domingo, 31 de octubre de 2010

Alberto Hidalgo en la vanguardia argentina

Por Álvaro Sarco 


El fenómeno de la vanguardia en Latinoamérica tuvo en Argentina, puntualmente en Buenos Aires, una de sus más interesantes manifestaciones y uno de sus períodos más creativos durante la década del veinte. La bohemia intelectual y artística de dicho país halló en los cafés,[1] sobre todo en los del centro de la ciudad bonaerense, un refugio donde experimentar ramificaciones de la vanguardia histórica europea (al punto de hacerse inconcebible la praxis artística fuera de tal contexto); con sus inusitados proyectos, acres disputas, y demás expresiones estéticas.

Afirma Mabel Bellucci en su artículo Cafés de Buenos Aires que esa bohemia encontró en el ámbito del café el autorreconocimiento entre pares que una sociedad cosmopolita, floreciente, y en gran parte frívola, aún le negaba en una época en que jóvenes escritores, poetas, y artistas plásticos -de varia procedencia geográfica e ideológica- trataban de ingresar al naciente mercado profesional de lo “cultural”. En tal estado de cosas, las nuevas corrientes artísticas, las nuevas formas de pensar la “cultura” a partir de la política (o viceversa) desarrollaron -como venía ocurriendo en la siempre admirada Europa- la etapa de la vanguardia,[2] que con su espíritu contestatario, rebelde o lúdico, cuestionaba (o pretendía hacerlo) las normas implantadas en materia de arte, costumbres sociales, entre otras.[3]

Florida y Boedo

Tradicionalmente, se reconocen dos corrientes “antagónicas” en la vanguardia argentina:[4] el Grupo Florida (que ejercitó básicamente la poesía) y el Grupo Boedo (que a otros géneros prefirió el cuento y la novela). Leónidas Barletta, en su libro Boedo y Florida sintetizó las motivaciones de ambas tendencias afirmando que Florida pretendía la “revolución para el arte” y Boedo “el arte para la revolución”.

El Grupo Florida surgió a partir de la llegada de Jorge Luis Borges de Europa. Alrededor de la figura del joven Borges se agruparon los escritores Macedonio Fernández, Francisco Luis Bernárdez, Evar Méndez, Norah Lange, Oliverio Girondo, Ricardo Güiraldes, Eduardo Mallea, o un González Tuñón. A pesar de sus a veces desemejantes ideas estéticas u otras de diverso orden, armonizaron en la elaboración de una literatura de renovación -contra los rezagos de modernismo y simbolismo-, y adscripta al movimiento ultraísta que Borges había asimilado en España de Rafael Cansinos Asséns. Se los identificaba como el Grupo Florida porque su emblemática revista Martín Fierro[5] (1924-1927) tenía su sede entre Florida -en el centro de Buenos Aires- y Tucumán, fuera de que los miembros de tal grupo solían reunirse en la confitería Richmond, también en Florida. Aunque a veces concertaban en alguno de los cafés de la Avenida de Mayo.

