ramón Gómez de la Serna,
sazonada con una pizca del viajero y conferenciante francés Paul Morand (quienes
visitaron la Argentina en 1931).[4]
Independientemente de que no se pueda poner en duda la originalidad y la potencia
creadora de Girondo, demostrada a lo largo de una meritoria labor de decenios,
interesa constatar que no fue ésta la primera vez que Hidalgo lo acusara de plagiar
a Ramón. Si bien tampoco allí lo menciona expresamente, alude también a él en
el prólogo de su Índice de la nueva
poesía americana (1926):[5]
Algunos desocupados están ahora practicando el espor de copiar a Gómez de la Serna, al cual lo usan disfrazado en una solución de Paul Morand más unas gotas de pornografía. No incluyo muestras de tales engendros para no dar al plagio carta de ciudadanía artística.
Para los lectores argentinos del momento, la alusión a Girondo era tan clara allí como lo sería un año más tarde en “El plagiario”, y así lo entendió también la crítica coetánea. Véase, por ejemplo, la reseña del Índice aparecida en la revista Inicial (número 11, de febrero de 1927; Roberto A. Ortelli, uno de los directores de la revista, mantuvo amistad con Hidalgo, e incluso trabajaron juntos en algunos proyectos):
[...] Ciertamente, el volumen ha sido realizado con un criterio fanático. Alberto Hidalgo es, literariamente, un escritor extremista. Y este volumen parece una justificación de su obra. Se ha tomado de cada autor lo más arbitrario de su obra, lo más impersonal e irrepresentativo. Y se han excluido nombres sin ninguna razón valedera, dando injusto lugar a escritores francamente pasatistas. Oliverio Girondo, por ejemplo, no existe para el compilador, y, sin embargo, cree de su bando al redondillero J. Rubén Romero, al becqueriano Pereda Valdés, a Paco Luis Bernárdez, a Molinari, etc. [...]
El español Guillermo de Torre, muy ligado al quehacer literario argentino por su relación con Jorge Luis Borges (quien se convertirá en 1928 en su cuñado), comentará así el libro (Revista de Occidente XV.44, Madrid, febrero de 1927, 271):
Pero en este conjunto se percibe una exclusión a todas luces injusta e imperdonable, ya que si no encontramos poemas originales del poeta exceptuado, tropezamos con otros que delatan su huella: me refiero a la ausencia de Oliverio Girondo, figura de toda primacía en la transmutación de valores poéticos que viene operándose estos últimos años en la Argentina.
También en una de sus reseñas sobre el libro Los Sapos y otras personas se quejará Torre del trato otorgado por Hidalgo a Girondo. Tras elogiar la obra del peruano, Torre finalizará críticamente el artículo:
La intención panfletaria peculiar que mueve, en ciertas ocasiones, con reprobable violencia o arbitrariedad, la pluma de Hidalgo, no podía dejar de manifestarse aun en las estancias innocuas de un libro puramente imaginativo: Y prueba de ello es ese cuento final, titulado “El plagiario”, alevosa ridiculización de un camarada emérito, cuento que nos promueve una mueca de disgusto...[6]
Asombra la masiva crítica de Hidalgo hacia Girondo de 1926 en adelante, ya que hasta mediados de 1925, cuando menos, había mantenido amistad con él (véase una foto de ambos en Columbia, Buenos Aires, 2-VI-1925, 14). En una entrevista otorgada en la época, Hidalgo mencionará a Girondo entre los primeros poetas de la Argentina (Crítica, Buenos Aires, 13-VI-1925, 22). Como testimonio de ese aprecio, Hidalgo le obsequiará hacia julio-agosto de 1925 un ejemplar de Simplismo, con la siguiente dedicatoria: “A Oliverio Girondo, con / la efusión simplista de / Alberto Hidalgo / Bs As 925”.[7] Hidalgo, a su vez, era bien visto en el entorno de Girondo. Así, por ejemplo, Ricardo Güiraldes (1886-1927), autor de El cencerro de cristal y del consagratorio Don Segundo Sombra, un precursor de la vanguardia y muy amigo de Oliverio, dirá sobre Hidalgo en una carta abierta al francés Valery Larbaud (la llamada “Carta americana”, de agosto de 1925; Obras Completas. Buenos Aires, 1962, 771):
¿Peruanos? Entre nosotros está Hidalgo, de quien Ramón trazó en Pombo [1924] un jugoso retrato. Personaje movedizo y atacador que no ha reparado en términos y acusaciones virulentas en sus diatribas y panfletos, que no conozco [personalmente], pero de los cuales todos aquí hablan. Es un simpático personaje, sectario y agresivo. En su libro Simplismo hay mucho que me gusta y algunas cosas que me parecen admirables. ¿Por qué el largo prólogo explicativo? Pero Hidalgo es un peruano muy porteño.
