lunes, 28 de enero de 2013

Alberto Hidalgo y Oliverio Girondo. Notas acerca de “El plagiario” [1]

Por Carlos García (Hamburg)
[carlos.garcia-hh@t-online.de]

    
     El último texto del volumen Los sapos y otras personas, titulado “El plagiario”, rezuma alusio­nes al mun­dillo de la vanguardia literaria del Buenos Aires de los años 20.
     Mientras que los demás textos que conforman la recopilación son cuentos, “El pla­giario” es, a pesar de alguna metáfora atre­vida, en realidad un libelo, es decir, una muestra de ese género que hiciera a Hidalgo famoso en algunos círculos – y temido en otros.
      No abundaré aquí sobre el tema, tratado por Álvaro Sarco en “Alberto Hidal­go o el libelo en el Perú”.[2] A cambio, intentaré desentrañar algunas alusiones y hacer un poco de histo­ria menuda para ubicarlas en su contexto histórico-literario.
     Comienzo por aclarar que la persona aludida es un ser de carne y hueso: el poeta ar­gentino Oliverio Girondo (1890-1967). También los demás “per­sonajes” son miembros pro­minentes de la vanguardia o, cuando menos, de la escena literaria argentina.


Que el agredido es Girondo se desprende, en primer lugar, de la continua alusión a los protu­be­rantes dientes del “plagiario” – tema recurrente en las caricaturas que se hicie­ran de Girondo por esa época (un ejemplo en Martín Fierro 16, Buenos Aires, 5-V-1925) y en los “epitafios” humorísticos en los cuales los jóvenes miembros de la van­guardia se mofa­ban unos de otros desde las páginas del periódico Martín Fierro: “Bajo esta lápida fría/ Yace Girondo sin dientes/ Quien lo enterró, bien sabía/ Evitar incon­ve­nientes” (Martín Fierro 18, 26-VI-1925). Por si no fuera bastante para que el lector identificara al objeto de su burla, Hidalgo le hace decir al personaje: “aca­bo de publicar un libro de propaganda de las em­presas de tranvías” – clara alusión al libro de Giron­do titulado Veinte poemas para ser leidos en el tranvía (1922).[3]

