viernes, 24 de enero de 2014

Cuaderno de notas, V

Carlos García (Hamburg) [carlos.garcia-hh@t-online.de]


Platón y los poetas

Si es cierto, como reza un antiguo dicho, que todos los hombres son seguidores de Platón o de Aristóteles, yo me inscribo sin titubeos en la descendencia del segundo, pero no sin protestar que nada nos obliga a tomar partido en esa dicotomía proba­ble­mente falsa.

Menciono mi preferencia personal, sin embargo, para que se mida el alcance del descubrimiento del cual daré cuenta en esta glosa.


Al tratar sobre las relaciones entre Platón y la literatura, es insoslayable echar una mirada al comienzo del libro X de La República. Según las interpretaciones al uso, Platón nos aconseja allí la exclusión de la poesía (y de la literatura) de la ciudad ideal.

Una mirada reposada al texto original o a una versión más o menos fidedigna nos muestra que Platón dijo algo ligera, pero decisivamente distinto (sigo la traducción de José Antonio Miguez):
“No ha de admitirse en modo alguno en la ciudad poesía de tipo imitativo. [...] [Las obras de los poetas trágicos] parecen constituir un insulto a la sensatez de los que las oyen, cuando estos no poseen el antídoto conveniente para ellas; esto es, el co­no­cimiento de lo que en rea­lidad son.”
De las frases citadas surge nítidamente, a mi entender, que es apresurado achacar a Platón el querer prohibir la literatura en general. Se trata, meramente, de condenar la literatura mimética, que permite al receptor confundir literatura y vida, sin darle los ele­mentos que le permitan juzgarla desde fuera, como obra de arte.

En cierto sentido, Platón aboga pues, para mi propia sorpresa, por una literatura des­hu­manizada, moderna (no caeremos en el basto error de hablar de postmo­der­nis­mo), cerebral, vanguardística.

Platón, como nosotros hoy, abominaba avant la lettre de las telenovelas, de Isabel Allende y de otras calamidades más innombrables. Le hubieran gustado, infiero, los textos autoexplicativos de Macedonio o los oníricos de Felisberto...

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