martes, 21 de enero de 2014

Cuaderno de notas, IV

Carlos García (Hamburg) [carlos.garcia-hh@t-online.de]


Dos Monumentos y una lección de arte

Anoto algunos pensamientos que suelen invadirme al pasar por un ensemble de dos monumentos, construidos a lo largo de medio siglo, en las inmediaciones de la esta­ción de ferrocarril de Damm­tor (en Hamburg), con motivo de la guerra.

(Digo “la gue­rra”, porque cualquier guerra es siempre todas las guerras: la sangre, los inútiles heroísmos, las justas cobardías, los saqueos y violaciones, las tortu­ras: siempre la misma brutalidad, la misma falta de imagi­nación, que exije de cada época que sea tan cruel como lo permita la téc­nica de turno.)

El lector debe representarse el más antiguo de los monumentos como un cubo gris. Las pa­redes ostentan un friso con soldados mar­chan­do sin pau­sa alrede­dor del mo­nu­­mento, como burros alrededor de la no­ria. Una escri­tura fraguada en caracteres no­to­riamente ale­manes or­dena: “Viva Alemania, aunque muramos”.

Dos peticiones de principio asaltan al lector ante ese dictum: la primera apa­rece co­mo la ineluctable con­clusión de un silogismo, pero se nos han es­ca­moteado las pre­misas que pu­die­ran refrendarlo. La segunda da por sentado que Alemania debe vivir, y decide en vez nuestra nues­tro coraje y nuestro acuerdo. Presumo que no todos los que murie­ron (y quizás morirán) por Alemania fueron debida­mente con­sul­tados acer­ca de su opinión al respecto. Más de uno, arriesgo, habría cam­biado gus­toso el orden del breve dis­cur­so.

El monumento es, gracias a su imperdonable arquitectura, la me­jor impugnación de aquello a que fuera erigido. Para colmo, el inepto artista hace marchar a los solda­dos con el arma al falso hombro, como si fueran su propio negativo.

Pero lo realmente interesante está aún por ser dicho.

A pesar de la infruc­tuosa custodia por órganos policiales, militares retira­dos y fas­cistas activos, el monumento ostenta con desprolija regula­ri­dad manchas de colores (rojo, en general), suscritas por vendepatrias, izquier­distas, o por simples amantes del arte pop.

Mediante una argumentación que yo podría resignarme a compartir, las autoridades municipales de Hamburg se rehusaron por decenios a demoler la in­fausta reliquia construida en 1936, en pleno nazismo, en recuerdo de antiguas victorias: adujeron que ese monumento era resumen y mues­­tra de una época histórica, afortunada­mente concluída, pero no ex­tir­pable.

Me­nos coincido con sus esfuerzos por custodiar y / o lim­piar el monumento de las ale­gres afrentas que se le in­fieren, cifra también de otra época histórica: la pre­sente.

A comienzos de los 80, el gobierno de la ciudad tuvo una idea que podría califi­carse de ge­nial: a pesar de las protestas de los grupos libera­les y de iz­quierda, el viejo mo­nu­mento sería conservado, pero, para demos­trar que ahora se reprobaba ofi­cial­mente las tesis que ilustra, se en­co­mendaría a un escultor moderno la creación de un contra-monu­mento, un polémico contrapunto a ubicar en las inmediaciones del cubo. 

Así se hizo. El senado de la benemérita ciudad libre de Hamburg eligió por fin al es­cultor aus­tríaco Alfred Hrdlicka (1928-2009) para llevar a cabo la obra. Debido a de­sa­ve­nien­cias de orden burocrático y mo­netario, el artista se negó en su momento a concluir el en­cargo, pero instaló a mediados de la década alguno de los obje­tos que com­pon­drían la serie por él diseñada, cuyos detalles no interesan ahora.

Poco me im­porta que el escultor o los expertos disientan: a mí me alcanza con esa módica cuota, con ese adelanto. El monumento me gusta o, como mínimo, me dis­gusta menos que el primero.

El lector debe imaginar ahora todo lo contrario de un cubo: el ob­jeto escultórico ca­re­ce de forma reductible a alguna figura geomé­trica; está compuesto en piedra blanca y en metal, y consta de una cala­vera, de un par de piernas de soldado (in­cluídos los borceguíes, de ex­cepcional naturalismo minu­cio­so), un cuerpo femenino, acéfalo y hen­dido, del que brota algo desagra­dable, pululante y sanguino­liento, va­rios cuerpos magros y an­gustiados, trozos de una svás­tica rota y otras lin­dezas por el estilo.

También este monumento es visitado a menudo por sus contrin­can­tes, que pre­ten­den mancillarlo arrojando bombas de colores (en ge­neral, rojo). 

Por supuesto, quie­nes colaboran con el artista del con­tra-monumento son partidarios del cubo, de lo que representa y añora y, presumo, ene­mi­gos del arte mo­derno en general, que tam­poco tiene en Hamburg demasiados admiradores. 

Creo que esta guerra entre facciones políticas y artísticas es una bienvenida e ine­fable lección de arte, de la cual se pueden sacar con­clusiones valederas.

El olvidable escultor del viejo artefacto devocional ha per­ge­ñado una obra monu­men­tal en el peor sentido de la pala­bra: ma­ci­za, pedante y sorprendentemente en­deble. Ante tanta rigidez, basta con que una descuidada paloma (que ni siquiera debe ser blanca o llevar una rama de olivo en el pico) descar­gue en passant sus en­trañas para mancillar definitivamente el estático desfile y todo aque­llo que re­pre­senta: el militarismo, el nacionalismo, las pseudo-vir­tu­des masculinas, la negación del indi­vi­duo, el orden, el inútil sacrificio en aras de lo que no lo merece. 

El contra-monumento, por su parte, no sólo ha captado mejor qué es la guerra, sino también el sentido y el destino de un monu­mento sobre el tema. Graffiti pro nazis y manchas rojas, en vez de mancillarla, enno­blecen y re­fuerzan esta obra, aumentan el caos diseñado por el creador, sub­ra­yan su acierto y su previsión. Cualquier des­mán que se cometa con el monumento le sentará bien y ahondará y multiplicará su mensaje. 

Si existiera esa impensable entidad oximorónica, “el derechista in­teligente”, segu­ra­mente instaría a sus secuaces a ignorar de aquí en más la obra de Hrdlicka, para que no resultara embelle­cida por sus latrocinios.

A las autoridades aconsejaría, por mi parte, desentenderse del asun­to, y dejar am­bos monumentos librados a la intemperie y al libre juego de las fac­cio­nes en pugna. 

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