La seria (y falsa) acusación detrás del jocoso tono de Hidalgo es que Girondo no hacía más que plagiar la obra del español Ramón Gómez de la Serna, sazonada con una pizca del viajero y conferenciante francés Paul Morand (quienes visitaron la Argentina en 1931).[4] Independientemente de que no se pueda poner en duda la origina­lidad y la po­ten­cia creadora de Girondo, demostrada a lo largo de una meritoria labor de decenios, interesa constatar que no fue ésta la primera vez que Hidalgo lo acusara de pla­giar a Ramón. Si bien tampoco allí lo menciona expre­samente, alude también a él en el pró­logo de su Ín­dice de la nueva poesía americana (1926):[5] 
Algunos desocupados están ahora practicando el espor de copiar a Gómez de la Serna, al cual lo usan disfrazado en una solución de Paul Morand más unas gotas de pornografía. No incluyo muestras de tales engendros para no dar al plagio carta de ciudadanía artística. 
Para los lectores argentinos del momento, la alusión a Girondo era tan clara allí como lo sería un año más tarde en “El plagiario”, y así lo entendió también la crítica coetánea. Véase, por ejem­plo, la reseña del Índice aparecida en la revista Inicial (número 11, de febrero de 1927; Roberto A. Ortelli, uno de los directores de la revista, mantuvo amistad con Hidalgo, e incluso trabajaron juntos en algunos proyectos): 
[...] Ciertamente, el volumen ha sido realizado con un criterio faná­tico. Alberto Hidalgo es, lite­ra­riamente, un escritor extremista. Y este volumen parece una justifica­ción de su obra. Se ha tomado de cada autor lo más arbitrario de su obra, lo más impersonal e irre­presentativo. Y se han excluido nombres sin nin­guna razón valedera, dando injusto lugar a escritores francamente pasatistas. Oli­ve­rio Girondo, por ejemplo, no existe para el compilador, y, sin embargo, cree de su bando al redon­dillero J. Rubén Ro­mero, al becqueriano Pereda Valdés, a Paco Luis Ber­nár­dez, a Molinari, etc. [...] 
El español Guillermo de Torre, muy ligado al quehacer literario argentino por su rela­ción con Jorge Luis Borges (quien se convertirá en 1928 en su cuñado), co­mentará así el libro (Revista de Oc­ci­dente XV.44, Madrid, febrero de 1927, 271): 
Pero en este conjunto se percibe una ex­clusión a todas luces injusta e imperdonable, ya que si no encon­tramos poemas originales del poeta exceptuado, tropezamos con otros que delatan su huella: me refiero a la ausencia de Oliverio Gi­rondo, figura de toda primacía en la transmu­tación de valores poé­ticos que viene operándose estos últimos años en la Argen­tina.    
También en una de sus reseñas sobre el libro Los Sapos y otras personas se quejará Torre del trato otorgado por Hidalgo a Girondo. Tras elogiar la obra del peruano, Torre finalizará críticamente el artículo: 
La intención panfletaria peculiar que mueve, en ciertas ocasiones, con reprobable violencia o arbitrariedad, la pluma de Hidalgo, no podía dejar de manifestarse aun en las estancias innocuas de un libro puramente imaginativo: Y prueba de ello es ese cuento final, titulado “El plagiario”, alevosa ridiculización de un camarada emérito, cuento que nos promueve una mueca de dis­gusto...[6] 
Asombra la masiva crítica de Hidalgo hacia Girondo de 1926 en adelante, ya que hasta mediados de 1925, cuando menos, había mantenido amistad con él (véase una foto de ambos en Columbia, Buenos Aires, 2-VI-1925, 14). En una entrevista otor­gada en la época, Hidalgo mencionará a Girondo entre los primeros poetas de la Ar­gentina (Crítica, Buenos Aires, 13-VI-1925, 22). Como testimonio de ese aprecio, Hidalgo le obsequiará hacia julio-agosto de 1925 un ejemplar de Simplismo, con la siguiente dedicatoria: “A Oliverio Girondo, con / la efu­sión simplista de / Alberto Hidalgo / Bs As 925”.[7] Hidalgo, a su vez, era bien visto en el entorno de Girondo. Así, por ejemplo, Ricardo Güiraldes (1886-1927), autor de El cencerro de cristal y del consagratorio Don Segundo Sombra, un precursor de la vanguardia y muy amigo de Oliverio, dirá sobre Hidalgo en una carta abierta al francés Valery Larbaud (la lla­­ma­da “Carta ame­ricana”, de agosto de 1925; Obras Completas. Buenos Aires, 1962, 771):
¿Peruanos? Entre nosotros está Hidalgo, de quien Ramón trazó en Pombo [1924] un jugoso retrato. Personaje movedizo y atacador que no ha repa­rado en términos y acusaciones virulentas en sus diatribas y panfletos, que no conozco [perso­nal­mente], pero de los cuales to­dos aquí hablan. Es un simpático personaje, sectario y agresivo. En su libro Simplismo hay mucho que me gusta y algunas co­sas que me parecen admirables. ¿Por qué el largo prólogo explicativo? Pero Hidalgo es un pe­ruano muy porteño. 
A más tardar con la aparición de Los sapos y otras personas en 1927, la situación cambia: Macedonio Fernández, su buen amigo mayor (quizás su único afecto perdurable en el ámbito literario argentino), lo aconseja en una carta del 26-VII-1927 (Hidal­go la reproduce en su Diario de mi sentimiento, 1937, 316-317; recogida también en M. Fer­nández: Obras Completas, II, Epistolario, Buenos Aires, 1976, 86-87):[8] 
Querido Hidalgo: [...] 
Su “adopción” de la ciudad de Buenos Aires, que no es en usted un cálculo sino un derecho impulso de su fino discernimiento, de la per­ma­nencia que en usted tiene la actitud artística sobre la actitud hu­mana, es, a mi ver, el acto de arte más genuino de su libro Los sa­pos y otras personas; y al interpretarlo así estoy consciente de que la fuerza de la doctrina de arte que a usted lo posee y que me ha sugerido usted conversando (me refiero a la estética esencial, no a la Preceptiva), ha facilitado el progreso en mí de una concepción es­­tética más amplia, que es precisamente lo que me sostiene en este momento para estimar como operación de arte su "adop­ción" de Buenos Aires. Ningún escritor extranjero se ha definido así con Buenos Aires, con la efectividad sentimental e intelectual que yo sé que hay en su actitud. Es porque en usted es poderosa, exclu­si­va­mente artista. No siempre lo ha sido, ni lo es en la absoluta per­fec­ción en su libro: su alusión al escritor amigo, que no hay por qué nom­brar, es una flaqueza, la última flaqueza de su subcon­cien­cia, que ha podido entrarse a su libro. [...] 