Por su parte el Grupo Boedo, literariamente vinculado a una especie de realismo social, fue el “vocero” de los nacientes movimientos sindicales y anarquistas, creando una industria artística destinada a la “transformación histórica y cultural” de la Argentina de aquellos años. Los escritores más notorios del grupo fueron Roberto Arlt,[6] los hermanos Tuñón, Álvaro Yunque, César Tiempo, Elías Castelnuovo[7] y Leónidas Barletta. El Grupo Boedo tenía en su revista Claridad a su principal órgano de expresión escrita. La editorial de la revista funcionó, primero, en la calle Entre Ríos, y, luego, en la que le dio el nombre al grupo; la calle Boedo, arteria principal de un barrio obrero.[8] Recuerda al respecto César Tiempo en Pequeña cronohistória de la generación literaria de Boedo:
Mientras Florida implicaba el centro con todas sus ventajas: comodidad, lujo, refinamiento, señoritismo, etcétera, etcétera, Boedo venía a representar – para los de Florida – la periferia, el arrabal con todas sus consecuencias: vulgaridad, sordidez, grosería, limitaciones, etcétera. Florida, la obra; Boedo, la mano de obra. Para sus detractores, por otra parte, la literatura de Boedo era ancillar, estercórea, verrionda, palurda, subalterna, inflicionada de compromisos políticos; y la de Florida: paramental, agenésica, decorativa, delicuescente, anfibológica e inútil. Excesos verbales estos que correspondían a las naturalezas ricas en fosfatos de los jóvenes beligerantes que se resistían a reconocer afinidades y simpatías, pero cuyo encono no hizo llegar nunca la sangre al río. (El enconamiento se debe siempre a la falta de asepsia). Con el andar del tiempo, Enrique González Tuñón y su hermano Raúl impregnarían su obra de un noble y solevantado acento social, exaltarían el suburbio, pondrían su obra bajo la advocación de Carriego, y ante la iniquidad desatada por el nazifascismo se alinearían valientemente en las filas de los escritores de Boedo, claramente definidos frente a las tiranías como fraguas de servidumbre y barbarie que era necesario apagar y aplastar. Y como dato curioso para los historiadores de mañana, conviene anotar que, Evar Méndez, el fundador de “Martín Fierro” pronunciaría una conferencia en nuestra Facultad de Filosofía y Letras celebrando, entre otras cosas, la jerarquización operada en las masas obreras y campesinas por obra de la estructura social vigente, en tanto Elías Castelnuovo, uno de los hermes de Boedo, hablaría en 1952 en un salón de la calle Florida, frente a un público de profesores eméritos y señoritas beneméritas, presentado por un ex redactor de revistas ultramontanas ad usum Delphini, con palabras en las que cabrilleaba la felicidad sibilina de poder exhibir al gran novelista que ayer nomás contrariaba a los concilios empeñado, a pesar suyo, en conciliar los contrarios.
Pero si hubo contusos, desertores e hijos pródigos en ambos bandos, es indiscutible que fue esa generación polarizada por Boedo y Florida la que anticipó el renacimiento argentino sacudiendo de su marasmo la vida intelectual del país.
Leónidas Barletta -en su ya citado libro- anota que la “disputa” produjo no pocos beneficios: los de Boedo se aplicaron a "escribir cada vez mejor", mientras que los de Florida comprendieron que no podían permanecer ajenos a la política. No obstante, el mayor “rédito” habría radicado en que ambos grupos coincidieron en el hallazgo de un particular espacio cultural latinoamericano, en el hallazgo de una identidad que conjugó la tradición rioplatense con la cultura europea. Por lo demás, las querellas consiguieron entusiasmar a significativos sectores sociales, con lo que surgió una masa de lectores hasta entonces inexistente. Sobre lo último, la “ilustración” de la clase media corrió por cuenta de los suplementos literarios de los grandes diarios y de las revistas semanales. Las revistas fueron, dicho sea de paso, el espacio privilegiado de circulación de ideas e imágenes, permitiendo, de este modo, a los intelectuales y artistas intervenir, reunirse, y formar grupos. Esto fue esencial para la vanguardia argentina, ya que le dio impulso en momentos en que el reconocimiento todavía era muy esquivo. Además, tal vanguardia usó la prensa de circulación masiva en un intento por alcanzar un público que habrían sido inaccesibles de otra manera. Boedo y Florida, como adversarios, crearon, finalmente, el interés por las exposiciones de pinturas, por los conciertos, y otras manifestaciones artísticas. (Anexo).

Alberto Hidalgo y la vanguardia argentina

Entre los cafés o bares que albergaron a aquella eclosión vanguardista resalta el mítico Royal Keller, ubicado en una céntrica arteria bonaerense. En su Diario de mi sentimiento Alberto Hidalgo refiere que el Royal Keller fue un “café de Buenos aires, en la esquina de Esmeralda y Corrientes, famoso por haber sido sede de mi tertulia, y en el cual fundé mi célebre Revista Oral”. También en el relato El plagiario (incluido en su libro de cuentos Los sapos y otras personas)[9] Hidalgo se ocupa del histórico Royal Keller y de los más conspicuos escritores y artistas que frecuentaron su revista. Participaron en ella, por ejemplo, un Jorge Luis Borges, Francisco Luis Bernárdez, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Ricardo Güiraldes, Leopoldo Marechal, Nicolás Olivari, Evar Méndez, Xul Solar, Rimsky Gerchunoff, Norah Lange, Ulises Petit de Murat, Cayetano Córdova Iturburu, Carlos Pérez Ruiz, o el pintor Emilio Pettoruti.

La Revista Oral (1925-1926)[10] –que se presentaba todos los sábados en el sótano del famoso café- fue la primera que ensayó dentro de las ya aludidas veladas vanguardistas (con epicentro en los cafés o peñas literarias de los años veinte) una estructura de publicación escrita, fundando así, una tradición de revistas orales en Argentina.

En el contexto esbozado, cabe reseñar, en principio, un acontecimiento (la anunciada visita de Ramón Gómez de la Serna a Argentina) que grafica tanto el enfrentamiento entre los principales grupos, así como la particular actuación de Alberto Hidalgo, que si bien estuvo más cercano a los martinfierristas (colaboradores de la revista Martín Fierro), se situó, fiel a su individualismo, muchas veces en un punto indeterminado,[11] planteando siempre propuestas originales, provocadoras, y que aspiraban a señalar nuevos rumbos artísticos o toma de posiciones. En torno a lo último se noticiará, asimismo, sobre la visita de Marinetti a Argentina, que echará algunas luces sobre el grado de influencia que llegó a tener Hidalgo en los vanguardistas argentinos.