A más tardar con la aparición de Los sapos y otras personas en 1927, la situación cambia: Macedonio Fernández, su buen amigo mayor (quizás su único afecto perdurable en el ámbito literario argentino), lo aconseja en una carta del 26-VII-1927 (Hidalgo la reproduce en su Diario de mi sentimiento, 1937, 316-317; recogida también en M. Fernández: Obras Completas, II, Epistolario, Buenos Aires, 1976, 86-87):[8]
Querido Hidalgo: [...]
Su “adopción” de la ciudad de Buenos Aires, que no es en usted un cálculo sino un derecho impulso de su fino discernimiento, de la permanencia que en usted tiene la actitud artística sobre la actitud humana, es, a mi ver, el acto de arte más genuino de su libro Los sapos y otras personas; y al interpretarlo así estoy consciente de que la fuerza de la doctrina de arte que a usted lo posee y que me ha sugerido usted conversando (me refiero a la estética esencial, no a la Preceptiva), ha facilitado el progreso en mí de una concepción estética más amplia, que es precisamente lo que me sostiene en este momento para estimar como operación de arte su "adopción" de Buenos Aires. Ningún escritor extranjero se ha definido así con Buenos Aires, con la efectividad sentimental e intelectual que yo sé que hay en su actitud. Es porque en usted es poderosa, exclusivamente artista. No siempre lo ha sido, ni lo es en la absoluta perfección en su libro: su alusión al escritor amigo, que no hay por qué nombrar, es una flaqueza, la última flaqueza de su subconciencia, que ha podido entrarse a su libro. [...]
Y en un texto publicado póstumamente, de fecha incierta, Macedonio anotará (Obras completas, IX, Todo y nada, Buenos Aires, 1995, 80): [...]
Sólo Alberto Hidalgo, peruano que no puede vivir donde lo odien poco y en Buenos Aires lo odian todos menos yo, que lo considero el Genio del Desprecio, capaz aun de despreciar la Eternidad si se pudiera poseerla, pero sobre todo de Despreciar el Desprecio. Su Desprecio, es Alto, Mayor, de Artista y de Hombre. Lo más escasísimo que se da en el Mundo es el Desprecio, no la burla, befa, los silbidos, sino el ser ignorado, el ser ignorado de existencia. No conozco en la historia de todo, y del Arte, más caso de desprecio puro, sin mezcla, [que] Alberto Hidalgo. Los que no consiguen ignorarlo lo silban.
Acerca de los motivos de la ruptura entre Hidalgo y Girondo sólo puedo conjeturar. Creo que tuvieron relación con la Revista Oral. Me explico: Originalmente, la revista había sido un proyecto que Hidalgo y Evar Méndez, uno de los directores de Martín Fierro, iban a llevar a cabo en conjunto. En Crítica (Buenos Aires, 13-VI-1925, 22) apareció un artículo anónimo, con entrevista a Hidalgo, anunciando la inminente aparición de una Revista Oral:
los escritores de vanguardia leerán sus colaboraciones que previamente se anunciarán con un megáfono. [...] Los dibujantes ilustrarán verbalmente esta revista, cuyos números se agotarán el día de su aparición y cuya carencia de precios coloca al alcance de todos.