Y en un texto publicado póstumamente, de fecha incierta, Macedonio anotará (Obras completas, IX, Todo y nada, Buenos Aires, 1995, 80): [...] 
Sólo Alberto Hidalgo, peruano que no puede vivir donde lo odien poco y en Buenos Aires lo odian todos menos yo, que lo considero el Genio del Desprecio, capaz aun de despreciar la Eternidad si se pudiera poseerla, pero sobre todo de Despreciar el Desprecio. Su Desprecio, es Alto, Mayor, de Artista y de Hombre. Lo más escasísimo que se da en el Mundo es el Desprecio, no la burla, befa, los silbidos, sino el ser ignorado, el ser ignorado de exis­­tencia. No conozco en la historia de todo, y del Arte, más caso de desprecio puro, sin mezcla, [que] Alberto Hidalgo. Los que no con­si­guen ignorarlo lo silban. 
Acerca de los motivos de la ruptura entre Hidalgo y Girondo sólo puedo con­­jeturar. Creo que tuvie­ron relación con la Revista Oral. Me explico: Original­mente, la revista había sido un proyecto que Hidalgo y Evar Méndez, uno de los directores de Martín Fierro, iban a llevar a cabo en conjunto. En Crítica (Buenos Aires, 13-VI-1925, 22) apa­reció un ar­tículo anó­nimo, con entre­vis­ta a Hidal­go, anun­­­ciando la inminente apa­rición de una Revista Oral: 
los escritores de vanguardia leerán sus co­la­bo­racio­nes que previamente se anun­cia­rán con un me­gáfono. [...] Los dibu­jantes ilustrarán verbal­men­te esta revis­ta, cuyos números se agotarán el día de su apa­rición y cuya ca­rencia de precios co­loca al alcance de todos. 
Su aparición se preveía semanal, y tendría lugar en la es­quina de Diagonal Nor­­te y Florida, en pleno centro de la ciudad. Sus redactores serían Hidalgo, Gi­rondo, Ricardo Güi­­ral­des, Evar Méndez, los hermanos Raúl y En­rique Gon­zá­lez Tuñón, Fran­cisco Luis Ber­­nárdez, Nicolás Oli­vari, Alvaro Yunque, Is­rael Zeit­­lin ("César Tiempo"), el dibu­jante y caricaturista Sal­guero Dela-Hanty, los pintores Emilio Pet­to­ruti, Xul Solar y el uru­guayo Pe­dro Figa­ri, así como muchos otros, in­no­mi­nados. 
La idea de hacer una revista oral puede haber surgido como deri­vado de un proyecto de Evar Méndez: en Martín Fierro 17, del 17-V-1925, se anuncia orgullosa­men­te una serie de recitación de versos por poetas jóvenes (entre ellos, Hidalgo y Borges), a ser emi­tida por Radio Cultura. Pocos días después del arriba citado artículo en Crítica apa­rece en Martín Fierro el siguiente anun­cio sobre la Revista Oral (sin firma, pero muy probablemente de Evar Méndez, el gerente del periódico: Martín Fierro 18, 26-VI-1925, 126): 
Un grupo de conocidos escritores se ha presen­tado a la jefa­tura de Po­li­cía soli­ci­tando permiso para organi­zar una Revista Oral que se desarro­l­la­rá se­manal­men­te en la calle, en público. Hasta ahora no pode­mos ade­lan­tar ma­yores datos, por cuanto la so­licitud sigue el trámite correspon­diente. Ella ha sido subscripta por lo más re­pre­sentativo de la joven intelectuali­dad ar­gentina. La realiza­ción de esta idea [...][9] mun­do, pondría a Bue­nos Aires en pri­mer término en el terreno de las inno­va­ciones para la difu­sión del pensamiento. Fundan y dirigirán la Revista Oral los se­ñores Al­berto Hi­dalgo y Evar Mén­dez. 
Por motivos desconocidos, la Revista Oral, que comenzó a “leerse” a principios de 1926, lo haría con un plantel diferente, al cual no perteneció Méndez (tampoco apareció en la calle, sino tuvo su sede en el “Royal Keller”, mencionado en “El plagiario”. Una sesión tuvo lugar en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y otra en Cór­doba). 
Méndez, por su parte, era antiguo amigo de Girondo, quien por un tiempo fue co-director del periódico Martín Fierro. No parece casual que ambas rup­turas tuvieran lugar al mismo tiempo, y que ninguno de los dos formara parte del cuerpo de “redac­tores” de la Revista Oral. 
Como fuere, puede constatarse que el momento de mayor integración de Hidalgo en el panorama de la literatura ar­gentina se extiende de mediados de 1924 a fines de 1928, aunque había comenzado a publicar en Buenos Aires hacia 1917 y vivía allí desde 1919: al co­mien­zo de esa época está la fundación de su re­vista Eldorado (revista que nadie parece haber visto,que habia aparecido en 1923 o 1924); al final, la revista Pulso
Ni antes ni después tendría Hidalgo una relación más estrecha con los integrantes más renombrados del campo literario. En 1925 dirige una peña y pu­blica repe­tidamente en el periódico Martín Fierro, donde otros autores jóve­nes (Fran­cisco Luis Bernárdez, Eduardo González Lanuza) escriben elogiosamente sobre él. En 1926 dirigirá la famosa Revista Oral, de la cual, preci­samente por sus características, poco ha sobrevivido.[10] A mediados de 1926, Borges se aparta de Hidalgo, molesto por la selec­ción que éste hizo de poemas suyos en el Índice.[11] A partir de 1927 decae la estrella de Hidalgo, quizás por lo que dice Ma­ce­donio Fernández en carta a Ramón Gómez de la Serna del 3 de no­viembre de 1928 (Obras Completas, II, Epistolario, 48), por la época del penúltimo número de la revista Pulso
Yo [a Hidalgo] lo tra­to con gusto en privado, en público procedo con retraimien­to, lo que él com­pren­de y aprueba, en vista de ha­berse él declarado acer­­ba­mente contra argentinos bené­vo­los y mu­chos, inteligentes. 
Por otro lado, debe considerarse que el campo intelectual argentino atravesó a fi­nes de la década una grave crisis, dando lugar a quiebres y nuevas alianzas, que ha­lla­ron su parangón en la situación política del país. El golpe militar de septiembre de 1930 inau­guró la llamada “década infame”, en la cual Argentina dará un giro hacia la de­recha, el catolicismo ultramontano y la ilegitimidad – época en la cual antiguos compa­ñeros de correrías literarias se convertirán en adversarios políticos. 
En 1931, Hidalgo pasó a Perú. Desa­rrolló allí una campaña política, con el fin de ob­tener una diputación en Arequipa, pero tras el fracaso de su gestión regresó desilu­sio­nado a Buenos Aires, donde poco después participará en el periódico ultra-católico y antisemita Crisol. Pero ese es ya tema para otro trabajo.[12]