La “visita” de Ramón Gómez de la Serna

Recuerda Carlos García en su Ramón en Buenos Aires: la primera visita (virtual) que hacia octubre de 1924, Ramón Gómez de la Serna informó mediante carta a Jorge Luis Borges que planeaba visitar Buenos Aires en compañía de Ortega y Gasset. El objeto era ofrecer una serie de conferencias. El anuncio suscitó un conjunto de planes de recibimiento, planes en un tono lúdico que parecía acompañar por entonces a toda actividad literaria. Para empezar, la revista Martín Fierro se ocupó de encomiar ampliamente al escritor español (con ejemplar de homenaje de por medio) en sucesivos números. Alberto Hidalgo le dedicó estas líneas a Ramón Gómez de la Serna en el Suplemento “Homenaje a Ramón” de Martín Fierro (1925):
El Edificio Barolo detiene el tráfico en la Avenida de Mayo, / enarbolando el único dedo que le han puesto, / para que pases tú. / Se siente crujir el Pasado bajo tus ruedas infinitas, / porque tú eres un tanque, ramón, / eres el tanque de acero de la literatura actual, / eres una máquina de decir genialidades, / eres un invento superior a los de Edison, / eres un milagro de la industria, / eres la cinematografía del lenguaje, / eres el círculo cuadrado, / eres esto: eres un reclame de Dios / adosado a los muros del Universo / para probar que sabe hacer hombres todavía. / Y como soy Ministro de todas las Montañas de / América en la República Argentina, / yo te saludo, ramón, / quitándome las nubes hasta el suelo.
También en ese año, Alberto Hidalgo -quien había pasado por la tertulia de Pombo[12] y mantuviera en adelante con Gómez de la Serna una amistad llena de encuentros y desencuentros- concibió el más pintoresco recibimiento. Una entrevista mantenida con Hidalgo por el diario Crítica revela qué traía en mente el escritor arequipeño, idea que los martinfierristas harían suya:
EL BANQUETE EN MOVIMIENTO

Como Ramón Gómez de la Serna anuncia su próxima llegada, Alberto Hidalgo concibió la idea de ofrecerle un banquete[13] en movimiento.
¿Qué es un banquete en movimiento? Un espectáculo originalísimo, que asombrará a Buenos Aires a la llegada de Ramón.
Varios ómnibus y automóviles particulares serán convertidos en comedores. Ramón, al desembarcar, se ubicará en uno de los vehículos y dará comienzo entonces el excéntrico banquete recorriendo las principales arterias de la ciudad. Los discursos y los versos en homenaje al ilustre huésped, serán leídos en las plazas públicas.
Además, Hidalgo propone que el más grande de los tres grandes Ramones de España, sea exhibido en una gran vidriera a instalarse en la Plaza del Congreso, para que ante él desfile toda la ciudad.
-Porque Ramón Gómez de la Serna -nos dice [Hidalgo]- es un espectáculo estupendo. Ramón es un invento del siglo, como el fonógrafo o el aeroplano.[14]
Del otro lado, uno de los más importantes órganos de publicación del grupo Boedo, Los Pensadores, publicó la siguiente opinión alrededor del personaje que Alberto Hidalgo y los martinfierristas esperaban con manifestaciones performativas que, a juicio de Nicolás Gropp en Ramón Gómez de la Serna y Uruguay en el período de la vanguardia histórica, prefiguraron el "happening":[15] “Los de la ‘literatura de vanguardia’ preparan un recibimiento a Gómez de la Serna, que es la más alta cumbre de la imbecilidad humana. En este hombre se compendian todas las calamidades de la época. Es el representante genuino del muchacho onanista, cínico, ruidoso y envanecido de nuestros días”.

Terciando en la polémica, la revista La Campana (notoriamente inclinada a la posición de los de Boedo) afirmó que la estética de los martinfierristas y afiliados respondía al “concepto burgués del ‘arte por el arte’, con su indiferencia hacia el afligente problema social, con su desdén de ‘aristócratas del pensamiento’ (sólo lo son del dinero) hacia la multitud que se apiña en los conventillos de los suburbios. En los libros de los mejores: Hidalgo, Borges, Girondo... todo lo que puede hallarse son metáforas, estilo. [...] Son revolucionarios de buena fe, pero su revolucionarismo es de forma: fuego de artificio”.

El escritor español Ramón Gómez de la Serna cancelaría, al final, su esperada visita, por razones aún no del todo esclarecidas, y recién en 1931 visitaría por primera vez Argentina, para radicar definitivamente en dicho país a partir de 1936.

Marinetti en Argentina

En 1926, Filippo Marinetti inicia una gira por Brasil, Argentina y Uruguay. Específicamente, brindó conferencias en Río de Janeiro, Sao Paulo, Buenos Aires, Rosario, Córdova y Montevideo. A Buenos Aires arribó el 7 de junio de ese año. No está demás aquí, recordar, que en Argentina la vanguardia tomó como referentes básicos al ultraísmo español y al cubismo francés. El futurismo en Argentina, no sólo era visto con desinterés, sino que incluso suponía -para quien lo llevara de alguna u otra manera a la práctica- el ser tomado en solfa cuando no como embustero. Con todo, los martinfierristas recibieron a Marinetti con un banquete y un homenaje en la revista Martín Fierro que, no obstante, incluyó esta aclaración: “Se ha dicho que Marinetti viene hacia estas tierras de América obedeciendo a cierta finalidad de orden político. Martín Fierro, por su espíritu y su orientación, repugna de toda intromisión de esta índole en sus actividades ya claramente establecidas. Y acaso no sea innecesario declarar, para evitar alguna molesta suspicacia, que con Marinetti, hombre político, nada tiene que hacer nuestra hoja”.