Su aparición se preveía semanal, y tendría lugar en la esquina de Diagonal Norte y Florida, en pleno centro de la ciudad. Sus
redactores serían Hidalgo, Girondo, Ricardo Güiraldes, Evar Méndez, los
hermanos Raúl y Enrique González Tuñón, Francisco Luis Bernárdez, Nicolás
Olivari, Alvaro Yunque, Israel Zeitlin ("César Tiempo"), el dibujante
y caricaturista Salguero Dela-Hanty, los pintores Emilio Pettoruti, Xul Solar y el uruguayo Pedro Figari, así como muchos otros, innominados.
La idea de hacer una revista oral puede haber surgido como derivado de un proyecto de Evar Méndez: en Martín Fierro 17, del 17-V-1925, se anuncia orgullosamente una serie de recitación de versos por poetas jóvenes (entre ellos, Hidalgo y Borges), a ser emitida por Radio Cultura. Pocos días después del arriba citado artículo en Crítica aparece en Martín Fierro el siguiente anuncio sobre la Revista Oral (sin firma, pero muy probablemente de Evar Méndez, el gerente del periódico: Martín Fierro 18, 26-VI-1925, 126):
Un grupo de conocidos escritores se ha presentado a la jefatura de Policía solicitando permiso para organizar una Revista Oral que se desarrollará semanalmente en la calle, en público. Hasta ahora no podemos adelantar mayores datos, por cuanto la solicitud sigue el trámite correspondiente. Ella ha sido subscripta por lo más representativo de la joven intelectualidad argentina. La realización de esta idea [...][9] mundo, pondría a Buenos Aires en primer término en el terreno de las innovaciones para la difusión del pensamiento. Fundan y dirigirán la Revista Oral los señores Alberto Hidalgo y Evar Méndez.
Por motivos desconocidos, la Revista Oral, que comenzó a “leerse” a principios de 1926, lo haría con un plantel diferente, al cual no perteneció Méndez (tampoco apareció en la calle, sino tuvo su sede en el “Royal Keller”, mencionado en “El plagiario”. Una sesión tuvo lugar en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y otra en Córdoba).
Méndez, por su parte, era antiguo amigo de Girondo, quien por un tiempo fue co-director del periódico Martín Fierro. No parece casual que ambas rupturas tuvieran lugar al mismo tiempo, y que ninguno de los dos formara parte del cuerpo de “redactores” de la Revista Oral.
Como fuere, puede constatarse que el momento de mayor integración de Hidalgo en el panorama de la literatura argentina se extiende de mediados de 1924 a fines de 1928, aunque había comenzado a publicar en Buenos Aires hacia 1917 y vivía allí desde 1919: al comienzo de esa época está la fundación de su revista Eldorado (revista que nadie parece haber visto,que habia aparecido en 1923 o 1924); al final, la revista Pulso.
Ni antes ni después tendría Hidalgo una relación más estrecha con los integrantes más renombrados del campo literario. En 1925 dirige una peña y publica repetidamente en el periódico Martín Fierro, donde otros autores jóvenes (Francisco Luis Bernárdez, Eduardo González Lanuza) escriben elogiosamente sobre él. En 1926 dirigirá la famosa Revista Oral, de la cual, precisamente por sus características, poco ha sobrevivido.[10] A mediados de 1926, Borges se aparta de Hidalgo, molesto por la selección que éste hizo de poemas suyos en el Índice.[11] A partir de 1927 decae la estrella de Hidalgo, quizás por lo que dice Macedonio Fernández en carta a Ramón Gómez de la Serna del 3 de noviembre de 1928 (Obras Completas, II, Epistolario, 48), por la época del penúltimo número de la revista Pulso:
Yo [a Hidalgo] lo trato con gusto en privado, en público procedo con retraimiento, lo que él comprende y aprueba, en vista de haberse él declarado acerbamente contra argentinos benévolos y muchos, inteligentes.