Carlos García
(Hamburg, abril de 2005 / febrero de 2006 / noviembre de 2012)




[1] El único libro de relatos de Alberto Hidalgo, Los sapos y otras personas (1927), fue reeditado por Álvaro Sarco y Juan Cuenca bajo el título Cuentos (Lima: talleres tipográficos, 2005). La versión original del presente artículo fue escrita a pedido de los editores de ese volumen. Allí fue acom­pa­ña­da de un breve “Diccionario de autores argentinos” men­cionados en el cuento. La presente versión es de noviembre de 2012.


[2] En la recopilación De muertos, heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo. Lima: SUR, Librería anticuaria, 2004, 151-168.


[3] La primera edición apareció en Ar­gen­teuil (Francia). A fines de 1927 la Editorial Mar­tín Fierro sacó en Buenos Aires una reedición “tranviaria” (económica) del mismo libro.


[4] Ramón, quien reseñó el libro de Girondo en la Revista de Occidente, sería luego buen amigo del argentino. Hidalgo, a su vez, trabó conocimiento con Ramón en 1920, en Ma­drid; la amistad prosiguió hasta 1932 cuando menos.


[5] En contra de lo que usualmente se asevera, la selección del material de esta antología estuvo exclusivamente a cargo de Hidalgo. Los otros dos prologuistas, el argentino Jor­ge Luis Borges y el chileno Vicente Huidobro, no tuvieron parte en la elección (el pró­logo del segundo fue además incluido, muy probablemente, sin su consentimiento). Véase mi trabajo “El Índice de Hidalgo (1926)”, cuya última versión apareció como apéndice a mi edición de: Alberto Hidalgo: España no existe. Madrid / Frankfurt am Main: Iberoamericana / Vervuert, 2007.


[6] Guillermo de Torre: “Alberto Hidalgo, cuentista”: Revista de las Españas 9-10, Ma­drid, ma­yo-junio de 1927, 355. (Gracias a Gustavo Salazar, Madrid).


[7] El ejemplar se conserva hoy en mi colección, gracias a la generosidad de Dieter Rei­chardt (Hamburg). Existe también un ejemplar de­di­cado a “Evar Méndez, con la adhe­sión sim­­plista de A. Hi­dalgo, Bs. As. 925” (ca­tá­logo “Li­brería de An­taño”, Bue­nos Ai­res, 1998).


[8] Preparo una edición comentada de esa correspondencia.


[9] Falta una línea en el original, por error del ti­pó­grafo.


[10] Hubo dos separatas gráficas con sendos textos de Hidalgo: “Ubicación de Lenín” y “Biografía de la palabra revolución”, ambas aparecidas a mediados de 1926.


[11] Véase Carlos García: Correspondencia Macedonio-Borges, 1922-1939. Crónica de una amistad. Buenos Aires, 2000, 135-139 y mi ya mencionado en­sayo “El Índice de Hidalgo (1926)”.



[12] Al respecto, véase el revelador trabajo de Martín Greco: “El crisol del fascismo. Alberto Hidalgo en la década del 30”: Álvaro Sarco, editor: Alberto Hidalgo, el genio del desprecio. Materiales para su estudio. Lima. Talleres tipográficos, 2006, 335-381.