El futurismo para esa época estaba agotado, y casi todos los vanguardistas (no sólo los bonaerenses) así lo comprendían. Así, Jorge Luis Borges consideró que los libros de Marinetti "no eran de mucha valía, no pasaban de ser una italianada imitación de Whitman, de Kipling, quizá de Jules Romains”. La recepción que el martinfierrismo le hizo a Marinetti no fue, pues, del todo amistosa (más allá del número de homenaje en Martín Fierro en el que se le reconoce, básicamente, un valor como propulsor literario de las nuevas corrientes). Pero fue Alberto Hidalgo, el martinfierrista que tuvo en sus primeros poemarios una influencia del futurismo,[16] quien protagonizó desplantes sin medias tintas contra el jefe del movimiento (lo que no impidió que también le ofreciera un banquete), llevando con esto la delantera al resto de artistas e intelectuales argentinos. Prueba de lo último es esta exhortación que hiciera Hidalgo en el diario Crítica (junio de 1926) –previa a la primera conferencia del italiano:
El futurismo es una escuela muerta […] En nombre de lo que se ha hecho en el país por la literatura de vanguardia y la cultura general del pueblo, yo, humilde soldado de esas filas, invito al público a no promoverle escándalo a Marinetti. Este nunca se ha propuesto otra cosa. La Argentina es un país demasiado culto ya para que pueda asustarlo nadie. Se le debe escuchar como a todos, sin otorgarle la consagración del bullicio.
Esta exhortación de Hidalgo no sólo caló en el comportamiento de las principales figuras de la vanguardia argentina –quienes, en adelante, siguieron pasivos el periplo del Marinetti-, sino que, incluso, operó sobre la prensa (la última habían demostrado previamente mayor expectativa ante la visita), tal y como puede verificarse en los datos recogidos al respecto por Sylvia Saítta en Futurism, Fascism and Mass-Media: The Case of Marinetti's 1926 Trip to Buenos Aires.

En efecto, ante la falta de polémica –como sí produjo la presencia de Marinetti en Brasil tanto en lo político como en el plano artístico- los diarios “sensacionalistas” argentinos como Crítica (periódico vespertino con un tiraje de 300,000 ejemplares, que había preparado meticulosamente una imagen discutible y cautivante de Marinetti para granjearse lectoría), empezaron a dejar de ocuparse de él ante la ausencia de “conmoción” de sus conferencias, los mismos que transcurrieron, más bien, dentro de una inusitada calma dado que Marinetti no habló de política, ni pudo suscitar disputas con sus postulados estéticos (como ya vimos, los principales escritores e intelectuales argentinos apoyando, como todo indica, la sugerencia de Hidalgo, siguieron impasibles los discursos del fundador del futurismo). Evidencia lo anterior, esta noticia de La Vanguardia que se repetiría, con sus matices, a lo largo de todo el itinerario de Marinetti en Argentina: “Marinetti. Su primera conferencia ha sido un rotundo fracaso”.

Alberto Hidalgo, entonces, no fue sólo un animador, sino que colaboró sustancialmente en el desarrollo de la vanguardia argentina, la misma que permitiría –una vez pasada la efervescencia de los “ismos”- la construcción de lo que podría llamarse una literatura nacional en el país que “adoptó” al poeta y escritor arequipeño. Hidalgo registro así la actuación que desarrollara en los años de la importante vanguardia rioplatense:
Ricardo Güiraldes, que estaba a mi derecha y Borges, que estaba a mi izquierda; Marechal, por un lado y Paco Luis Bernárdez y Nicolás Olivari, por otro; estos cinco hombres que están conviviendo conmigo los días de la evolución más importante que hayan sufrido las letras argentinas después de Rubén Darío; estos cinco hombres que son quizá los cinco más altos espíritus de la presente generación y a los cuales debo gratitud perpetua por como apuntalan con su talento mi gestión revolucionaria desde la Revista Oral[17].