Por otro lado, debe considerarse que el campo intelectual argentino atravesó a fines de la década una grave crisis, dando lugar a quiebres y nuevas alianzas, que hallaron su parangón en la situación política del país. El golpe militar de septiembre de 1930 inauguró la llamada “década infame”, en la cual Argentina dará un giro hacia la derecha, el catolicismo ultramontano y la ilegitimidad – época en la cual antiguos compañeros de correrías literarias se convertirán en adversarios políticos.
En 1931, Hidalgo pasó a Perú. Desarrolló allí una campaña política, con el fin de obtener una diputación en Arequipa, pero tras el fracaso de su gestión regresó desilusionado a Buenos Aires, donde poco después participará en el periódico ultra-católico y antisemita Crisol. Pero ese es ya tema para otro trabajo.[12]
Carlos García
(Hamburg, abril de 2005 / febrero de 2006 / noviembre de 2012)
(Hamburg, abril de 2005 / febrero de 2006 / noviembre de 2012)
[1] El único libro de relatos
de Alberto Hidalgo, Los sapos y otras
personas (1927), fue reeditado por Álvaro Sarco y Juan Cuenca bajo el
título Cuentos (Lima: talleres
tipográficos, 2005). La versión original del presente artículo fue escrita a
pedido de los editores de ese volumen. Allí fue acompañada de un breve “Diccionario
de autores argentinos” mencionados en el cuento. La presente versión es de
noviembre de 2012.
[2] En la recopilación De muertos, heridos y contusos. Libelos de
Alberto Hidalgo. Lima: SUR, Librería anticuaria, 2004, 151-168.
[3] La primera edición apareció
en Argenteuil (Francia). A fines de 1927 la Editorial Martín Fierro sacó en
Buenos Aires una reedición “tranviaria” (económica) del mismo libro.
[4] Ramón, quien reseñó el
libro de Girondo en la Revista de
Occidente, sería luego buen amigo del argentino. Hidalgo, a su vez, trabó
conocimiento con Ramón en 1920, en Madrid; la amistad prosiguió hasta 1932
cuando menos.
[5] En contra de lo que
usualmente se asevera, la selección del material de esta antología estuvo
exclusivamente a cargo de Hidalgo. Los otros dos prologuistas, el argentino Jorge
Luis Borges y el chileno Vicente Huidobro, no tuvieron parte en la elección (el
prólogo del segundo fue además incluido, muy probablemente, sin su
consentimiento). Véase mi trabajo “El Índice de Hidalgo (1926)”, cuya última
versión apareció como apéndice a mi edición de: Alberto Hidalgo: España no existe. Madrid / Frankfurt am
Main: Iberoamericana / Vervuert, 2007.
[6] Guillermo de Torre: “Alberto
Hidalgo, cuentista”: Revista de las
Españas 9-10, Madrid, mayo-junio de 1927, 355. (Gracias a Gustavo
Salazar, Madrid).
[7] El ejemplar se conserva hoy
en mi colección, gracias a la generosidad de Dieter Reichardt (Hamburg).
Existe también un ejemplar dedicado a “Evar Méndez, con la adhesión simplista
de A. Hidalgo, Bs. As. 925” (catálogo “Librería de Antaño”, Buenos Aires,
1998).
[8] Preparo una edición comentada
de esa correspondencia.
[9] Falta una línea en el
original, por error del tipógrafo.
[10] Hubo dos separatas gráficas
con sendos textos de Hidalgo: “Ubicación de Lenín” y “Biografía de la palabra
revolución”, ambas aparecidas a mediados de 1926.
[11] Véase Carlos García: Correspondencia Macedonio-Borges, 1922-1939.
Crónica de una amistad. Buenos Aires, 2000, 135-139 y mi ya mencionado ensayo
“El Índice de Hidalgo (1926)”.
[12] Al respecto, véase el
revelador trabajo de Martín Greco: “El crisol del fascismo. Alberto Hidalgo en
la década del 30”: Álvaro Sarco, editor: Alberto
Hidalgo, el genio del desprecio. Materiales para su estudio. Lima. Talleres
tipográficos, 2006, 335-381.