Anexo

Comentarios
REVISTAS Y GRUPOS LITERARIOS
ARGENTINO

Si en materia de economía política, cuestiones sociales y asuntos de política interna, México es en América el país que los ha enfrentado y pretende resolverlos; en literatura la República Argentina atraviesa por un agitado período de procedimientos literarios, y principalmente en Buenos Aires y La Plata estas manifestaciones adquieren las más complejas y originales formas.
Precisamente en estos momentos, uno de los nuestros, el excéntrico y audaz Alberto Hidalgo está en la empresa original de sostener –y según “Crítica” ya va en el número dos- una “Revista Oral” en colaboración con el público. El mismo diario al referirse á ella dice: “Alberto Hidalgo el director entusiasta de la revista dirá todo lo malo que le parece el último libro de Gerchunoff, Jorge L. Borges dirá á continuación lo bueno. Los asistentes pronunciarán su fallo inaugurando una colaboración espontánea demás á las similares que andan por ahí. Asistirá el decano de la Facultad de Filosofía don Cariolano Alterini, invitado á tomar parte con esos estéticos de vanguardia. Irá también Alberto Gerchunoff”.
Hidalgo que desde su libro “Simplismo” propugnaba una innovación en la estética del verso, ha tenido la ocurrencia de inaugurar en la sala de la confitería “Keller” de Buenos Aires una manera original de revista, polemizando, recitando y reclamando la colaboración de los asistentes.
Pero antes de seguir delineando ciertos aspectos de las revistas, es conveniente delinear los grupos, ya que las revistas son órganos de estos. En Buenos Aires el grupo más popular y más fuerte y más artístico, es seguramente el “Martín Fierro” que publica el “periódico quincenal de arte y crítica libre” “Martín Fierro” que dirige Evar Méndez, y del que son principales líders Oliverio Girondo, Sergio Piñeiro (hijo), Jorge Luis Borges, Luis Góngora, Ricardo Güiraldes y Luis Bernárdez. Este grupo en el que colaboran pintores y escultores de afianzada reputación, se orienta hacia la definición del arte por una estética más simple, pero a la vez más expresiva. Alberto Hidalgo dentro de esta agrupación ha sostenido violentas polémicas en defensa de su ideario simplista. El grupo de “Martín Fierro” pese á la pequeña clasificación hecha más adelante, no puede encasillarse dentro de determinada escuela literaria. En su propio manifiesto sustentaba el programa de aguzar todas las modalidades artísticas por una tendencia revolucionaria. En “Martín Fierro” hay cubistas, impresionistas, futuristas, dadaístas, ultraístas y en fin todas las más diversas formas de emoción estética. Son “muchachos” alegres, irónicos, mordaces. Sus críticas valientes y rotundas, amen de sus “epitafios” y “parnaso satírico” les han dispensado atención en sus juicios. Tienen además una sección editorial donde publican obras del grupo.
Hay junto á este grupo el de la revista “Proa” que regenta Brandán Caraffa. “Proa” es si bien una revista, más se inclina al cuento, la novela y la poesía. Esta publicación es si se quiere clasificar una revista de divulgación de las nuevas corrientes literarias. Hay también “Inicial” “Estudiantina” y algunas otras que por ahora mi memoria olvida dentro del circuito exclusivamente literario.
Sólo que las agrupaciones y las revistas se amplían del orden literario al renovador de las ideas en general. Así tenemos una buena publicación que dirige Roberto F. Giusti, “Nosotros” y que marca acaso un nuevo rumbo en la ideología social argentina. “Nosotros” es una revista que cuenta con largos años de vida eficiente, y tiene en su haber la producción de los intelectuales que se han distinguido en las izquierdas. En “Nosotros” han colaborado José Ingenieros, Alfredo Palacios, Alejandro Korn, José Vasconcelos, Antonio Caso, Alcides Arguedas y toda la alta plana intelectual del continente. De su círculo, de su seno brotó la idea de la “Unión Latino Americana” que actualmente preside Alfredo Palacios y que trabaja por la compenetración de los ideales de solidaridad americana. La muerte del profundo y renovado José Ingenieros, parece que ha paralizado la publicación de la “Revista de Filosofía” que publicara por largo tiempo en unión del doctor Aníbal Ponce. Esta revista “Estudia problemas de cultura superior e ideas generales que excedan los límites de cada especialización científica”.
En La Plata el movimiento literario se circunda á los círculos universitarios. Hay dos buenas revistas bimestrales “Sagitario” de “ideas, crítica y humanidades” que dirigen Carloncho Sánchez Viamonte, Carlos Américo Amaya y Julio V. Gonzáles; y “Valoraciones” órgano del grupo de estudiantes “Renovación” de La Plata, bajo la hábil dirección del viejo psiquiatra Alejandro Korn. Estas revistas han agrupado en su en torno, no sólo el pensamiento de determinados escritores nacionales, sino han solicitado la cooperación de todos los elementos de la nueva generación americana.
En el orden pictórico, es el lápiz de Emilio Petorruti el que con mayor frecuencia y gusto artístico orla las páginas de las revistas de alta cultura argentina. Sobre Petorruti la crítica y el público se han definido en la comprensión de su arte, de su técnica y de su espíritu. En la exposición que realizara últimamente en Buenos Aires, B. Sanín Cano, el ameno y dúctil cronista colombiano, escribió un estudio detallado sobre la escuela de Petorruti. Entre nosotros José Carlos Mariátegui ha hecho un admirable perfil de la persona del artista.
El año pasado se constituyó en Buenos Aires una institución denominada “Asociación de Amigos de Rusia” y dió á la publicidad una interesante “Revista de Oriente” que se dedica especialmente á informar al público de América del movimiento social, literario y político ruso. En la provincia de Córdoba se publica decenalmente bajo la dirección de Acosta Olmos, el periódico “Córdoba” de crítica social y universitaria con la colaboración de las figuras de la juventud iberoamericana; y finalmente, la “Unión Latino Americana” tiene un órgano respetable y prestigioso “Renovación” dirigido por Gabriel S. Moreau y donde aparecen artículos de Arturo Orzábal Quintana, Carlos Sánchez Viamonte, Alejandro Palacios, Pedro Henríquez Ureña, Roberto Giusti, Manuel Seoane y otros temperamentos de vanguardia.
Hemos visto pues desfilar en rápida reseña periodística, ciertos aspectos de la literatura argentina. Seguramente ella atraviesa en lo que respecta á su estabilidad, por un período de ensayo. Sus agrupaciones, sus periódicos mismos, son más bien notas de fragor, de juventud; acaso si de renovación misma. Tal vez si de ellas broten las ideas y las técnicas perdurables. Pero entre tanto, su pronunciamiento parece obedecer á un período de ensayos. En discordia á la literatura, las revistas de crítica y humanidades se ahondan y perfilan con signos de seriedad en sus estudios. “Nosotros” “Sagitario” “Renovación” “Valoraciones” y “Córdoba” en sus páginas llenas de inquietud de fé denotan esta opinión.

(Lucas Oyague: Revistas y grupos literarios argentinos. Diario El Comercio. Lima, lunes 17 de mayo de 1926, p. 10.)


Álvaro Sarco

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Referencias

[1] Según Antonio Requeni en Las peñas literarias de Buenos Aires la peña bohemia y artística se instaló en los populares cafés y cervecerías porteñas con la llegada de Rubén Darío, “quien importó esa costumbre tras sus vagabundeos por los cafés literarios de París y Madrid”. Así, las peñas de escritores, periodistas y artistas proliferaron después de la partida de Darío de Buenos Aires en 1898, frecuentando Darío algunas de ellas en sus posteriores visitas de 1906 y 1912. Cabe recordar que la peña o café literario era una tertulia de artistas agrupada alrededor de un escritor de renombre.
[2] Como buena parte de los “creadores”, Hidalgo se contrapuso a los “críticos” (“aficionados” a las categorizaciones, clasificaciones y rótulos) en torno a la “vanguardia” en su Diario de mi Sentimiento (1937):
“En todas las épocas se formula recetas literarias con la misma facilidad que terapéuticas. Así como los males se curan con productos de farmacopea sujetos a un régimen determinado, se hace versos, novelas, etc., a medida. Mejor dicho, las escuelas literarias no presuponen una vocación, sino que cualquiera puede participar en ellas con sólo someterse a ciertas exigencias. Es evidente, por ejemplo, que la época nuestra, llamada de ‘vanguardismo’ –una palabra tan estúpida como otra cualquiera-, es una de las más apropiadas al recetario. Cualquier muchacho que desee pertenecer a la nueva sensibilidad, no tiene sino que pedir a los expertos la dosificación de esa mercadería. El que no es vanguardista, o neosensible, es porque no quiere. Se puede vender fórmulas al por mayor y al por menor. Esas fórmulas son las que han comprado, las que compran a menudo, ciertos vejetes que de repente aparecen embanderándose en las nuevas tendencias, si bien se ve a la distancia lo postizo, lo falso de lo que fabricaban”.
[3] En relación a nuestro medio, sostiene Mirko Lauer en La poesía vanguardista en el Perú: “En general los vanguardistas peruanos (con la excepción de Hidalgo desde Buenos Aires) nunca se sintieron demasiado cómodos en el vanguardismo, pues la realidad y el temperamento de la burguesía y las capas medias los alejaban de lo europeo no hispánico, de lo tecnológico, y en general de la modernidad industrial de aquellos años”.
[4] Semejante antagonismo no fue del todo irreconciliable, y al parecer tampoco no fue tan espontáneo, sino que habría respondido, también, a un calculado recurso en la búsqueda de propaganda. Como prueba de lo primero, es decir que tal discordia no llegó a ser insalvable (y más allá de que algunos de sus miembros, como Enrique Amorim, alternaron en uno y otro bando), basta con recordar que tales grupos se unieron para refutar una declaración de La Gaceta Literaria de Madrid. En ella se afirmaba que el meridiano intelectual de Hispanoamérica pasaba por la capital española. En una humorística respuesta, escrita en lunfardo para acentuar el localismo, los escritores argentinos trasladaron tal meridiano a Buenos Aires. En cuanto a lo segundo, referido a que tan famosa rivalidad hubiera sido provocada por motivos extra-literarios, Borges refiere en sus diálogos con Sábato (1974-1975): “Recuerdo la polémica Boedo-Florida, por ejemplo, tan célebre hoy. Y sin embargo fue una broma tramada por Roberto Mariani y Ernesto Palacio (…) A mí me situaron en Florida, aunque yo habría preferido estar en Boedo. Pero me dijeron que ya estaba hecha la distribución (Sábato se divierte) y yo, desde luego, no pude hacer nada, me resigné. Hubo otros, como Roberto Arlt o Nicolás Olivari, que pertenecieron a ambos grupos. Todos sabíamos que era una broma. Ahora hay profesores universitarios que estudian eso en serio. Si todo fue un invento para justificar la polémica. Ernesto Palacio argumentaba que en Francia había grupos literarios y entonces, para no ser menos, acá había que hacer lo mismo. Una broma que se convirtió en programa de la literatura argentina”.
[5] En el número 4 de tal revista, Oliverio Girondo publicó el manifiesto del grupo que, entre otras cosas, decía:
“Frente a la impermeabilidad hipopotámica del ‘honorable público’. Frente a la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático que momifica cuanto toca (…). Frente a la ridícula necesidad de fundamentar nuestro nacionalismo intelectual, hinchando valores falsos (…). Frente a la incapacidad de contemplar la vida sin escalar las estanterías de las bibliotecas: MARTIN FIERRO siente la necesidad imprescindible de definirse y de llamar a cuantos sean capaces de percibir que nos hallamos en presencia de una nueva comprensión que, al ponernos de acuerdo con nosotros mismos, nos descubra panoramas insospechados y nuevos medios y formas de expresión (...). Martín Fierro sabe que ‘todo es nuevo bajo el sol’ si todo se mira con unas pupilas actuales y se expresa con un acento contemporáneo”.
[6] Del narrador, dramaturgo y periodista argentino Roberto Arlt (1900-1942), Jorge Luis Borges diría en el curso de sus conversaciones con Adolfo Bioy Casares:
“Era muy ingenuo. Se dejaba engañar por cualquier plan, por descabellado que fuera, para ganar mucha plata, a condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por ejemplo, se interesó en el proyecto de instalar una feria para rematar caballos, en Avellaneda. El verdadero negocio consistiría en que clandestinamente cortarían las colas de los caballos, venderían la cerda y ganarían millones. Un negocio adicional: con las costras de las mataduras del lomo fabricarían un insecticida infalible. Era comunista: se entusiasmó con la idea de organizar una gran cadena nacional de prostíbulos, que costearían la revolución social. Era un malevo desagradable, extraordinariamente inculto. Hablábamos una noche con Ricardo Güiraldes y con Evar Méndez de un posible título para una revista. Arlt, con su voz tosca y extranjera, preguntó: '¿Por qué no le ponen El Cocodrilo?’ Ja, ja. En Crítica estuvo dos días y lo echaron porque no servía para nada. No sabía hacer absolutamente nada. Me explicaron que sólo en El Mundo supieron aprovecharlo. Le encargaban cualquier cosa y después daban las páginas a otro para que las reescribiera. Dicen que reuniendo sus aguafuertes porteñas, que son trescientas y pico, podría hacerse un libro extraordinario. Imaginate lo que será eso. Las escribía todos los días, sobre lo primero que se le presentaba. Menos mal que algún otro las reescribió. Me aseguran que después se cultivó, leyó a Faulkner y todo eso lo demostró en un artículo de dos páginas, algo magnífico, en que estaba todo. Sobre la crisis de la novela: qué título. Ya te podés imaginar la idiotez que sería eso. Lo que pasa, según Arlt, es que la gente no comprende lo que es la novela, por eso hay crisis de novelas. En la novela cada personaje debe tener un destino claro, como el destino del tigre es matar. ¿Te das cuenta? Tiene que valerse de un animal para significar la sencillez del destino. Más que personajes describiría muñecos”.
Desde la otra orilla, un escritor de la nombradía de Juan Carlos Onetti, redactó sobre Arlt en el prólogo a la edición italiana de Los siete locos (I sette pazzi), en 1971:
“(…) Como viejos admiradores de Arlt, como antiguos charlatanes y discutidores, hemos comprobado que las objeciones de los más cultos sobre la obra de Roberto Arlt son difíciles de rebatir. Ni siquiera el afán de ganar una polémica durante algunos minutos me permitió nunca decir que no a los numerosos cargos que tuve que escuchar y que sin embargo, curiosamente, nadie se atreve a publicar. Vamos a elegir los más contundentes, los más definitivos en apariencia:
1) Roberto Arlt tradujo a Dostoyevski al lunfardo. La novela que integran Los siete locos y Los lanzallamas nació de Los demonios. No sólo el tema, sino también situaciones y personajes. María Timofoyevna Lebiádkikna, “la coja”, es fácil de reconocer; se llama aquí Hipólita; Stavroguin es reconstruido con el Astrólogo; y otros; el diablo, puntualmente se le aparece tantas veces a Erdosain como a Iván Karamázov. 2) La obra de Arlt puede ser un ejemplo de carencia de autocrítica. De sus nueve cuentos recogidos en libro, este lector envidia dos: Las fieras, Ester Primavera y desprecia el resto. 3) Su estilo es con frecuencia enemigo personal de la gramática. 4) Las “Aguafuertes porteñas” son, en su mayoría, perfectamente desdeñables.
Las objeciones siguen pero éstas son las principales y bastan.
Los anteriores cuatro argumentos del abogado del diablo son, repetimos, irrebatibles. Seguimos profunda, definitivamente convencidos de que si algún habitante de estas humildes playas logró acercarse a la genialidad literaria, llevaba por nombre el de Roberto Arlt. No hemos podido nunca demostrarlo. Nos ha sido imposible abrir un libro suyo y dar a leer el capítulo o la página o la frase capaces de convencer al contradictor. Desarmados, hemos preferido creer que la suerte nos había provisto, por lo menos, de la facultad de la intuición literaria. Y este don no puede ser transmitido”.
[7] Para Elías Castelnuovo:
“El origen del grupo Boedo se debió a un concurso de cuentos y versos organizado en 1923 por el diario ‘La Montaña’, cuya página de arte dirigía el poeta Juan Pedro Calou (muerto un año después) quien actuó como jurado.
Resultaron premiados cuatro escritores jóvenes que se desconocían entre sí y que por efecto del dictamen se relacionaron mutuamente. El cuarto premio lo obtuvo Roberto Mariani con un relato que figuró más tarde en su libro Cuentos de la oficina; el tercero Leonidas Barletta, el segundo Manuel Roja, autor de una obra celebrada y premio Nacional de Chile, donde residió prácticamente toda su vida. Y el primer premio Elías Castelnuovo, también con una narración que figuró posteriormente en su libro Tinieblas. Álvaro Yunque obtuvo una mención especial. Esos cinco escritores noveles formaron originalmente el grupo Boedo (…). No éramos tipos de café; incidentalmente nos juntábamos en comidas. Por lo general las reuniones eran en mi casa-bohardilla de Sadi Carnot 11, ya demolida. Por allí pasaron Roberto Arlt, César Tiempo, Mariani, Stanchina, Amorin (primo de Borges) y prácticamente toda la generación de Boedo. Una vez vino Mario Bravo. Ni él ni nosotros sospechábamos que esa calle, Sadi Carnot, llevaría un día su nombre. También nos reuníamos en casa de Facio Haebecquer, en Caseros y Rioja. A veces llegaron hasta allí Armando Santos Discépolo, que vivía en frente, y Juan de Dios Filiberto. Otras veces nos encontrábamos en el café ‘El Japonés’, de Boedo y San Juan, al que también concurrían los payadores de Boedo”.  
[8] Otras publicaciones de vanguardia en Argentina fueron: la revista mural Prisma (1921), Proa (1922), y Martín Fierro (1924), esta última, la más importante revista de la vanguardia rioplatense. Entre las revistas de orientación “socialista” estuvieron: Los Pensadores (1922), Extrema izquierda (1924), y Claridad (1926).
[9] Los Sapos y otras personas (1927) es un conjunto de cuentos que refleja a la par de la poderosa imaginación de Hidalgo, los ya evidentes síntomas del alejamiento del arequipeño de los escritores y artistas argentinos que animaron con él la vanguardia.
[10] Apunta al respecto Augusto Elmore en su Genio y figura de Alberto Hidalgo:
“Allí [en Buenos Aires] creó la más que célebre ‘Revista Oral’, bautizada así por él en virtud de que consistía en pasar revista a todos los temas literarios, pero no en forma escrita sino verbal. Se llevaba a cabo en el famoso café Keller, e Hidalgo, además de ser su inspirador, fue su principal animador. En ella participaron los principales intelectuales de su época, con los que el poeta peruano solía polemizar. Allí estuvo, cómo no, Jorge Luis Borges, a quien por cierto, se ocupó también de vilipendiar”.
[11] En 1928, por ejemplo, en Pulso, revista del arte de ahora, publicación dirigida por Hidalgo que alcanzó los seis números, escribieron miembros de Boedo y de Florida, como Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Macedonio Fernández o  Leopoldo Marechal.
[12] Célebre peña literaria madrileña presidida por Ramón Gómez de la Serna y por la que Hidalgo pasaría a comienzos de la década del veinte.
[13]  Todo indica que fue Macedonio Fernández quien creó esa especie de “género literario” que significó el ofrecimiento de banquetes a personalidades. 
[14] Carlos García. “Ramón en Buenos Aires: La primera visita (virtual)”. En BoletínRAMÓN, n°3, Madrid, otoño de 2001, pp. 20-24. 
[15] Nicolás Gropp. “Ramón Gómez de la Serna y Uruguay en el período de la vanguardia histórica”. En BoletínRAMÓN, n°3, Madrid, otoño de 2001, p. 3.
[16] Estuardo Núñez explica así el distanciamiento de Hidalgo del futurismo en Alberto Hidalgo o la inquietud literaria: “…la tónica ‘futurista’ en la poesía de Hidalgo fue desvaneciéndose con los años. Con su fina sensibilidad comprendió el poeta las pocas posibilidades de creación propia que existen en seguir la línea de movimientos extraños. A medida que su genio poético fue madurando, pudo comprender también que el ‘futurismo’ tomaba un sesgo político contrario a sus convicciones políticas. Mientras el ‘futurismo’ se transformaba en un movimiento político de afinidad al fascismo, Hidalgo fue conformando una modalidad poética más personal, el ‘simplismo’. Imprimió a su obra otros rumbos más humanos y menos febles y creaba su propia escuela, afín al cubismo y al creacionismo contemporáneo. En esa actitud, abjuraba implícitamente de la anterior adhesión entusiasta y juvenil a la escuela de Marinetti”.
[17] Alberto Hidalgo. Diario de mi sentimiento. Edición privada. Buenos Aires-1937. p. 357.